miércoles, 22 de agosto de 2018

La Familia enferma



Hoy la familia hace síntoma



"Mejor que renuncie quien no puede unir a su horizonte la subjetividad de su época" Lacan

 Abordaremos hoy la familia, no como un síntoma contemporáneo, sino lo que de la familia hace actualmente síntoma. Y es que el psicoanálisis, al ser un discurso, tiene una posición sobre la familia, distinta a la de otros discursos, y entre otros discursos con los que mantiene una diferencia, se encuentra la biología.

Cierto es que la familia se soporta en elementos biológicos, pero la biología no explica la familia, porque si bien la procreación es biológica, la procreación no instituye a la familia humana. Llevar la misma sangre no hace familia más que en el reino animal, porque lo propiamente humano no es la familia sino la "familiarización" -al modo en que decimos que lo humano no es la sexualidad sino la sexualización.

La familia no es un dato natural, ni siquiera en la conformación de su estructura: se pensó constituida por hombre, mujer e hijos, pero vemos familias monoparentales, homosexuales, etc. -los estudios de Levy-Strauss fueron en ese sentido-, empezando por el hecho humilde de que cada familia pudo y tuvo que resolver las incertidumbres de la vida con los medios que estaban a su alcance en cada momento histórico determinado

Pero es hoy en día cuando la ciencia y el derecho están volviendo a la familia irreconocible: la reproducción asistida, anónima o no, vuelve innecesario el encuentro de los cuerpos tal que el hombre se ha vuelto absolutamente prescindible -basta su esperma, incluso el esperma de un hombre muerto tiempo ha; pero la madre también en tanto existen los vientres de alquiler, etc., y los jueces tienen a veces que dictaminar sobre quién es el padre de un sujeto.

Esto demuestra que la familia, la que importa, soportándose en la biología, en los lazos de sangre, es un complejo, y eso supone que

No hay instinto familiar, pues si tal hubiere cada miembro sabría cómo hacer con los demás, cosa que se desmiente cada día. No hay instinto, sino complejos, su opuesto, o sea, el conjunto de vínculos que se establecen entre sus miembros. PUES BIEN, ES EN ESTOS LAZOS DONDE LA FAMILIA HACE SÍNTOMA.




Pero esta familia está en vías de extinción, y los cambios que están dando origen a esta posible extinción son tan diversos que su sola enumeración se vuelve prolija.

Por tanto, podemos concluir que "la naturaleza no destila lo familiar", lo que conlleva que no existe un "saber familiar":

Nada en la naturaleza dice ni cómo ser un padre, ni cómo ser una madre, ni cómo ser un hijo -lo que supone unas dificultades en segundo orden, porque nada en la naturaleza dice cómo ser un hombre, cómo ser una mujer, ni cómo ser un niño.

Ahí, en ese espacio, el sujeto encontrará el deseo del Otro, un deseo que Lacan "recomienda" que no sea anónimo, o sea, que tenga en alguno de eso padres su formulación, que se jueguen, que encuentre en alguno de ellos su enunciación -lo que va en contra de esa moda de decir "Yo,…lo que él quiera ser"*, y responderá a lo que él cree ser para ese deseo mediante el fantasma: respuesta más o menos acertada, más o menos delirante, pero respuesta que, fuere como fuere, da la razón de la venida al mundo al sujeto y le otorga un espacio en el Otro, más o menos precario, más o menos humanizado. Encontrará ahí lo sagrado, lo que no debe tocar, los objetos marcados por lo prohibido, el primer tabú: se encontrará pues con la Ley y sus interdictos. Esa Ley es la Ley de la castración, ley que supone que un goce ha de ser perdido, para ser luego recuperado, Ley que pide a cada uno de nosotros la renuncia a algo con la promesa de su reencuentro posterior. La castración impide salir de la casa de los padres con el goce que allí se encontró: sólo si eso ocurre se encontrará después un goce acoplado a la ley del deseo. 



 La familia es, pues, el encuentro con el goce y la invitación a su renuncia: es la miel y el lugar vacío de su pérdida. Algunos quedan siempre nostálgicos de aquello que fue y ya no es, y por eso podemos decir sin miedo al error que la nostalgia es siempre familiar, y que siempre es por lo familiar por lo que nos dolemos y condolemos -dos afirmaciones que dejamos en su ambigüedad calculada. Hay quien se dedica a cantar, rememorar, a escribir sobre lo que fue: son sujetos atravesados por el dolor de la pérdida, cuando se trata de atravesar la pérdida: esa es la diferencia.

El sujeto se encuentra con la Ley en la familia, una Ley que pide su aceptación, y lo neurótico es dar un sí y un no a esa Ley, con lo que ese sujeto reúne los dos requisitos necesarios para el conflicto sintomático: la aceptación y el rechazo, o sea, el sí y el no a esa ley. Un síntoma freudiano es eso: el sí y el no, el sí a la alienación a los significantes que vienen del Otro, y el no a perder un goce, conservándolo para siempre como la más preciada propiedad. Por ello, podemos colegir que el síntoma tiene algo de familiar -nueva ambigüedad. Es familiar en tanto el síntoma es flor de familia, pero eso no significa que el goce de los hijos sea el mismo que el de los padres, porque más bien el goce-sufrimento, es lo que desfamiliariza al sujeto, lo que le separa del linaje familiar en oposición al discurso, a la alienación a esos ideales, a esas palabras que estructuran la familia, y le familiarizan.

Y con el no, surge el conflicto, no el conflicto del sujeto para sí -que puede que sí o puede que no-, sino el conflicto entre padres e hijos, en tanto la posición de los padres respecto al "no" pasará fácilmente a ser oposición: los padres se opondrán a ese goce que el hijo obtiene al dar el no, mientras los hijos lo defenderán como eso a lo que no quieren renunciar, independientemente de que ese goce, actuado en el síntoma, les traiga consecuencias nefastas para esos hijos.

Lo diremos de otra manera: el sujeto elige un goce, y ese goce es, en mayor o menor medida insituable en el Otro familiar, y los problemas surgen cuando el sujeto compruebe esa imposibilidad para que su familia, sus padres, acepten ese goce, un goce que, por demás, plantea al sujeto problemas a la hora de hacer con él, tal que lo que llamamos adolescencia es la comprobación de esa dificultad, y poco después, en lo que llamamos juventud, el sujeto saldrá del Otro familiar para intentar con una pareja un hacer con ese goce. Visto así, encontrar pareja es localizar un Otro que pueda alojar ese goce -es lo que coloquialmente se dice con la conocida expresión de "Encontrar a alguien que me acepte como soy", e intentar un hacer, un desenvolvimiento con ese goce.

O sea, se trata de situar en la pareja lo que en la familia se ha vuelto inaceptable. Este anhelo, mitad sueño, mitad fundada esperanza, podría enunciarse así: "Lo que la familia impide, la pareja permite", o "Lo que la familia rechaza, la pareja acepta".


Pero, ¿cómo se ha salido de la familia?

 De la familia se sale con una pérdida y una marca de goce, marca que busca en la pareja su repetición. Pero, si traspasamos el umbral familiar llevando algo que debimos haber perdido, no haremos más repetir la marca, tratando de anular la pérdida: Pero el signo usado no indica más que una intención, pero no un logro: no se anula la castración, y lo que se consigue es repetir la marca con la que se salió de la familia. Por eso podemos decir que cada sujeto lleva la familia a la pareja. Pretendemos separarnos formando una pareja, y lo que hacemos es alienarnos, o sea repetir, los viejos y caducos argumentos familiares.El sujeto repite en la pareja la marca familiar, y decimos marca como se dice marca en el ganado. Se lleva sobre el lomo, no se conoce, y se repite, gozando en la repetición, pero conllevando igualmente dolor y sufrimiento para eso que llamamos la persona. Vamos a intentar representarlo así:

En resumen, la pareja, fuere como fuere, es la prolongación de la familia. Como diría Clausewitz, la pareja es la prolongación de la familia por otros medios. Freud lo decía: el primer amor, es ya el segundo, y con ello no decía que la madre fuera el primer amor, sino que esa marca, o mejor, esas marcas constituyen el marco para el futuro amor, apuntando con ello a que la elección de pareja es repetición de esas marcas con las que se salieron de la familia, intentando la anulación de la pérdida por la repetición de la marca. Es muy curioso esto, no ya sólo porque para Freud el amor es un campo prometido a la repetición, sino porque por eso mismo, no habría desfamiliarización posible. El Edipo freudiano supone que la desfamiliarización no seria posible, salvo que un sujeto, abrumado por la repetición de un goce que se salda con un fracaso, quiera consultar al analista para superar su Edipo!

Y la familia ENFERMA!


Freud comprobó que el síntoma respondía a que no hay alienación total posible al Otro, que una separación es necesaria y que cuando esa separación no tiene cabida en el Otro, necesita del síntoma para alojarse, siendo la separación la operación por la cual el sujeto obtiene el goce más propio e íntimo. NO HAY FELICIDAD FAMILIAR! Lo diremos de otra manera: hay síntoma porque entre los ideales de la familia y el goce íntimo, no hay acuerdo total posible. Lo vamos a representar así:

lL transmisión de los ideales familiares se pagaba con el síntoma, y el síntoma era pues la forma que encontraba el sujeto para disonar concordando, para concordar disonando - El síntoma, repetimos, era pues el sí y el no a lo familiar, un sí de aceptación a lo familiar a la par que la presencia atragantada de lo inasimilable familiar.

 O sea, que el síntoma de un hijo es la respuesta a lo reprimido familiar, al secreto familiar.

 El hijo viene al lugar de la falta, pero no ha de confundirse con ella, y es esa distancia entre la falta y el hijo -esto quiere decir que el hijo no lo sea todo para la madre-, lo que permite al hijo no quedar atrapado en el deseo materno igualado a un goce que lo engulle como boca de cocodrilo: sólo entonces la vía al padre estará abierta, pero para ello es necesario que la madre tome a ese hijo como un don de este padre. Abrir a la dimensión del padre, es abrir a la transmisión de un deseo, un deseo de la madre hacia el padre, que libera al hijo de tener que ser todo para la madre. Humanizar supone hacer entrar el deseo en los límites que la Ley supone -lo que no quita la transgresión puntual-, pero que evita a un sujeto el tener que situarse permanentemente fuera de la Ley para desear -en este caso el deseo se iguala a un goce mortífero, un goce que por ser centrífugo -"cada uno con el suyo"-, está haciendo virar a la familia hacia ser sólo un "meeting point". Por eso, hay que ser demasiado neurótico para entender que la Ley está hecha sólo para prohibir: S. Agustín lo entendía mejor cuando afirmaba que su libertad consistía en obedecer la Ley de Dios.

Hoy, cuando vivimos en una sociedad tan permisiva, en la que parece que cada cual puede ser como quiera, a los padres, por contra, se les exige unos requerimientos que parecen demandar que sean unos padres perfectos. Pues bien, ni se trata de una madre, igualada a la mujer perfecta, o sea, asexuada, ni se trata de un padre libre de contradicciones. Para la primera, la maternidad no debe matar la feminidad, o sea, su sexualidad en tanto mujer; para el segundo, sus contradicciones, sus síntomas, no son lo que lo tacha como tal, siempre que tome a una mujer como su síntoma, si de alguna manera indica el camino, si prohíbe cuando viene al caso, si sostiene su palabra, si se somete él también a la Ley. Repetimos, es algo sorprendente que sobre los padres caiga una demanda de perfección en un mundo donde el relajo es la normal. Estos padres de los que otros discursos hablan, serían padres ideales, que, no por ser inexistentes, dejan de producir un efecto de insatisfacción y ansiedad en los padres que son, o sea, en los padres que afrontan su posición desde su condición de sujetos sintomatizados.
 

El padre, si ha colocado una mujer como la causa de su deseo. Entonces, es cuando es merecedor del amor y el respeto

Le queda la función, de garantizar el sentido. Sería algo así: "Yo, el padre, garantizo tu mundo de sentido". Esta formulación no pertenecerá jamás a los enunciados, sino que será inferida como enunciación de todo lo que hace y dice este padre.

Pero es más: esta función no necesita a la persona del padre porque un objeto, un personaje, pueden venir a ordenar una vida y posibilitar que algo acote el goce, algo que de  el soporte del sentido, sea el padre o no.

 La cuestión es la de cómo pasar del padre, sirviéndose de él, ¿cómo pueden servirse de un padre tan banalizado los jóvenes de nuestros días -y llamo padre banalizado al padre-colega, al padre-amigo, al padre que ha dimitido de su función, la de sostener una palabra que humanice una vida aunque eso suponga arrostrar en determinados momentos el enfado de los hijos? Y nosotros nos preguntamos: ¿qué hay detrás de esos padres tan permisivos? ¿Acaso un permitirse ellos algo a lo que deberían haber renunciado?

El amor necesita de la Ley y agradece el límite que esta supone. Que el padre sea el soporte la Ley conlleva que él también se somete a la ley, acotando su goce. Por eso, el declive del padre no es lo más trágico para un sujeto, sino la banalización de la palabra, porque entonces no quedan más que unos goces desatados, confrontados.

La inconsistencia de estos padres "amigos de sus hijos", fuerza a los hijos a "crecer sin padres", por ausencia real o por dimisión de su deber, refugiándose en ese impresentable actual llamado el padre colega.

El goce impide el saber ,algo que sólo el psicoanálisis puede formular claro y alto, y lo afirma porque el saber es un abrirse al Otro, un interesarse por, mientras el goce es un encerrarse con.

Y si es cierto que el decurso familiar no dejará de tener efectos sobre las subjetividades, eso no supone el fin, porque si la familia es un ser de ficción, debido a que es una creación del lenguaje, mientras haya lenguaje, habrá sujetos porque se crearán otras ficciones. Pero la familia es una ficción en otro sentido también porque la familia como parte de la realidad subjetiva es fantasmática, pues está construida y vista desde el fantasma del sujeto -y es aquí donde puede intervenir igualmente un analista. 
 

Dicho de otra manera: la familia es lo que el sujeto cuenta de ella. Y lo que cuenta de ella se llama Edipo, novela familiar o mito del neurótico, y eso que cuenta lo cuenta al Otro, y por ello, la familia que cuenta es …la que un sujeto cuenta al analista. Y puesto que la cuenta, la familia es un cuento, un cuento con unos personajes y un argumento. Y es ahí donde el psicoanálisis tiene su posibilidad: atravesar esa historia, ese cuento, para que el sujeto pueda situarse de forma distinta respecto a ella.

Puede haber sujetos sin familia, pero no hay sujetos sin inconsciente, sin relación al lenguaje, y a los efectos que el lenguaje tiene en él, siendo el primero, él mismo, porque decir sujeto es decir, sujeto causado por el lenguaje. Se puede tener padre, madre y hermanos y sin embargo sentirse sin familia, porque una familia no merece el nombre de tal si no proporciona un manejo del goce y el deseo en cada uno de sus miembros en su singularidad. Un hijo puede vivirse como abandonado aunque los padres hayan estado mucho tiempo con él, y no vivirse como solo si ha encontrado en el deseo del Otro las marcas donde sostener su existencia.

Y si La familia”Enferma",es porque un síntoma es lo que dice la verdad de algo o de alguien, y por ello es del síntoma de donde más se puede extraer un saber. Lo que decimos es que cuando se afirma que la familia cambia, se está diciendo, se sepa o no, que los viejos saberes, los antiguos catecismos con que nos orientábamos no valen. Será necesario inventar un nuevo saber para moverse en algo que, conservando el mismo nombre, comienza a ser algo bien distinto.


 El padre se ganará su posición si consiente en hacer de la familia, de sus hijos, más concretamente, unas bujías que le alumbren por un camino que cada vez es más distinto del que él conoció en su infancia. La familia se podrá así constituir en un nuevo yacimiento de saber, pues si esta cosa en la que nadamos llamada tecno-capitalismo entra en las casas con la mochila de los hijos, en ella también habrán de venir las claves para nadar y no naufragar en este tiempo que nos ha tocado vivir y en estas familias que constituimos. Digo, por tanto, que la familia puede desaparecer bajo la forma que la conocemos, pero lo que venga a sustituirla obedecerá a una estructura en su conformación, y es de ahí donde los padres puedan aprender algo para saber-hacer, con ella y en ella.



















Lic. Diana S. GURNY citando a José Antonio Naranjo Mariscal