El enamoramiento como maldición
¿Qué es esto de que enamorarse puede ser una maldición? Algo
que puede desearse al peor de los enemigos… ¿Qué tiene de maldito el amor?
Morir de amor se dice, mal de amores, matar por amor, estar loco de amor, que
el amor es ciego, que el enamoramiento es una locura pasajera…
Nos serviremos de esta maldición –que en su origen escapa al
sentido que aquí le daremos- para sostener (en lo cual para nada somos
originales) la oposición que el amor (pero: ¿cualquier amor? ¿siempre?, ¿hay
distintas formas del amor?) hace a la forma de vida neoliberal. Una forma de
vida centrada en la pretensión del dominio racional total y absoluto sobre todo
lo existente. Que pretende mensurar, calcular, anticiparlo todo. Como primer
paso diremos que el amor (las preguntas son insistentes: ¿cualquier amor?
¿siempre? ¿hay distintas formas del amor?) desbarata esa intención. Volveremos
sobre estas preguntas para desnaturalizar la aseveración que circula sin
interrogación respecto de la oposición amor-capitalismo. Oposición que es,
también, entre lo medible (la pretensión de medirlo todo) y lo que no puede
serlo.
Sabemos que todo enamoramiento arroja al sujeto al ojo de un
huracán: a su alrededor todo gira enloquecida y vertiginosamente, pero ese ojo,
ese núcleo es un punto fijo… pero que lo liga a lo desconocido. El
enamoramiento se hunde –y hunde al sujeto, lo arroja- a lo desconocido. Dos temas son indecidibles
en un psicoanálisis: por qué esa elección –que muchas veces inclusive es un
encuentro mortífero, como señalara Piera Aulagnier-, y por qué esa separación.
Algo escapa a toda razonabilidad. Y no es que se trate, como bien Freud
señalara, de una locura pasajera: porque hay algo loco que permanece agazapado
en todo enamoramiento una vez devenido amor, es decir –siguiendo a Jullien- aun
cuando el amor ha sido despojado de su ruido, del ruido que produce el enamoramiento.
Ese algo es su ombligo. Que, como en el sueño, lo liga con lo desconocido. Todo
amor tiene su ombligo. Para bien y para mal. Es inevitable.
Veamos: el enamoramiento hace perder los estribos; es decir,
la pulsión saldrá a todo galope, incontenible, generando un acontecimiento
pasional, poniendo al sujeto al borde de un abismo. Puede caer en el mismo,
puede retornar o perderse para siempre. Pero ese abismo –si de amor se trata-
estará siempre allí. El enamoramiento es caos, es sin fondo: a partir de ese
caos se generará un lazo amoroso, que cobrará cierta forma para contener al
caos. “Dar lo que no se tiene a aquel que no lo es” es la provocadora sentencia
de Lacan. Sin embargo podríamos ir más lejos y decir también que el sujeto da
algo que no sabe que tiene, innombrable, y el partenaire recibirá algo que no
tiene y está en su deseo, pero que ignora no tenerlo tanto como su deseo, no
sabe lo que no tiene e ignora lo que recibe. Hay algo engañoso: se da a alguien
que no es –acá matizaremos la sentencia
lacaniana: Lacan siempre ha sido sentencioso, en el sentido en que su palabra
es una sentencia, algo que da por terminada toda discusión, que no puede ser
sometida a discusión: aclaremos, para sus enamorados, sus fascinados…luego
veremos el papel de la idealización –; diremos entonces que un aspecto de ese
otro escapa a la alteridad, es alcanzado, teñido por el estado originario de la
psique, ella misma como objeto perdido y sus sucedáneos: los primeros objetos,
ese otro prehistórico e inolvidable. Y al mismo tiempo le da algo que ignora, o
que en realidad el otro le supone. Sujeto supuesto del amor. Eso es un
aspecto/fase del enamoramiento y del amor, tanto más exclusivo y excluyente y
perdurable cuanto más la neurosis se haya hecho presente en uno o dos de los
sujetos.
Los estratos del amor
La elección de objeto –del otro del amor- tiene diversos
estratos. En el primero, dicha elección es inconsciente, o, yendo más lejos,
está referida a lo fusional que habita en el primer estrato de la psique. Tiene
que ver con el deseo de reencontrarse con un estado de indiferenciación y
fusión con el otro, prehistórico e inolvidable. Bien hace Piera Aulagnier en
hablar de la satisfacción de demanda fusionada como el primer destino del
placer y su puesta en juego en el lazo con el/la amante (no sólo con él, pero
es el tema que aquí nos ocupa). Este es el estrato al cual hicimos referencia
al hablar de aquello que liga al enamoramiento/amor a lo desconocido: hay algo,
más allá de las palabras, del sentido, que late en cada lazo, que lo liga a una
escena prehistórica, inolvidable: así es, se trata de un oxímoron. Porque nada
que sea prehistórico ocupa un lugar en la memoria, y sin embargo, hay algo
inolvidable. Porque se liga el objeto del amor a objetos prehistóricos, al
objeto a, causa del deseo, a algún rasgo, sonido, imagen, piel, gesto, caricia…
que han quedado como signos perceptivos intraducibles, pero que sin embargo
afectan a los que estarán en la serie de los objetos amorosos.
Ya más ligado a la historia del sujeto -y es algo que será
objeto privilegiado de un psicoanálisis - y que puede ser alcanzado por su Yo,
están los objetos amorosos de la infancia: “se parece a tu papá/mamá, en cómo
te mira, cómo se ríe, en tal o cual gesto, en su violencia, en su desdén, en su
desvivirse por vos…”, pero también echarán luz sobre demandas no satisfechas
del sujeto. Son los estratos privilegiados que se ponen en juego en un
psicoanálisis, ligados a lo edípico. En las neurosis vemos que se cumple
notablemente que todo encuentro (amoroso) será un reencuentro que recubrirá a
casi la totalidad del objeto amoroso: sea porque el objeto satisface esas
demandas infantiles o porque se rehúsa a hacerlo. También observaremos
elecciones reactivas a los modelos infantiles: por oposición. Lo edípico sigue
estando presente de manera exacerbada.
Del amor al odio…
…hay un solo paso. Hallamos aquí otro componente, es decir,
aquello que ignora la alteridad: reino del narcisismo y el autoerotismo. En
muchos casos -en su extremo- es el terreno de los crímenes pasionales. El otro
cumple un papel de estabilización para el sujeto, su posesión garantiza la
estabilidad del Yo, por lo cual deber ser poseído. Terreno de los celos y la
posesividad. Por eso la amenaza de su ausencia puede precipitar a un pasaje al
acto, aunque no siempre es así y encontramos casos de premeditación, con
anticipación y planificación. Intrapsíquicamente las diferencias no son muy
relevantes. Terreno del llamado femicidio: más allá de que la significación del
patriarcado puede favorecer la posesividad y denigración (posterior a la
idealización) del objeto, lo cierto es que estos elementos -posesividad y
denigración, tanto como su ligazón a cierta garantía de estabilidad yoica, pero
también por el papel que lo desconocido juega en el lazo amoroso- son muchas
veces independientes de toda significación social. El descompletamiento
producido por un deseo que se dirige a otro sujeto arrasa con el Yo. E inclina
la balanza de la profunda ambivalencia que habita a los lazos narcisistas hacia
el odio. Los celos contienen este elemento entre sus pliegues aparentemente
objetales. La demanda de presencia incondicional de ese objeto, cuya
satisfacción es vital, se interrumpe más o menos bruscamente produciendo una
crisis identificatoria.
Cuanto más peso en la elección de objeto tengan el
narcisismo y lo autoerótico, es decir, la importancia del objeto de amor para
la estabilidad del Yo, más rápido es el pasaje del amor al odio. El faltarle al
sujeto no se corresponde solamente con la insatisfacción de la demanda de
permanencia incondicional, ya que no es necesaria la ausencia real sino que
muchas veces alcanza con que el objeto no cumpla con las demandas narcisistas
del sujeto para desencadenar la furia de éste.
La tragedia está llena de casos de matar o morir de amor. O
matar y morir. Lo cierto es que hay pasiones que pueden desencadenarse en una
relación amorosa. Grandes tragedias como Otelo, Medea, Hamlet, Edipo mismo, dan
cuenta de este afecto y de una posible consecuencia del mismo: la venganza.
Pero el sujeto también puede autodestruirse, con todas las
diversas significaciones que el suicidio puede tener: venganza,
autodenigración, insoportabilidad del estado de ausencia o combinación de
varios de estos elementos.
¿Puede esto ocurrirle a ambos partenaires? Sí, puede
producirse. De hecho es la primera fase del enamoramiento, la activación de ese
ombligo, pero que hace que ambos depongan su Yo al idealizar al otro. La gran
prueba es cuando aparezca la castración en el otro: ahí puede desvanecerse el
lazo -ya que uno de los dos o ambos no toleran que el otro no sea completo y no
lo complete- o dará paso al amor, que contendrá –como vimos inicialmente- este
aspecto “loco” entre sus pliegues. En todo amor hay un núcleo de pasión: es el
combustible necesario para encender la llama amorosa. Por lo menos eso es lo
que se ha conocido en Occidente como forma. Un combustible que también puede
incinerar a ambos partenaires: Romeo y Julieta, Tristán e Isolda...
Esto hace, a mi entender, a aquello que Jullien denomina
como “el ruidoso amor”, o lo ruidoso del amor diría, que tanto habita en la
poesía, la música, la tragedia, el cine, etc.: es la hybris amorosa, la
desmesura del afecto amoroso por el otro.
La alienación, o la maldición del
amor
Mencionamos los encuentros mortíferos. Hacen honor a la
maldición, árabe para algunos, gitana para otros. En este tipo de encuentro uno
de los dos sujetos se ha apropiado del Yo del otro. Tal como Freud describiera
en su Psicología de las masas -y traspuesto al lazo de pareja-, uno de los dos
ocupa la función de hipnotizador, dominando al otro que, a su vez, lo idealiza.
El objeto ha pasado a ocupar la función de Ideal del Yo, que desaparece en el
amante. Este ha sido traccionado por el ombligo del enamoramiento y ha caído en
su abismo. Lo que debiera ser una fase del amor que aparece por momentos, ocupa
toda la escena y se prolonga indefinidamente, y en uno solo de los partenaires.
El Yo de uno de los dos es dominado por el otro: alienación. El otro deviene en
un objeto obligado, ligado a un placer obligado y a una vida obligada. También
se relaciona con el asesinato del otro, que suele producirse cuando el sujeto
recupera su Yo y amenaza con dejar a su amo.
Mientras el amor implica una relación de simetría (Aulagnier),
con reconocimiento de la alteridad, en la alienación se trata de una relación
asimétrica. El otro ha devenido indispensable: es fuente exclusiva de todo
placer, y se ha ubicado en el registro de la necesidad. No se trata de una
pasión compartida, sino de la idealización que un sujeto realiza sobre el otro.
Al mismo tiempo es vivido como el único sujeto que puede proveerle del placer
de meta fusionada. Pero ese otro -y esto es fundamental- puede poseer un deseo
de alienar, de dominio sobre quien lo idealiza: para él/ella el otro también
ocupa un lugar fundamental en el registro de la necesidad. La ruptura del
contrato de sumisión -en el cual interviene una importante corriente
masoquista- puede desencadenar lo peor: “Si no es mío/a no lo será de nadie”.
El amor y la simetría
Llegamos así a los aspectos más “exteriores” de la relación,
a su proyecto, su modalidad, lo que tanto Badiou como Jullien llevan a pensar
como vida de a dos: tienen que ver con el Yo (Je) de los sujetos. Porque más
allá del ombligo del lazo, que es parte de su cemento, está ese otro cemento,
que es el del encuentro, el de la posibilidad de superar la exterioridad
absoluta con el otro, hace a la capacidad de entrega, de interpenetración.
Entramos en el terreno que Piera Aulagnier designa como relaciones de simetría.
Veamos algunos párrafos del recorrido que ella hace por esta cuestión. Indican
claramente lo que Castoriadis designa como superación de la exterioridad
recíproca: es el ir hacia el otro, reconocerlo en su alteridad, abrirse a ese
otro…
“La simetría no es la
identidad sino exactamente una analogía, una reciprocidad en un poder afectivo
del que ambos participantes gozan recíprocamente. (…) La relación de simetría o
la relación de amor es una relación en la cual:
1) cada uno de los dos Yo en presencia convierte al otro en
el depositario privilegiado pero no exclusivo de sus demandas de placer;”
Diremos nosotros: esto es porque si fuera exclusiva pasaría
a ser una relación pasional, de alienación; en este caso, el otro está afectado
por la castración, no colma al sujeto y la idealización puede ser depuesta; al
mismo tiempo esto habla de la importancia para el Yo del lazo con otros por
fuera del objeto amado.
“2) cada uno de los dos Yo preserva al otro como soporte de
su libido gracias a un representante psíquico del otro, y gracias a la relación
pensada en ese otro que fija la libido, y que le asegura su objeto durante la
ausencia real del amado o durante ciertos momentos de conflicto.
3) cada uno de los dos Yo reconoce que el poder de placer
siempre es proporcional al poder de sufrimiento; lo reconoce y acepta los
riesgos, sabiendo que estos riesgos son inseparables del placer que uno da, así
como del que uno recibe. Esta reciprocidad, por sutil que sea, viene a limitar
la dependencia del amante con respecto al amado, y la torna compatible con esa
parte de autonomía de las catectizaciones narcisistas que el Yo tiene la
obligación de preservar”. (Aulagnier, 1980, págs. 164/5)
El amor aparece claramente diferenciado de las
manifestaciones de la pulsión de muerte, salvo en aquello que Piera Aulagnier
denomina como encuentros mortíferos y las relaciones de alienación, a los
cuales ya nos hemos referido. Desde el punto de vista de la tendencia a la
objetalización que produce el amor, diferenciando de las elecciones
narcisistas, hay un reconocimiento del otro en la elección objetal. En el
narcisista no, aunque Piera Aulagnier va a señalar la predominancia de una de
las libidos, pero están ambas. Cuanta más libido objetal, más alteridad es
reconocida.
Más allá del amor (¿?)
Apenas nos referiremos a la propuesta de François Jullien
que está en su texto Lo íntimo. Lejos del ruidoso amor. También a la propuesta
de Alain Badiou en Elogio del Amor.
Para Jullien en la intimidad (que a nuestro entender es una
suerte de más allá del amor) el otro nos penetra: todo encuentro íntimo
implicará una interpenetración que se da en un espacio entre, en el cual lo
íntimo de cada uno se pone en juego, enlazándose; haciendo lazo. El otro abre
mi interioridad, hace caer una barrera, y ambas interioridades conviven, es una
vida íntima de a dos. Esta es sin duda la más profunda dimensión del lazo entre
los sujetos, coexistiendo con lo amoroso y lo erótico, que pueden o no llegar a
ese punto de lo íntimo. Lo íntimo es heredero del ágape cristiano, pero va más
allá de éste. También del eros griego. “No hay, como en la educación helénica
mediante el eros, superación, elevación y sobre calificación de un ‘sí mismo’
por colmar la falta; sino que la renuncia a sí mismo descubre, en el encuentro
con el Otro y con su Afuera, el recurso en sí mismo de algo más profundo que sí
mismo, y forma al sujeto verdadero que se torna nuevo. No obstante, lo íntimo
se distingue del ágape en que no despega una cosa de la otra: no separa lo
sensual y lo espiritual” (Jullien, 2016, pág. 151)
El amor implica de por sí una impostura que reasegura frente
a lo desconocido: nos amamos, estamos seguros en ese afecto que se alza como
barrera frente a la posibilidad de aparición de lo íntimo. Del acontecimiento
de lo íntimo. El amor implica ambivalencia mientras que lo íntimo implica
ambigüedad. “Lo íntimo es el acontecimiento (advenimiento) que forma una cesura
y lo cambia todo” (Jullien, 2016, pág. 156)
Nosotros sostendremos que el amor puede ser trascendido por
lo íntimo que se hace presente en él, siempre y cuando no se retroceda ante
ello. Una vez terminado al amor y lo íntimo de éste, “devolvemos al Otro a su
afuera, lo abandonamos a su exterioridad” (Jullien, 2016, pág. 40)
Amor y neoliberalismo
Para Jullien la posibilidad, una vez arribado a lo íntimo,
es la vida de a dos. Y lejos del ruido del amor: de su fetichismo. Pero
–agregamos- un ruido sin el cual la vida de a dos se ve imposibilitada, y que
si fuera lo único también la imposibilitaría. Para Badiou el amor implica
trascender el narcisismo. El amor es un trabajo (en esto coincide con Chico
Buarque de Hollanda, que es quien sostiene además que no tiene medida); “El
amor se centra en la mera esencia del otro, en el otro tal como surgió,
totalmente armado con su ser, en mi vida, que está como consecuencia
trastornada y rearmada” (Badiou, 2012b). Hace así alusión al amor como
acontecimiento, en un modo claramente relacionado con lo que plantea Jullien.
“La declaración de amor marca la transición de azar a destino y por eso es tan
peligroso y está tan cargado de una suerte de horroroso miedo escénico”.
(Badiou, 2012b)
Es este riesgo de la aparición de amor y de la mano de éste
de lo íntimo lo que la sociedad neoliberal pretende evitar, ya que la apertura
de lo que no tiene medida va contra la tendencia del capitalismo a que todo lo
tenga y esté así ordenado y dirigido de acuerdo a la mercantilización de la
vida en todos sus aspectos. Hablamos entonces de este amor, respondiendo así a
las preguntas de inicio de este texto.
Lo que va en contra de esta posibilidad es lo que Bauman
señala como la propensión de la sociedad neoliberal a favorecer/promover
relaciones que estén puramente focalizadas en la utilidad y la gratificación:
evitando así la aparición de lo íntimo, que se sitúa por fuera de las
relaciones de intercambio de producción y consumo, es más: las enfrenta. La obsolescencia
planificada, el consumismo, el elogio de la fugacidad de la mano de la
aceleración de la temporalidad, la “vida ahorista”, trabajan en contra del amor
y el surgimiento de lo íntimo. Que a su vez actúan en contra de esa ola que
pretende cubrirlo todo.
Más clara queda aún la convocatoria que Freud hiciera a Eros
como salvaguarda de la autodestrucción de la sociedad. Porque, finalmente, la
exaltación del narcisismo y de lo autoerótico actúa contra Eros llevando a un
repliegue subjetivo. Y ese es un movimiento mortífero. “Ojalá te enamores”
puede así hallar un sentido positivo, ya no ser sencillamente una maldición,
sino una esperanza. Esperanza que para Green hace a la lógica del deseo.
[*] Recomiendo la lectura previa de Eros, el amor, que servirá
como introducción a este texto. Lo expuesto allí solo será mencionado
tangencialmente en este trabajo. Y para un mayor desarrollo de temas tratados
aquí, el texto Lo íntimo, la sociedad actual y el sujeto, próximo a ser
publicado en revista Docta, de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba,
Argentina. También, en este número de El Psicoanalítico De los amores y de la
coartada del Amor, de María Cristina Oleaga, y El uno para el otro, de Jorge
Besso, por los elementos en común e intersecciones que tienen dichos textos. Es
un ejercicio interesante e iluminador “cruzar” estos textos (El Psicoanalítico
se alimenta y promueve los mismos) con el texto de Eduardo Müller La maldición
borgiana, en este mismo número.
Bibliografía
Aulagnier, Piera, Los destinos del placer. Alienación, amor,
pasión, Argot, Barcelona, 1980.
Badiou, Alain, Truon, Nicolas, Elogio del amor, Paidós,
Buenos Aires, 2012.
Badiou, Alain. “El amor es la forma mínima de comunismo”,
The Guardian/Clarín, Buenos Aires, 2012b)
Bauman, Zygmunt, Vida de consumo, Fondo de Cultura
Económica, Madrid, 2014.
Jullien, François, Lo íntimo. Lejos del ruidoso amor, El
cuenco de Plata, Buenos Aires, 2016.
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