domingo, 13 de agosto de 2017

LA MUJER COMO SINTOMA DEL HOMBRE





En el cap XII de Psicología de las Masas, Freud nombra las dos únicas cosas que caen fuera de la serie de la formación de la masa y que además tiene carácter disolvente respecto a ella: el síntoma y el amor por una mujer. Diferencia en este punto, "este amor" del formulado en el cap Enamoramiento e hipnosis. Dice Freud: " El amor por la mujer irrumpe a través de las formaciones de la masa, de la raza, de la segregación nacional y del régimen de las clases sociales, consumando así logros importantes desde el punto de vista cultural". De igual modo que este amor, el síntoma es asocial.
Se corresponde con la primera parte del cap IV de "El malestar en la cultura", donde el autor indica, "amor por una mujer que lleva a la procreación de hijos como primer valor cultural". Aquí Freud plantea que la convivencia de los seres humanos tuvo un fundamento doble : la compulsión al trabajo y el poder del amor, pues el varón no quería estar privado de la mujer como objeto sexual y ella no quería separarse del hijo, carne de su carne. Agrega, luego, que por la vía del erotismo genital, el ser humano se volvía dependiente de un fragmento del mundo exterior, del objeto de amor escogido. En consonancia con esto, en la clase del 21-1-75 del sem RSI, Lacan escribe que "Un padre...hace de una mujer, objeto a que causa su deseo... De lo que ella se ocupa, es de otros objetos a que son los hijos".
Para Freud, el síntoma es "una transacción", "una formación de compromiso", algo se pierde del deseo para ganar goce fálico que luego se estanca, se conserva instalando la repetición.
Para Lacan, en un análisis, gracias al síntoma, el sujeto puede recuperar algo de la "verdad" de su "deseo", que llega "cifrado y no reconocido", por lo cual requiere de la interpretación.. Esto "cifrado y no reconocido" como huella del síntoma, es aquello que el sujeto cedió, traicionó de su deseo. De esto no pueden no quedar consecuencias que se delatan por el síntoma a través de la insistencia significante.
Finalmente, en La Tercera, Lacan dice que el síntoma viene de lo real, el síntoma es ante todo algo que no cesa de escribirse de lo real, entonces el síntoma no se reduce al goce fálico. El sentido del síntoma es lo real, lo real en tanto se pone en cruz para impedir que las cosas anden, que anden en el sentido de dar cuenta de si mismas de manera satisfactoria. Algo se atraviesa en el medio. La verdad se olvida. Luego, todo depende de que lo real insista.
Es en este sentido que también las mujeres expresan sumamente bien lo real porque las mujeres son no-todas.Según Lacan no existe una esencia de la femineidad y ésta de todas formas no estriba en la castración. Tampoco existe una identidad femenina en el sentido de un universal de la mujer, como existe un "universal" del varón y a esto se refiere cuando afirma que "La Mujer no existe".
Para el inconciente, el goce sexual se localiza alrededor del falo, como dijo Freud. Pero una disimetría se instaura. Un varón centra todo el goce sexual alrededor del falo. Su goce entonces es "uno": "el goce fálico es el obstáculo por el cual el varón no consigue gozar del cuerpo de la mujer porque el goce del órgano es precisamente de lo que goza el", dice Lacan en el sem XX. Un hombre no podrá gozar de ese cuerpo como todo, gozará de una parte de él, abordará a la mujer como objeto a, causa de su deseo. Agregamos que esta localización del goce obstruye al varón la apertura a lo real aunque no la hace imposible.

En cambio, el goce de una mujer es doble, dividido, "no todo" fálico. Una parte se localiza alrededor del falo, según las modalidades especificas del complejo de castración femenino, mientras que la otra parte permanece desconcentrada, no representable por el inconciente. Esta parte "otra" del goce es mas allá de la significación fálica pero no sin pasaje por ella, por lo tanto, no estriba en un principio único que se podría llamar "femineidad".Aún así, la mujer puede acceder a la femineidad de modo singular para cada una, mediante la construcción de una elucubración a partir de los datos de su inconciente y sometida a las necesidades de su exigencia pulsional.
La identidad femenina es de cada mujer siendo no toda. Se trata del goce no todo de cada una que surge contingente. Dice Alejandro Viviani : " Una mujer, de modo contingente, aparece de manera imprevisible gozando de su cuerpo, "cesa de no escribirse". Cuando "cesa de no escribirse" desde lo real surge un sujeto que estará referenciado a la Ley"
En la otra vertiente, la del objeto resto, la parte no fálica del goce femenino puede ser angustiosa, puede presentarse como un vacío extraviante o bajo la forma de excesos repentinos e imprevisibles que pueden desencadenar el acting o caer en el pasaje al acto.
Al punto que el ser de ella puede encarnar la pulsión de muerte, en esa actitud tan decidida y radical en la que se juega para el sujeto, un antes y un después de su acto, como en el caso de Antígona o de Medea. Es el punto donde la mujer es incastrable.
"Para quien está entorpecido por el falo, ¿qué es una mujer?. Es un síntoma" , dice Lacan en la clase ya mencionada. Y agrega, lo es, en la medida que el hombre cree "alli", " uno cree que ella dice efectivamente algo". Creer alli, creer que hay un lugar éxtimo, creer en lo real. En efecto, la mujer al igual que el síntoma tiene un carácter hetero con relación al sujeto. Freud mencionaba al síntoma como "una tierra extranjera interior".
En Lacan, una mujer no sólo se inscribe para el hombre como objeto a sino precisamente como síntoma. La mujer como síntoma quiere decir que el núcleo de goce es petit a y que la partenaire es aquí envoltura de petit a, exactamente como lo es el síntoma.
La femme es la mujer que hizo la identificación no-toda, la que guarda en si, un modo de figurar lo real. Sólo si es "femme" puede ser síntoma para un hombre. No así, la mujer fálica, la mujer-madre.
La pere-versión del padre es hacer a la mujer, objeto a, causa de su deseo, es decir, hacerla su mina, no tomarla sólo como madre aunque haya mujeres que no se dejan porque están cerradas a su propio real, aunque haya hombres que no sepan cómo.
La función del padre real es hacer de una mujer su síntoma. El padre intercepta el goce fálico de la madre hacia el niño, evitando que el exceso de este goce sea vivido como goce del Otro para el niño.
Entonces, el padre abre la posibilidad al goce fálico, al mismo tiempo que lo limita.
La fórmula lacaniana "no hay relación sexual" implica que hay una falta de goce estructural inherente al sujeto que habla, una inadecuación del lenguaje y del ser que constituye en última instancia la causa del deseo.
Desde ese punto de vista, el síntoma es mas bien una suplencia de ese goce faltante. Es , por lo tanto, un montaje significante sostenido por la versión particular que tiene el sujeto de lo que es el goce, me refiero al fantasma : un montaje productor de goce precisamente allí donde no existe un instinto natural que diga al sujeto cual es su objeto adecuado. El neurótico no quiere saber nada de esa verdad que dice que el objeto de su felicidad, el objeto adecuado para su goce, falta irremediablemente. Por eso sostiene que esta falta de la que sufre es consecuencia de la voluntad de algún Otro. En términos de Lacan diríamos que sostiene la teoría de que el Otro quiere su castración.
Si no hay finitud a nivel del sentido del síntoma, es porque no hay relación sexual. Ese sentido puede tomar la forma de una mujer como síntoma del hombre, en tanto que éste se definiría como entorpecido por el falo que imagina tener.
El falo es lo que nos impide tener una relación con algo que sea nuestra contrapartida sexual. Implica una renuncia a un supuesto goce absoluto. Es lo que nos permite decir que el goce del Otro es imposible, abriendo el camino a un goce posible, el goce fálico.
La ley con su correlato, la castración pone límite a un goce absoluto dando lugar a ese goce posible y permite el encuentro sexual en términos en que el fantasma de cada partenaire se dirige a su Otro. Porque no hay relación sexual, el encuentro sexual es posible.
Nuevamente en la clase ya mencionada del sem. RSI, Lacan dice que para que un sujeto entre en análisis, tiene que creer que el síntoma quiere decir algo que habrá que descifrar. En el sem X, el autor indica que para que el síntoma salga del estado en el que aun no estaría formulado, es necesario que el sujeto advierta que hay una causa. Muchas veces ese momento se vincula con el encuentro con una mujer, a partir del cual se actualiza el síntoma o se produce una interrogación novedosa en relación al mismo. Creer que ella, la mujer, pudiera decir algo relativo a una verdad es solidario con creer que algo del propio sujeto puede ser descifrado. La conección entre el síntoma y una mujer resulta aquí evidente. "Uno cree lo que ella dice : es lo que se llama el amor" dice Lacan. Entonces, diremos que el amor es una creencia que pone límite al poderío fálico del varón.
Aún mas, podríamos pensar que el encuentro con una mujer se halla, a veces, en las bases de constitución del síntoma?. Por ejemplo, en el caso del hombre de las ratas, las ideas obsesivas relativas a la muerte del padre, se articulan con su encuentro con el Otro sexo.
En el sem 23, clase del 18-10-75, Lacan define el síntoma bajo la forma del "pero no eso" y articula esta modalidad con la no existencia de la mujer como toda. Las mujeres son no todas significa que ellas no se prestan a la generalización falocéntrica. Mas aún, le hacen una frenada al goce fálico del varón.
"Pero no eso" alude a lo singular, que lejos de demostrar la regla, la objeta. "Pero no eso", entonces, es la voz que se levanta frente a toda prescripción de uniformidad.
En cambio, el fantasma reposa en el "es eso", en el sentido en que su lógica se liga con la obturación del no todo. Sucede que el fantasma intenta velar como respuesta al deseo del Otro, en todos los casos, aunque su vacilación indique la imposibilidad de tal pretención. Entonces, no sólo vela lo real sino que también es entrada a lo real.El carácter masculino del fantasma masoquista, paradigma de todo fantasma, se entronca con que elide el no todo, velando así la diferenciación sexuada.
Podemos pensar que si una mujer es síntoma de un hombre lo es como lo imposible de reducir a la generalización fantasmática falocéntrica, apuntando en esa resistencia a lo singular. Esta función de tapón no es nunca totalmente cumplida, por el contrario en una relación de un hombre con una mujer siempre ocurre alguna cosa que cojea, algún fracaso, una falla, "eso no va". Es por lo que se califica a la mujer de síntoma.

El síntoma continua indicando lo insoportable, lo imprevisible, lo impensable, lo que vuelve al mismo lugar. La mujer viene como suplencia de la relación sexual imposible de escribir, permanece como síntoma.
Si una mujer es un síntoma, no sabríamos como curarlo. Curarse de una mujer, podría ser el producto imaginario del fantasma del obsesivo. "La mujer no existe, la mujer es el sueño de un hombre. Hay mujeres", dice Lacan. Hay mujeres, también dice J Sabina, hay mujeres veneno, mujeres imán, mujeres de fuego y helado metal, mujeres consuelo, mujeres fatal.














LILIANA LAMOVSKY
(*) Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis, Tucumán, 2003.

BIBLIOGRAFIA
Freud S. : Psicología de las Masas y Análisis del Yo.
El Malestar en la Cultura
Lacan, J. : Sem. La Angustia.
Sem. La lógica del fantasma.
Sem Aún.
Sem. RSI.
Sem. El Sinthome.
La significación del falo. Escritos II.
Cardozo H. La mujer en la obra de R. Wagner. Ficha.
Viviani A : Sexualidade : feminina/ masculina. Sao Paulo. Experimento. 1996




PALABRAS CLAVES : síntoma, goce fálico, goce de la mujer, amor, no hay relación sexual, femineidad.

El goce

EL psicoanálisis y la violencia
El goce :
“El problema no es que duela , el problema es que me guste”

El problema no fue hallarte
El problema es olvidarte
El problema no es tu ausencia
El problema es que te espero
El problema no es problema
El problema es que me duele
El problema no es que mientas
El problema es que te creo

El problema no es que juegues
El problema es que es conmigo
Si me gustaste por ser libre
Quien soy yo para cambiarte
Si me quedé queriendo solo
Como hacer para obligarte
El problema no es quererte
Es que tú no sientas lo mismo
Y como deshacerme de ti si no te tengo
Como alejarme de ti si estás tan lejos
Como encontrarle una pestaña
A lo que nunca tuvo ojos
Como encontrarle plataformas
A lo que siempre fue un barranco
Como encontrar en la alacena
Los besos que no me diste
Y como deshacerme de ti si no te tengo
Como alejarme de ti si estás tan lejos
Y es que el problema no es cambiarte
El problema es que no quiero
El problema no es que duela
El problema es que me gusta
El problema no es el daño
El problema son las huellas
El problema no es lo que haces
El problema es que lo olvido
El problema no es que digas
El problema es lo que callas
Y como deshacerme de ti si no te tengo
Como alejarme de ti si estás tan lejos
Como encontrarle una pestaña
A lo que nunca tuvo ojos
Como encontrarle plataformas
A lo que siempre fue un barranco
Como encontrar en la alacena
Los besos que no me diste
Y como deshacerme de ti si no te tengo
Como alejarme de ti si estás tan lejos
Y es que el problema no es cambiarte
El problema es que no quiero
Como encontrarle una pestaña
A lo que nunca tuvo ojos
Como encontrarle plataformas
A lo que siempre fue un barranco
Como encontrar en la alacena
Los besos que no me diste
Y como deshacerme de ti si no te tengo
Como alejarme de ti si estás tan lejos
El problema no fue hallarte
El problema es olvidarte
El problema no es que mientas
El problema es que te creo
El problema no es cambiarte
El problema es que no quiero
El problema no es quererte
Es que tu no sientas lo mismo
El problema no es que juegues
El problema es que es conmigo         Arjona
 

Mi encuentro con el psicoanálisis parte de un síntoma adolescente que me lleva a la biblioteca del colegio donde encontré el libro “la neurosis obsesiva “ de S. Freud, a partir de ahí, no deje de leer y luego estudiar psicoanalisis. Esta primera lectura que apenas entendí decidió mi elección de la carrera de psicología. En aquel momento la convulsión política y social de nuestro país me alejo de las aulas y me condujo a otros lugares de estudio más interesantes, donde pude estudiar con Raul Sommer, German Garcia, Anabel Salafia y entrar a formarme a la Escuela Freudiana de  la Argentina en los años 1978. En el 76 ingrese a la UBA, Facutad de Psicología.
 Un tema que ha adquirido protagonismo en la época actual es la violencia, de lo que ha escrito bastante, por lo que me parece interesante centrar en este tema la entrevista. En la actualidad, las figuras de la violencia o lo violento proliferan – violencia de pareja, violencia hacia la mujer, Bullying, feminicidios, violencia hacia los niños, violencia política, etc. – la que se liga directamente con la vulneración de los derechos humanos, los que se promueven por doquier “para todos”. ¿Cómo pensar la violencia desde el psicoanálisis lacaniano?
La violencia no es un accidente del ser humano y del lazo social, es una respuesta fallida a un conflicto que vehicula la tensión inherente al sujeto y a la sociedad en la que vive. Freud se refirió a esto con su concepto de la pulsión de muerte para indicar que la palabra y su universo simbólico no bastaban para absorber ese conflicto constitutivo del sujeto y de su vínculo al otro. La palabra regula y frena esa satisfacción que desborda al ser hablante pero el empuje superyoico, ese imperativo del ¡Goza!, nos empuja a buscar el malestar más que el bien. Lacan llamó a eso el goce.

El drama de la primera guerra mundial, que dio al traste con la felicidad del mundo de ayer que tan bien nos recordó Stefan Zweig, le sirvió a Freud para leer en las neurosis traumáticas de muchos de los combatientes esa pulsión de muerte, velada por los ideales victorianos. No siempre queremos el bien, a veces nos esforzamos denodadamente para buscarnos la ruina: consumos, conductas de riesgo, accidentes de tráfico, hábitos poco saludables, violencias varias. Lacan hablaba del odio sólido para mostrar como su fin no es otro sino el de reducir al sujeto a un desecho, a un puro objeto de rechazo.

Reconocer la existencia de esa pulsión es la primera condición para poder limitar su poder destructivo, aceptando entonces que nuestro objetivo no será la erradicación (imposible) de la violencia, sino su delimitación. Conocemos muchas experiencias que muestran como las pretendidas políticas de erradicación de la violencia no hacen sino desplazar ésta a otras escenas más ocultas o desviadas del foco mediático.

La violencia necesita encontrar un destino, vehicular esa tensión y para ello históricamente se han creado rituales como tratamiento de lo pulsional del sujeto. Lo constatamos en muchos ritos festivos, donde servía de colofón, animada por el consumo de tóxicos, de muchas fiestas populares, Allí los jóvenes, tolerados y animados por el orden social adulto, libraban sus cuerpos al combate. Todo ello formando parte de un ritual que incluía las coordenadas simbólicas en las que esos actos violentos cobraban sentido. Las peleas entre barrios (contradas) en la fiesta del Palio de Siena o los enfrentamientos verbales entre aficiones en el estadio son ejemplos de esta violencia que busca una salida “protocolizada” a lo pulsional de cada sujeto.

La edad de la ira I, Oswaldo Guayasamín.
¿Cuál es la relación entre violencia y agresividad?

 La distinción clásica entre ambas hace referencia al carácter individual y subjetivo de la primera frente al carácter social y colectivo de la segunda. La agresividad se presenta como una potencialidad individual que, según las teorías, puede estar ligado a lo instintual o a la formación del yo.

La violencia, por el contrario, es un fenómeno social que se manifiesta en acto y que se relaciona con un discurso que la articula. Puede dirigirse a uno mismo, al otro o a los objetos.

Para el psicoanálisis de orientación lacaniana hay un concepto común a ambos más interesante que es el de goce que a su vez une la libido y la pulsión de muerte. La pulsión de muerte, que no tiene fundamento instintual, es constitutiva del ser hablante como efecto de la incidencia del lenguaje. Esta incidencia se manifiesta en una alienación al otro y un consentimiento a ser representado por el significante amo (S1). A partir de aquí constatamos un doble efecto:

1. Por un lado la falta-en-ser presentificada en el ($) y en el objeto (a) como agujero. Tenemos allí el dolor de existir, el misterio del ser
2. Por otro, la pulsión de muerte que empuja –vía el superyó- a la recuperación del goce vía el plus-de-goce del objeto a. Se trata de algo mudo que empuja a la satisfacción gracias al superyó que es uno de los avatares de la pulsión de muerte.

Lo que define el goce es el riesgo de muerte y se convierte en una exigencia fundamental del ser. A partir de esta operación básica podemos pensar la agresividad como eso pulsional del sujeto que es constitutivo, que lo causa y que va a ser tratado a partir de los recursos simbólicos a su alcance.

Cuando el anudamiento entre ese goce y la lengua no funciona, no hay traducción posible, se produce la violencia como su puesta en acto bajo sus diferentes modalidades. Allí surge el acto y la violencia como cortocircuito para recuperar la sensación del cuerpo que se escapa (lo real). Se trata de una elección ya que frente a lo real las respuestas son diversas: podemos identificarnos a la realización de la cosa o bien hacernos una imagen de nosotros mismos, localizar lo indecible del goce y separarnos de él.

 Otro efecto epocal es la proliferación de las víctimas, que ha sido llamada “victimización o desresponsabilización generalizada”, ¿cómo se puede entender esto desde el psicoanálisis?

 Hoy ser una víctima tiene unas connotaciones diferentes de las de épocas anteriores. Nuestra hipótesis es que ante el eclipse de la figura del padre y de sus derivados (cura, maestro, gobernante) el ejercicio de la violencia pierde su monopolio y pasa a generalizarse entre los iguales. La violencia deja de pivotar alrededor de esa figura central que ordenaba, en un marco simbólico férreo, el lazo social definiendo bien los lugares, para extenderse en la horizontalidad de los sujetos (alumnos, hermanos, ciudadanos). Ahora todos, amo incluido, pueden ocupar el lugar de víctimas. Esa cierta orfandad favorece su identificación al lugar de la víctima, al “Todos víctimas” como un nuevo lazo social que se propone en nuestra época para tratar el traumatismo, inherente al ser hablante. Todos tenemos una parte de real por tratar, una satisfacción que nos incomoda y no sabemos cómo hacer con ella. Una vergüenza con la que vivir y cuya tentación de desconocer es grande y marca lo que Miller nombra como “la ley de la victimización inevitable del yo”.

Víctima es hoy un significante amo que nombra el ser del sujeto, omnipresente en nuestras vidas y en el discurso corriente. Su uso múltiple da cuenta de cómo la tentación de la inocencia, a la que se refería Bruckner, ha devenido ya una victimización generalizada. Hoy cualquiera tiene “razones”para tomarse como víctima: desde la violencia intrafamiliar a los retrasos en los vuelos, pasando por las estafas bancarias o los incumplimientos políticos.

Nuestra condición original de seres hablantes nos convierte en cierto modo a todos en víctimas del lenguaje. Es por esto que la condición de víctimas nos es tan familiar porque está ya en el origen. La tentación es acogernos a esa posición cada vez que encontramos un impasse y llegar a obturar de esta manera la implicación subjetiva de cada uno en todo ese proceso, el reconocimiento de aquello que para cada uno se juega en esa escena. Esa pasividad que en muchas ocasiones implica el significante mismo de víctima, supone que el sujeto, al igual que vemos en las categorías diagnósticas, queda mudo, sepultado tras esa “nominación para”quedando escondido su pensamiento y su temores ante la posibilidad de ser activo.

Una víctima es alguien de quien se habla, en nombre de la cual se realizan actos políticos, educativos o terapéuticos, pero su inclusión en la clase “víctima” la excluye del acceso a la palabra y en ese sentido la des-responsabiliza en relación a la causa, si bien eso no la vuelve incompetente para hacer algo frente a ese abuso. Se trataría pues, en nuestra escucha como analistas de apuntar a lo singular de la víctima más que a aquello que la colectiviza y la atrinchera en la categoría social de “víctima de…” diluyendo así su singularidad y su responsabilidad.

Lo singular de la víctima se opone a la universalización del concepto víctima. Una de las enseñanzas que nos proporciona la clínica es verificar, en el caso por caso, el uso off label (particular) que muchos sujetos hacen de ese significante para desmarcarse de esa nominación.

Víctima puede ser la ocasión de no hacerse cargo de lo que a uno le sucede imputando al otro siempre la responsabilidad. Pero también víctima es la oportunidad de hacerse escuchar, de usar ese significante para dirigirse al otro y denunciar su abuso. Víctima incluso puede ser el nombre que uno se da para mantener una dignidad cuando es despojado de sus recursos más básicos.

El psicoanálisis no desconoce el sufrimiento que implican los fenómenos de violencia y su orientación hacia lo real, hacia aquello más íntimo de cada uno, supone pensar al ser hablante como responsable –el que puede responder de sus hechos y dichos- más que como sujeto pasivo.

Las manos de la protesta, Oswaldo Guayasamín.


 En relación a la violencia intrafamiliar, al parecer la tendencia es ubicar la violencia ejercida específicamente en la pareja ligada a un tema de género, en donde – al menos en Chile – el sesgo es mujer víctima, hombre agresor-victimario y además alcohólico, cómo poder pensar esa relación de un modo distinto, alejado de la criminología y que no cristalice esas posiciones.

La complejidad del fenómeno implica formular una primer respuesta: no hay una explicación simple del fenómeno en términos unicausales (educación, poder, patología,..) como tampoco hay la solución, hay soluciones, respuestas en plural. Tomemos, en primer lugar, la perspectiva del maltratador y descartemos los casos episódicos, aquellos donde el maltrato aparece como una respuesta puntual, sin continuidad, fruto de una contingencia reactiva o de una patología mental muy evidente.

Para la mayoría de los casos podemos partir de una dificultad subjetiva del maltratador, generalmente sin conciencia mórbida, de la que nada quiere saber y que encuentra en la respuesta violenta una salida que lo protege de esa dificultad, aunque sea al precio de la desaparición del partenaire. Esa dificultad tiene que ver con una idea fantasmática sobre su posible desaparición o anulación como sujeto, una idea que no por inconsciente opera menos (más bien al contrario), y que toma la forma imaginaria de una falta de valor, de un poder disminuido, de una potencia que desfallecería, de una falta de reconocimiento, de un sentimiento íntimo de sentirse “en menos”.Es por eso que para protegerse de ese temor proyectan esa desaparición y esa impotencia en la pareja: son ellas las que no saben, ni pueden hacer las cosas bien y son por tanto objeto de desprecio como deshechos.

Para que el maltratador pueda sostener su realidad psíquica y social le es necesario, entonces, esa disyunción entre su condición de sujeto poderoso (persona digna) y la de la pareja como objeto degradado. Es por eso que para obtener la satisfacción sexual –momento crítico para la verificación de la potencia masculina- es necesario el previo sádico de la agresión (forzamiento, violación). Sólo así es recuperable el deseo sexual. Este aplastamiento del otro es lo que le previene de la angustia propia del acto sexual. La paradoja, dramática, es que esa respuesta de aniquilación del otro implica, en muchos casos su propia desaparición, como se ve en muchos casos donde al asesinato de la pareja le sigue el suicidio –o tentativa- del agresor.

¿Qué subjetividad encontramos del lado de la mujer maltratada? Aquí también cabe hacer el previo de la particularidad de cada caso y las diferencias evidentes entre los casos episódicos y los patrones de relación continuados. Uno de los mitos es el del masoquismo de estas mujeres como explicación causal. Hemos visto que en el maltrato –en cualquier maltrato-lo que está en juego es la destrucción de toda posición de sujeto en privilegio de su posición de objeto. Esto se confunde con el mal llamado masoquismo femenino: “¡será que les gusta!”.

Esta confusión no ocurre por casualidad, se apoya en una razón de estructura. La pregunta ¿qué es una mujer, como se comporta una mujer? encuentra una posible respuesta en la relación de pareja en la cual la mujer puede consentir a ocupar un lugar causa del deseo del hombre y que le permita a ambos obtener una satisfacción de acuerdo a su fantasía sexual. Es únicamente en el contexto y el marco de esta relación sexual que la mujer ocupa ese lugar de objeto del deseo. No se trata –en la mayoría de los casos- de una posición permanente y que afecte al conjunto de la vida de esa mujer. La clínica y nuestra experiencia cotidiana nos muestra esa diferencia, que a veces aparece como una disparidad paradójica, entre lo que es la vida pública o familiar de una pareja, en la que cada uno desempeña un rol bien definido y esa otra escena, la vida íntima donde a veces esos roles se intercambian radicalmente, de tal manera que el marido seguro, decidido y en aparente control de la situación social se muestra en escena sexual como alguien vacilante, vulnerable o incluso con claras preferencias a ser humillado y castigado por el partenaire. Lo mismo en el caso de la mujer identificada a ideales de mujer autónoma, independiente, que en su vida sexual, sin embargo, acepta ciertas propuestas de su pareja difíciles de conciliar con esos ideales.

Por supuesto no se trata de ninguna patología, al menos no en la mayoría de los casos, se trata de la puesta en acto de la escena fantasmática y de las condiciones de satisfacción que cada miembro de la pareja encuentra ¿Cuál es el límite de eso a lo que una mujer –ya que nos referimos a la violencia de género- puede consentir en la relación con su pareja? ¿Dónde poner la frontera entre un amor sexualizado y bien tratado y un amor claramente patológico y maltratado?

Una primera respuesta tiene que ver con la capacidad de maniobra del sujeto. No es lo mismo poder ocupar y abandonar una posición que quedar fijado a ella. Poder pasar de objeto en la escena fantasmática a sujeto en la relación o quedarse fijado a ese lugar de objeto del goce del otro. Por eso vemos a mujeres que responden rápidamente frente a una situación de abuso y maltrato separándose de esa pareja y otras que encuentran más obstáculos a esa ruptura. La posibilidad de pensar en una relación basada en el amor implica que los lugares del amante y del amado deben poder dialectizarse, que aquel que es amado debe poder también convertirse en amante y viceversa, proceso que difícilmente se da en las relaciones maltratador-maltratado donde los roles son inamovibles y donde la primera condición del amor –que al otro le falte algo-no se cumple. Si el amor, por definición, alude a la posición de debilidad de cada sujeto (tonto, ciego, flojo) es justamente esto lo insoportable para el maltratador y de lo que este huye mediante la violencia.

Entonces, si no es masoquismo, ¿de qué se trata? Y ¿por qué llamarle amor patológico? En primer lugar porque es un uso del amor que produce su propia anulación y ese uso no es ajeno a ciertos imperativos que se imponen a un sujeto por  sus avatares, entre ellos los establecidos de manera primaria con sus objetos infantiles, p.e. con la madre como el primer Otro con el que interactuamos ¿Cuántas veces no hemos escuchado, de boca de estas mujeres, que no puede romper ese vínculo con la pareja porque eso afectaría de manera grave a su propia relación con su madre? ¿Cuántas respuestas de esas madres, ante los lamentos de las hijas, no indican y refuerzan esa posición de resignación sacrificial? La espera infinita del amor del partenaire que no llega signa para cada una su forma particular del estrago materno y conyugal.

Otra forma de violencia que se ha hecho común es el Bullying o la violencia escolar, cómo se puede entender este fenómeno.

José Ramón Ubieto: El acoso siempre existió y la pregunta es ¿Qué habría de nuevo en nuestra época para explicar las formas actuales que toma este fenómeno? ¿Cuál sería la clave temporal cuyo envoltorio formal incluye lo atemporal, lo que se repite incluyendo así la diferencia? Sin ánimo de exhaustividad podemos aportar cuatro causas a considerar:

1. El eclipse de la autoridad encarnada tradicionalmente por la imagen social del padre y sus derivados (maestro, cura, gobernante). No se trata tanto de ausencia de normas -haberlas hay las- sino de valorar la autoridad paterna por su capacidad para inventar soluciones, para transmitir un testimonio vital a los hijos, a esos que como Telémaco, hijo de Ulises, miran el horizonte escrutando la llegada de un padre que no acaba de estar donde se le espera, para acompañar al hijo en su recorrido y en sus impasses.
2. La importancia creciente de la mirada y la imagen como una nueva fuente privilegiada de goce en la cultura digital. Ante eso se trata de no quedar al margen como un friki o un pringao. Junto a la satisfacción de mirar y gozar viendo al otro-víctima hay también el pánico a ocupar ese lugar de segregado, de allí que los testigos sean muchas veces mudos y cómplices.
3. La desorientación adolescente respecto a las identidades sexuales. En un momento en que cada uno debe dar la talla, surge el miedo y la tentación de golpear a aquel que, sea por desparpajo o por inhibición, cuestiona a cada uno en la construcción de su identidad sexual.
4. El desamparo del adolescente ante la pobre manifestación de lo que quieren los adultos por él en la vida y la subsecuente banalización del futuro. Esta soledad ante los adultos y la vida supone una dificultad no desdeñable para interpretar las fantasías y las realidades que puede llevar al extravío y a la soledad. Entre los refugios encontrados en los semejantes, la pareja del acoso es una solución temporal.

Estos cuatro elementos convergen en un objetivo básico del acoso que no es otro que evitar afrontar la soledad de la metamorfosis adolescente y optar por atentar contra la singularidad de la víctima. Esta“fórmula” genera un tiempo de detenimiento en la evolución personal. Elegir en el otro sus signos supuestamente “extraños” (gordo, autista, torpe, desinhibida,..) y rechazar lo enigmático, esa diferencia que supone algo intolerable para cada uno, es una crueldad contra lo más íntimo del sujeto que resuena en cada uno y cuestiona nuestra propia manera de hacer.

El bullying genera, en su tipología ideal, una extraña pareja que comparte una experiencia siniestra: los signos extraños no son ajenos a ninguna de las partes, suenan a familiares. Tornan a cada componente de la pareja del bullying solidario con el otro. Este malentendido inconsciente que empareja al elemento actuador (agresión) con el inhibido (falta de respuesta del agredido) reclama ser elaborado, más allá del trabajo de evitación de las conductas, en un relato comprensible. La polaridad entre la actividad del acosador, que apunta a algo del acosado que flojea, y la inhibición de éste es una clave esencial en la lectura de la fenomenología del acoso.

“Llanto, miedo, ira”, Oswaldo Guayasamín.


 Otro tipo de violencia que ha proliferado es el maltrato infantil, en Chile la mayoría de las denuncias efectuadas y las medidas de protección realizadas son por “negligencia o inhabilidad parental”,pero también hay un porcentaje ligado al abuso sexual, maltrato físico, experiencias tempranas abusivas, violentas y de desprotección, lo que puede ser pensado como un encuentro con el Goce del Otro, qué intervención posible en estos casos y que respete la singularidad.

El tristemente famoso caso de la pequeña Alba, niña catalana gravemente maltratada por sus cuidadores (madre y pareja) sin que los diferentes servicios lo hubieran evitado, y otros muchos sucesos de menores ingresados en el hospital a causa de los graves malos tratos infligidos por su padres, han hecho emerger otra de las figuras modernas de la violencia: el padre maltratador. Se suma a la serie de los hombres maltratadores, de los jóvenes violentos y de los xenófobos de todo tipo. De hecho, es una figura antigua bien catalogada en la literatura, en las crónicas de sucesos y en los informes anuales de múltiples ONG y organismos públicos. No olvidemos que la Convención sobre los Derechos del Niño es todavía muy reciente (1989).

Lo nuevo frente a esa repetición está en la respuesta social, en la voluntad de protección que toma a su cargo el Estado y sus organismos judiciales, policiales y administrativos. En estos casos se han mostrado impotentes para ejercer esa protección y parece que la responsabilidad es compartida y por razones variadas: protocolarias, organizativas, competenciales. Todas ellas son mejorables y ya hay iniciativas en marcha que tratan de evitar que esa máquina burocrática acabe convirtiéndose en el mejor seguro para la vulnerabilidad de los menores.

El trabajo en red, como práctica colaborativa entre varios, es precisamente otra manera de hacer en la intervención con la infancia y adolescencia en riesgo que, más allá de la suma de protocolos y circuitos por donde circulan los casos de manera anónima, pone en el centro de la acción de los diferentes servicios el abordaje global del caso y la conversación interdisciplinar permanente como garantía de esa intervención. Intervención que no olvida nunca la singularidad de cada caso y de cada miembro del grupo familiar.

Pero incluso esto sigue siendo insuficiente, porque en la raíz de muchos de estos sucesos dramáticos hay un axioma que debiéramos cuestionar (nos): el peso de lo biológico en el lazo familiar. Seguimos creyendo que los lazos de sangre son sagrados y no deben por eso tocarse, que un padre o una madre "biológicos" - como se dice- tienen derecho per se a disponer de sus hijos más allá de los cuidados efectivos que les procuran.

Todavía encontramos algunos jueces y profesionales del ámbito de la infancia que conceden visitas a padres de niños tutelados, sea en centros residenciales o en familias de acogida, aun sabiendo que la posibilidad de retorno con ellos es inexistente y que los lazos con esos padres son a veces nulos y en otros casos claramente perjudiciales. Sus síntomas pre-visita y post-visita así nos lo enseñan: angustia, eczemas en la piel, inquietud motriz, trastornos del sueño y de la alimentación.

El argumento es que "su padre tiene derecho por su condición de procreador", olvidando que la paternidad es siempre una atribución, son los niños quienes autorizan al otro como padre y madre, una verdad que cualquier padre adoptivo o acogedor comprueba a diario. La familia, como bien sabían los romanos al distinguir el genitor del pater, no tiene nada de natural, es un artificio, una invención que cada civilización moldea bajo diferentes formas. Por eso la verdad que cuenta para cada niño, más allá de la biología, es cómo encuentra un lugar habitable en ese grupo familiar, un lugar que le permita ser acogido en su particularidad y no como instrumento de la voluntad de satisfacción de los que lo (mal) tratan.

Esta inexorabilidad de lo biológico está en el origen de muchas de las dificultades de los servicios y organismos públicos de protección a la infancia. Es por el peso de esa verdad que muchos actos quedan suspendidos y a veces imposibilitados. Así se olvida la prioridad del interés superior del menor, como principio jurídico del sistema legal de protección a la infancia y de la propia Convención sobre los Derechos del Niño.

“La madre”, Oswaldo Guayasamín.


 Gracias a los programas gubernamentales, de protección social y de salud mental, se ha instalado la idea que los actos violentos o la violencia tienen consecuencias a nivel psíquico, las cuales deben ser reparadas a través de “terapias reparatorias” estandarizadas, que muchas veces confrontan a los sujetos con experiencias de las que ya no quieren hablar, ¿cómo poder maniobrar analíticamente en estos casos?

 Hablar sobre el trauma tiene efectos que conocemos bien. Tratar ese real mudo y silencioso permite al sujeto otra elección subjetiva. Ahora bien esto no siempre es así para todos y en cualquier momento. Muchos sujetos hablan de situaciones de abuso sexual, acoso escolar o maltrato infantil cuando son adultos aunque, en algunos casos, hayan tenido oportunidad de hacerlo antes.

Ese silencio tiene siempre sus razones particulares y cuando tratamos de forzarlo mediante técnicas de psicoeducación y de sugestión, en nombre de un ideal de reparación sacando la verdad a cielo abierto, a veces nos encontramos con respuestas mutistas e incluso de desaparición del sujeto. Los supervivientes de los campos de concentración nos enseñaron mucho al respecto y algunos como Jorge Semprún tardaron tiempo porque eligieron la vida antes que la escritura.

El derecho al silencio debemos respetarlo como un derecho inalienable del sujeto y como signo del tiempo que cada uno necesita para encontrar un destino a ese real sufrido. La versión que luego nos ofrecerá, cuando esté dispuesto, será siempre una construcción, a su cargo, de esa experiencia que en ningún caso habrá que confrontar con la pretendida exactitud de los hechos. Dará cuenta más bien de la verdad y la satisfacción en juego.

 Una forma distinta de violencia – y esto es una hipótesis – se asocia a la violencia ejercida por las instituciones que resguardan los derechos avasallados (Centros de protección a niños, Juzgados de Familia, establecimientos educacionales, etc.), instituciones que en nombre de la protección, que se instala como un Ideal, terminan ejerciendo actos violentos y sin palabras que medien, o “medidas para todos igual” que terminan segregando en nombre de la igualdad. ¿Cómo poder pensar la violencia desde el Otro institucional?

 Finalizada la primera década de este Siglo XXI podemos decir que la tendencia “individualista”, junto a las falsas promesas del cientificismo, constituyen la base más firme de la nueva relación asistencial cuyas características y consecuencias podemos ya vislumbrar con claridad. Un primer rasgo evidente es la desconfianza del sujeto (paciente, usuario, alumno) hacia el profesional al que cada vez le supone menos un saber sobre lo que le ocurre (y por eso se ha institucionalizado la segunda opinión) y del que cada vez teme más se convierta en un elemento de control y no de ayuda. Las cifras actuales sobre las manifestaciones de protesta subjetiva a las propuestas médicas, que incluyen el boicot terapéutico (rechazo de lo prescrito), la falta de adherencia al tratamiento o los episodios de violencia en centros sanitarios o sociales son un claro signo de esta pérdida de la confianza en la relación asistencial.

Un segundo rasgo lo encontramos en la posición defensiva de los propios profesionales que hacen uso, de manera creciente, de procedimientos preventivos ante posibles amenazas o denuncias de sus pacientes. El miedo se constituye así en un resorte clave que condiciona la práctica asistencial y cuyas consecuencias no son banales. El tercer rasgo nos muestra una de esas consecuencias: la pérdida de calidad y cantidad del vínculo clínico-paciente. Ese dialogo basado en la escucha de la singularidad de cada caso, y que requería un encuentro cara a cara, con cierta constancia y regularidad, se ha transformado en un encuentro, cada vez más fugaz, de corta duración y siempre con la mediación de alguna tecnología (pruebas, ordenador, prescripción). El cuarto rasgo, correlativo del anterior, es el aumento notable de la burocracia en los procedimientos asistenciales. La cantidad de informes, cuestionarios, aplicativos, que un especialista psi debe rellenar superan ya el tiempo dedicado a la relación asistencial propiamente dicha.

Estas características configuran una nueva realidad marcada por una pérdida notable de la autoridad del profesional, derivada de la sustitución de su juicio propio (elemento clave en su praxis) en detrimento del protocolo monitorizado, una reducción del sujeto atendido a un elemento sin propiedades específicas (homogéneo), y que responde con el rechazo ya mencionado (boicot y violencia), y una serie de efectos en los propios profesionales diversos y graves: burn- out, episodios depresivos recurrentes, mala praxis.

El abuso de la categorización protocolizada y de la medicación generalizada en muchos niños y adolescentes muestra bien la forma que toma hoy esa violencia institucional. El caso del TDAH es un ejemplo claro. Para nosotros, analistas, la cuestión que nos importa, más allá de las discusiones nominalistas o etiológicas: ¿sabremos leer esos cuerpos agitados y/o indolentes que hablan de un malestar que interfiere en sus aprendizajes tomándolos como interlocutores? ¿O por el contrario vamos a reducirlos a cuerpos deficitarios que exigen correcciones bioquímicas o conductuales sin escuchar el sufrimiento subjetivo que implican? Ignorar la subjetividad y tomarlos como sujetos mudos es una modalidad de violencia institucional insostenible y más cuando se trata de niños y adolescentes. 
https://www.youtube.com/watch?v=zmI6XUoZjOY




Publicado al blog de Psicoanálisis en Chile: Psicoanálisis Entre Vistas
http://www.psicoanalisisentrevistas.com/
Publicado por José Ramón Ubieto

La madre transmite como mujer la posicion en la estructura




¿Qué tiene de natural ser madre? ¿Alguna fuerza instintiva impulsa a ello? ¿Cómo ser una buena madre? La homologación freudiana entre madre y mujer –la equivalencia falo-niño le permite a la mujer recibir el falo añorado– es el punto de partida del tratamiento de estas cuestiones en el medio psicoanalítico.



En distintas oportunidades Lacan recurre a expresiones tales como el "sentimiento de maternidad" ("Los complejos familiares", 1938); la "satisfacción natural e instintiva de la maternidad" (Seminario 5, 1957–58); o el "instinto materno" ("Ideas directivas..., 1960). En realidad, no hay nada menos natural e instintivo que ser madre. En cada caso Lacan lo sitúa en relación con la mediación simbólica.


En 1938, la maternidad queda asociada a la acción de la imago del seno materno –concepto mixto entre simbólico e imaginario– y su poder se explica por la inversión y la saturación del complejo del destete. En los años 50 Lacan sigue los pasos freudianos en forma original y explica cómo una mujer se vuelve madre a partir de la dialéctica fálica. Los matices de la relación de la madre con su niño tomado como objeto a se desarrollan en los años 60. Y finalmente, las fórmulas de la sexuación introducen un nuevo panorama en relación con la maternidad.



A partir de este recorrido intentaremos aprehender el efecto de transmisión por parte de una mujer que se subjetiviza en el niño en su inclusión en una estructura clínica.



1. La madre insaciable

Lacan presenta en el Seminario 4 un triángulo inédito hasta entonces. Rompe la pretendida armonía de la relación madre-hijo y afirma que la madre nunca está a solas con el hijo: entre uno y otro siempre está el falo( 3). El niño cobra un valor fálico al identificarse con el objeto de deseo materno. El cuarto término de esta relación es el padre. El falo aquí es definido como un significado, tiene un valor imaginario que se introduce en la metonimia del deseo de la madre.



A partir de la distinción entre castración, frustración y privación, Lacan ubica a la frustración como centro de la relación madre-hijo. Pero, añade Miller ("El falo barrado", Elucidación de Lacan, 1998), aquí lo más importante es la frustración de la madre como mujer.




Lacan establece una secuencia que se inicia en la frustración imaginaria de un objeto real, el seno de la madre, cuyo agente es la madre simbólica. En este punto se establece cierta torsión a través de la cual la madre simbólica se vuelve real. La madre simbólica, que mediatiza la simbolización primordial a través del Fort-Da, frustra al niño de objetos reales. Cuando no responde a la llamada del niño aparece como una potencia real, fuera del juego simbólico, el objeto pierde su materialidad y la respuesta de la madre se vuelve un signo de amor. La frustración de amor polariza la situación. Lacan distingue así la frustración de goce (ligado al seno materno, objeto real) de la de amor (cuyo objeto es la presencia materna). Detrás de la madre simbólica, añade Lacan, está el padre simbólico. La segunda operación planteada por Lacan es la privación real de un objeto simbólico, el falo, por acción del padre imaginario. El final de este recorrido es la operación simbólica de castración de un objeto imaginario por el padre real.



Lacan modifica ligeramente este planteo en el Seminario 5. En la frustración no solo se frustra al niño del seno materno sino también de la madre como objeto. El niño es frustrado de su objeto-madre y la madre es privada de su objeto, todo esto a través del padre, lo que opera a modo de castración. Esta privación deberá ser aceptada o rechazada por el niño, y esto determinará su posición en la estructura.





La madre atravesada por la falta no tiene como función primaria el cuidado o la atención del niño sino su devoración. La versión lacaniana de la madre no es que sea "suficientemente buena" como se podría esperar, sino, por el contrario, que es una fiera, esencialmente insaciable, amenazadora en su omnipotencia sin ley. Lo insaciable de la madre remite a su posición como mujer, a su tratamiento particular de la falta. Después de todo, la sustitución niño-falo no colma la falta y subsiste un resto de insatisfacción. Lo insaciable del Seminario 4 aparece como voracidad en el Seminario 5. Dice: "La madre es una mujer a la que suponemos ya en la plenitud de sus capacidades de voracidad femenina..." (p. 212).



A través del examen clínico de la doble madre en Hans, en Leonardo da Vinci, y en André Gide, Lacan introduce en el Seminario 4 la problemática acerca de qué transmite una mujer a través de su modalidad de ser madre. La madre del deber, la de Gide, toda madre, toda amor sin relación con la falta y el deseo, confronta al niño a un desdoblamiento de la figura de la madre (la del amor y la del deseo –su tía–) que se subjetiviza en su estructura perversa. La madre de Hans, figura devoradora que toma a su niño como fetiche, se desdobla con la abuela paterna que suple la deficiencia paterna. La fobia de Hans lidia con la falla simbólica hasta que logra una elaboración fantasmática que aloja su angustia.

 

En el Seminario 5 Lacan se ocupa de la madre del futuro obsesivo. Pero aquí interviene ya el cuarto término, el padre, y lo que se juega es la articulación entre el padre y la madre en su relación como hombre y mujer. El excesivo amor de un hombre por su mujer, afirma Lacan, puede conducir a una posición de destructividad del deseo por parte de su mujer. El resultado se encuentra en la anulación del deseo del niño obsesivo y en su participación activa en esta destructividad.



"¿Qué fue para ese niño su madre...?, se pregunta Lacan en relación a Gide, y añade las distintas modalidades de amar sobremanera al hijo. El niño-falo André se incluye en la perversión. El niño-fetiche Hans recurre a su fobia para producir la mediación que falta. El niño-cómplice en la destrucción del deseo construye su obsesión. En cada uno de estos casos la posición de una mujer respecto a la falta determina su modo de amar y su transmisión de la castración. Así, la "coyuntura dramática" en la que se incluye la maternidad en cada mujer, las particularidades de su historia, intervienen en su transmisión de la falta y en su incidencia en la subjetividad del niño.



2. El enigmático deseo de la madre

Lacan presenta la primera versión de la metáfora paterna en el Seminario 5: el padre sustituye a la madre en la medida en que ambos son tomados como significantes. El resultado de esta sustitución es atribuirle al falo el significado enigmático de las idas y vueltas de la madre. Lacan dice: "¿Qué es lo que quiere, ésa? Me encantaría ser yo lo que quiere, pero está claro que no sólo me quiere a mí" (p. 179). Introduce así de entrada una distancia entre el objeto de deseo, el falo, y el niño, que llevará a que el niño se identifique con el falo. Esta distancia traduce el no recubrimiento total entre el falo imaginario y el niño. La madre como mujer guarda un deseo que excede a su hijo; esto retorna en la subjetividad del niño como el enigma del deseo del Otro.





La madre opera de distintas maneras en los tres tiempos del Edipo. En el primer tiempo, como una ley incontrolada y omnipotente que a la vez mediatiza la simbolización primordial. El niño se identifica con el objeto de deseo de la madre. Pero este deseo guarda la ambigüedad de que, por un lado, está fuera de la ley de padre, pero, por otro lado, actúa bajo la égida de la castración de la madre que antecede a su maternidad. En el segundo tiempo, el padre priva a la madre de su objeto: se instaura así la prohibición del incesto dirigida al niño y la de reintegrar su producto (devorarlo) dirigida a la madre. Vale decir, no basta con la subjetividad previa de la madre, es necesario que consienta a ser privada de su objeto por el padre y que este consentimiento sea subjetivado por el niño. En el tercer tiempo el padre debe sostener su promesa fálica para la asunción de la posición sexuada del niño. Esto reinstaura al falo como objeto deseado por la madre y no solo un objeto que el padre puede privar (p. 199).



En la "Cuestión preliminar..." Lacan presenta una nueva versión de la metáfora paterna en la que la madre funciona en un primer tiempo a través de su deseo sin ley que se escribe como DM –en mayúscula, diferenciándolo así del deseo–, pero que luego se articula al significante del Nombre del Padre. Lacan enfatiza la importancia de visualizar cómo la madre hace caso de la palabra del padre, de su autoridad, "...del lugar que ella reserva al Nombre-del-Padre en la promoción de la ley" (p. 560).



Miller, en su comentario del Seminario 5, señala que el tercer tiempo del Edipo femenino Lacan lo distingue totalmente de la maternidad y allí sitúa el surgimiento de la "verdadera mujer". Desde la perspectiva de la niña, se instaura en este tiempo su dirección al hombre y su particular posición femenina. La maternidad queda articulada a la privación del segundo tiempo en tanto que involucra la subjetivación de la castración más que a su identificación sexuada. Madre y mujer quedan así diferenciadas, a la vez que se articulan al final del recorrido.




A partir de la segunda mitad del Seminario 5 el falo deja de ser un significado y se vuelve el significante del deseo, acentuándose así su valor simbólico. Lacan utiliza entonces la dialéctica fálica de ser y tener el falo en el tratamiento de la relación entre los sexos. Hombres y mujeres, al confrontarse con la falta en ser el falo deseado por la madre, encuentran su solución en su atravesamiento por los tres tiempos del Edipo.





Por otra parte, dice Lacan, las mujeres encuentran su satisfacción por vía sustitutiva: en primer lugar el pene (involucra la relación al hombre) y luego a través del niño en donde obtiene la satisfacción "instintiva" de la maternidad. Como lo hemos indicado ya, la sustitución implica una operación simbólica que hace caer el poder del instinto. En "Ideas directivas..." Lacan retoma sus preguntas relativas a las consecuencias sobre el niño del amor de la madre y se pregunta si la mediación fálica drena todo lo pulsional de la mujer, en particular, el instinto materno.



El concepto de frustración sufre una transformación: como demanda se distingue de la necesidad y del deseo. La demanda de un hijo toma así el relevo pero no como una reivindicación fálica –aunque podría llegar a serlo– sino articulada a la castración y a la falta. En realidad, la teorización de la dialéctica fálica permite entender las peripecias de la vida amorosa, pero deja abierta la pregunta acerca de la incidencia de la posición femenina en la maternidad en tanto que queda reducida a una respuesta a la demanda fálica. Un paso más se vuelve necesario, y Lacan lo lleva cabo a partir de su introducción del objeto a.



3. El objeto de la madre

En "Ideas directivas..." Lacan comienza a presentar un goce fuera del dominio fálico en las mujeres aunque aún no esté formalizado como tal. Años después, especifica que el deseo de la mujer está dirigido por su pregunta acerca de su goce y que, a diferencia del hombre, posee un lazo más laxo con la castración y el deseo. Sitúa una disimetría: la mujer ocupa para un hombre el lugar del objeto a en la medida que consiente a su fantasma para producir su deseo; pero la mujer como madre encuentra su objeto a en sus hijos.



Se abre así la clínica que concierne a la relación de las mujeres como madres ya no con el falo sino con el niño tomado como objeto causa del deseo. El fantasma de la madre como sujeto antecede lógicamente a la posición del niño en la estructura. El niño puede encontrarse en distintas posiciones en tanto objeto a de la madre y situarse en la neurosis o en la psicosis. Puede ser mediatizado por el objeto transicional, fuente de las equivalencias; quedar expuesto a todas las capturas fantasmáticas maternas por falta de mediación paterna; o volverse un objeto real como para la madre del esquizofrénico durante el embarazo, condensador de goce, que realiza la presencia del objeto a en el fantasma materno, y al hacerlo, obtura la castración materna y sutura su falta como mujer aportándole un complemento de ser.



Cuando interviene la articulación de la pareja conyugal el niño ocupa el lugar del síntoma –solidario de la neurosis–, que implica la presencia de una madre atravesada por la falta que dé lugar al significante del Nombre del Padre, y de un padre que vectorice la transmisión de un deseo que no sea anónimo.



En "R.S.I." Lacan establece que la posición disimétrica entre la mujer y el hombre en tanto padres determina la posición reservada al niño. El hombre debe hacer de la mujer la causa de su deseo para asegurar una versión del padre (padre-versión), que no se limite a la transmisión del falo en la metáfora paterna a partir del Nombre del Padre sino que dé una versión de lo que es el objeto a. La mujer, por el contrario, se ocupa de otros objetos a que son los niños, sin por ello cristalizarlos en su fantasma como objetos de goce sino desde una estrecha relación con la falta.



La temática de la madre se desplaza así del amor –qué efectos tiene su amor sobre el hijo– a la del deseo y el goce –qué lugar tiene en su deseo y cómo se articula a su goce–.






4. La Mujer no existe, las madres sí

La teorización de las fórmulas de la sexuación introduce nuevas consideraciones relativas a la maternidad. Lacan indica que es imposible construir un universal femenino, por lo que "La Mujer" no existe. Esta formulación es solidaria a la de "no hay relación sexual". En cambio, existe una relación particular de las mujeres con su goce que va más allá del falo.



Las mujeres en tanto madres se inscriben de distintas maneras en la repartición sexuada.



El primer aspecto concierne a la madre que el hombre ve en la mujer. El hombre, como significante, entra en la relación sexual como castrado, es decir, relacionado al goce fálico. En cambio, Lacan afirma en el Seminario 20 que la mujer entra en la relación sexual como madre (p. 47), que en las mujeres predominan los caracteres secundarios de la madre (p. 15), que para el hombre la madre contamina a la mujer ("Televisión"). Acentúa así que desde donde la ve el hombre la mujer no existe más que como madre por la incidencia edípica (p. 119) prototipo del objeto primordial que la vuelve causa de deseo.



En segundo lugar, en la medida en que la maternidad está relacionada con la castración, la mujer como madre queda situada, paradójicamente, del lado masculino de las fórmulas en tanto igualmente sujeta a la función fálica. La salida femenina de la maternidad se entrecruza así con la posición masculina, y desde el falo y como sujeto se dirige al objeto a que es el niño.



La tercera cuestión concierne al goce suplementario. Un mujer "no-toda" presenta la duplicidad entre el goce fálico y el goce suplementario que se sitúa del lado del S(A) barrado. Al mismo tiempo que se dirige al hombre en busca del falo añorado encuentra un tapón a su no-toda en el objeto a que constituye su hijo. Dice Lacan: "... el goce de la mujer se apoya en un suplir ese no-toda. Para este goce de ser no-toda, es decir, que la hace en alguna parte ausente de sí misma, ausente en tanto sujeto, la mujer encontrará el tapón de ese a que será su hijo" (p. 47).. De esta manera, la maternidad se vuelve una forma de suplencia a La Mujer que no existe, funciona como tapón del no-toda.



Desde la posición de no-toda la mujer vehiculiza en la maternidad algo de su goce suplementario. Freud abordó esta cuestión en términos del "odio de la madre", con la ambigüedad que comporta el genitivo: hacia la madre y de la madre al hijo, fuente del sentimiento de persecución en la niña. Lacan encara primero este resto de "pasión mala" en términos de "insaciabilidad", "voracidad materna", "Deseo Materno" (voluntad sin ley), y finalmente, junto a la teorización acerca del goce, en términos de "estrago": ya sea con la imagen acuciante del cocodrilo dispuesto a cerrar sus fauces (Seminario 17, p. 18) o del estrago particular en la relación madre-niña. Cada uno de estos términos implica un más indeterminado hacia lo mejor o lo peor.



Pero el estrago no se sitúa solo del lado del odio sino también del lado del amor, puesto que en la medida que una mujer ama desde su posición de no toda, la dialéctica amorosa con su hijo queda matizada por su posición más allá del orden fálico. En cada oportunidad, la mediación fálica y la dirección al hombre se impone para acotar el exceso y limitar los desvaríos.



J.-A. Miller, en El hueso de un análisis, indica que la demanda de amor de una mujer se dirige a la falta del Otro, y lo hace desde lo ilimitado de su goce, desde su no toda que comporta un carácter absoluto y una tendencia al infinito. Esta demanda de amor así estructurada retorna con la forma del estrago por parte de la pareja. De esta manera, el estrago es la otra cara del amor que vuelve como un síntoma de índice infinito, y no como la localización que caracteriza a la mujer como síntoma para un hombre. Estas consideraciones son también pertinentes a la relación madre-hijo, y a cómo se sitúa el niño en la relación de una mujer con su pareja, en la medida en que hace intervenir la parte mujer de la madre y lo que interviene del goce suplementario en el amor.



Para concluir

Así como no es posible construir un universal de las mujeres, tampoco es posible determinar cómo ser madre. Una por una, cada mujer se sitúa frente a la maternidad por la aceptación o por el rechazo; como madre del deber o del deseo dentro del régimen fálico; por su amor o por su odio; desde una posición masculina o femenina; como en empuje al toda madre o por su no-toda como mujer que repercute en su ser madre.



Las posibilidades se multiplican e inciden en la inclusión del niño en la estructura de acuerdo a su particular posición frente a la falta. Una división del deseo se impone (J.-A. Miller, "El niño, entre la mujer y la madre"): el objeto niño no debe ser todo para el sujeto madre, sino que debe encontrar el significante de su deseo en el cuerpo del hombre para situar al niño frente a la castración. La maternidad como versión de la feminidad, como suplencia, no obtura el ser mujer, y su dirección al hombre asegura que no se produzca este recubrimiento.



De esta manera, madre y mujer se entrecruzan dejando abierto un espacio cuyos límites se irradian hacia lo que resta aún de enigmático de la sexualidad femenina.


 Compilado y corregido por la Lic. Gurny











por Silvia Elena Tendlarz

Psicoanalista en Buenos Aires, analista miembro de la Escuela (AME) de la Orientación Lacaniana (EOL), de l´École de la Cause Freudienne, (ECF), y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).