Podríamos preguntarnos qué lugar tiene el duelo en la
dirección de la cura. Por un lado, podemos decir que el duelo —o aquella
pérdida que amerita un duelo— es un motivo habitual de consulta. Pero también
es cierto que todo análisis implica, en cierta forma, un duelo. El título de
este escrito plantea una secuencia: lo real, la angustia y el duelo, que en su
desarrollo plantea una orientación posible en nuestra práctica.
"El
imperio de las luces" (1953 - 1954)*
“La existencia es un poder ininterrumpido de activas separaciones”.
Étienne Gilson, citado por Lacan [1]
Podríamos
preguntarnos qué lugar tiene el duelo en la dirección de la cura. Por un lado,
podemos decir que el duelo —o aquella pérdida que amerita un duelo— es un
motivo habitual de consulta. Entonces,
me interesa plantear lo que podríamos llamar una clínica del duelo, incluso
pensar sobre una posible “dirección de la cura” en torno al duelo. Pero
también, intentaré que el desarrollo haga alusión a la experiencia analítica en
general, ya que todo análisis implica, en cierta forma, un duelo.
Lo real
¿Qué es lo real?
Miller señala que es la pregunta que no hay que formularse. Esta pregunta
conviene a quien busca una verdad, mientras que lo real, tal como se presentan
en la experiencia analítica, no se ajusta a ese procedimiento [2].
En efecto, la noción
de real remite a algo distinto del significante y del significado, distinto del
saber y distinto de la verdad. Miller pone en discusión la experiencia
analítica como búsqueda de la verdad. Señala que esa es la ilusión del inicio,
que así es como se ingresa; buscando una verdad sobre el ser es como muchas
veces se ingresa a un psicoanálisis. Y la verdad, por cualquier lado que se
la aborde, pertenece al registro del sentido.
Entonces —aquí está
lo importante—, el analizante busca la verdad y el algoritmo de la cura lo
conduce a encontrar lo real. Se busca la verdad y se encuentra lo real. Por lo
tanto, la decepción de la verdad es correlativa de un acceso a lo real. Donde
se trata menos que el analizante encuentre lo real, sino que lo real, más bien,
lo alcanza a él [3]. Lo que implica toda una orientación:
Al respeto, hay una
fórmula del deseo del analista que brinda Eric Laurent que particularmente me
interesa. Dice que el deseo del analista es ir al encuentro del encuentro [4].
Se trata entonces, de ir al encuentro de aquel encuentro con lo real que ha sido
decisivo para el sujeto.
Lo real es aquello
que no tiene nombre. Es aquello que no se puede decir, aquello que escapa a
toda significación; aquello que no es simbólico ni tampoco imaginario. No
hay dudas que tratar de decir lo real es hablar “a tontas y a locas”.
Pero si no se trata
de decir lo real, ¿qué es lo que se hace? Se trata de situarlo. Y conviene
tener en cuenta que si no se lo sitúa se lo hace fluctuar [5]. Se trata entonces de situar bien lo
real en cada caso para que el sujeto pueda encontrar nuevos modos de
arreglárselas.
Es importante
resaltar la dimensión del “arreglárselas”. Ya que lo real resiste a hacerse
instrumento, no es posible servirse de lo real como se lo hace con lo simbólico
[6]. Con lo real hay que arreglárselas, y eso es algo que no cambia… Ayer,
hoy y siempre: la muerte, una pérdida, el trauma, el sexo, lo femenino… con
ello hay que encontrar cómo lidiar (y por supuesto, hay mejores y peores
maneras de hacerlo). Podemos
plantear el trauma como aquello que rompe las formas. Que rompe las formas de
una vida. Que rompe y desordena la Gestalt de un sujeto. Como verán, me
interesa introducir de alguna manera la teoría del trauma en la clínica del
duelo. El trauma es aquello que hace
agujero, troumatisme escribe Lacan [7]. Neologismo formado entre agujero (trou)
y traumatismo (traumatisme). Una pérdida es algo que también puede hacer
agujero en una vida, que puede cavar un hoyo. César Vallejo, el gran poeta
peruano, lo dice así:
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡yo no sé! Golpes como
el odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara
en el alma… ¡yo no sé! [8]
No hay dudas que una
pérdida puede(meter en un pozo) empozar un alma. Incluso empozar un alma para
siempre. Cuando leí este poema, entendí porque Freud escribió duelo y
melancolía. Porque juntó —aunque para diferenciarlos, pero los juntó— duelo y
melancolía. Pero también un alma puede “empozarse” por un tiempo, tal vez a eso
llamemos trabajo o experiencia de duelo.
La
angustia
La angustia es un
afecto esencial en la subjetividad. Freud piensa la angustia, Kierkegaard
piensa la angustia —y escribe un libro que se llama El concepto de la
angustia—, Heidegger piensa la angustia... Y Lacan, como todos sabemos, dedica
un seminario entero al tema. Pero la
angustia es un problema moderno, de la modernidad que se inicia con Descartes.
Hay entonces una relación entre el surgimiento de la angustia y el inicio de la
ciencia. Y hay que recordar aquí, que Lacan decía que el psicoanálisis es un
efecto del sujeto de la ciencia. Jorge
Alemán recuerda que en el mundo antiguo y en el mundo clásico (en el mundo
griego y romano) la angustia no era un afecto fundamental. No era la palanca
fundamental de operaciones subjetivas. No aparece la angustia como una
experiencia determinante, decisiva, de transformación del sujeto; de
franqueamiento de su propia identidad [9]. Me interesa particularmente esto
último que señala Alemán y que puede servirnos como definición: la angustia
implica el franqueamiento de la propia identidad.
Volviendo al mundo
antiguo (antes del surgimiento de la ciencia), la angustia no estaba presente
como operador formal en la transformación de la subjetividad por la relación
que se establecía con la inmortalidad. La finitud no jugaba un papel
determinante en la experiencia subjetiva, ya que la idea de Dios y de destino
atravesaban al mundo antiguo [10].
Vale aquí hacer una
salvedad, para traer algo del mundo antiguo a la neurosis de todos los días: el
neurótico de por sí, siempre se arma una idea de destino (la cara religiosa de
toda neurosis), y esa idea de destino, que puede ser sufriente, —generalmente
lo es— es una estrategia fantasmática para evitar la angustia, para rechazar lo
contingente y la decisión.
En efecto, la
angustia no es tanto ante la muerte sino ante la vida: ante lo que implica
vivir, ante lo que implica decidir, ante lo que implica situarse en el mundo.
Lacan formula en el
Seminario 10: “la relación esencial de la angustia con el deseo del Otro” [11],
con la sensación del deseo del Otro, que se ejemplifica y modula con la
inquietante interrogación: ¿qué me quiere?, ¿en qué me solicita?, ¿qué cosa hay
en mí para que el Otro me quiera?
Estas preguntas
introducen la cuestión de que hay algo en mí que es más propio que “yo mismo”.
Se ve aquí, por lo tanto, que si hay algo en mí que es más propio que “yo
mismo” el surgimiento de la angustia implica el atravesamiento de la propia
identidad. Lacan señala que no es solo “qué pide, él, a mí? Sino también una
interrogación suspendida que concierne directamente al yo, no ¿cómo me quiere?,
sino ¿qué quiere en lo concerniente a este lugar del yo?” [12].
En otro abordaje de
la angustia del seminario 10 [13], Lacan señala que hay muchas cosas que pueden
producirse que son del orden de la anomalía, pero señala que no es esto lo que
nos angustia. La anomalía —aquello que no es normal— no es necesariamente lo que
nos angustia.
Podemos pensar que
lo anormal nos puede enojar, preocupar, indignar, incluso entristecer, pero no
es específicamente lo que nos angustia. Para Lacan, La angustia no aparece ante
la anomalía, sino ante la falta de toda norma, ante lo desregulado.
Cuando falta toda
norma un orden de mundo se desarma. La angustia, podemos decir entonces que
surge ante el franqueamiento de la propia identidad, pero también ante el
franqueamiento de la identidad de las cosas. Ante el franqueamiento del orden
de mundo que alguien se armó.
Y siempre estamos
—para bien y para mal— armándonos un orden de mundo para soportar la
existencia. Un orden de mundo implica una “familiaridad”, un terreno conocido.
Por eso Lacan plantea a la angustia como lo “no familiar”, y da como indicación
dirigirse a los desarrollos de Freud sobre lo siniestro [14].
A veces por alguna
razón, a veces por una pérdida, un orden de mundo se desarma. Una perdida puede
desarmar la identidad del mundo para alguien. Y así el mundo empieza a ser un
lugar extraño, irreconocible, donde el sujeto deja de hallarse; en el cual, ya
no logra reconocerse. Pero a la angustia
no debemos pensarla solamente como a un afecto displacentero y de
extrañamiento, sino también como huella de afecto. Esto, que puede leerse en
Freud en Inhibición, síntoma y angustia [15], es fundamental.
Para orientarse en
la dirección de la cura hay que entender también a la angustia como huella de
afecto. Ya que la angustia como huella de afecto remite siempre a un
acontecimiento anterior. La angustia —y por eso decimos que es la brújula en un
análisis— señala el camino hacia un acontecimiento anterior. Señala el camino
hacia eso que hizo agujero y que dejó su huella de afecto en el cuerpo. Ahora, creo que estoy en condiciones de
justificar el título de este escrito: lo real, la angustia y el duelo señalan
(indican) una secuencia.
La
secuencia
Tenemos el encuentro
con una pérdida, y debemos destacar que hay una dimensión real en toda pérdida.
Por lo tanto, tenemos un encuentro con lo real bajo la forma de una pérdida.
Dicho encuentro con lo real produce una huella de afecto que es el surgimiento
de la angustia, y luego el duelo es el trabajo necesario de elaboración de esa
ruptura, de esa pérdida; como también el trabajo de desasimiento libidinal de
ese objeto perdido.
Lo real, la angustia
y el duelo señalan una secuencia. Secuencia, que no necesariamente está armada.
El análisis muchas veces implica el armado de esa secuencia. Y por más que la
secuencia no esté armada, que ese camino, que esa vía no esté armada, sí creo
que siempre esta secuencia está en juego. Secuencia que pone en juego las
consecuencias de lo perdido para alguien. Consecuencias que son siempre
singulares.
Una secuencia
implica en matemática elementos encadenados o sucesivos. Por lo tanto, lo real,
la angustia y el duelo implican una secuencia en un tratamiento. Un modelo para
armar podríamos decir. Tal vez incluso, eso sea lo único que el analista sabe
de antemano: que hay secuencias. Como también sabe, que además de secuencias a
recorrer, hay algo imposible de subjetivar para todo ser hablante: sabe que hay
agujeros imposibles de llenar.
Entonces…
el duelo
Podemos recordar el
poema de W. H. Auden “Detengan los relojes”, que se hizo popular a partir del
film Cuatro bodas y un funeral, donde uno de los personajes lo recita al
despedir a su amante [16]:Detengan los relojes y desconecten el teléfono,
/denle un hueso jugoso al perro para que no ladre, /hagan callar los pianos,
toquen tambores de sardina, / saquen el ataúd y llamen a las lloronas. […] Ya
no hacen falta estrellas: quítenlas todas/guarden la luna y desmonten el sol, /
tiren el mar por el desagüe y poden los bosques, / porque ahora ya nada puede
tener utilidad. Ante una pérdida significativa algo del mundo
se desarma y deja de tener utilidad. Haciéndose patente la inconsistencia del
mundo simbólico, la inconsistencia del Otro, en este caso ante la muerte. Tenemos, como decíamos, un encuentro con lo
real bajo la forma de una pérdida, lo que despierta, hace surgir, el afecto de
la angustia. La angustia la planteamos como el franqueamiento de la propia
identidad, pero también planteamos que la angustia surge cuando se desarma
la identidad de mundo que alguien se armó. Cuando la identidad de las cosas se
conmueve, cuando se desestabiliza un “orden de mundo”. Entonces…
Entonces, el sujeto
en cuestión tiene que elaborar esa ruptura, esa pérdida, ese desequilibrio, ese
agujero, ese hoyo que se cavo en su vida; eso que se “empoza” en su alma… A ese
intento de elaboración lo llamamos trabajo o experiencia de duelo. Pero hay un
resto no elaborable, no subjetivable en todo trabajo de duelo… La cuestión es:
qué se hace con eso.
Un trabajo de
elaboración es también un trabajo de familiarización con una nueva realidad;
con esa nueva vida y con ese nuevo mundo que surge a partir de la pérdida. Y
para que nazca un nuevo mundo es necesario asumir esa pérdida. Pero para ello
hay que saber bien qué se perdió, y qué es lo irrecuperable en dicha perdida;
saber bien qué nombre singular tiene esa pérdida para el sujeto. Lacan ha
señalado que “solo estamos de duelo por alguien de quien podemos decir Yo
era su falta” [17], por alguien cuya falta fuimos, por alguien cuyo deseo
causamos.
Ahora bien,
recordemos la perspectiva freudiana, en qué consiste el trabajo del duelo para
Freud. Nos explica, en Duelo y melancolía:
El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no
existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda la libido de sus
enlaces con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia;
universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado una posición
libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma.
Esa renuencia puede
alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una
retención del objeto por vía de una psicosis alucinatoria de deseo. Lo normal
es que prevalezca el acatamiento a la realidad. Pero la orden que esta imparte
no puede cumplirse enseguida. Se ejecuta pieza por pieza con un gran gasto de
tiempo y de energía de investidura, y entretanto la existencia del objeto
perdido continúa en lo psíquico. [18] Me
interesa resaltar de esta célebre cita de Freud lo que nombra como
“extrañamiento de la realidad”, la cual es producto —como explica— de la
renuencia a abandonar una posición libidinal. Extrañamiento que no tiene que
porque llegar al extremo de la psicosis alucinatoria de deseo, pero sí, cierta
presencia extraña o una suerte de ausencia presente se hace sentir en toda
experiencia significativa de duelo. Un proceso de desinvestidura libidinal del
objeto perdido es necesario: “pieza a pieza” como señala Freud, detalle a
detalle. Donde la enumeración de los detalles imaginarios del objeto de amor
perdido es necesario para hacerlos pasar al registro simbólico, para que así se
vaya produciendo una verdadera desinvestidura libidinal.
Cuestión que como es sabido lleva tiempo: ya
que está en juego tanto una dimensión temporal como libidinal. Luego de ese
arduo trabajo de duelo el sujeto estaría libre para investir libidinalmente un
nuevo objeto. Se trata aquí de una perspectiva económica.
A la perspectiva
económica hay que sumarle una perspectiva ligada al acto, a la decisión. Porque
un duelo termina con un acto [19], donde hay una decisión (tal vez insondable)
en torno a desasir, a desinvestir; a “dejar ir”, como muchas veces se dice coloquialmente
en torno aquello que se perdió, lo que implica aceptar lo perdido y lo
irrecuperable que habita en toda perdida.
Muchas veces un ritual singular acontece, un ritual privado da cuenta de
ese acto de ceder. Hay un trabajo que lleva tiempo, paulatino, inconmensurable
para cada uno, pero también hay una dimensión de acto, de decidir desprenderse
y aceptar lo que ya no está.
Julian Barnes,
novelista inglés, publicó un libro llamado Niveles de vida [20], un libro de
eso que se llama hoy “no ficción”, donde habla (escribe) sobre la pérdida de su
mujer; un libro que habla del duelo, de la aflicción y del amor:Juntas a dos
personas que nunca habían estado juntas […] a veces funciona y se crea algo
nuevo y el mundo cambia. Después, tarde o temprano, en algún momento, por una
razón u otra, una de las dos desaparece. Y lo que desaparece es mayor que la
suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es
emocionalmente posible.
“Y lo que desaparece
es mayor que la suma de lo que había”. Con esta expresión Julian Barnes da
cuenta de que toda pérdida tiene una dimensión irremplazable; hay un plus en
juego, hay una parte de uno que desaparece, que se va con lo perdido. Ya que
esa relación, eso que se creó allí, no puede ser recreado en otro vínculo. Hay
un punto irrecuperable en torno a toda pérdida que es preciso situar.
Paul Auster termina
así su libro La invención de la soledad [21], libro que puede pensarse como un
trabajo de duelo sobre la muerte de su padre; libro que puede leerse como una
profunda reflexión sobre la paternidad y la soledad:
Encuentra otra hoja de papel. La coloca ante sí sobre la
mesa y escribe estas palabras con su pluma: Fue. Nunca volverá a ser.
Recuérdalo. Hay que situar bien lo imposible:
de la impotencia solo se sale por la imposibilidad. Un duelo termina con una
experiencia de separación. Pero sabiendo que las pérdidas son parte de uno y
que se escriben en una historia. Ese “recuérdalo” que Paul Auster se dice
al final lo dice bien: por un lado, remite a recordarse que “nunca volverá a
ser”, y por otro, remite a recordarlo, remite a la historia, a la memoria.
Jean Allouch ha
señalado en Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca
(Ediciones literales, 2006) que el final de un duelo, como todo verdadero
final, implica un acto, ligado a lo que llama un sacrificio de un pequeño trozo
de sí (algo que no es ni de ti ni de mí, sino de sí). Allí Allouch hace una
crítica al “Duelo y melancolía” de Freud: “si pierdo a un padre, a una madre, a
una mujer, a un hombre, a un hijo, a un amigo, ¿voy a poder remplazar ese
objeto?” (pág. 49). En realidad, son varios los cuestionamientos de Allouch al
“Duelo y melancolía” de Freud, ya que en cierta forma aboga por otra versión
del duelo; cuestiona también la idea de “trabajo de duelo” por ejemplo. Sugiero
al interesado remitirse al libro, no es éste el lugar para recorrer dichas
críticas (algunas discutibles). Sí considero importante tomar algo de aquello
que nombra como “sacrificio de un pequeño trozo de sí” y el acento en lo
irremplazable, lo que permite pensar cierta perspectiva en torno a la
efectuación de un duelo que en mi experiencia se corrobora y es de utilidad
clínica.
Lic. Diana Gurny citando a Juan Mitre
Texto de una conferencia en el Centro de Salud Mental N°1
“Dr. Hugo Rosarios”, en el marco del Ciclo de conferencias sobre “La dirección
de la cura”, 2015. Juan Mitre es psicoanalista, miembro de la EOL y de la AMP,
instructor de residentes de psicología en el Hospital Manuel Belgrano, San
Martín, responsable del seminario Clínica con Adolescentes en la Escuela de
Formación en Psicoanálisis del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos
Aires (Distrito