La
falta de deseo sexual y la pornografía
¿Tiene solución La falta de deseo sexual?
Play- Boy=
Lo que califica al ser humano, es en realidad
el no arreglárselas bien con el sexo y con el partenaire. Es un ámbito en el
cual hombre y mujer no parecen saber comportarse, sobre todo los hombres y, en
general, son las mujeres las que enseñan a los hombres a arreglárselas, como lo
ha mostrado
Jacques-Alain Miller.
El sexo débil, en cuanto
al porno, es el masculino, cede a eso con más facilidad. :
"En el PORNO nos encontramos
que todo Todo es exhibición de cuerpos que evocan el goce.
En la era de la técnica, la copulación ya no
sigue confinada en lo privado, alimentando las fantasías particulares de cada
cual, ahora se ha reintegrado al campo de la representación, elevada esta
última a una escala de masas. Lacan lo formuló mucho antes del advenimiento de
la pornografía electrónica de la que hablo – poner en su sitio el hecho de la
pornografía. Ésta no es – ¡quién podría pensarlo! – la solución de los
callejones sin salida de la sexualidad. Es síntoma de este imperio de la
técnica que extiende ahora su reinado sobre las civilizaciones más diversas
del planeta, hasta las más reacias. No se trata de rendir las armas ante este
síntoma y otros con el mismo origen. Exigen del psicoanálisis
interpretación.
El principal motivo de consulta en los centros de sexualidad ya no es la anorgasmia, la eyaculación precoz o la disfunción eréctil sino el deseo sexual hipoactivo. El ritmo de vida al cual nos compulsa la sociedad aumenta nuestros niveles de estrés y se convierte en un factor más que provoca cuadros depresivos o ansiosos. Si a esto se le suma que verdaderamente el tiempo para compartir con la pareja es cada vez más escaso; entonces podrá comprenderse cuáles son los principales factores que están en la base de esta ola de falta de deseo sexual.Además, la mayoría de las personas cuando comienzan a experimentar los primeros síntomas no le dan importancia a los mismos por lo que cuando acuden a la consulta la inapetencia sexual lleva meses o años de instaurada y se hace muy difícil revivir la antigua pasión.El deseo sexual es una emoción que nos prepara positivamente para experimentar la relación sexual de forma placentera. En este punto es imprescindible realizar una disquisición: no debemos caer en el error de confundir el deseo sexual con la excitación sexual.
La excitación sexual es una respuesta fisiológica que
implica manifestaciones físicas como la lubricación en la mujer o la erección
en el hombre. En otras palabras, el deseo sexual es el impulso que nos conduce
a la búsqueda del placer mientras que la excitación es una respuesta ante la
estimulación. Normalmente el deseo y la excitación sexual van de la mano pero no
siempre sucede así: podemos experimentar el deseo y no la excitación o sentir
la excitación sin vivenciar un deseo muy fuerte. Por ejemplo, los hombres que
experimentan la disfunción eréctil suelen sentir deseo sexual pero no
experimentan la excitación que les permitiría la erección.Así, cuando se habla
de deseo sexual hipoactivo, nos referimos a la falta de deseo para iniciar el
coito aunque la excitación y la respuesta sexual posterior puede ser
perfectamente normal. Las causas del deseo sexual hipoactivo: Dentro de
los factores que propician la disminución del deseo sexual los más usuales son
la baja autoestima y los sentimientos de culpa. A su vez, dentro de estas dos
macrocategorías podemos hallar:- Los miedos. Los más usuales son el miedo a
fallar durante la relación sexual, el temor al ridículo, a un embarazo y/o a
las enfermedades de transmisión sexual. Estos miedos pueden ser conscientes
pero también pueden actuar por debajo de la conciencia de la persona.- El
estrés y la ansiedad. Los problemas de la vida cotidiana son factores que
favorecen la tensión. En este punto muchas personas asumen como estilo de
enfrentamiento un pensamiento rumiativo que les impide relajarse y experimentar
el deseo sexual.- Los prejuicios y los tabúes. Las creencias sobre la suciedad
del sexo y las prohibiciones relacionadas con los órganos sexuales, así como
los prejuicios desarrollados culturalmente son algunas de las causas principales
que inhiben el juego erótico y el deseo sexual.
- Los problemas de comunicación.
Cuando no existe una relación abierta donde se pueda hablar sobre nuestros
deseos y preferencias sexuales; a la larga esto termina por minar el deseo de
iniciar la relación sexual. Por supuesto, más allá de estos factores
eminentemente psicológicos también existen algunos medicamentos que inhiben el
deseo sexual; entre ellos pueden mencionarse los ansiolíticos, los
antidepresivos y los fármacos para la hipertensión arterial. En algunas
personas los cambios hormonales que ocurren durante la menopausia o la
andropausia también actúan como inhibidores del deseo sexual. Otro factor que
suele presentarse muy a menudo como causa de la falta de deseo sexual es la
falta de creatividad y fantasía en las relaciones de pareja; sobre todo cuando
estas ya llevan un tiempo juntas. Adoptar una rutina que se sigue a ultranza en
el momento de las relaciones sexuales suele ser la forma más infalible para
matar el deseo. A todos nos gusta aprender cosas nuevas y experimentar; el
ámbito de la sexualidad no es diferente.En lo que respecta al género, puede
afirmarse que la falta de deseo sexual es más habitual en la mujer. Los
factores que contribuyen a elevar esta prevalencia en la población femenina son
muy diversos pero entre ellos sobresalen: la educación tradicionalista y la
sobrecarga de roles.
¿Tiene solución?
La falta de deseo sexual es un
problema con solución pero mientras antes lo diagnostiquemos mucho mejor. De hecho,
en la mujer esta problemática tiende a hacerse crónica si no se atiende a
tiempo. Al contrario, en los hombres generalmente este estado es transitorio,
estando causado por situaciones muy puntuales, generalmente cuando estas
desaparecen, regresa el deseo sexual.La falta de deseo sexual se combate, en
primer lugar, reconociendo su existencia e intentando analizar cuáles fueron
los factores que nos llevaron a la misma. Una vez que sepas qué es lo que causa
esta inapetencia, se debe conversar con la pareja y buscar una solución entre
ambos.
Lo que califica al ser humano, es en
realidad el no arreglárselas bien con el sexo y con el partenaire. Es un ámbito
en el cual hombre y mujer no parecen saber comportarse, sobre todo los hombres
y, en general, son las mujeres las que enseñan a los hombres a arreglárselas,
como lo ha mostrado Jacques-Alain Miller.
En un opúsculo
deliciosamente sexista Sobre la diferencia de los sexos,[2] Kant
planteaba ya que para las mujeres: “El honor de la mujer se interesa por lo que
la gente dice, el honor de los hombres por lo que piensa”. Esto hace de las
mujeres, seres lógicos y, de los hombres, pensadores, filósofos en ocasiones.
Las mujeres están atentas a los semblantes. Eso le hacía decir a Kant que ellas
no necesitarían la educación puesto que pueden formarse enteramente en el
“comercio social”. Lo que especifica al ser humano, es que la relación sexual
no está inscrita en ninguna parte, es esto lo que hace de la identidad sexual
una falsa identidad, un semblante de identidad. La identidad es un objeto de
moda. Sólo se plantea la cuestión de la identidad aquel que la pierde. Sólo
existe como identidad válida aquella que resulta de la pérdida de identidad
asumida que supone el encuentro con el Otro. En el ámbito sexual se construye
uno una historia a partir de los encuentros fallidos con el Otro. En Freud, lo
que suple a esa relación sexual, no escrita, es la relación de cada sujeto
sexual con el falo, como signo o como semblante del sexo.
Pero muy pronto en su
enseñanza Lacan pudo señalar que el falo, si acaso era signo de goce, lo era
también y sobre todo de la significación misma. Cuando las palabras copulan,
cuando los semblantes van bien juntos, en filigrana está el falo y la
identificación de goce que procura.
Edipo y la horda.
Esa relación con el falo tiene consecuencias en la relación del hombre y de
la mujer con la ley y con el deseo. La ley no es lo inverso del deseo para
Lacan, ella le es idéntica; sin la ley no conocería el deseo. Y esta ley para
el psicoanálisis es el Edipo el que la resume. La consecuencia del Edipo para
Freud es la castración. En el Seminario X,[3] Lacan nos precisa que si el
hombre está bien tomado en la ley y su correlato la castración, la mujer está
más alejada de la ley, más excéntrica, más de lado. Esa desventaja femenina con
respecto a la ley y al deseo esconde una ventaja. Existe una tensión en la
mujer entre el goce y el deseo: es difícil de identificar, no se puede reducir,
no es medible con la referencia del goce sexual que representa el falo, incluso
si el falo a veces es ahí también el instrumento. Tanto más que a falta de
un significante que le sería propio, el deseo femenino mismo será menos
reprimido por tener su semblante, el falo, a mano en el partenaire; pero esto
es al precio de que el deseo femenino devenga deseo del otro.
En un primer tiempo, Lacan
considera que el falo da una realidad a los sujetos de los diferentes sexos,
permitiendo que se distingan a través de la repartición del semblante fálico.
Pero eso tiene también como efecto el de irrealizar las relaciones sexuales a
significar.[4]
Comedia amorosa
Esta comedia fálica contrasta, sin embargo, con la tragedia del Edipo, la que Lacan señala como algo que compete a “la sangre roja”, que Lacan opone a “los sentidos blancos” o al semblante de discurso. Las historias sangrientas de los mitos, plenas de sentido, vienen a alojarse ahí donde hay un blanco en relación al sentido, una ausencia (ab-sens). De hecho, más que las tragedias que conlleva, el mal que afecta al sexo, incluso realizado, es su irrealidad. Podríamos creer que nos mantenemos en el semblante, en la comedia, con respecto a las cosas del sexo para evitar la tragedia sangrante, la del Edipo y la de la castración. Esta inhibición casi natural de la sexualidad, por el hecho de su ausencia de sentido (ab-sens) convierte a la sexualidad sobre todo en tragicómica. El falo no es un intermediario entre los sexos, sino entre el lenguaje y el goce del cuerpo. El falo, lejos de ser un médium a nivel del sexo, tiene una función de obstáculo entre los sexos, “de objeción de conciencia” a la relación entre los sexos.
Esta comedia fálica contrasta, sin embargo, con la tragedia del Edipo, la que Lacan señala como algo que compete a “la sangre roja”, que Lacan opone a “los sentidos blancos” o al semblante de discurso. Las historias sangrientas de los mitos, plenas de sentido, vienen a alojarse ahí donde hay un blanco en relación al sentido, una ausencia (ab-sens). De hecho, más que las tragedias que conlleva, el mal que afecta al sexo, incluso realizado, es su irrealidad. Podríamos creer que nos mantenemos en el semblante, en la comedia, con respecto a las cosas del sexo para evitar la tragedia sangrante, la del Edipo y la de la castración. Esta inhibición casi natural de la sexualidad, por el hecho de su ausencia de sentido (ab-sens) convierte a la sexualidad sobre todo en tragicómica. El falo no es un intermediario entre los sexos, sino entre el lenguaje y el goce del cuerpo. El falo, lejos de ser un médium a nivel del sexo, tiene una función de obstáculo entre los sexos, “de objeción de conciencia” a la relación entre los sexos.
En el Seminario XVII,[5]
Lacan define el falo como el goce sexual coordinado con el semblante bajo la
forma del significante fálico. No hay que confundir demasiado de prisa falo,
significante fálico y función fálica. La función lógica del falo aparece como
la que hace obstáculo a la relación sexual, a su escritura.
Lógica histérica
No conoceríamos nada de todo eso sobre el Edipo y la función fálica si no existiera la histérica. La histérica es alguien que nos muestra el goce del falo hueco por medio de su rechazo a gozar de él. La histérica muestra un deseo insatisfecho, que rechaza el semblante del goce que representa el falo, pero se sirve de él para significar el deseo. En efecto, ella busca un goce más absoluto que no pueda ser reducido, ni incluso debido a ese semblante fálico. El goce del falo es, en efecto, el semblante del goce o el goce del semblante, el de las palabras, es un goce fuera del cuerpo. Este goce fálico es aquel que se demanda en el amor; pero el amor está ahí también para verificar que ese goce no es más que semblante con respecto a la demanda de amor que no se detiene en la demanda de falo. El goce fálico permite entonces hacer existir, a través del amor, un Otro goce más allá del falo. Este más allá supone que existe un goce planteado como absoluto, como lo señala Jacques-Alain Miller en su comentario del Seminario XVI.[6] La histérica plantea el lazo estrecho del sujeto con esta posición de exilio del goce.
No conoceríamos nada de todo eso sobre el Edipo y la función fálica si no existiera la histérica. La histérica es alguien que nos muestra el goce del falo hueco por medio de su rechazo a gozar de él. La histérica muestra un deseo insatisfecho, que rechaza el semblante del goce que representa el falo, pero se sirve de él para significar el deseo. En efecto, ella busca un goce más absoluto que no pueda ser reducido, ni incluso debido a ese semblante fálico. El goce del falo es, en efecto, el semblante del goce o el goce del semblante, el de las palabras, es un goce fuera del cuerpo. Este goce fálico es aquel que se demanda en el amor; pero el amor está ahí también para verificar que ese goce no es más que semblante con respecto a la demanda de amor que no se detiene en la demanda de falo. El goce fálico permite entonces hacer existir, a través del amor, un Otro goce más allá del falo. Este más allá supone que existe un goce planteado como absoluto, como lo señala Jacques-Alain Miller en su comentario del Seminario XVI.[6] La histérica plantea el lazo estrecho del sujeto con esta posición de exilio del goce.
Hora de la verdad
Aquella que va a juzgar la relación del falo como semblante con la realidad sexual no es la histérica, es una mujer. Lacan sitúa la hora de la verdad que representa una mujer para un hombre: ella puede comparar el semblante fálico con la “verdad” sexual. No se trata de una cuestión de prestaciones sino de lógica, pues la mujer representa la hora de la verdad más que la verdad misma.
Aquella que va a juzgar la relación del falo como semblante con la realidad sexual no es la histérica, es una mujer. Lacan sitúa la hora de la verdad que representa una mujer para un hombre: ella puede comparar el semblante fálico con la “verdad” sexual. No se trata de una cuestión de prestaciones sino de lógica, pues la mujer representa la hora de la verdad más que la verdad misma.
La comedia de los sexos no
evacua la angustia pues existe el momento donde la risa se detiene. La
castración misma no sería nada sin esa cita entre el hombre y la hora de la
verdad. Si hablamos de hora de la verdad en lo que respecta al sexo, siguiendo
a Lacan, es porque se trata de verdad y de mentira en el sexo. Es, en efecto,
un ámbito en el que la mujer puede mentir. Kant ya lo había señalado:”Las
mujeres estudian fácilmente al otro pero ellas no son tan fáciles de estudiar,
pues divulgan fácilmente los secretos de otros pero nadie les arranca sus
propios secretos, en particular los que conciernen a su persona. Si la
mujer es prueba de la verdad de las relaciones del goce con el semblante, es
porque se la sitúa como imparcial, es decir, menos tomada en el discurso, en la
ley y en el semblante que el hombre y, por lo tanto, más susceptible de
constituirse en juez. Es entonces su lugar lógico en el discurso el que le
confiere una autoridad, incluso si esa lógica está muy cerca de la cuestión del
goce de los cuerpos.
La mujer es entonces el
soporte de una verdad más allá del semblante fálico. El semblante no borra la
verdad puesto que es una mujer quien “le da su lugar”. Es pues la mujer la que
verifica el peso fálico del hombre y puede entonces, como lo subraya Lacan, dar
soberanamente uno a aquel que no tiene ninguno. La mujer “hace” el hombre,
lo que quiere decir que le hace valer a su manera. Pero la mujer goza
también del falo; es lo que Lacan situaba en el Seminario IV con la dimensión
del injet del falo para una mujer. Ella goza de él también con el cuerpo, ella
se satisface de él aunque sólo sea para que sirva de trampolín para su goce más
allá, el que no habla. Pero no hay que confundir el valor fálico que la
mujer da a su partenaire con el goce del cuerpo que ella obtiene y que queda
como la prueba de “verdad” de los valores que ella da. Sin embargo,
señalemos que los misterios femeninos, señalados por Kant, son misterios
también para las mujeres. Si eso no fuera así ¡ella perdería sin duda un poco
de su autoridad natural en el campo del goce! A continuación, todo se complica,
si seguimos a Lacan.
La prueba del falo supone
que todos los llamados machos no sean elegidos. Sin embargo, si son elegidos,
como hombre, no será en tanto que sujetos particulares[7] sino como formando
parte de lo que Lacan designa como todohombre, es decir, una
totalidad ficticia y lógica cuya ex-sistencia es improbable. De ahí el
fenómeno que no es único de una mujer enamorada que acaba de encontrar “uno” que
pasa la prueba, que suscita su amor y que, por ahí y rápidamente, se siente de
repente abierta a ese todohombre. ¡Es la historia de O! Otra
consecuencia es que aquí el hombre sólo se sentirá como uno entre otros,
para los que hay que verificar la función fálica, y vemos que esto no es
idéntico a ser el portador.
Escrituras
En la época del Seminario XVIII, Lacan plantea que es a partir de la escritura de la función fálica cuando la relación entre los sexos ya no se sostiene. Hay que hacer la diferencia entre falo y función fálica, siendo la función una escritura lógica del obstáculo en el que se convierte el falo en el encuentro de los sexos.
En la época del Seminario XVIII, Lacan plantea que es a partir de la escritura de la función fálica cuando la relación entre los sexos ya no se sostiene. Hay que hacer la diferencia entre falo y función fálica, siendo la función una escritura lógica del obstáculo en el que se convierte el falo en el encuentro de los sexos.
En el Seminario XX[8] Lacan
dirá algo peor: “de aquí en adelante, esta función del falo hace insostenible
la bipolaridad sexual e insostenible de una manera que volatiliza literalmente
lo que concierne a lo que se puede escribir de esa relación”.
O el goce es el goce fálico
y debe ser entonces negativizado, castrado, o existe otro goce más real, por
fuera de la ley, femenino, pero que no puede ser alcanzado a causa del falo,
por su culpa, podríamos decir, pues cortocircuita el acceso.
El padre de la ley
La ley, para el sexo y para el resto, es entonces el freno que se le pone al goce. Para que un goce más allá del falo exista hay que pensar en lo que podría contenerlo como su límite. Si una mujer hace valer la ex-sistencia de este goce, ella no lo contiene en el sentido de proponerle un límite. Antes de pensar este límite hay que considerar una etapa previa. Este goce contenido debe surgir de una existencia donde estaría, donde él existiría sin límites y, sin embargo, contradictoriamente, como “un “goce.
La ley, para el sexo y para el resto, es entonces el freno que se le pone al goce. Para que un goce más allá del falo exista hay que pensar en lo que podría contenerlo como su límite. Si una mujer hace valer la ex-sistencia de este goce, ella no lo contiene en el sentido de proponerle un límite. Antes de pensar este límite hay que considerar una etapa previa. Este goce contenido debe surgir de una existencia donde estaría, donde él existiría sin límites y, sin embargo, contradictoriamente, como “un “goce.
En el origen de la ley,
está el goce sin freno, de antes de la ley. El goce sin freno es lo que
describe el Totem y Tabú de Freud. Este mito plantea la hipótesis de
que existe un padre de la horda, gozante de todas las mujeres y
prohibiéndoselas a los otros, los hijos. Si Edipo es una obra de teatro, Tótem
y Tabú representa una realidad histórica para Freud, ella participa de
lo real.
Ese mito permite escribir:
todas las mujeres. Existe un hombre que representa un goce todo, poco común,
porque se trata del goce de todas las mujeres y ese todo puede entonces existir
a través de ese goce del padre originario. Ese hombre es entonces el todohombre real
e imposible, escrito con una sola `palabra, el que funda la posibilidad lógica
del significante del todohombre universal, para cada uno de
los hombres posibles, uno por uno. Y como ese hombre, ese padre del origen,
está muerto, podemos decir que junto a él ese todas las mujeres lo está
también. Ese padre no es un representante de la prohibición, como el del Edipo,
sino de un imposible, de un goce inaccesible; él ex-siste en algún lugar por el
hecho de su goce. Este Uno originario que le designa, en el fondo no es más que
la marca de un cero de goce y, puesto que muerto, es el ancestro de la función
goce. La única elección para las mujeres que queda es que sean “no todas” a
nivel del goce. Y entonces, lógicamente para ellas, este Uno del origen y de la
excepción no existe, para fundar la clase. O sea, que ellas no pueden fundarse
lógicamente a partir de la excepción.
Al no existir el goce todo,
podemos decir que “la” mujer, toda, no existe tampoco. Ese no todo femenino
tiene como reverso el Ni-uno (pas-un) la ausencia de la excepción
fundadora del existe sólo un padre originario y uno solo. Es decir, nada “más”
que uno (pas plus d’un), como lo vamos a ver.
La ley del Edipo autoriza a
un hombre a encontrarse con todas las mujeres menos con una. Según el mito de
Tótem y Tabú, existe una caricatura de una ley más radical, una ley que prohíbe
a los hombres todas las mujeres. Para Freud, esta caricatura funda la ley, el
Edipo estará para siempre marcado por este origen de la ley que trae consigo la
sombra de la no relación, de la prohibición de toda relación, sobre la
sexualidad.
El hueso del falo
La falta femenina no es situable, está más allá de la castración y del falo. Es ahí donde va a anudarse el drama de la histeria femenina. A la histérica le va a hacer falta intentar devenir “una” mujer y para obtener esa unidad, tiene que pasar por la función fálica. Esto significa que ella esperará esa unidad de la palabra y del discurso, luego también de los semblantes. A la histérica le hará falta entonces encontrar un partenaire de excepción susceptible de realizar eso: elalmenosuno (l’hommoinzun). No es el uno de la excepción real del origen sino el uno que se extrae difícilmente de la serie de los hombres: ella no sabe cual tomar, ¡hay entonces varias excepciones! Es una excepción esta vez obtenida por extracción entre algunos otros. Esta excepción en el interior de la serie difiere entonces del “nada de uno” (pas-un), del uno y uno solo que es el padre originario fundador de la serie.
La falta femenina no es situable, está más allá de la castración y del falo. Es ahí donde va a anudarse el drama de la histeria femenina. A la histérica le va a hacer falta intentar devenir “una” mujer y para obtener esa unidad, tiene que pasar por la función fálica. Esto significa que ella esperará esa unidad de la palabra y del discurso, luego también de los semblantes. A la histérica le hará falta entonces encontrar un partenaire de excepción susceptible de realizar eso: elalmenosuno (l’hommoinzun). No es el uno de la excepción real del origen sino el uno que se extrae difícilmente de la serie de los hombres: ella no sabe cual tomar, ¡hay entonces varias excepciones! Es una excepción esta vez obtenida por extracción entre algunos otros. Esta excepción en el interior de la serie difiere entonces del “nada de uno” (pas-un), del uno y uno solo que es el padre originario fundador de la serie.
Encontramos en el Seminario
XVIII[9] una huella de la función de ese uno que busca la histeria:”El almenosuno conforme
al hueso que requiere su goce para que pueda roerle”. Ella, es aquí la
histérica. Se requiere un hueso, es decir, alguien resistente a nivel
fálico, no para suscitar el goce del cuerpo que ella rechaza, sino para
permitir a la histérica roer ese falo. Es decir, ante todo hablando…. Pues ese
falo que cesa de no escribirse con Freud, no es el hueso del cuerpo lo que se
espera, el hueso es aquí para Lacan la escritura: el goce sexual no tiene hueso
pero Lacan añade rápidamente “Pero la escritura da un hueso a todos los goces
que, a causa del discurso, resultan abrirse al ser hablante. “El Libro XVIII
p.149. Por amor, ese hombre renunciará a las otras mujeres, para que ella
sea la única. Es lo que hace a la castración del hombre. La histérica, para
juzgar la cualidad del “hueso” que le hace falta, debe situarse en el exterior
del discurso, como la mujer. Pero ella no juzga sobre la misma cosa. Ella
aparece en el exterior del discurso, pero ella no representa la hora de la
verdad del goce, sino la verdad del discurso. Lo que la guía no es la verdad de
goce como una mujer, sino el lugar de la verdad, únicamente lógica, en relación
al discurso solamente. Dicho de otra forma, ella apunta al universal en
femenino. Ella quiere ser la toda amante solidaria de un papeludun inalcanzable
del amor, donde se adivina ciertamente al padre, pero protegido del alcance y,
castrado…. La histérica va a situarse entonces no como un real femenino fuera
del discurso, como la mujer, sino como la representante de lo verdadero que
ex-siste frente a los semblantes del discurso; por eso ella es más lógica que
juez. La histérica padecerá en sus síntomas entonces el martirio de la verdad
que ella encarna más que el estrago de la feminidad. Pero el amor puede
llevarla también a hacer del hombre un estrago en detrimento de su gusto por la
verdad. Ella alcanza entonces una ausencia de límite inherente a la posición
femenina, ausencia de límite que se cruza con su exigencia de una verdad toda,
sin los límites del medio decir.
Para Lacan la histérica
evoluciona. Hoy su verdad no está en el teatro, en el drama, sino más bien en
la lógica más moderna. Si ella hace teatro es por claridad para los hombres y
los analistas, un poco “retro”, que esperan eso de ella. Se hace la tonta. Pero
va a roer los valores, el hueso de los significantes amos con su valor de
verdad, con la lógica puesta al día. Ella no es verdaderamente el exterior del
discurso como la mujer, ella es lo que está en juego, ella representa el precio
de los semblantes, su valor… de verdad. La mujer, para la histérica, es
entonces aquella que el falo podría hacerla toda, no a nivel del goce, sino a
nivel de su valor de verdad como sujeto. Esto lleva a la histérica a elegir una
vía de insatisfacción y, a veces, una vía de sacrificio de su feminidad y de su
goce que se refugia en el síntoma.
El hombre y la sombra
Volvamos a los hombres. En este cuadro, el hombre va a ser fácilmente un elemento del universal. El hombre existe “lógicamente”, como pálido sucesor del hombre de los orígenes. Ese orígenes el “no más de uno” (pas plus d’un) o el papeludun de Lacan, cuya sombra va a planear como una amenaza sobre el goce sexual del hombre; no es uno entre otros, está fuera de la serie con respecto a los otros y funda su existencia y su serie. Puede entonces retirar permanentemente ese privilegio a cada uno. El hombre no será más que un modelo de serie, siempre amenazado por el “fuera de serie” del encuentro que habita los fantasmas del masoquismo femenino, de los hombres…
Volvamos a los hombres. En este cuadro, el hombre va a ser fácilmente un elemento del universal. El hombre existe “lógicamente”, como pálido sucesor del hombre de los orígenes. Ese orígenes el “no más de uno” (pas plus d’un) o el papeludun de Lacan, cuya sombra va a planear como una amenaza sobre el goce sexual del hombre; no es uno entre otros, está fuera de la serie con respecto a los otros y funda su existencia y su serie. Puede entonces retirar permanentemente ese privilegio a cada uno. El hombre no será más que un modelo de serie, siempre amenazado por el “fuera de serie” del encuentro que habita los fantasmas del masoquismo femenino, de los hombres…
La ley, que es inseparable
del universal, consagra al hombre a desear únicamente en función del fantasma
de la omnipotencia de ese otro uno, de ese “Otruno” (Autrun) tan real
como imposible con respecto a la ley. Pero si el hombre razonable se queda
en lo posible y en la ley, sólo deseará a la mujer prohibida,
por ejemplo, porque desee también a otra mujer. ¡La suya está, en efecto,
tocada de maternización! Es la degradación de la vida amorosa.
Lacan completará esto
diciendo que el trabajo de la histérica será el de querer hacer de ese niño un
hombre.
De manera irónica y un poco
más tarde, Lacan mostrará que el síntoma suaviza ese régimen de hierro. Pero en
el fondo, eso sobre lo cual se tropiezan el hombre y la mujer en relación al
síntoma es el hecho de tener un cuerpo. Desde el momento que se tiene un cuerpo
se le adora y rápidamente se quiere tener otro. Este es el secreto de
narcisismo, del amor y también de la insatisfacción del sujeto en cuanto a su
cuerpo. Esto puede llevarnos a imaginar y a amar el alma como forma del cuerpo
o a amar otro cuerpo como su alma. Pero el psicoanálisis es materialista, lo
que se dice un cuerpo sólo tendremos uno (y despedazado…) lo justo para escribir
el síntoma. El del Otro no nos está prometido, como tampoco el alma. Sólo queda
el (a)mor.
La solución femenina a esos
impasses es más elegante; ¿cómo funcionan ellas a nivel de ese sinthome,
esas mujeres que no caen en la histeria?: “(….) haciendo función de papludun de
su ser en todas las variadas situaciones” p156 Seminario XVIII. Lo que hace a
la unidad de las situaciones para una mujer que varía no es el “sujeto” lo que
las reúne, sino un ser que se acoge al sinthome. Si se renuncia al
sujeto mujer se puede alcanzar una singularidad de ser, encarnando, dando
cuerpo a otro tipo de ser sin otros. Es un ser o “un” sinthome lo
que hace que nos encontremos en todos esos extravíos. Si nos identificamos
al sinthome, el cual hace entonces ¡función (semblante?) de uno! A
ese nivel el padre y el uno no son más que un síntoma.
Como concluye Lacan, un
hombre y una mujer pueden escucharse. Pueden escucharse gritar.
Edision y composición Lic.Diana S. Gurny
Psicoanalista