miércoles, 11 de agosto de 2010

Cuerpos, hombres y mujeres

Cuerpos hombres y mujeres

Me duele una mujer en todo el cuerpo es el verso de un hombre. No solo porque la frase expresa el desgarrador y nostálgico sentimiento por una dama o porque la referencia mencione la autoría de un poeta varón -Borges, en este caso. Hay un rasgo del enunciado que indica una inequívoca procedencia masculina: el dolor en el cuerpo que testimonia la especial vulnerabilidad del macho.

Porque, desdichas aparte, es notable que para el sexo opuesto también se cumpla el efecto inverso. En el caso de las mujeres, suele suceder que el dolor en el cuerpo también advenga como resultado de la felicidad, ese gozo a la que muchas se entregan gustosas, como si la plenitud de saberse deseadas les bastara para ofrecerse como una tierra pronta a ser socavada por su compañero. (Así, por ejemplo, lo testimoniaba el personaje de Anita Perichon - la abuela de Camila en el homónimo y célebre film de María Luisa Bemberg -, al relatarle a su nieta los rastros que la pasión de su amante, Santiago de Liniers, infligía en su cuerpo)

En uno y otro caso pareciera que nuestros cuerpos no terminan en el borde de las uñas o en el contorno que dibuja la piel. Una parte de nuestra humanidad reposa en esa amada presencia que alberga nuestros más preciados objetos.

Los datos de la clínica suelen ser implacables en este punto. Tal como decía Aristóteles, el hombre piensa con su objeto: “Mi mujer dice que…”; o “Mi señora no está de acuerdo porque…”, son –por ejemplo- frases paradigmáticas a partir de las cuales muchos varones confían sus más íntimas tribulaciones.

Así, la mujer es la referencia a partir de la cual el hombre piensa y se piensa, compone la realidad, escribe, trabaja o se pavonea ufano sin anoticiarse del punto de apoyo que sostiene toda su impostura. ¿No viste dónde dejé…? , suelen preguntar cuando buscan el portafolio, los zapatos o los documentos. Para el hombre, el cuerpo de su compañera es un lugar, una patria. Bien ¿pero dónde termina el cuerpo de ella?

Una respuesta tradicional diría: en los hijos. La evidencia clínica – y el devenir de la cultura- indica que no bastan los hijos para responder acerca del enigma que encierra la singularidad del cuerpo femenino. El cuerpo de una mujer no termina, no acepta medidas: te duele en todo el cuerpo. Quizás por eso los hombres se afanan por dominarlo, domesticarlo o retratarlo infinitamente. Esta cuestión dislocada e imprevisible del cuerpo femenino, bien puede expresarse por una insatisfacción permanente o, por el contrario, en ese saber hacer con el enigma que- más allá de los estereotipos estéticos- las vuelve dolorosamente irresistibles. vuelve