martes, 29 de agosto de 2017

La verdadera razón por la que fracasan las relaciones de pareja


La terapia psicoanalítica de pareja: 
Su utilidad y referencias teóricas 
Ø  “El tratamiento analítico de pareja no aspira a eliminar cualquier malestar entre los partenaires, sino aquéllos que producen sufrimiento y, como ya se dijo, es útil en las parejas unidas básicamente por un vínculo erótico.”

Las terapias psicoanalíticas de pareja se han consolidado como una alternativa terapéutica en nuestra disciplina y constituyen una herramienta de uso habitual. ¿Para qué sirven, cómo se trabaja en ellas, cuáles son sus principales referencias teóricas?
Tal vez, antes de entrar en tema convenga aclarar qué se entiende por terapia “psicoanalítica” de pareja ya que hay muchos tipos de terapias de pareja. La terapia psicoanalítica, para alcanzar el cambio psíquico, utiliza como herramienta el conocimiento de la propia realidad psíquica y de los funcionamientos psíquicos del partenaire y se apoya, desde el punto de vista teórico, en el conjunto de desarrollos teóricos y clínicos que conforman el psicoanálisis; no es directiva ni propone que la pareja se adecúe a ningún "modelo" de funcionamiento. Es de utilidad cuando el vínculo es básicamente erótico pero no lo es si el odio predomina en el vínculo; en estos casos se plantean cuestiones muy específicas, a las que no se refiere este artículo. Por ejemplo, cuando se trate de conductas perversas difícilmente convendrá un abordaje psicoanalítico. 
La consulta
Cuando una pareja solicita una consulta, lo más habitual es que haya una crisis, entendiendo por tal una situación en que aparecen sufrimientos nuevos y desbordantes. Los motivos de consulta manifiestos pueden ser muchos: nacimiento de hijos, “nido vacío”, problemas de “comunicación”, dificultades de desprendimiento de la endogamia, etc., etc. El analista realizará un diagnóstico en el que ubicará los funcionamientos individuales y vinculares en juego y, fundamentalmente, ubicará a los funcionamientos vinculares o intersubjetivos involucrados en la crisis. Se recorre así, un camino que va del motivo de consulta a la formulación psicodinámica de la crisis y que permitirá elegir los nudos a trabajar para enfrentar la situación clínica. Volvamos a la cuestión de los funcionamientos intersubjetivos. La primer pregunta que surgirá en una consulta se referirá a si conviene un tratamiento de pareja o de otro tipo.

 ¿En qué situaciones clínicas son especialmente útiles los tratamientos de pareja?
 Un tratamiento de pareja es especialmente útil cuando en los conflictos que determinan la crisis predominan los funcionamientos intersubjetivos, es decir aquéllos en los cuales lo que hace un miembro del vínculo está fuertemente influido, tanto a nivel conciente como inconciente por la respuesta del otro, en una suerte de retroacción circular. Esto quiere decir que se trata de funcionamientos armados por los dos, un "entre dos" que es diferente de otros funcionamientos que se arman predominantemente en la singularidad de un sujeto. Para poner un ejemplo telegráfico: en lo fundamental, los síntomas de una neurosis obsesiva se definen en lo singular de un sujeto, mientras que los conflictos que las parejas llaman "de comunicación", suelen basarse en la participación de ambos polos del vínculo. Como ejemplos de funcionamientos intersubjetivos –que luego explicaremos– podemos citar lo que Kaës describe como "alianzas inconcientes" y lo que nosotros hemos descripto como "interdeterminación".
La sesión de pareja posibilita un abordaje vívido y focalizado en los funcionamientos  intersubjetivos de la pareja. Esta es la ventaja que ofrece: si el trabajo en la dinámica intersubjetiva no es central en la estrategia terapéutica, el dispositivo de pareja posiblemente no sea el más conveniente.


Los mejores resultados
¿Cuáles son las parejas que mejor aprovechan un tratamiento vincular?  Las que, más allá de los conflictos, mantienen el entusiasmo por el otro. El mejor resultado –y los resultados pueden ser excelentes– se obtiene con las parejas que mantienen el entusiasmo recíproco y dicen “nos matamos aunque nos queremos”, “queremos estar juntos pero no podemos hablar, necesitamos un traductor”, “no sabemos qué nos pasa, pero nos peleamos mucho”. El deseo de estar juntos y hacer más placentera una relación dificultosa es el gran motor de la terapia de pareja.
Son compañeros que, de algún modo, están “prisioneros” del amor hacia el partenaire. Las ganas de estar juntos no impiden que sean desbordados por agresiones, malentendidos y confusiones. En un alto número han realizado o realizan terapias individuales que por razones diversas no han llevado a la mejoría de los conflictos de pareja. Una explicación muchas veces valedera es que en el encuadre individual no se pueden sintonizar en toda su complejidad los funcionamientos intersubjetivos entre los partenaires y sólo la presencia del otro y el despliegue de intercambios que no aparecen en la sesión individual permiten una elaboración de los conflictos vinculares.
En consonancia con lo anterior, no son objetivos de una terapia psicoanalítica de pareja ni perpetuar un matrimonio ni evitar una separación. El objetivo es trabajar sobre lo qué les pasa y ayudarlos a pensar y decidir al respecto.

La clínica
En los tratamientos de pareja el proceso de cambio psíquico sigue caminos diferentes a los habituales en los tratamientos individuales. En éstos la intervención toma como principal referente la asociación libre y sus determinaciones inconcientes. La situación es otra en un tratamiento de pareja: la propuesta explícita es analizar el vínculo y a los partenaires se les propone este trabajo focalizado. El discurso conjunto permite focalizar el trabajo clínico en esclarecer las reacciones de un sujeto a las influencias del partenaire, al modo en que los funcionamientos psíquicos resultan del "entre dos". También se realizan intervenciones comparables a las que se realizan en los tratamientos individuales, pero no constituyen lo central del trabajo clínico.
El tratamiento analítico de pareja no aspira a eliminar cualquier malestar entre los partenaires, sino aquéllos que producen sufrimiento y, como ya se dijo, es útil en las parejas unidas básicamente por un vínculo erótico. Así, enfoca sus lentes en las transferencias intrapareja entendiéndolas como conjuntos de investiduras estereotipadas, falsos enlaces y repeticiones actualizadas, activaciones fantasmáticas que se producen entre los partenaires y se retroalimentan entre ellos. Las que se trabajan en sesión son las que producen malestar, ya que muchas otras constituyen la base de la pareja en tanto reencuentro placentero. La transferencia intrapareja ancla en lo inconciente pero no necesariamente en lo infantil; tiene un sostén bidireccional y es esto lo que hace que se exprese con debilidad en muchos tratamientos analíticos individuales ya que el analista, con su abstinencia no proporciona los estímulos que proporciona el partenaire. Las otras transferencias son menos tomadas en la intervención del analista –aunque, por supuesto, deben ser consideradas y tienen efectos.

Es importante tener presente el carácter focalizado de las terapias de pareja. En ellas se enfoca especialmente el engarce entre los intercambios vinculares y las posiciones subjetivas. Él, por ejemplo, puede estar furioso con cómo ella lo trata a él o trata a un hijo y sostener esta queja manifiesta en una posición subjetiva regresiva en la que se siente el hijo de ella, con los derechos del preferido. El abordaje clínico de estos funcionamientos va a ser distinto en un tratamiento de pareja que en uno individual. En el caso de un abordaje en pareja, el analista debe focalizarse en la retroalimentación entre la posición subjetiva de uno, lo que el otro promueve y las causas de la crisis en el vínculo. Así, el trabajo clínico en un dispositivo de pareja se apoya en lo fundamental en intervenciones vinculares, que difieren en su formato de la interpretación descripta por Freud. Mientras la interpretación freudiana se dirige a descifrar las coordenadas de un deseo singular, la intervención vincular apunta a mostrar cómo uno influye en el otro, tanto conciente como inconcientemente, cómo cada uno estimula o apaga ciertos funcionamientos en el otro, cómo se construye un funcionamiento entre los dos. Las relaciones amorosas evolucionan desde la pasión al compromiso y, en esta transición, la mayoría de parejas sufren lo que se conoce hoy como Síndrome de Estrés Post-Romántico. Bradshaw.
El amor romántico desaparece en toda relación tarde o temprano.
El amor es uno de los sentimientos más importantes para el ser humano –si no el que más–, pero si bien ha sido la principal preocupación de los artistas durante toda la historia, su estudio es bastante reciente. Es cierto que el romance ha sido investigado por la psicología desde sus primeros pasos como ciencia, pero los grandes autores –desde Freud a Maslow pasando por Reik– se preocuparon más de lo patológico que de lo convencional, algo por desgracia habitual en la mayoría de los campos de la disciplina.
No fue hasta 1986 cuando Robert Sternberg (Newark, EEUU, 1949), hoy presidente de la Universidad de Wyoming y uno de los más reputados psicólogos del mundo, publicó en la revista 'Psychological Review' su seminal teoría triangular del amor. Fue esta la primera clasificación sobre los tipos de relaciones amorosas, que sigue siendo ampliamente estudiada y debatida hoy en día, y que abordó por vez primera la gran problemática de toda relación de pareja: la transición del conocido como amor romántico al más duradero amor compañero o consumado.
La triste realidad es que la mayoría de parejas son muy pronto víctimas de la biología que les unió en un primer momento.
Según la teoría de Sternberg, las relaciones amorosas evolucionan desde la pasión al compromiso, pudiendo desarrollar la intimidad en el camino y manteniendo o no la pasión. Pero, en esta transición, la mayoría de parejas sufren lo que se conoce hoy como Síndrome de Estrés Post-Romántico .
Aunque este “trastorno” no es reconocido todavía como tal en los manuales oficiales –y quizás no debería considerarse un síndrome propiamente dicho–, es un fenómeno que conocen bien los terapeutas de pareja y casi todo el mundo que ha tenido relaciones duraderas.
“La triste realidad es que la mayoría de parejas son muy pronto víctimas de la biología que les unió en un primer momento”, explica el psicólogo John Bradshaw en su último libro 'Post-Romantic Stress Disorder: What to Do When the Honeymoon Is Over' (HCI). “Cuando estás inmerso en la primera oleada de amor tu cerebro está repleto de compuestos químicos que te hacen tener ganas de practicar sexo todo el rato y te ayudan a disimular las imperfecciones de tu pareja”. Pero, superada esta fase de amor romántico –que según la mayoría de estudios se esfuma pasados 12 o 18 meses– los amantes tienen que enfrentarse a la cruda realidad: nada es tan perfecto como parecía.
“Esto no quiere decir que no se sigan queriendo”, explica Bradshaw, “pero es como si el hechizo que estaban experimentando desapareciera de repente. Ya no quieren hacer el amor en cada oportunidad ni cuentan los minutos para estar juntos”. Es en este momento en el que, según el psicólogo estadounidense, la mayoría de parejas experimentan el PRSD. Algunas lo superan pronto, comprendiendo que la disminución de la pasión es algo normal y no implica la ausencia de amor, pero otras viven un auténtico calvario que acaba en la destrucción de la pareja o, casi peor, el desarrollo de un matrimonio infeliz que puede durar años.
Luchando contra la naturaleza
Como explica Bradshaw, el amor romántico es siempre temporal pues es así como estamos biológicamente diseñados: la naturaleza se asegura de que ninguna pareja permanezca en un estado de enamoramiento para siempre, pues esto sería peligroso para su supervivencia y la de sus hijos (el principal objetivo evolutivo de todo esto), que requieren de una atención mayor de la que puede ofrecer alguien enajenado por el amor.
La mayoría de parejas son compatibles, pero rompen porque son incapaces de alcanzar el tipo de amor que puede aguantar en el tiempo.
En el pasado, los matrimonios eran concebidos más como un contrato social que como un vínculo amoroso. Esto era en muchos sentidos una tragedia, pero por otro lado todo el mundo tenía claro que no tenía por que estar enamorado para siempre de su pareja.
Hoy el discurso ha dado la vuelta por completo y parece que una relación no puede llegar a buen puerto si no se construye desde la pasión desenfrenada. Se trata de una idea errónea que causa muchísimo dolor, pues es casi imposible que el amor romántico sobreviva en el tiempo. La única forma de construir relaciones duraderas, comenta Bradshaw, reside en saber superar esta transición del romance al compañerismo, creando un amor duradero, con la suficiente cantidad de sexo –que, debemos tener claro, será menor que en la etapa previa–.
 “Creo que sólo el 15% de las parejas son verdaderamente incompatibles, pero muchas rompen porque son incapaces de alcanzar el tipo de amor que realmente puede aguantar en el tiempo”.
Las broncas son habituales en esta fase de la relación.
Reconoce la diferencia entre pasión y amor
La base misma del  “Stress Post Romantico”consisten en confundir la falta de pasión con la pérdida de amor. La reducción del deseo es algo natural e imposible de evitar pasado un tiempo en la relación. Eso no significa que ya no estéis enamorados, pero es algo que se debe solucionar en pareja.

“El amante con una libido mayor puede volverse pasivo-agresivo con su pareja”, explica Bradshaw. “E, independientemente del grado de daño, es el tipo de comportamiento que puede inflingir un enorme daño emocional”. Muchas personas, cuando experimentan la falta de deseo en la relación, se dejan de preocupar por sus parejas y se vuelcan en sus amigos o sus hijos, lo que a la larga acaba destrozando la intimidad.En cuanto veas que el deseo ha disminuido háblalo con tu pareja. Callarse es la peor opción y no reconocer el problema como algo normal es un error.
Evita Denigrar, actuar a la defensiva, devaluar a la otra persona, crear distancia.




Cuando el amor romántico se esfuma –algo que puede no ocurrir al mismo tiempo en ambas partes de la pareja– empezamos a notar que algunos de los comportamientos de nuestro amante, en los que no habíamos reparado, nos molestan enormemente. “Se necesita tiempo, esfuerzo y una gran voluntad de compromiso para crear un amor lo suficientemente sólido como para durar toda la vida”,  algo que no ocurrirá nunca si, a la primera de cambio, somos intransigentes con los defectos de nuestra pareja.
Debemos centrarnos en nuestros fallos, no en los de nuestra pareja, que no vamos a poder controlar.
Es muy sencillo que empecemos a criticar a nuestra pareja por cualquier asunto en el que antes no habíamos reparado, y es normal, pero si empezamos a tratar mal a nuestro compañero la relación hará aguas tarde o temprano.
Para no caer en esta trampa, debemos evitar siempre las cuatro 'D' que suelen envenenar para siempre una relación: denigrar a tu pareja con ataques sobre su comportamiento, actuar siempre a la defensiva, devaluar a la otra persona y crear distancia. Y para huir de éstas debemos reforzar los tres hábitos de las relaciones sanas: compartir los sentimientos, revelar los deseos y comentar los disgustos.
Ser cariñosos es decisivo para mantener algo de la pasión perdida.
Sé autocrítico
Para superar la transición del amor romántico al amor consumado debemos centrarnos en nuestros fallos, no en los de nuestra pareja, que no vamos a poder controlar. Esto, claro está, requiere un importante trabajo de autocrítica.
“Puedes culpar a tu pareja por ser incapaz de resolver todos vuestros problemas y refugiarte en la ira y el resentimiento”. “O puedes reconocer que si quieres escapar del círculo vicioso de discusiones y tensión debes empezar por cambiar tu propio comportamiento”.
Aprende a discutir
En esta fase de la pareja es imposible no tener ciertas discusiones que antes no eran habituales. Y el secreto para salir bien parado no consiste en obviar éstas, sino en enfrentarlas de una manera constructiva.
Algo tan sencillo como dormir abrazados puede hacer que recuperes parte de la pasión perdida.
Muchas parejas entran en una dinámica en la que discuten por auténticas insignificancias que acaban por enfrentarles de verdad, creando malentendidos tóxicos. La única forma de evitar esto pasa por aprender a discutir. “No hay nada malo en tener diferentes puntos de vista, pero no olvides escuchar lo que la otra persona tiene que decir y nunca retengas rencores”,. “Entiende las discusiones como una forma de mostrar a tu pareja como te sientes”.
La comunicación es clave para superar el PRSD.
Recuerda cómo empezó todo
El fin de la pasión desenfrenada con que comienza toda relación puede ser traumático, pero es también perfectamente normal. ¿Acaso vas a estar toda la vida enamorado? ¿Aguantarías toda la vida en ese estado de absoluta enajenación?
Dicho esto, hay ciertos comportamientos del amor romántico que deben mantenerse en la siguiente fase, y para ello merece la pena echar la vista atrás y pensar qué tipo de cosas hacías en los primeros meses de la relación. Algo tan sencillo como dormir abrazados puede hacer que recuperes parte de la pasión perdida.
Lo importante, , es hacer saber a tu pareja que la sigues queriendo. La indiferencia puede acabar con cualquier relación.
No pongas a tus hijos por delante
Bradshaw lo tiene claro: “Es un error poner a los niños por delante del matrimonio”. Es común en las parejas que tienen hijos que los padres se vuelquen en ellos y descuiden su amor, lo que al final no es bueno para nadie. Es necesario, explica, mantener una vida íntima alejada de los hijos que, por otro lado, es la que va a continuar cuando estos se hagan mayores. Si no lo hacemos, es muy probable que nuestro matrimonio acabe en divorcio más pronto que tarde.
“Debería ser sagrado que los padres tengan una noche libre todas la semanas, tan pronto como sea posible”,. “Su relación es el componente más importante de la familia”.
La frecuencia va a disminuir, pero el sexo no puede desaparecer de vuestras vidas.
No descuides el sexo
El fin del amor romántico suele implicar una frecuencia menor en las relaciones sexuales, pero en ningún caso debemos aceptar que estas han terminado para siempre. Una pareja que no hace el amor está acabada, por lo que es decisivo que sepamos trabajar para que el sexo no desaparezca.
“Si no haces el amor con tu pareja es crucial que hables de ello, explicándole en detalle que es lo que realmente te excita”, “Por muy extraños que parezcan algunos deseos, todos tenemos formas distintas de entrar en materia”. Lo que debemos tener claro es que nuestra pareja no puede leernos la mente, y si la cosa ya no funciona es trabajo de ambos reactivar la pasión, explicando con sinceridad qué nos gusta y qué no.
Lo importante es trabajar por recuperar la intimidad perdida, y esto no empieza por el sexo, sino por las caricias, los abrazos y, en general, el cariño.
“Si no hablas de ello”, “la parte de la pareja con mayor libido tenderá a quejarse, regañar y criticar. Eso sólo hará que la otra parte se aleje, creando un círculo vicioso”
¿Cómo podemos solucionar esta situación? Lo importante, explica Bradshaw, es trabajar por recuperar la intimidad perdida, y esto no empieza por el sexo, sino por las caricias, los abrazos y, en general, el cariño: “Eventualmente, la persona con menor deseo puede aceptar tener sexo de nuevo, y probablemente le gustará. Hacer el amor refuerza el vínculo amoroso, debido a dos importantes componentes químicos que se liberan en el acto sexual”. Y esto crea un círculo virtuoso que puede hacer que la relación recupere el pulso.
 E, independientemente del grado de daño, es el tipo de comportamiento que puede inflingir un enorme daño emocional"
Recuerdo una psicóloga de parejas, harta ya de comportamientos déspotas, egoistas de ellas, de auténticas tiranas, de tantas "mujeres al poder", de feminazis-hembristas en su consulta... Las denominaba "princesitas de diadema floja". En las relaciones de pareja, aqui lo que abunda es "la jefa", "la máquina de reñir", "la sargento"... como las llamamos cariñosamente y aguantamos. Luego las tasas de divorcio son las que son.
Viene a ser una cuestión de educación y respeto, y de cómo te hayan educado. Pero sorprende la gran cantidad de gente que se cree con derecho a todo (a avasallar básicamente), gente que en el fondo presiente su incapacidad para vivir en pareja... pero no lo reconocerán nunca y, más bien al contrario, se dedican a convencer a los demás de que lo natural y guay es la polígamia y que la situación ideal es el single que jamás se compromete y va de flor en flor... todo para ocultar su incapacidad y disfunción emocional.

 Clínica
César y María discuten en sesión
María: Estoy harta de limpiar el barro con el que entran del jardín. Soy la mucama de él y los varones, y ni siquiera les dice nada. Por lo menos podría decirles algo a los chicos. Las nenas son mucho más compañeras.
César: (acerca su cuerpo provocativamente) Escucháme, yo en general me fijo. Fue una vez, el domingo. Y además, no te vas a morir por limpiar un día el barro. Yo trabajo los seis días de la semana quince horas por día y no me quejo. El resto de la semana me estuve cuidando todo el tiempo y diciéndole a los varones. Vos misma el viernes me reconociste que estaba tratando de cambiar en esto. Y la verdad (cambia el tono y habla más suavemente) es que estoy mejor, y vos también... Estamos mucho mejor (mirando al analista).
María: (con voz chillona y penetrante)  ¡¡¿¿no te quejás??!!  ¡¡¡¡Por favor!!!
Analista: No sé si se dan cuenta de cómo uno irrita y provoca al otro. No sé, César si te das cuenta de la prepotencia con que le acercás el cuerpo a María: sin que hables, solamente con acercártele así, tenemos pelea garantizada. Y no sé, María, si te das cuenta del tono mandón y autoritario con el que hablás. Me parece que esto es el disco rayado que dicen que se repite en casa de Uds. (En otras sesiones se había hablado del tono de voz de la madre de María y de la violencia silenciosa de César).

El trabajo sobre la interdeterminación, definida como lo que, a nivel conciente e inconciente, un sujeto estimula y provoca en el otro es el aspecto fundamental de la intervención vincular. Los partenaires suelen venir a tratamiento separando qué es “mío” y qué es “tuyo” en muchos casos de manera artificial y la intervención vincular tiende a mostrar, cuando corresponde, de qué modo lo "mío" configura "lo tuyo". El trabajo clínico recorre un camino que va de la interdeterminación a la estructura de las alianzas inconcientes. Estas podemos definirlas telegráficamente como articulaciones inconcientes estables que en los intercambios entre los partenaires aseguran las respectivas homeostasis narcisistas. En el caso de César y María las alianzas inconcientes se habían desequilibrado a partir de la muerte de la madre de María. Hasta ese momento el vínculo estaba organizado en una modalidad de distancia sin guerra, de tal manera que ella mantenía su intercambio libidinal fundamental con la madre y él se encerraba en su trabajo. 

Cuando se utilizan intervenciones vinculares, el trabajo elaborativo –en su doble dimensión de conocimiento y construcción de representaciones– abarca las temáticas universales habituales en las terapias aunque, como se dijo, se centra el foco en los funcionamientos intersubjetivos. De lo que se trata es que los partenaires tomen conciencia del trabajo psíquico que implica el intercambio intersubjetivo, cómo éste colapsa o promueve lo singular en cada uno. La particularidad fundamental es que se trabaja sobre un proceso defensivo en el que participan tanto el sujeto como la respuesta del partenaire. 
Las evoluciones posibles
Los recorridos de los tratamientos de pareja son variables. Cuando en el trabajo terapéutico se logra un registro de la subjetividad del partenaire y de la propia, así como de los intercambios que circulan en el vínculo y de su singularidad, aparece entre los partenaires lo que llamo “sintonía validante”. El trabajo adquiere un matiz peculiar en cuanto al narcisismo y a la caída de la omnipotencia: cada polo entiende más las significaciones del otro, lo que no significa aceptarlas ni compartirlas; se asume que la visión propia de las cosas no es absoluta; que las significaciones que predominan en uno son siempre singulares e idiosincráticas y las emociones diferentes de las que predominan en el otro; muchas discusiones dejan de tener lugar. Se experiencia de una manera más directa y vívida que el otro, tanto como uno, es opaco, desconocido e imprevisible, experiencia que suele ser especialmente negada o desmentida en la pareja, dado su origen en el enamoramiento.
En otros casos la pareja evoluciona hacia una separación que les resultaba imposible, pero que abre puertas a nuevos desarrollos individuales. También hay parejas a las que el tratamiento no las mueve de las estereotipias por las que consultan.
En síntesis, el tratamiento psicoanalítico de pareja es una ayuda en un terreno en el cual, desde que el mundo es mundo, las cosas han sido siempre complejas y en este sentido, la primera actitud en la clínica debe ser exploratoria: se trata de explorar con cada pareja, en un número acotado de entrevistas, si un tratamiento puede brindarles alguna ayuda y recordar, en relación a otras alternativas terapéuticas, que el dispositivo de pareja es especialmente útil para el abordaje de los funcionamientos que hemos llamado intersubjetivos o vinculares.

Miguel Alejo Spivacow
El fin de análisis en el tratamiento de pareja 
¿Cuándo dar por finalizado un tratamiento de pareja? La respuesta parece elemental, evidente, indiscutible: ¡¡cuando ellos lo decidan!! ¿Sería acaso de algún beneficio ir más acá o más allá de su deseo de analizar sus conflictos? No parece razonable iniciar un debate sobre el tema. Sin embargo… El recuerdo de algunas terminaciones inexplicables, desconcertantes o simplemente inesperadas nos introducen en una compleja red de supuestos y principios implícitos que condicionan estrechamente nuestra relación con los consultantes, la dirección de un tratamiento y, por supuesto, el modo en que se presentará el fin de ese análisis, sin tener clara conciencia de ello. 
1.- La primera experiencia desconcertante que me viene a la memoria remite a la derivación del tratamiento de pareja ¿afectan el fin de un análisis los principios y supuesto teóricos implícitos en una derivación? Carmen había abandonado, con sus hijos, la casa que compartía con su marido Rafael. Quería reflexionar acerca de su futuro matrimonial. Éste, en total desacuerdo, se preguntaba hasta cuándo duraría esa separación. Para Carmen no estaban separados sino tan sólo distanciados por un tiempo. Las sesiones se hacían pesadas, reiterativas, y en una de ellas me entero que, tal como les había sido recomendado, ella había comenzado un análisis individual. Algo parecía impedirles abordar algunos temas dolorosos. Con cierta cautela Rafael señaló que uno de esos temas eran las relaciones sexuales: Carmen las rehusaba; había vuelto a vivir con sus padres pese a que siempre lo menospreciaron. “Una vez más -dijo Rafael-, te ponés de parte suya, en contra mía”. Carmen se remitió a lo dicho por su analista individual: no estaba en su contra, quería proteger a sus hijos de las reiteradas situaciones de inseguridad a las que él los exponía. Les dije, animado, que estaban comenzando a hablar de sus conflictos. Durante la semana recibí con estupor un llamado de Carmen: había decidido, contra la opinión de Rafael, dar por finalizado el tratamiento y continuar sólo con su análisis individual.
Como en todo matrimonio ella se hallaba tironeada por dos lazos afectivos: sus padres y su esposo. En este caso parecía imposible allanar las tensiones que, entre la familia de origen de Carmen y Rafael, se habían instalado desde el inicio de su relación. ¿Podríamos pensar que, sin saberlo, la indicación de tratamientos simultáneos había recreado las condiciones para reproducir esas tensiones en el ámbito de la sesión, colocando a Carmen, una vez más, entre dos lealtades: su análisis individual y el tratamiento de pareja? ¿Podía esta indicación imponer sus coerciones a la definición del lugar que ocupara el analista y al modo en que se presentó el final de ese análisis? Un sólido principio teórico indica que cuando el campo analítico incorpora una pareja, una serie de reglas y pautas de comportamiento propias, elaboradas trabajosamente a partir de circunstancias compartidas, introducirán una perturbación que el analista difícilmente podrá predecir. 
2.- En un segundo caso, esta perturbación condujo a un fin de análisis aún más apresurado. Se trataba de la primera entrevista de una pareja que convivía sólo durante la semana: ella soltera, él separado; compartían el fin de semana con los tres hijos de éste. Consultaban por las dificultades que Luisa tenía con ellos. Bien pronto noté que se detenían reiteradamente en quejas de ella con respecto al modo en que Jorge trataba a sus hijos sometiéndose a las decisiones de su ex-esposa. Éste minimizando el problema, parecía imperturbable. Pronto esta imperturbabilidad comenzó a dejar paso al fastidio y el clima se hizo por momentos exaltado. Tratando de retornar al tema inicial, dije que hasta ahora no hablaban de las dificultades de Luisa con los hijos de Jorge sino de algunos conflictos propios. Sorpresivamente y sin razón aparente, ella comenzó a llorar cada vez con mayor congoja pese a los reiterados intentos de Jorge que, con progresiva aflicción, intentaba consolarla. Se lo veía cada vez más desesperado, oscilando entre un profundo abatimiento y una gradual exasperación. Yo estaba perplejo frente a este cuadro en que el temor, la compasión y la violencia ponían en escena una pareja desconcertante. Frente a mi silencio, Jorge, con gran disgusto, dijo que no creía que yo pudiera comprender lo que les pasaba, que iba a interrumpir la sesión para consultar a un profesional más idóneo y con mayor experiencia. Quedé sorprendido y asustado por el grado de hostilidad expresado (Jorge era abogado), al mismo tiempo indignado por un rechazo que consideraba injusto y compungido por lo que, sin querer, había provocado.
Al finalizar el día de trabajo, resentido aún por el mal trato recibido, recordé algunos comentarios de Luisa que había yo pasado por alto. Se referían al malestar que le provocaba la violencia con que Jorge trataba a los chicos, la mutua hostilidad que ella observaba en la relación con su ex-mujer y el temor que esa violencia signara también sus propias relaciones. Jorge restó toda importancia al tema: era el modo apropiado de educar a sus hijos y de poner límites a la agresividad de su ex-esposa. En el intento de detener la intromisión de la violencia en el ámbito de la sesión había puesto yo en evidencia, sin advertirlo y apresuradamente, una de las reglas y pautas de comportamiento que amparaban su relación: la separación del fin de semana motivada por la difícil relación con los chicos. Aquélla permitía eludir el tema que los angustiaba: una relación sustentada en el temor, el abatimiento y la compunción por la presencia de una violencia descontrolada que amenazaba su vida como pareja. En otro momento del tratamiento esta escena hubiera tal vez permitido desplegar el verdadero motivo que los condujera a solicitar tratamiento. Surgida prematuramente, ante nuestra incapacidad para tolerarla y comprenderla, sólo pudo conducir a un abrupto final. 
3.- Otro recuerdo trajo a mi memoria un fin de análisis que comprometía, esta vez, supuestos y principios relativos al objetivo de un tratamiento cuando el cambio es asimilado a un modo de curación.
En este caso, una imperiosa necesidad de cambio era fuertemente alentada por las reiteradas quejas que cada uno de ellos expresaba con respecto a la conducta del otro. Ella podía comenzar haciendo la lista de lo que él debía hacer y no hacía o tenía que evitar y no cumplía; él respondía sacando a su vez su propia lista a lo que ella respondía agregando nuevas quejas a las anteriores. Un supuesto de larga y firme tradición ponía en juego un principio irrebatible: el objetivo del tratamiento imponía la modificación de sus relaciones mediante cambios en sus comportamientos individuales. Pero era inútil en este caso intentar detener este circuito, las listas eran demasiado abrumadoras y sólo lograban acentuar mi malestar ante la incapacidad de resolver sus padecimientos. 
Es necesario estar en condiciones de escuchar objetivamente el relato de esos padecimientos para imponer las modificaciones correspondientes. No somos los únicos, también un médico debe hacerlo. Comienza por recorrer la anatomía y la fisiología implicada, recordar las patologías a ellos asociadas y realizar un diagnóstico a fin de decidir el tratamiento adecuado. El relato en este caso remite a una situación cuya objetividad los textos correspondientes pueden constatar. También un psiquiatra escucha el relato de un padecimiento, pero la objetividad de ese relato resulta, en este caso, cuestionable. Será producto de algún trastorno en la relación con la realidad (delirios, alucinaciones o comportamientos no adaptados a ella). La objetividad no se encuentra aquí en los textos sino en el profesional cuya habilidad consiste en ubicar al consultante en algún capítulo de la psicopatología y de allí a la psicofarmacología correspondiente. Ahora bien ¿es el psicoanálisis un capítulo de la medicina?, ¿es un modo particular de ejercer la psiquiatría?, ¿se trata de evaluar la objetividad de los reclamos a fin de encarar la pertinente modificación en sus conductas?, ¿es este cambio el criterio de “curación” que decide el fin del análisis?También esta propuesta de cambio en sus conductas obliga a algunas reflexiones. Tanto desde el punto de vista biológico como social, las modificaciones que se introducen en un sistema lo alteran de manera no siempre previsible poniendo en riesgo la subsistencia del sistema y su grado de adaptación al medio. En el caso que nos ocupa, mi malestar expresaba la paradoja de un alto grado de padecimientos asociada a la profunda inestabilidad de su relación, siempre al borde de la ruptura. De este modo la imperiosa necesidad del cambio era, a la vez, un riesgoso objetivo. Se trataba en realidad de lograr que cada uno de ellos fuera capaz de enfrentar otro padecimiento: el de poder reflexionar acerca de la escena que acababan de desplegar en mi presencia. La terminación de un análisis, en estos casos y en mi experiencia, será el resultado de la ecuación que articule ambos sentimientos: la inestabilidad del análisis que hace de su interrupción un alivio al padecimiento y la capacidad para soportarlo y continuar para analizar sus razones. Hechos ambos que se oponen justamente a aquel supuesto de larga y firme tradición que pone en juego el principio irrebatible del cambio como objetivo del tratamiento y criterio de un fin de análisis.
Estos tres ejemplos, relacionados con la terminación de un análisis de parejas, nos han introducido, al meditar acerca de ellos, en una compleja red de supuestos y principios implícitos que acompañan y condicionan nuestra forma de instalarnos ante un motivo de consulta. Ellos determinan estrechamente, sin tener clara conciencia de ello, nuestra relación con los consultantes, la dirección de un tratamiento y, por supuesto, el modo en que se presentará el fin de ese análisis.
 
 Compilado, editado y elaborado por la Lic. Diana S. Gurny
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Juan Carlos Nocetti