miércoles, 22 de febrero de 2017

Padres femicidas






¿Padres?

“Un proyecto de ley para que padres femicidas pierdan la patria potestad de los hijos que tuvieron con las víctimas será nuevamente presentado en pocos días en el Congreso de la Nación con el objetivo de modificar el Código Penal, y así cambiar un lamentable esquema judicial que tiene a miles de chicos entregados a sus padres homicidas, con quienes son obligados a vivir.” (*)

Se los nombra así -padres- y, para nosotros, psicoanalistas, el modo en el que se nombra no es una cuestión banal. Han asesinado a sus mujeres, a las madres de sus hijos, o -al menos- a las madres de los productos que con ellas tuvieron. Seamos cuidadosos cuando nombramos padre a un sujeto. No nos referimos a la paternidad biológica, la cual se puede confirmar rápidamente con un  estudio de ADN. Se trata de lo que califica a un ser humano para ubicarse en un lugar paternal respecto de un sujeto infantil, o sea en el lugar de ejercer la patria potestad. Podemos abrir un abanico de requisitos, seguros de que no podría ser padre -por ejemplo- el abusador, el que ha usado a su producto como objeto para su goce propio. Sin embargo, la ¿justicia? también lo sobreentiende padre cuando presiona a los niños abusados para que se revinculen con él. Llega incluso a tratar a las madres que defienden a sus hijos como perturbadoras del vínculo padre/hij@, y culmina –en múltiples casos- sacándoles la tenencia y entregando a las víctimas a su victimario, al que –no por casualidad- también nombra padre. Violar a los niñ@s, asesinar a sus madres, no hay un verbo que nombre la perpetración de orfandad. ¿Sería apropiado el neologismo orfanatizar? El lenguaje no alberga semejante acción. Podríamos preguntarnos por qué y, tal vez, relacionarlo con que tampoco tiene un verbo que dé cuenta de la acción de perder un hijo. A diferencia de otros casos –enviudar por ejemplo- no lo hay para los padres/madres en esa situación. No hay, en ninguno de estos casos, un verbo. Es  un sin palabras.

¿Qué decir, entonces, de este caso paradigmático en el que el Sr. José Arce, condenado a prisión perpetua, junto con su madre Elsa Aguilar, por el asesinato de su esposa, Rosana Galliano en el año 2008, conserva -sin embargo- la tenencia de los dos pequeños nacidos de aquella unión? Los niños tenían en ese entonces 3 y 4 años. Desde entonces y hasta hoy -cuando tienen 10 y 11- permanecen junto a los asesinos de su madre. Ambos asesinos fueron beneficiados con la prisión domiciliaria en lo que convendría llamar  un confuso episodio [1].  El hermano de la víctima, Oscar Galliano, refiere que la jueza que firmó el beneficio de prisión domiciliaria para Arce, la Dra. Elena Bárcena, (del Tribunal Oral 1, de Zárate, Campana) dice haber firmado ese beneficio  a pedido de la fiscal Laura Vivas y por un informe médico que decía que Arce se había caído, en el penal, y estaba mareado. Ni la familia ni sus abogados, Roberto Babington y Víctor Stinfale, fueron notificados, lo cual no les dejó lugar a defenderse y apelar. Según la jueza fue un error del que no se percataron.  Por su parte la madre de Arce estuvo desde siempre con los hijos de Rosana ya que por su edad se le otorgó de entrada el beneficio de la prisión domiciliaria. Todo este despropósito, esta conducta criminal para con los niños, debió evitarse mucho antes, desde el momento mismo del crimen, ya que sus abuelos maternos siempre  reclamaron su tenencia y lo siguen haciendo hasta hoy, pero sólo los tienen fin de semana por medio [2].

Rosana hizo 4 denuncias por violencia familiar, entre 2005 y 2007, contra Arce, quien -al momento del crimen- tenía prohibición de acercarse a la casa donde había vivido con ella y los chicos, a quienes podía ver los fines de semana. De hecho, a Rosana la mataron un miércoles y él, transgresor en todo, aún no los había devuelto.  Este varón homicida, condenado ya por la justicia, sigue junto a los hijos de Rosana, quienes mantienen un contacto acotado con la familia materna, no tienen permitido ver a sus tíos, por ejemplo.

Miles de mujeres son asesinadas por sus parejas, muchísimos niñ@s sufren abuso sexual intrafamiliar por parte de adultos violentos que se atribuyen su paternidad y muchísimas familias reclaman -según el caso- la restitución de los hijos de las asesinadas o la prohibición del contacto entre el violador y las víctimas. Esos caminantes de los pasillos de Tribunales no encuentran respuesta a sus reclamos. ¿No constituye, acaso, el hecho mismo de tener que pedir por ley la supresión del privilegio de la patria potestad para los femicidas una prueba cabal del lugar central de la violencia machista en nuestra cultura? ¿No es, en este sentido, equiparable a la lucha por desenmascarar el falso Síndrome de Alienación Parental (SAP) [3] que da sustento a los jueces que fomentan la revinculación entre los violadores y sus víctimas? Violencia asesina hacia las mujeres y violencia sexual hacia los niñ@s -la que les inflinge una suerte de muerte psíquica- son los modos que toma la vacilación de la Ley, incluida la esencial, la de prohibición del incesto, en nuestra descompuesta aunque todavía patriarcal sociedad.

Por María Cristina Oleaga
(*) Polémica por fallos que entregan hijos a padres femicidas

De un discurso que no seria del Semblante



El presente trabajo procura cernir la categoría de semblante en la enseñanza de Lacan. Se articula tal categoría a su lugar en los discursos.  Se  delimita  su  relación  con  el  cuerpo,  y  se  especiica  su  papel  en  encuentro  entre  los  sexos.  Por  último,  se  sitúa  el  modo  en que Lacan asimila a esta categoría al objeto a. Este recorrido se propone  como  una  cuestión  preliminar  a  una  articulación  posible  entre la categoría de semblante y la posición femenina.
El presente trabajo se propone delimitar la categoría lacaniana de semblante. En un trabajo posterior[i] propondré una articulación entre esta categoría y las posiciones femeninas.
Introducción al semblante. La categoría de semblante es propuesta por Lacan en el  seminario 18.
 Recordemos que, en el seminario anterior, Lacan había presentado sus cuatro discursos. En el lugar
del  agente,  ubicará  en  este  seminario  al  semblante.  Dirá  que  el  semblante es inherente al discurso, entendido este como un modo de regular el lazo social:
“Todo lo que es discurso solo puede presentarse como semblante, y nada se construye allí sino sobre la base de lo que se llama significante” (Lacan 1971, 15)
Como  destaca  Miller  (Cf.  Miller  1991-92,  10-12),  el  semblante  como categoría deja de su lado a lo simbólico junto a lo imaginario, quedando lo real por fuera. Si bien en una lectura posible, el semblante  es  aquello  que  se  opone  a  lo  real,  sería  más  preciso  decir  que  el  semblante  se  presenta  como  un  velo,  punto  de  detención 
en la vía hacia lo real. Miller describe metafóricamente la relación entre semblante y real en estos términos:
“El  semblante  propiamente  dicho  resulta  de  lo  simbólico,  del  esfuerzo, incluso filosófico, por aprehender lo real. Y es que partiendo en busca de lo real, como Colón en busca las Indias, lo simbólico encuentra, si me permiten la metáfora, la América del semblante, de ese semblante que es el ser, y fracasa, si se quiere, cuando no reconoce, justamente, ese fracaso ” (Miller 1991-92, 118)Lacan especifica que esta categoría guarda una relación particular con la verdad, cuya estructura -manifestó Lacan repetidas ocasiones- es de ficción:“El semblante no es solo situable, esencial, para designar la función primaria de la verdad, ocurre que sin esta referencia es imposible calificar lo relativo al discurso” (...) “La verdad no es lo contrario del semblante. La verdad es esa dimensión o demansión (...) que es estrictamente correlativa del semblante. La demansión de la verdad soporta el semblante. Algo se indica, pese a todo, del lugar a donde quiere llegar ese semblante” (Lacan 1971, 24-26)
Para orientarse aquí hay ubicar el lugar de la verdad en sus cuatro discursos; justamente el que está por debajo del semblante -es decir, en términos del seminario 17, del lugar del agente-. Por lo tanto, ambos se articulan en la producción de un discurso. La verdad entonces condicionada por el lugar del semblante, siendo su reverso: si el semblante es lo que se da a ver, la verdad quedará -debajo de la barra- en el lugar de lo que se juega a ocultar: si la impostura es el  semblante  masculino,  su  verdad  es  la  castración.  Toda  verdad  está entonces ligada a un semblante del cual es su contracara. No es posible acceder a la verdad de quien sostiene una posición si no es por la vía de un semblante del cual parte un discurso.Lacan aclara que el semblante no es un artificio, ya que es situable en la naturaleza. En tal sentido afirma que “todo discurso que evoca la naturaleza nunca hizo más que partir de lo que en ella es semblante. Porque la naturaleza está llena de semblantes” (Lacan 1971, 15). Alude aquí al trueno, al meteorito, al arcoíris. Es interesante la referencia al arcoíris: algo se presenta ante la mirada allí donde no hay nada. Luego se refiere al cortejo animal. Evoca entonces, todo lo que de la naturaleza implica la concreción de una gestalt imaginaria, de manifiesto, visible. Su articulación con la verdad y la naturaleza nos indica que el semblante es aquello que se da a ver, que se muestra. Por ello, lo articulará también con el acting out:el acting out (...) consiste en hacer pasar el semblante a la escena, en  montarlo  a  la  escena,  en  hacer  de  él  ejemplo.  He  aquí  lo  que  en  este  orden  se  llama  acting  out.  También  lo  llamamos  pasión.” 
(Lacan 1971, 32)
En el seminario 10 Lacan había destacado el carácter mostrativo del acting out.  Si el semblante es lo que se da a ver, el semblante en el acting  pasa a primer plano.El semblante da cuerpo al discurso. No deja de llamar la atención el  título  que  otorga  Lacan  a  su  seminario  de  1971:  De  un  discurso que no sea del semblante .Respecto del sintagma “discurso del semblante”, precisa que: “Aquí del semblante  no es semblante de otra cosa, se lo debe tomar en el sentido del genitivo objetivo. Se trata del semblante como objeto propio con el que se regula la economía del discurso” (Lacan 1971, 18). Con el semblante, dice Lacan, se regula la economía del discurso. El genitivo objetivo supone que el discurso está hecho de semblante, mientras que el genitivo subjetivo implicaría que el discurso es algo que pertenece al semblante. Lacan evalúa esta segunda posibilidad:“¿Diremos  también  que  es  un  genitivo  subjetivo?  ¿Acaso  el  del semblante concierne  así  mismo  a  quien  sostiene  un  discurso?  La  palabra subjetivo debe rechazarse aquí por la sencilla razón de que el sujeto no aparece más que una vez instaurado en alguna parte el enlace entre los significantes. Un sujeto no podría ser más que el producto de la articulación significante. Un sujeto no domina nunca en ningún caso esta articulación, sino que está por ella, hablando con propiedad, determinado” (Lacan 1971, 18)El sujeto es un efecto de la articulación significante. Por lo tanto la posición  subjetiva,  está  determinada  por  un  discurso.  Leemos  tal  posición subjetiva en el decir de un parlêtre, de un ser hablante. La economía  misma  del   discurso  está  regulada  por  un  semblante.  El  semblante regula la producción de un discurso que tiene por efecto un sujeto. No hay discurso que no sea de semblante, mientras que
la inversa no se sostiene; hay semblantes que no son de discurso (ya que la naturaleza está colmada de ellos).
¿Qué es el semblante? Estas coordenadas nos orientan, pero aún no nos dicen mucho respecto de que entendemos por semblante. Ya concluimos que el semblante lacaniano es aquello que se da a ver. Según el diccionario de la RAE, por un lado, el término nos remite a lo parecido, semejante. A lo que parece pero no es. Por otro, a la representación de algún estado de ánimo en el rostro, y más ampliamente, el rostro humano.Entendemos que Lacan lo extiende la representación del cuerpo: el semblante es el cuerpo en lo que tiene de representación. El cuerpo parece algo que no es (aquí tenemos toda la vertiente de su unidad imaginaria, que vela el organismo) y es soporte de un discurso, que está  regulado  por  el  semblante  que  lo  soporta.  Que  un  discurso  este  regulado  por  un  semblante,  quiere  decir  entonces:  regulado  por el cuerpo que hace de soporte a ese discurso. A partir de sostener un discurso, un cuerpo se subjetiva: la posición subjetiva es entonces  un  efecto  del  semblante.  El  semblante  como  categoría  tiene  relación  con  el  soporte  corporal  que  da,  justamente,  cuerpo  a un discurso.Señalemos que la relación entre semblante y cuerpo que nos hemos ocupado de poner en relieve, es explícita en seminarios posteriores de Lacan. En el seminario 19  sitúa que el analista, “en cuerpo” (jugando con el equívoco entre en corps y encoré ) instala el objeto a  en el sitio del semblante, para aludir luego a “el semblante del cuerpo” (Lacan 1971-72, 226-227). Finalmente, en el seminario 22 , afirma que “el cuerpo hace semblante, semblante por el que se funda todo discurso” (Lacan 1975).Entonces, el semblante implica tener en cuenta que un cuerpo es soporte de un discurso. Que “lo regula” quiere decir que “lo condiciona”. Lo que es una evidencia de la vida cotidiana. El semblante condiciona la palabra emitida: la carga de seguridad o timidez, efusividad  o  calma,  etc.  Y  marca  si  quien  habla,  por  ejemplo,  se identifica como hombre o como mujer (y si rechaza tal división). En definitiva, el cuerpo es aquello que el discurso habrá de subjetivar. Hombre  y  mujer,  dos  semblantes. El  lugar  del  semblante  en  el  encuentro entre los sexos encuentra su antecedente en “La signiicación del falo”. El falo es en sí mismo un semblante: teniendo su sustrato corporal, es aquello que se da a ver por la vía de un tener o un ser que es siempre un parecer . Como elemento tercero, irrealiza la relación entre los sexos, al funcionar de intermediario. Este pa-recer  da al encuentro entre los sexos su carácter de escenificación  .En el seminario 18 , Lacan concluye explícitamente que la identidad sexual es un asunto de semblantes:“lo que define al hombre es su relación con la mujer, e inversamente. (...) Para el muchacho, se trata en la adultez de hacer de hombre. Esto es lo que constituye la relación con la otra parte. (...) Uno de los correlatos esenciales de este hacer de hombre es dar signos a la muchacha de que se lo es. Para decirlo todo, estamos ubicados de entrada en la dimensión del semblante.” (Lacan 1971, 26)
Se  refiere  al  cortejo  animal,  reorientando  su  afirmación  de  que  la  naturaleza está llena de semblantes. El cortejo es un juego que se juega  entre  semblantes:  en  el  cortejo  animal  se  trata  de  cuerpos  que soportan un semblante de cara al encuentro sexual. Fenómeno que Lacan extiende al ser hablante:“Es  verdad  que  el  comportamiento  sexual  humano  encuentra  cómoda  mente  referencia  en  el  cortejo  tal  como  este  se  define  a  nivel  animal.  Es  verdad  que  el  comportamiento  sexual  humano  consiste en cierta conservación de este semblante animal.” (Lacan 1971, 31)
Entonces, la dimensión del semblante está presente en todo lo que implica el encuentro con el partenaire. Lacan indica que, a diferencia del cortejo animal, este semblante en el ser hablante se canaliza en un discurso: “La única diferencia es que este semblante se vehicula en un discurso, y que en este nivel de discurso -y solo en este- es llevado Hacia, permítanme, algún efecto que no fuera del semblante.” (Lacan 1971, 31)
Primera cuestión: el encuentro sexual esta mediado discursivamente.  En  el  ser  hablante,  el  cuerpo,  es  decir  el  semblante,  vehiculiza  el  cortejo  por  las  vías  del  discurso.  Segunda  cuestión:  a  partir  del  semblante  se  produce  algún  efecto  por  fuera  del  semblante.  Es decir, real. Desde el semblante, en el acercamiento entre seres sexuados, se puede producir un efecto que no sea de semblante. Podemos  situar  en  esta  vía,  que  desde  el  semblante  femenino  es  llevado a ese efecto que Lacan denomina “goce femenino”.En esta línea, Lacan ubica el límite impuesto al discurso cuando se trata de la relación sexual:“En los límites del discurso, por cuanto este se esfuerza en sostener el  semblante  mismo,  hay  de  tiempo  en  tiempo  real.  Lo  llamamos  pasaje al acto, (...) Observen que en la mayoría de los casos el pasaje al acto es cuidadosamente evitado. Solo ocurre por accidente.”
(Lacan 1971, 32)
El semblante “pasa al acto” cuando el cortejo deviene un goce que toca lo real en el encuentro sexual. Acá leemos “se llega a él por las vías del discurso, mediadas por el semblante”. Su evitación “en la mayoría de los casos” alude a la defensa contra el goce que, con sus particularidades, conlleva toda neurosis.Más  adelante  en  el  mismo  seminario,  Lacan  destaca  el  hecho  de  que  las  posiciones  masculina  y  femenina  solo  son  concebibles  a partir  de  un  discurso.  Que,  en  definitiva,  son  hechos  de  discurso,  aun callándose:“el hombre, la mujer no necesitan hablar para estar atrapados un discurso. En tanto tales (...) son hechos de discurso (...) Es, pues, en  un  discurso  donde  los  entes  hombres  y  mujeres,  naturales,  si  se  puede  decir  así,  tienen  que  hacerse  valer  como  tales.”  (Lacan 1971, 135-136)
Queda entonces justificada la afirmación de que tanto las identidades sexuadas, como el encuentro entre los sexos, son inseparables de la dimensión del semblante.
El falo y el semblante.
 
Ya señalamos la ligación entre falo y semblante  en  cuanto  el  ser  y  el  tener,  correlativos  de  la  mascarada  femenina y la impostura masculina, son puestos por Lacan en 1958 bajo la égida de un parecer.. En el seminario 18 , puntualiza que el falo hace entrar el goce en el semblante. Es decir, lo normativiza. Anticipa así lo que ubicará como goce fálico y distinguirá del goce Otro, este último entonces no normativizado por la vía del semblante. Es decir, fuera de discurso. Lo enuncia en estos términos:“el plus-de-gozar solo se normaliza por una relación que se establece con el goce sexual, teniendo en cuenta que este goce no se formula,  no  se  articula  más  que  por  el  falo,  en  la  medida  en  que  es  su  signiicante.  (...)  El  falo  es  propia  mente  el  goce  sexual  por  cuanto está coordinado con un semblante, es solidario de un semblante.” (Lacan 1971, 33)Por  el  falo,  el  goce  sexual  está  coordinado  al  semblante.  Recorta  aquella parte del goce sexual que entra en el discurso. Por ello el varón  “se  identifica  con  sus  orgasmos”,  hace  de  ellos  semblante.  Es  decir,  pasan  del  cuerpo  al  discurso.  Cuestión  patente  en  la  impostura  masculina,  y  en  las  insignias  de  su  potencia.  Mientras  que, como declama jocosamente Lacan, sobre el goce femenino las mujeres, e incluso las analistas, hacen mutis por el foro. Este goce excede el semblante, no entra en lo “discurseable”, no hace lazo. El falo hace que el cortejo entre hombre y mujer entre por completo en el campo del semblante. Así desarrolla Lacan esta idea:“La  identificación  sexual  no  consiste  en  creerse  hombre  o  mujer,  sino en tener en cuenta que hay mujeres, para el muchacho, que hay  hombres,  para  la  muchacha.  Y  lo  que  importa  no  es  siquiera  tanto lo que ellos experimentan, es una situación real, permítanme.mbién  porque  ellas  solo  consiguen  un  pene,  y  que es fallido.” (Lacan 1971, 33)El pene aquí queda claramente dando cuenta “la verdad del semblante falo” que no es otra que la castración. Lacan remota entonces la dialéctica de l Para  los  hombres,  la  muchacha  es  el  falo,  y  es  lo  que  los  castra. Para las mujeres, el muchacho es la misma cosa, el falo, y esto es lo  que  las  castra  tao masculino y lo femenino ligada al ser y tener el falo, en términos de semblantes. Ambas posiciones dan cuenta para Lacan de los lugares de varón y la mujer en el acercamiento entre los sexos, a las puertas de la complejización de está dialéctica: cuando ubique a la mujer como no-toda tomada por el falo.
El  objeto a :  un  semblante.  Es  conocida  la  -sorprendente  en  su  momento- referencia de Lacan que en su seminario 20 articula al objeto a al semblante. Tal articulación es graficada en el esquema triangular mencionado. Allí Lacan inscribe -en un vector que va de lo simbólico a lo real- al objeto a, debajo del que escribe “semblante”. Afirma al respecto: “El amor mismo (...) se dirige al semblante. Y, si es cierto que el Otro sólo se alcanza juntándose (...) con el a , causa del deseo, igual se dirige al semblante de ser. Nada no es ese ser. Está supuesto a ese objeto que es el a.” (Lacan 1972-73, 112)
El a -afirma Lacan- es semblante del ser. A la falta en ser, efecto del significante, responde una consistencia que se extrae del cuerpo: el a , semblante del ser. En cuanto es semblante, Lacan se encarga de subrayar su afinidad con la envoltura imaginaria:“¿No habremos de encontrar aquí la huella de que, como tal, responde a algún imaginario? Ese imaginario, lo designé expresamente  con  la  I,  aquí  aislada  del  término imaginario..  Sólo  con  la  vestimenta de la imagen de sí que viene a envolver al objeto causa del deseo,  suele  sostenerse  -es  la  articulación  misma  del  análisis-  la  relación  objetal.  La  afinidad  del  a con  su  envoltura  es  una  de  las  articulaciones principales propuestas por el psicoanálisis.” (Lacan 1972-73, 112)Y más adelante, describe lo que da a ver en un esquema triangular:“lo simbólico, al dirigirse hacia lo real, nos demuestra la verdadera naturaleza del objeto a . Si antes lo caliiqué de semblante de ser, es porque semeja darnos el soporte del ser.” (Lacan 1972-73, 114)Que  semeje  dar  soporte  al  ser,  quiere  decir  aquí  que  es  su  único soporte. Es lo que hace de velo a lo real, y a su vez media un acercamiento posible a lo real a nivel del ser. Tengamos en cuenta que los otros lados del triángulo ofrecen como sucedáneo: “lo verdadero” que queda inmerso -dada su estructura def icción- entre lo simbólico y lo imaginario, y la “poca realidad” que, condicionada por la significación fálica, escapa de lo real normativizándolo. El ser no es otra cosa que semblante. Miller, en tal sentido, afirma:“Llamamos pues, objeto a, a lo que en ese desastre del sujeto que se denomina falta en ser parece dar el soporte al ser (...) No significa que este el semblante del ser y, por otro lado, el ser, sino que el problema del ser está profundamente ligado, es de la misma tela que el semblante.” (Miller 1991-92, 116)En esta línea, sitúa este ser, hecho de ese semblante que es a  , como aquello que de lo real puede entrar en el lazo con el partenaire :“el ser es justamente lo real que podría concluirse del significante. (...)  el  ser  es  la  manera  en  que  se  disfraza  lo  real  para  que  sea  presentable, para que guarde la compostura en la mesa del significante” (Miller 1991-92, 120)
Se articulan aquí entonces: el objeto a , su envoltura imaginaria, y la categoría de semblante. La “afinidad del a con su envoltura” revela  la ectopia del cuerpo respecto del organismo. Lo cual hace que el cuerpo devenga semblante. Así, el seno “se pierde” en su función orgánica de amamantar, para articularse a las imágenes y símbolos de la mujer, deviniendo semblante de objeto causa de deseo. Cuestión nos llevara a la indagación presentada en un segundo trabajo durante estas jornadas: la relación entre semblante y feminidad.

 [i]  “Los  usos  del  semblante  en  la  mujer”,  presentado  en  estas  mismas  jornadas.
BIBLIOGRAFIA
Lacan,  J.  (1958)  “La  signiicación  del  falo”.  En  Escritos  2.  Buenos  Aires: 
Siglo XXI, 2008, pp. 653-662.
Lacan, J. (1958-59) El seminario. Libro 5: Las formaciones del inconscien-
te. Buenos Aires: Paidós, 1999.

De un discurso ue no sería del semblante



 Seminario 18.....

La mujer respecto del goce sexual, esta en posición de puntuar la equivalencia del goce y la apariencia. En esto reside la distancia en que el hombre se encuentra. Si hablé de la hora de la verdad, es porque toda la formación del hombre esta hecha para responder a ella manteniendo a pesar de todo el estatuto de su apariencia. Es por cierto más fácil para el hombre afrontar a cualquier enemigo sobre el plano de la rivalidad que afrontar a la mujer en tanto ella es el soporte de la verdad: que hay apariencia en la relación del hombre con la mujer. En verdad, que la apariencia sea aquí el goce, para el hombre entiendo, es indicar suficientemente que el goce es apariencia. Porque está en la intersección de estos dos goces el hombre sufre como máximo el malestar de esta relación que se designa como sexual; como decía el otro, esos placeres que se llaman físicos. Por el contrario nadie mejor que la mujer -y aquí ella es el Otro- sabe lo que es disyuntivo respecto del goce y de la apariencia.


 Es porque ella es la presencia de ese algo que la mujer sabe, a saber: que goce y apariencia, si son equivalentes en una dimensión de discurso, no por eso son menos distintos en la experiencia que la mujer representa para el hombre la verdad, muy simplemente, a saber, la única que puede dar lugar en tanto que tal a la apariencia. Es necesario decir que todo aquello que se nos enunció como el resorte del inconsciente no representa más que el horror por esta verdad. Todo esto por supuesto, recién hoy trato, por así decir, intento desarrollárselos como se lo hace con una flor japonesa; algo que quizá no es especialmente agradable escuchar para todos, es lo que se empaqueta generalmente bajo el registro del complejo de castración. Mediante lo cual, con esta etiqueta, todo el mundo está tranquilo, se lo puede dejar de lado. No hay nada que decir, sólo que está ahí; cada tanto se le hace una pequeña reverencia. Pero que la mujer sea la verdad del hombre, que esta vieja historia proverbial cuando se trata de comprender algo, del -cherchez la femme(7) al que se le da naturalmente una interpretación policial sea, algo bien distinto, a saber que para tener la verdad de un hombre, conviene saber cual es su mujer,  , por supuesto llegado el caso, su esposa; y por qué no: es el único lugar donde eso puede tener un sentido, lo que alguien, un día, entre mis allegados llamó el pesa -persona. Para sopesar a una persona, nada mejor que sopesar a su mujer cuando se trata de un hombre. Cuando se trata de una mujer no es lo mismo, porque la mujer tiene una gran libertad con respecto a la apariencia: ¡ella llegará a dar peso a un hombre que no tiene ninguno!. Son verdades que por supuesto en el curso de los siglos ya se habían observado después de mucho tiempo, pero que sólo se decían de boca a boca, si puedo decirlo. Y se hizo toda un literatura, que existe, se trataría de conocer su amplitud. Naturalmente esto sólo tiene interés si se toma lo mejor. Alguien por ejemplo de quien [habría que encargarse un día], Balthazar Gracián que era un jesuita eminente y que escribió cosas de las más inteligentes que se puedan escribir. Su inteligencia es absolutamente prodigiosa en esto que todo eso de lo cual se trata, a saber, establecer lo que se llama la santidad del hombre, en resumen, [¿qué?, su libro sobre el cortesano de la corte (de apariencia)] dos puntos: ser santo es el único punto de la civilización occidental en la cual la palabra santo tiene el mismo sentido que en chino; tehen-tehen. Observen este punto porque esta referencia, porque de todas maneras ya es tarde y hoy no los introduciré. Este año les haré algunas pequeñas referencias, a los orígenes del pensamiento chino. Sea lo que sea -sí me di cuenta de una cosa, quizá soy lacaniano porque en otro tiempo estudié chino -con esto quiero decir que me doy cuenta [al releer los ardides] cosas como esas, que yo había recorrido atropelladamente como un tonto, me di cuenta al releerlas que esta al mismo nivel con lo que cuento. No sé, les doy un ejemplo: en Mencius, que son libros fundamentales, canónicos del pensamiento chino hay un tipo que por otra parte es su discípulo, que no es él -pero que comienza enunciando cosas como estas-: Lo que ustedes no encontraran del lado del Yen (es decir, del discurso) no lo busquen del lado del vuestro espíritu- esto, se los traduzco como espíritu es Sin, pero eso quiere decir que no designaba, era aunque parezca increíble el espíritu, el Geist de Hegel....................