EL OBSESIVO Y LA MUJER: LA
OBSCENIDAD COMO ULTRAJE AL
DESEO.
“ Al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el
espejo del miedo del hombre a la
mujer sin miedo”.
EL OBSESIVO Y LA MUJER.
Uno de los ejes del movimiento “Ni una menos” es el debate respecto del así
llamado “piropo violento”. Entiendo que la cuestión toma su relevancia a partir
de lo que podemos ubicar como un cambio en los semblantes bajo los cuales se
presenta la mujer. Parte del movimiento mencionado y colectivos similares
implican una reivindicación del derecho a jugar la partida en el plano del
deseo: ejemplo de ello es la conocida “marcha de las putas”.
Entiendo que el “piropo violento” y sus variantes pueden ser pensados como
una respuesta típicamente obsesiva ante una modalidad del semblante femenino
que hace evidente su deseo de deseo.
Tomando este referente contemporáneo como disparador, me propongo aquí
revisar la actualidad de lo que tempranamente Lacan situó como “el ultraje a la
presencia real del deseo del otro” en elcampo de la neurosis obsesiva.
La presencia real
Tomemos la repartición de los lugares masculino y femenino de un primer
momento de la enseñanza de Lacan: ser y tener el falo.
Por un lado el sujeto masculino tiene el falo. O más bien parece tenerlo,
ya que este en tanto signo denuncia su deseo más allá de su voluntad. Es por lo
tanto presencia real del deseo, más allá de la voluntad. Por otra parte, la
partenaire se ubica como siéndolo, ofreciéndose como causa el deseo.
Es en ese punto, cuando el obsesivo percibe los signos del deseo del otro
bajo el modo de la asunción de un semblante, que el insulto, la injuria se
maniFesta. Se trata, en el fondo, de una maniobra defensiva, de un intento de
tornar manejable el falo. Sostiene Lacan en tal sentido:
“En el fondo de los fantasmas, de los síntomas, de esos puntos de Emergencia
en los que vemos que el laberinto, en cierto modo, deja caer su máscara,
volvemos a encontrarnos con algo que llamaré el insulto a la presencia real. Y
el obsesivo, él también, se enfrenta al misterio ? del signiicante fálico – y
también él trata de convertirlo en manejable.” (Lacan 1960-61, 281-282)
Subrayo aquí este “convertirlo en manejable” que se perfila como
el drama obsesivo. Mientras que el rodeo de las imposturas permite
sostener el falo velado bajo su forma imaginaria, el encuentro con la
partenaire confronta al sujeto con la presencia real del falo. ¿Cómo
sale de allí el obsesivo? En principio, afirma Lacan, se trata de anular el
deseo del Otro:
“El obsesivo, dijimos, es aquel que, en esta relación con el deseo del
Otro, se encuentra marcado primordialmente, primitivamente, por la defusión de
los instintos. Su primera salida, la salida inicial, la que condicionará todas
sus diicultades ulteriores, será anular el deseo del Otro. ¿Qué quiere decir
esto, si damos su pleno sentido a lo que acabamos de articular aquí?
[...] la relación primitiva del sujeto obsesivo con su propio deseo se
funda en la denegación del deseo del Otro. El término Verneinung
se aplica aquí en el sentido cuyas dos caras nos muestra Freud, está arti-
culado, simbolizado, pero provisto del signo no.
El obsesivo se enfrenta con esto, que es la pro pia base de su posición, y
responde mediante fórmulas de suplencia, de compensación.” (Lacan 1957-58, 494)
El deseo del Otro lo lleva a la aphánisis (aquí llamada “defusión de
los instintos”) y por lo tanto busca alguna vía para anular el deseo del
Otro, marcarlo con una negación. El recurso a los servicios de una prostituta
es un gran recurso para anular el deseo de la par-tenaire , reduciéndolo a un
pago que le asegura la primacía de su deseo: el pago anula el deseo del Otro,
al modo hegeliano, ya que es la vía para asimilar el deseo del Otro al suyo.
El insulto a la presencia real del deseo del Otro toma el carácter de un pasaje
al acto, en cuanto supone una fuga de la escena. Si la mascarada femenina
implica presentarse como siendo el falo, el obsesivo, ante este hacerse desear,
responde denunciando, degradando y aniquilando lo que de engañoso tiene toda la
ficción del deseo. Podemos ubicar en esta línea todas las conductas de
degradación, insulto y, en definitiva, toda aquella verbalización que en una
situación de deseo apunta anular el deseo del Otro.
Al aludir a la degradación del deseo del Otro, Lacan reubica y le
da otra dimensión a lo que clásicamente se caracteriza como la
“agresividad” propia del obsesivo:
“Lo que, en la obsesión, llamamos agresividad se presenta siempre
como una agresión contra está forma de aparición del Otro que en
otros tiempos llamé falofanía , el Otro en tanto que puede presen-
tarse como falo. Golpear el falo en el Otro para curar la castración
simbólica, golpearlo en el plano imaginario, tal es la vía elegida por
el obsesivo para tratar de abolir la diicultad que yo designo bajo
el nombre de parasitismo del significante en el sujeto, y restituir el
deseo a su primacía a costa de una degradación del Otro, lo cual lo
convierte esencialmente en función de elisión imaginaria del falo.”
(Lacan 1960-61, 282)
Entonces, la así llamada agresividad del obsesivo es una respuesta
a la emergencia del Otro cuando este asume su lugar en la comedia
de los sexos: la mascarada, ser el falo. Como señale, si la partenaire
semblantea el ser el objeto causa de deseo, castrándolo en cuanto
lo arrastra a un terreno donde pierde el control sobre su deseo, el
obsesivo golpea tal semblante, degrada al Otro, elide lo que puede
encarnar la mujer del falo imaginario. Continúa Lacan:“En este punto
preciso del Otro en el que él se encuentra en estado de duda, de suspensión, de
pérdida, de ambivalencia, de ambigüedad fundamental, la relación del obsesivo
con el objeto –con un objeto siempre metonímico, porque para él éste es
esencialmente intercambiable– está esencialmente gobernada por algo relacionado
con la castración, la cual toma aquí una forma irectamente
agresiva–ausencia, depreciación, rechazo, negación del signo del deseo del Otro. No abolición, tampoco destrucción del deseo del Otro, sino
rechazo de sus signos. He aquí lo que determina esta imposibilidad tan
particular que afecta en el obsesivo a la manifestación de su propio deseo.”
(Lacan 1960-61, 282)
Cuando el encuentro implica cierta tensión libidinal, el obsesivo toma el subterfugio de agredir los signos del deseo del Otro. Trabaja para anular el deseo de la partenaire.. El semblante con el que la mujer se ofrece al juego del deseo es lo que debe ser aniquilado para poder vivir tranquilo. Las palabras de Hamlet a Ofelia, en tal sentido, son ejemplares: apuntan a aniquilar todo signo del deseo del Otro. Todo aquello que la hacía atractiva para Hamlet, a partir de su eclosión subjetiva, es arrasado mediante una diatriba que empuja a Ofelia hacia su destino trágico. Recuerdo aquí un fragmento de su diatriba:
“Y no creas que no sé lo de sus pintarrajeos y afeites. Dios les da
una cara y se hacen otra. Con esos brinquitos, ese pavoneo, ese hablar
aniñado, se hacen las tontas y convierten en gracia sus defectos. Ya estoy
harto de todo eso, me sacaron de quicio.” (Hamlet, Acto III, Escena 1, la
traducción es mía)
Es claro aquí como todo lo que es signo del deseo la mujer, en cuanto procura parecer ser el falo, hacer semblante de mujer para el deseo del varón, es rechazado. Lacan señala ya en el seminario 5 que, en la relación con su consorte, esta anulación de los
signos del deseo del Otro toma un sesgo territorial. En esta vía, plantea:
“¿Qué ocurre en el plano de las relaciones del obsesivo con su cónyuge? Es exactamente esto, que es lo más sutil de ver, pero lo observarán cuando se tomen la molestia —el obsesivo se empeña en destruir el deseo del Otro. Todo acercamiento al interior del área del obsesivo se salda normalmente, por poco que uno se deje sorprender, con un ataque sordo, un desgaste permanente, que tiende al producir en el otro la abolición, la devaluación, la depreciación de lo que es su propio deseo.” (Lacan 1957-58, 477)
Para tenerla cerca es preciso maniatar su deseo. Aquí los usos lingüísticos son reveladores: los encuentros sexuales devienen “obligaciones matrimoniales”, y aquella que era la mujer deseada deviene “la bruja” o, como bien señala Lacan, “la patrona”. Paralelamente, la mujer deseada es situada por fuera del ámbito con-
yugal. Ámbito que muchas veces es propiciado para no confrontarse con el propio deseo sin un buen obstáculo del que valerse.Tomemos otro testimonio clínico: una paciente, que consiente tener encuentros sexuales con un hombre casado, relata cómo ante su aceptación sin demasiado conlicto de la situación, él comienza a embrollarse y ubica luego el mismo su situación como un obstáculo para continuar con sus encuentros amorosos. Concluye el amorío
por tales razones. Vuelve tiempo después con la pretensión de reanudar los encuentros. Ante la aquiescencia de ella, vuelve sobre sus pasos “mejor no, no tiene sentido... si no me voy a separar”.
Lacan pone de relevancia en el mismo seminario que “la obsesión está siempre verbalizada” (Lacan 1957-58, 478). Esta verbalización abarca por un lado las formaciones sintomáticas, que adquieren muchas veces la modalidad de fórmulas. Por otra parte, y es lo que me interesa destacar, esta verbalización de la obsesión abarca también en las diversas formas que adquiere la aniquilación del deseo de la partenaire , particularmente notoria en el ataque verbal.
Lacan aborda la cuestión por el lado de la blasfemia:
“No sé si se han interesado ustedes alguna vez en el tema de la blasfemia. Es una muy buena introducción a la obsesión verbal.
... la blasfemia provoca la caída de un significante eminente que,por decirlo así, se trata de ver a qué nivel de la autorización significante se sitúa. ... El blasfemo hace caer dicho significante a la categoría de objeto, identifica en cierto modo el logos con su efecto metonímico, lo hace bajar un punto. ... se trata de hacer descender al Otro a la categoría de objeto, y destruirlo.” (Lacan 1957-58,479-480)Extiendo este campo a la injuria y el insulto. Si la mujer se
presenta encarando el Otro sexo, el ataque del obsesivo procura hacerlo descender
a la categoría de objeto y destruirlo.
La inquina del celoso muchas
veces funciona como un insulto al deseo del Otro, procurando aniquilarlo. El celoso, en
definitiva, con su desconfianza, su control
y sus interrogatorios inquisidores, busca la destrucción del deseo de la partenaire.

Cabe traer a colación aquí una viñeta clínica: una mujer decidida
a tener un acercamiento con un varón lo invita a tomar un café.
La charla progresa mediante algunas insinuaciones de ella, en las
que halaga su tarea como profesional hasta que él irrumpe con la
siguiente pregunta:“¿Perdoname, vos me querés coger?”. La pa-
ciente relata que era su intención... hasta que él lo preguntó de ese
modo tan poco sutil. La verbalización de su partenaire fue amplia-
mente efectiva en cuanto a aniquilar su deseo.
Deseo a distancia El neurótico solo puede sostener su deseo a condición de
dejarlo de modo privilegiado en el plano de fantasía. Siguiendo a Freud, cuando
está fantasía es sobreinvestida, retrocede de modo sintomático.
Cabe aquí la observación de Freud: la fantasía es consciente y no
entra en conlicto con el yo, mientras que nada fuerce a su realiza-
ción. Confrontado con la posibilidad de pasar a los hechos, el obse
sivo recurre a diversas maniobras defensivas. El obsesivo –afirma
Lacan– “sólo se mantiene en una relación posible con su deseo a
distancia. [...]. Lo que la experiencia nos muestra de la forma más
clara, es que ha de mantenerse a cierta distancia de su deseo para
que dicho deseo subsista” (Lacan 1957-58, 476). El mantenerse a
distancia deja a la neurosis dentro de cierta egosintonía: “deseo,
pero aún no puedo conseguirlo”. De allí el pacto del obsesivo con
la imposibilidad: le permite no entrar en conlicto con sus fantasías.
En la misma vía –la vía de la anulación del deseo del Otro–, Lacan
sitúa la insistencia del obsesivo en la demanda. Denuncia el beneficio de
mantener a distancia al partenaire que le aporta su relación con la demanda:
“Es en una determinada relación, precoz y esencial, con su demanda, ($<>D), como puede mantener la distancia necesaria para que sea en algún lugar posible, para él, pero desde lejos, aquel deseo en esencia anulado, aquel deseo ciego cuya posición se trata dease gurar.” (Lacan 1957-58, 478)
Esta relación particular a la demanda, toma la conocida modalidad
de degradar el deseo a la demanda. Como modo de aniquilar el deseo de la partenaire , el obsesivo toma la vía de aferrarse a aquello que se le demanda: para entregarlo como don en su vía oblativa o para ocuparse minuciosamente de denegarlo.En la vía inversa, se ocupa de
demandar el deseo de la partenaire en busca de su negativa. De allí Lacan
deriva la fórmula del amor que caracteriza como hegeliana “Te quiero aunque no
lo quieras”.
Que el deseo sea incompatible con la demanda quiere decir que es imposible de demandar. La demanda del obsesivo lleva sí o sí a un callejón sin salida. Es más que frecuente la situación de aquel que ante una primera negativa se vuelve insistente, para fugar con frecuencia de algún modo cuando lo sorprende la aquiescencia de la mujer en cuestión. Se entiende aquí cierta lógica del piropo violento: por un lado degrada a la mujer a la categoría de objeto y por otro lado se asegura no correr el riesgo de ser correspondido. En otras palabras: de ese modo, el obsesivo da signos de ser varón,refairma su posición sexuada, sin correr el riesgo del encuentro entre los
cuerpos, el cual siempre deja un saldo subjetivo que de un modo u otro denuncia
la no-proporción sexual y evidencia el margen de impostura que supone todo
semblante masculino. En términos de Eduardo Galeano:
“ al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el
espejo del miedo del hombre a la
mujer sin miedo”.
La degradación del propio deseo a la demanda implica reformularlo en términos pulsionales: no se procura atrapar el deseo de la mujer,
sino que exige su presencia para obtener de ella una satisfacción.
El campo del deseo que podría articularse a una demanda de amor se reduce al primer nivel de la demanda: la demanda como demanda de
satisfacción. En tal sentido, lo que evita el obsesivo es el encuentro con el
deseo de una mujer. Esta relación a la demanda forma parte de una organización
que Lacan refiere a la figura de “la constelación”:“La última vez llegamos hasta el punto de empezar concéntricamente a designar la constelación del deseo del obsesivo.
Les hablé a este respecto de la posición de su demanda, cuyo acento
especial de insistencia, que la hace tan difícil de tolerar, nota el Otro
precozmente –de su necesidad de destruir el deseo del Otro– de la función de
algunos de sus fantasmas.” (Lacan 1957-58, 483)
El acento en la insistencia de la demanda opera también en el sentido de
mantener a raya los signos del deseo del Otro. En el campo que estamos
recorriendo, la insistencia en la demanda se entrama al insulto al deseo del
Otro y toma el modo de la obscenidad: estropea una situación de deseo forzando
un cortocircuito que apunta a destruir la escena de deseo. Dada la aquiescencia
del sexo femenino esta modalidad de defensa llega al punto que una joven me relataba,
donde las primeras palabras que le dirigía un varón en un pub eran: “¿Hola,
querés coger?”. Ella, procurando sostener la
escena, le responde de modo gracioso, comentando que no estaría
mal que antes le pregunte su nombre. A lo que él responde “No me
importa tu nombre, ¿querés coger?”. Es notable en el ejemplo como
se procura excluir la mínima expresión de lo que podría armar una
escena viable: su nombre.
Para concluir, entonces, señalemos que un aspecto de lo que hoy
emerge como la tan mentada “violencia de género” puede pensarse como este
ultraje por parte del varón a la presencia real del deseo del partenaire,
que ya Lacan distinguía como una defensa típicamente obsesiva. Cabe
conjeturar que el viraje en la posición de la mujer del último lustro –alejada
del estereotipo de la mujer pasiva, sin deseo sexual, destinada a la maternidad
y a la familia– no puede más que poner en primer plano tales formas de defensa obsesiva
respecto del deseo femenino.
Texto Compilado y corregido por la Lic. Diana Gurny
Texto Compilado y corregido por la Lic. Diana Gurny
El presente trabajo se inscribe en el contexto de mi recorrido como
doctorando de la UBA, en el marco del trabajo de tesis que lleva
por título “Momentos electivos en la producción de la neurosis: el
obsesivo y la mujer”.
Thompson, Santiago
Universidad de Buenos Aires. Argentina
BIBLIOGRAFÍA
Freud, S. (1917b) “23ª Conferencia. Los caminos de la formación del sín
-
toma”. En Obras Completas, Vol. XVI (pp. 326-343). Buenos Aires:
Amorrortu Editores, 1984.
Lacan, J. (1960-1961) El seminario. Libro 8: La Transferencia. Bue¬nos
Aires: Paidós, 2003.
Lacan, J. (1957-58) El seminario. Libro 5: Las formaciones del inconscien-
te. Buenos Aires: Paidós, 1999.
Shakespeare, W. Hamlet.
Obscenidad
y desencuentro
“Así no me vas a coger, pelotudo”
El título de este
artículo está tomado de una página de Facebook, devenida luego sitio web
(https://www.facebook.com/AsiNoMeVasACogerPelotudo). Inaugurada en febrero de
2013, supera los 160.000 seguidores. Consiste, sobre todo, en capturas de
pantalla de chats en los que se producen acercamientos al menos torpes al sexo
opuesto. Si bien el material redunda en diálogos graciosos y cursilerías
varias, la estrella de la página son aquellos diálogos en los que el varón
malogra la situación con algún tipo de obscenidad. Tomo un ejemplo: la charla
es prometedora: ella le cuenta al varón en cuestión que su mejor amigo la dejó
sola…, y él le contesta: “Che, si un día estoy recontrapodrido de mi soledad,
pero posta, recontra reharto, ¿cogemos?”. Fin de la conversación. Como pequeña
venganza por la afrenta, la chica hace la captura de pantalla (cabe aclarar que
se ocultan las identidades de ambos participantes) y la envía a la página.
Este tipo de anécdota entra en consonancia con una
observación que emerge de mi práctica: el modo en que las formas de lazo
imperantes ponen en evidencia, en los varones, toda una serie de maniobras
evitativas. Maniobras que siempre existieron, pero que quedaban veladas por
una mascarada femenina que se sostenía como “objeto de conquista”, poniendo
entonces una serie de obstáculos a superar. El retroceso del varón
quedaba entonces justificado por tales obstáculos (que se presentaban tanto del
lado de la mujer como del padre, como lo evidencia el caso del “Hombre de las
Ratas”, presentado por Freud).
Hoy, aquello que de impostor tiene quien sostiene la
impostura suele quedar al desnudo. Si no hay obstáculos, entonces habrá que
producirlos. Me ocuparé en lo que sigue de una modalidad que no es novedosa,
pero que hoy adquiere modos sumamente exacerbados en los jóvenes obsesivos del nuevo
siglo: el insulto a la presencia del deseo del partenaire.
En nuestra polis, las mujeres han borrado del mapa la palabra
“amante”, cuyas connotaciones amorosas y hasta sacrificiales son evidentes. En
su lugar está ahora el “chongo”, significante que pone el acento en el carácter
de objeto del varón. Y esto no puede sino desencadenar la angustia del varón.
El pasaje del “amante” al “chongo” da cuenta, a nivel de la palabra, de una
pérdida respecto del amor, que, en su función de velo, hace soportable el
encuentro. Como afirma Lacan en su Seminario 10, es “por eso que el
amor-sublimación permite al goce condescender al deseo”.
El viejo “verso” –término que también ha perdido algo de
poesía, al ser degradado al “chamuyo”– implicaba la trama de un engaño. Se
salvaba el obstáculo con palabras de tinte amoroso que ocultaban un fin
erótico. Es la lógica del antiguo Don Juan. Hoy el chamuyo es, muchas veces,
simplemente un código, con el cual se hace humor. Otra página de Facebook,
llamada “Te quiere garchar” (https://www.facebook.com/tequieregarchar.oficial),
procede a una divertida enumeración de las ruinas del chamuyo, bajo el formato
“si (hace/dice x), te quiere garchar”.
Ahora bien, al joven obsesivo moderno la ausencia del
obstáculo le implica un problema. El avanzaba tranquilo cuando esperaba
encontrarse con una resistencia a vencer. A falta de tales obstáculos, padece
cierta desorientación. La cual va acompañada de la emergencia, en el horizonte,
del deseo de la partenaire. Y lo que escuchamos, así en la clínica como en la
vida cotidiana, es la proliferación de lo que Lacan llamó tempranamente “el
insulto a la presencia real del deseo del otro”. Ataque, ruptura de la escena,
fuga hacia adelante, que sirve a los fines de restituir el obstáculo ausente.
Mientras escribo esto, se viraliza en las redes sociales la
reversión de un dicho popular: “De la muerte, de los cuernos y de la foto de la
pija por whatsapp sin que la pidas no se salva nadie”. Hace alusión a un
exhibicionismo virtual que irrumpe por parte de los varones en el transcurso de
un chat bien encaminado y que suele poner fin a toda posibilidad de
encuentro. Allí apunta mi observación: la introducción, en un intercambio
que daría lugar al encuentro de los cuerpos, de un elemento obsceno (dicho o
mostración), que fractura la escena. Cabe puntualizar que no se trata de una
mostración perversa, sino de un modo típico de fuga obsesiva. El
perverso, en cambio, busca los datos subjetivos de la división del partenaire
–no un cortocircuito autoerótico– y por lo tanto propicia el encuentro, para lo
cual promueve y construye la escena.
“¿Qué importa mi nombre?”
El falo, por un lado, inscribe la diferencia entre los
sexos. Alteridad del Otro que trata de recubrir, tanto mediante los juegos de
prestancia con el rival, como mediante la degradación del partenaire a un
objeto serial. Implica además la lógica de la tumescencia-detumescencia. En tal
sentido, Lacan introduce su carácter de presencia, ingobernable, del deseo. Y
agrega que lo que tiene de insoportable es que no es tan sólo signo y
significante, sino también presencia real del deseo. Los lugares masculino y
femenino hacen semblante, respectivamente, de ser y tener el falo. El sujeto
masculino tiene el falo; o más bien parece tenerlo, ya que éste denuncia la
presencia real del deseo más allá de su voluntad. La mujer hace semblante de
serlo, ofreciéndose como causa de deseo. En ese punto –cuando el varón percibe los signos
del deseo–, el insulto, la injuria, aparece como defensa. Cito aquí
a Lacan: “En el fondo de los fantasmas, de los síntomas, (…) volvemos a
encontrarnos con algo que llamaré el insulto a la presencia real. Y el
obsesivo, él también, se enfrenta al misterio del significante fálico y trata
de convertirlo en manejable”.
Subrayo ese “convertirlo en manejable”, que se perfila como
el drama masculino; es una de las demandas privilegiadas del obsesivo moderno.
¿Cómo sale de allí el obsesivo? En principio, afirma Lacan, se trata de anular
el deseo del Otro: “Su primera salida, la salida inicial, la que condicionará
todas sus dificultades ulteriores, será anular el deseo del Otro”. Si el
deseo de la mujer se hace presente, el insulto, la injuria, lo obsceno, cumplen
esta función. Toman el carácter de un pasaje al acto, en cuanto supone una
fuga de la escena. Rompen el velo que sostiene la tensión del deseo,
produciendo una emergencia de la pulsión por fuera de las coordenadas
imaginarias. Implican un cortocircuito pulsional: la palabra deja de funcionar
como medio para propiciar el encuentro y se convierte en una meta pulsional en
sí misma. En términos freudianos, podríamos hablar de una desmezcla pulsional:
aquel quantum de pulsión de muerte que se juega en el encuentro sexual se
descarga de modo independiente, en la precipitación por fuera de la escena.
El obsesivo, ante el “hacerse desear” de la mascarada
femenina, responde denunciando, degradando y aniquilando lo que de engañoso
tiene toda la ficción del deseo. La página “Así no me vas a coger, pelotudo” es
en tal sentido ejemplar: los varones, por la vía de la injuria o de la
obscenidad, arruinan la posibilidad de un encuentro. Se procede a una acción
que, si hasta el momento ella se mostraba deseante, o al menos expectante, la
deja sin ganas de nada.
De este modo, el varón procura restituir su primacía en
el campo del deseo a costa de una degradación del Otro. Si ella semblantea el
ser el objeto causa de deseo –castrándolo, en cuanto lo arrastra a un terreno
donde pierde el control sobre su deseo–, el obsesivo golpea. En el
Seminario 8, Lacan advierte que la relación del obsesivo con el objeto está
esencialmente gobernada por la depreciación, rechazo, negación de los signos
del deseo del Otro.
Esta modalidad de evasión se presenta, en nuestro tiempo,
como una forma defensiva típica exacerbada. Y ello porque sirve a dos fines:
por un lado evitar el encuentro con el otro sexo, por el otro sostener y
preservar el semblante masculino. Incluso el carácter violento que adquiere el
piropo en nuestros días no hace más que asegurarse de no tener la más mínima
posibilidad de ser correspondido. Finalmente, lo que se produce es una forma
de satisfacción autoerótica disfrazada de un intento de conquista. Es que
los jóvenes varones ya no cuentan con la complicidad femenina para sostener una
posición de evitación: todo acercamiento que sostenga medianamente una escena
corre el riesgo de concretarse. Predominan entonces nuevas modalidades
obsesivas para ir al encuentro de la imposibilidad, que consisten en pulverizar
la escena.
Transcribo, para concluir, el breve diálogo, sostenido en un
boliche, que me relató una adolescente. Me parece ilustrativo de la forma de
“insulto a la presencia real del deseo” que quise delimitar en este escrito:
–Hola, ¿querés coger?
–Puede ser, pero… ¿me decís tu nombre, primero?
–¡Qué te importa mi nombre! ¿Querés coger?
Sobre cómo la
obscenidad impide el encuentro entre personas.
Escribe
Santiago Thompson *
*
Psicoanalista. Texto extractado de un artículo que se publicará en el próximo
número de la revista Imago Agenda.
Texto Compilado y corregido por la Lic. Diana Gurny