El amor en los tiempos del Queer
“Lo más absurdo de la situación de ambos era que nunca
parecieron tan felices en público como en aquellos años de infortunio. Pues en
realidad fueron los años de sus victorias mayores sobre la hostilidad soterrada
de un medio que no se resignaba a admitirlos como eran: distintos y novedosos,
y por tanto transgresores del orden tradicional”.
Hablemos de amor, o mejor hablemos de amores, con un plural
que tiene más de política que de gramática. Los hay históricos, diversos,
románticos y clandestinos; hay amores que curan y otros que enloquecen,
trasgresores y dogmáticos, a primera vista y a ciegas, de medias naranjas y de
alteridades. Los hay patriarcales, revolucionarios y tozudos. Hay amores…con un
plural que se demarca de fórmulas anquilosadas, y que hace de ellas solo otro
eslabón en la historia del amor y sus formas.
Hablemos del amor como construcción histórica y social, que
muta al compás de los imaginarios que lo animan y según las tramas de
poder-saber-placer que lo moldean. Un amor que se transforma en sus modos de
expresión, en sus alianzas y en sus inscripciones subjetivas e históricas. Un
amor que implica normas, tradiciones, prohibiciones, tabúes, estereotipos,
roles y mitos.
Estas páginas procurarán un rodeo sobre ciertas evidencias y
los intentos de captura que el lenguaje, siempre arbitrario y limitado, intenta
realizar sobre ellas. Algo así ocurre
con el amor occidental y sus expresiones.
En la actualidad se visibilizan nuevas modalidades amorosas, conyugales,
eróticas y parentales, dando cuenta de profundas transformaciones en los modos
de subjetivación contemporáneos.
Amor en los tiempos del Queer nos invita a problematizar y
reflexionar en torno al desplazamiento de sentidos y prácticas amatorias que se
han producido a lo largo de la historia. Desde un amor ambientado en el siglo
XIX, donde Gabriel García Márquez [1] nos lleva a palpitar el mágico
reencuentro de los amantes que superaron las inclemencias propias del tiempo y
la distancia, a la multiplicidad de conexiones amorosas, fugaces, transitorias
y desobedientes que hacen estallar los límites de lo instituido.
La novela del escritor colombiano a la que se hace alusión,
relata una historia de pasiones, encuentros, desencuentros y decepciones.
Durante medio siglo los amantes apelaron a la correspondencia como gran astucia
frente a un orden moral, económico, de tradiciones cristalizadas y de
subjetividades heterónomas, que impedía la consagración de su amor apasionado e
‘infractor’ (Ulloa: 1995), aún bien arraigado a una lógica patriarcal y
normativa.
Basta leer algunos de sus pasajes para comprender los
sentidos que allí se jugaban: “Fue el año del enamoramiento encarnizado. Ni el
uno ni el otro tenían vida para nada distinto de pensar en el otro, para soñar
con el otro, para esperar las cartas con tanta ansiedad como las contestaban.
Nunca en aquella primavera de delirio, ni en el año siguiente, tuvieron ocasión
de comunicarse de viva voz. Más aún: desde que se vieron por primera vez hasta
que él le reiteró su determinación medio siglo más tarde, no habían tenido
nunca una oportunidad de verse a solas ni de hablar de su amor. Pero en los
primeros tres meses no pasó un solo día sin que se escribieran, y en cierta
época hasta dos veces diarias, hasta que la tía Escolástica se asustó con la
voracidad de la hoguera que ella misma había ayudado a encender”. [2]
Se abordará entonces un movimiento que va desde el amor
romántico como ideal al escenario actual donde éste coexiste con una creciente
diversidad de elecciones de partenaire erótico y amoroso, una pluralidad de
identidades sexuales y de géneros que reclaman reconocimiento, las luchas por
la reivindicación de los derechos de las minorías (tales como el matrimonio
igualitario y la Ley de identidad de género), las intervenciones quirúrgicas y
de hormonización para adecuar el sexo al género. Así mismo la fragilidad en las
uniones conyugales, las transformaciones en los grupos de crianza y sus pautas,
el avance de las tecnologías reproductivas, el preocupante incremento de la
violencia de género y los femicidios.
De alguna manera, podemos suponer que todas estas prácticas
interpelan los conocimientos que las ciencias humanas, sociales, médicas,
psicológicas, e inclusive el psicoanálisis, han construido dentro de los
paradigmas binaristas y heteronormativos. Así se desnaturaliza el ‘orden sexual
moderno’ y las modalidades específicas de producción de identidades sexuales
que dicho orden efectivizaba. En este sentido, se pone de relieve el desacople
radical entre el sexo biológico, el deseo, el género, las prácticas eróticas y
amatorias.
El mito del amor romántico
La cultura amorosa occidental es por tradición (y opresión)
patriarcal y capitalista. Esto significa que instituye una experiencia
particular por la que los individuos pueden reconocerse sujetos de una
sexualidad orientada hacia una práctica amatoria específica (Fernández: 2013).
Heteronormatividad, sexismo e individualismo, entre otros son los elementos que
delimitan el dispositivo de sexualidad moderno. Este se sostiene por la
coexistencia y enlace de diversas narrativas que producen y regulan los géneros
y las sexualidades en nuestra sociedad.
Parafraseando a Castoriadis los mitos son un modo por el
cual cada sociedad catectiza como significación su vida y el mundo que habita
(Castoriadis: 1988); es decir se trata de la cristalización de significaciones
que organizan el sentido de las acciones, del pensamiento y de los afectos, y
que así sustentan la orientación y la legitimidad de sus instituciones. A
partir de ésta conceptualización, Ana María Fernández (Fernández: 1993)
entiende que en la modernidad la eficacia-violencia simbólica que ha tenido la
equivalencia entre la mujer y la madre, la pasividad erótica femenina y el amor
romántico conformantes de los mitos advienen piezas claves del disciplinamiento
de la sociedad. Invisibilizan lo diverso, reniegan de una perspectiva histórica
e instalan regímenes de verdad que naturalizan y escencializan lo que no son
más que producciones subjetivas.
Pues bien, estos tres órdenes imaginarios de la familia
burguesa instituyen la legitimación de prácticas determinadas de poder
masculino, a través de la sujeción al amor en la figura del matrimonio, que
posiciona a las mujeres en dependencia erótica, subjetiva y económica. Por el
contrario, sobre los varones recae la expectativa de una sexualidad en clave
fálica, donde la conquista del territorio femenino se volvería una exigencia y
el respaldo económico, una función.
La conyugalidad ha sido uno de los modos más eficientes para
controlar la sexualidad de las mujeres. Una pieza clave en la “gestión de las
fragilidades” [3]. “Ser de otro” es la forma de subjetividad que, organizada en
clave sentimental, pudo sostener históricamente la pasivización del erotismo
femenino y el matrimonio monogámico como una de sus expresiones, donde las
mujeres de alguna manera consienten alienarse de la propiedad de su cuerpo y
placeres, deseos.
Según Emiliano Galende “el amor romántico constituyó un
ideal femenino de romper con la sexualidad dominada por el imaginario de los
hombres. Trata de reunir en una misma narrativa la posición amorosa, la
libertad sexual, la autonomía para elegirse mutuamente, rompiendo con la
disociación masculina entre mujer sagrada y prostituta, uniendo amor y
sexualidad” [4]. Hablar de ideal introduce justamente la dimensión de lo
ilusorio. El ideal de una historia compartida entre dos que se atraen y se
eligen mutuamente, donde se valora el sentimiento de ambos, donde se imagina un
proyecto común. La ilusión de un espacio íntimo que pueda sustraerse de una
sociedad real, de los intereses económicos, políticos, de luchas de poder al
interior de la familia, del sistema patriarcal y capitalista.
Pues podemos advertir entonces que el amor romántico y su
consistencia imaginaria, constituye una de las tantas tácticas con que la
estrategia patriarcal cobra cuerpo. Aún hoy, frente a las grandes
transformaciones en las prácticas y los discursos sobre el amor, es claro que
este mito no ha perdido su eficacia.
Lo Queer
Tal como se ha señalado más arriba, en la actualidad nos
encontramos con lo que Fonseca Hernández y Quintero Soto nominan como
sexualidades periféricas, aquellas que “traspasan la frontera de la sexualidad
aceptada socialmente y que están basadas en la resistencia a los valores
tradicionales…” [5]. Claro que por
asumir dicha transgresión el costo a pagar es el del rechazo social, la
discriminación y el estigma.
En la década del 80, en un período sociohistórico, político
y cultural marcado por diversas crisis, tales como la emergencia del sida, las
críticas al feminismo heterocentrado, blanco y colonial, la crisis política y
cultural asimiladas por el capitalismo, y la explosión de una multiplicidad de
maneras de habitar la sexualidad, surge un movimiento denominado Queer. Es
interesante el hecho de que a través de la resignificación del insulto (tal
como era utilizado para el hostigamiento de lo considerado “raro” o “extraño”) consigue reafirmar que la
opción sexual distinta es un derecho humano. Lo Queer se presenta como un
movimiento que aboga por el reconocimiento de la disidencia sexual y la
de-construcción de las identidades estigmatizadas.
Éste movimiento se comienza a gestar a partir de las luchas
políticas y sociales del activismo gay y lésbico de Estados Unidos y el Reino
Unido. De alguna manera tuvo la capacidad de reunir diversos colectivos que
hasta el momento no habían trabajado juntos políticamente (gay, lesbianas,
transexuales, travestis, negros, latinos, mujeres en situación de pobreza,
drogadictos) (Siqueira Peres: 2013)
En Argentina se produce un proceso de importación y
traducción teórica: durante la década de 90, con el propósito de indagar idearios,
prácticas y materiales, el pensamiento Queer hizo su desplazamiento desde EEUU
a la Argentina. Ya en nuestro país inscribe las marcas de lo local con sus
luchas culturales presentes y pasadas, y por supuesto, de las experiencias
políticas anteriores (Belucci y Palmeiro: 2013)
La teoría Queer se presenta como una nueva perspectiva para
examinar y entender las relaciones sociales y los movimientos de la cultura, es
decir, una renovada epistemología que permite analizar y comprender
críticamente, las construcciones actuales respecto de la sexualidad, la
identidad, el cuerpo y el deseo.
De alguna manera puede reconocerse que su principal lucha
responde a la necesidad de transformar el discurso público sobre las
sexualidades a través de la desestabilización de los límites entre lo público y
privado. Denuncia en buena medida la naturalización de la heterosexualidad e
intenta dar voz a las múltiples identidades acalladas por el androcentrismo, la
homofobia, el racismo y el clasismo de la ciencia. Procura un mundo sin
fronteras y de igualdad, es decir, promueve el derecho a la indiferencia.
(Fonseca y Quintero: 2009)
Como efecto del desplazamiento progresivo del activismo
Queer a la academia, comienzan a
producirse una gran cantidad de conceptualizaciones, y se toman aportes de
diversas fuentes. Una de las más importantes ha sido la fuerte crítica a la
noción de identidad, para la cual el psicoanálisis ha ofrecido herramientas de
sobra al develar el carácter frágil e inestable de la construcción que subyace a
la ficción de posiciones de sujeto fijas y estables, aglutinadas en identidades
coherentes, discretas, monolíticas e invariables, así como los complejos
anudamientos existentes entre género y sexualidad.
Judith Butler, una de sus máximas referentes, se propone
superar aquellos supuestos teóricos esencialistas que impiden incorporar la
diversidad y la multiplicidad de presentaciones de género y sexuales en
nuestros esquemas de pensamiento (Martinez: 2012). De acuerdo con Butler el
género se define, como performance, la cual implica la repetición imitativa de
reglas mediante las cuales nos concretaríamos (Butler: 2016)
En “Género en disputa” Butler plantea una fuerte crítica a
la identidad sexual y de género como construcciones represivas y excluyentes.
Entiende a la sexualidad y al género como construcciones culturales impuestas,
de forma que no existen roles sexuales o de género con raíces biológicas. Para
esta autora, cualquier categoría de identidad tiene la función de controlar el
erotismo; describe, autoriza pero, en
mucha menor medida, libera.
De este modo, Butler deconstruye la dicotomía entre sexo y
género, argumentando que el sexo es ya de por sí una construcción social y que,
por tanto, ha sido género todo el tiempo.
Butler nos plantea entonces que si el género es la
construcción variable del sexo, existirían múltiples vías abiertas de
significado cultural a partir de un cuerpo sexuado, lo cual introduce un
abanico mucho más amplio de opciones sexuadas. [6]
De esta manera se cuestiona la idea de interioridad
esencialista, y se concibe a la identidad como una construcción producto de las
relaciones de saber-poder-placer que condicionan ciertas posibilidades de
fijación identificadora y reprimen, excluyen, niegan, interdictan, otras
posibilidades de posición del sujeto.
La identidad es pensada como un espacio político que puede
modificar sus términos, sus límites, para incorporar posiciones que han sido
excluidas
Rosi Braidotti, otra de las autores afines a este
pensamiento, nos habla de una producción de subjetividad
“nómada”(Braidotti:2000) para justamente dar cuenta de una ficción política que
se produce en lo que denominará “tiempos transcontemporáneos”, donde el
protagonismo de la imaginación, pueda construir nuevos mitos pero ya no con la fijeza
de antaño, sino construcciones inestables, transitorias, arbitrarias y
excluyentes.
En este sentido no es posible hablar de una identidad queer,
más bien se trata de una crítica a todas las identidades, apuntando a
desencializar y desnaturalizar. Lo Queer no se inserta dentro de un registro
binario y universal, sino que se presenta como expresión humana en construcción
permanente, como proceso, como devenir en acción; múltiple, heterogéneo y
polifónico. Se trata de una perspectiva nómada de composición de la vida
(Braidotti: 2000)
La idea de la perspectiva Queer y sus efectos en las
prácticas amatorias, es que mediante distintas performances que permiten
cambiar constantemente de identidad, se pueden ir transformando las categorías
de cuerpo, sexo, género y sexualidad pudiendo así subvertir las identidades
impuestas y acabar transformando este orden simbólico excluyente hacia algo más
plural.
A partir de lo anterior nos preguntamos ¿qué efectos tiene
esta perspectiva sobre el modo de concebir las prácticas y discursos amorosos
contemporáneos?
Claramente la perspectiva Queer denuncia aquellos amores de
closet [7]. Denuncia las prácticas que han sido silenciadas y ocultadas en los
reductos del espacio privado, más al modo de
gueto que de intimidad moderna.
Se proclama el amor como derecho humano universal, donde se
respete el modelo dual heterosexual, pero también todas aquellas formas de
diversidad sexual y amorosa.
Estallan las performances del amor de dos o más personas, de
un erotismo que se expande a la totalidad de los cuerpos y no solo a la tiranía
del orgasmo. Se apuesta a amores virtuales, imposibles, platónicos, exóticos.
De edades diversas, de hombres, mujeres,
personas intersexuales, transexuales, travestidxs, negrxs, gente de todas las
clases socioeconómicas, de todos los gustos, de todas las razas y religiones,
sin discriminación por etiquetas. Incluye a los y las solitarixs, a los y las
promiscuxs, a los adictos, a lxsfrikies, los raros y las raras, a las minorías
de cualquier tipo, y a todo aquel o aquella que tenga curiosidad por ampliar
horizontes en su identidad, su cuerpo y su sexo.
El Amor Queer es bisex, trisex, y se extiende hasta el
infinito. No categoriza la orientación sexual tradicional (homo, hetero,
bisexual) porque no entiende las relaciones como "cosa de dos", ni
tampoco divide a la Humanidad en dos géneros opuestos (mujeres, hombres). El
Amor Queer denuncia la hipocresía del romanticismo burgués en torno a la
fidelidad femenina y la promiscuidad masculina, el adulterio y la prostitución
como vía de escape al aburrimiento del matrimonio. De algún modo aspira a una
“revolución sentimental” para desmontar todos los mitos románticos basados en
la tradición patriarcal (Corral Herrera Gómez: 2010)
Detengamos aquí esta sucinta descripción. Si bien puede
coincidirse en que muchos de los puntos planteados por la perspectiva Queer
abogan por la visibilización y el respeto de una diversidad cada vez más
creciente, luego de profundizar en sus conceptualizaciones y debates internos
caben algunas preguntas que permitan tensionar y revisar varias de sus
categorías.
Teniendo en cuenta que el sistema capitalista se enriquece
justamente a costa de las desigualdades sociales ¿Es posible pensar en que
desaparecerán las identidades normativas en los márgenes que éste delimita?;
¿se puede llegar a la libertad sexual dentro del sistema capitalista?; el
empuje a lo radicalmente diverso ¿no atenta, de alguna manera, contra la
dimensión de la diferencia y sus límites?; el hecho de que no sostengamos un
orden binario y heteronormativo ¿nos debería llevar irremediablemente a una
lógica de lo sin límite, de lo continuo o indiferenciado?; ¿puede pensarse el
amor sin límite?
Yago Franco en el texto “Eros: el amor” afirma que el amor
está en contra del capitalismo, ya que se contrapone al despliegue de lo
ilimitado, a la descarga de satisfacciones directas no mediatizadas. Refiere
“Eros tiene que ver con la presencia de la diferencia, el lazo de DOS, el
predominio de lo no narcisista. El primer problema que hallamos es que esta es
una sociedad que exalta el narcisismo, las elecciones narcisistas de objeto: es
sabido que la sociedad puede favorecer determinado tipo de lazo social. Y de
diferentes maneras. El empuje al consumo, el énfasis en la imagen y la
apariencia, también la aceleración del tiempo y la exigencia de inmediatez, y
sobre todo, el ideal de disfrute sin límites,
acentúan una incertidumbre que se campea como sentimiento – de la mano
de la crisis de las significaciones de lo femenino y lo masculino - y encuentra
múltiples modos de representación”. [8]
En consonancia con este planteo podemos pensar que el
sistema capitalista, sobre todo desde la democratización de la sexualidad y la
avanzada neoliberal de los ’80, se caracteriza por su excelente capacidad para
mercantilizar las diferencias identitarias. Así las convierte en objetos de
consumo y productoras de más y nuevas segregaciones sociales. También se
encarga de hacernos sentir diferentes si nos apartamos de “lo que es normal”
para el sistema. ¿Cómo distinguir entonces esta tendencia del capitalismo, de
la lucha por la disidencia y la diversidad sexual?
La teoría Queer propone que, mediante la transgresión de la
identidad, las diferencias por cuestiones de sexo, género o identidad sexual
desaparecerían. Sin embargo, es fundamental subrayar, que el capitalismo no
solo se nutre de este tipo de opresión (en este caso de género, sexo o identidad
sexual), sino que se basa en una
intrincada red de opresiones que se retroalimentan para consolidar el ejercicio
de su poder. Ser mujer, por ejemplo, no es lo mismo que ser mujer, negra,
pobre, lesbiana y/o trans.
Si nos ponemos agudos en la lectura, es claro que existen
posiciones dentro del movimiento Queer que no dimensionan la materialidad
concreta con que se ejerce la opresión y la conciben sólo como una cuestión
ideal. De hecho muchos de los movimientos feministas tradicionales consideran la
teoría Queer como la “hija política del posfeminismo” [9], producto de la
derrota del viejo movimiento feminista. Su objetivo de disolver todas las
identidades oprimidas opera, según varias lecturas, como un escollo en el
camino de la emancipación de las mujeres y por consiguiente como esterilizador
de todo intento de organización de las mujeres para su liberación.
Por lo tanto cabe la pregunta: estas teorizaciones, aún sin
advertirlo, ¿no terminarían legitimando y adoptando ciertos principios
fundantes del sistema capitalista, alejándose de una armazón teórica para la
liberación?
Podemos por tanto advertir que este modo de entender la
sociedad, introduce una categorización más ideal que material, la cual en
muchos casos no dimensiona con la claridad las relaciones sociales efectivas
que estructuran a la sociedad y sus formas.
Palabras finales
Pues entonces, es claro que el romanticismo patriarcal que
heredamos del XIX sigue operando hasta nuestros días en diversos sectores de
nuestra sociedad, como una “utopía emocional colectiva” (Corral Herrera
Gómez: 2010). Pero a ella se suma, en un intento de contrapoder, el despliegue
de un abanico amplísimo de modalidades del amor y la sexualidad, amor que
desconoce identidades y diferencias, que de alguna manera respalda lo
ilimitado, que reniega de lo imposible, que no esconde ni silencia, que se muestra
de manera explosiva. Un amor Queer
provisto de la más radical de las resistencias a la norma, alejado de príncipes
azules y princesas rosas, tributario de la transitoriedad y la inestabilidad,
de las conexiones cada vez más fugaces y situacionales. En este sentido nos
preguntamos ¿qué lugar para la historia de amor? El derecho a la elección libre
e individual, sea cual fuere la preferencia ¿construye colectivo? ¿Produce
práctica política? ¿Enfrenta al sistema capitalista y tanático que oprime y
asfixia al amor? ¿O más bien lo reproduce?
Quizá se vuelva imprescindible seguir revisando estos nuevos
movimientos a la luz de otras problemáticas para no perder la lucidez frente a
lo que se presenta como instituyente.
Porque consideramos que nuestro desafío es el de confrontar
contra el empuje sistemático y mortificante que nos deja cada vez más sedientos
de afecto y de amor, cada vez más solos y desamparados.
Compilado y corregido por la Lic. Diana Gurny
Por Luciana Chairo
Compilado y corregido por la Lic. Diana Gurny
“La encrucijada sexual que mora del lado de
lo imposible segrega según el viento de las épocas las ficciones que la
racionalizan, en un movimiento por el que desconocen el lugar de donde esta
proviene. Esa fue al menos la respuesta de J. Lacan a Jacques Alain Miller en
Televisión a principios de los años setenta.”
La deriva más o menos delineada del término QUEER , se puede leer en un
artículo[iv] de Didier Eribon, otro de sus teóricos, que integra elDictionnaire
des cultures gays et lesbiennes. Es recién hacia finales del siglo XIX que el
término queer habría tomado una connotación sexual. El viejo término inglés,
cuya atmosfera de significación se ligaba a lo bizarro, lo extraño, lo raro,
será aplicado a la esfera de la sexualidad para designar todo lo que no se
ajusta a la norma sexual. La otrora injuria devendrá una insignia en los años
noventa - la propia Butler llama la atención sobre el paradójico giro de esta
palabra, su “refundición” -. La reactivación del término se presume una reacción
contra las reivindicaciones asimilacionistas de los movimientos de gays y
lesbianas que buscan la integración social. Lo queer oficia de punta de lanza
que despliega su efecto disolvente respecto de cualquier perspectiva sobre la
sexualidad que tome como modelo el embalaje de la sexualidad de las clases
medias, urbanas y blancas – sean o no heterosexuales -.
Así, lo que el discurso queer sostiene desafiante, el
carácter construido del sexo a fuerza de performatividad, representa un golpe
asestado contra cualquier discurso sobre la sexualidad que se avale desde una
perspectiva esencialista, que hiciera derivar la diferencia entre los sexos de
alguna esencia, sea que esta se nutra de una supuesta naturaleza o bien se
valga del expediente anatómico para situarla.
Si bien es cierto que lo que el desafío queer toma como blanco de su crítica,
es identificable con lo que Lacan
hubiera aislado como “error común”, el error natural que consiste en que la
diferencia sexual pase engañosamente a lo real por intermedio de la presencia
del órgano para quiénes tienen a su cargo inicialmente distinguir los sexos –
aquí las anatomías -. Es evidente que esta asignación inicial del sexo se
produce bajo la dependencia del lenguaje, como sostiene Graciela Musachi[v]
siguiendo a Lacan, pues se trata de
un rodeo por el lenguaje, cuyo efecto es hacer aparecer la anatomía como
supuesta “real inicial” de la mentada diferencia. Esta asignación sin embargo,
no es el todo de la diferencia sexual para el psicoanálisis; que así se los
distinga –no son ellos quienes se distinguen, aclara Lacan [vi]- no implica
lógicamente que así se reconozcan, sobre esa distinción vendrán las
identificaciones en las que el sujeto hablante se reconoce como perteneciente a
algunos de los sexos por las que rechaza la distinción inicial. Solo más tarde
y como consecuencia de la inscripción del sujeto en la función fálica, la
elección del sexo se consuma, como elección de goce. La diferencia sexual pone
en juego dos modos de vivir la pulsión, precisa Musachi, que suponen dos modo
de gozar del falo. El hecho de que Lacan coloque esta encrucijada sexual del
lado de lo real, es lo que exime al psicoanálisis de caer en el vel
construccionismo / escencialismo para situar la diferencia entre los sexos[vii]………
Extracto de La teoría queer y la enseñanza de Lacan -¿queer
Lacan?- (*) Este escrito retoma una intervención en la mesa redonda: “El
malestar en la cultura hoy” realizada el viernes 21 de mayo de 2010, en el
marco del ciclo de conferencias: “¿Cómo vive nuestra época la pulsión?”.
Organizadas por la Asociación de Psicoanálisis de La Plata – como grupo
asociado al Instituto Oscar Masotta -.
Por la Lic Diana Gurny
Por Luciana Chairo
[1] García Márquez, G. El amor en los tiempos del cólera,
Ed. Diana, Buenos Aires, 1985.
[2] García Márquez, G. El amor en los tiempos del cólera,
Ed. Diana, Buenos Aires, 1985
[3] Fernández, A.M. “La mujer de la ilusión” en La Mujer de
la Ilusión. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1993, pp.256
[4] Galende, E. Sexo y amor. Anhelos e incertidumbres de la
intimidad actual, Paidós, Buenos Aires, 2001, pp.117
[5] Fonseca Hernández, M. y Quintero Soto, C. La Teoría
Queer: la de-construcción de las sexualidades periféricas, en Sociológica, año
24, número 69, pp. 43, 2009
[6] Para ampliar Chairo, L. Detrás del espejo… ¿Fragmentos
modernos o diversidad contemporánea? en Revista El Psicoanalítico Número 22.
[7] Sedgwick, E.S. Epistemología del armario, Ed. De la
tempestad, Barcelona, 1998
[8] Franco. Y, Eros, el amor, en Revista El Psicoanalítico Número
11.
[9] De la mano de las teorías del fin de la historia, de los
grandes relatos y de los sujetos, el posfeminismo se postula como la teoría
destinada a iluminar sobre la multiplicidad de diferencias sexuales que
cuestionan lo hegemónico.
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