Síntesis del Libro la Depresión y el Cuerpo de
Alexander Lowen

El análisis bioenergético o terapia
bionergética de Lowen es una forma de psicoterapia corporal (psicoterapia
de orientación corporal reichiana), basado en la obra de Wilhelm
Reich. Incluye el énfasis en la importancia del contacto con el suelo a
través de los pies, y le añade aspectos del psicoanálisis,
como la transferencia, la contratransferencia,
los sueños,
los lapsus linguae y cuestiones edípicas.
También pone mayor énfasis en la satisfacción sexual de la psicoterapia de
Reich. Fue desarrollado por Alexander
Lowen y John Pierrakos,1
y por pacientes y estudiantes de Reich.2
La idea tras la práctica de la bioenergética actual es que los bloqueos en la
expresión emocional y el bienestar se revelan y se expresan en el cuerpo como
tensiones musculares crónicas que son a menudo inconscientes. Los bloqueos son
tratados mediante la combinación de ejercicios físicos diseñados
bioenergéticamente, expresiones afectivas y la palpación de las tensiones
musculares.
El terapeuta bioenergético ayuda (a través de ejercicios bioenergéticos,
movimientos expresivos, respiraciones o manipulaciones) para que el paciente
pueda contactar con las emociones secuestradas en sus tensiones corporales,
para liberarlas y restablecer su flujo de energía vital interrumpido o
limitado.
LA DEPRESIÓN Y EL CUERPO, EN LA SOCIEDAD ACTUAL.[1][1].
¿Por
qué nos deprimimos? Síntesis del Libro la Depresión y el Cuerpo de
Alexander Lowen
Depresión
e irrealidad
La
depresión ha llegado a ser tan común que incluso un psiquiatra la describe como
una reacción “perfectamente normal”, con tal que “no interfiera en las tareas
diarias”. Pero aunque se considere normal en el sentido estadístico de que el
comportamiento y el sentir de la mayoría de la gente son así, no cabe decir que
sea un estado saludable.
La
condición mínima de un funcionamiento normalmente sano es el sentirse bien. Una
persona sana se siente bien la mayor parte del tiempo en las cosas que hace,
sus relaciones, su trabajo, su descanso y sus movimientos. Su placer alcanza en
ocasiones gran alegría e incluso puede llegar al éxtasis, y de cuando en cuando
experimentará también dolor tristeza, pesar y decepción. Sin embargo, no
llegará a deprimirse.
La persona deprimida vive en función del
pasado, con la correspondiente negación del presente.
Cuando
una persona ha experimentado una pérdida o trauma en su infancia que ha
socavado sus sentimientos de seguridad y autoaceptación, proyectará en su
imagen del futuro la exigencia de que invierta su experiencia pasada. El
individuo que de niño experimentó una sensación de rechazo se representará un
futuro lleno de aceptación y aprobación prometedoras. Si de niño luchó contra
la sensación de desamparo e impotencia, su mente compensará este insulto a su
ego con una imagen del futuro que en la que se sienta poderoso y dominante. La
mente, en sus fantasías y elucubraciones, intenta invertir una realidad
desfavorable e inaceptable a base de crear imágenes que ensalcen al individuo e
hinchen su ego. Si una parte importante de la energía de la persona se centra
en esas imágenes y sueños, perderá de vista que su origen está en esa
experiencia infantil y sacrificará el presente en aras de su cumplimiento.
Estas imágenes son metas irreales y su realización es un objetivo inalcanzable.
La
irrealidad de la persona deprimida se manifiesta claramente en el grado en que
ha perdido contacto con su cuerpo. Hay una carencia de autopercepción; no se ve
a sí mismo tal como es, ya que su mente está centrada en una imagen irreal. No se da cuenta de sus rigideces
musculares, pero estas limitaciones son las responsables de que no pueda
realizarse como persona en el presente.
1.
La búsqueda de la ilusión.
Hoy en
día hay tanta gente que persigue metas irreales, sin relación directa con sus
necesidades básicas como seres humanos, que la depresión es algo casi normal.
Todo el mundo necesita amar y necesita sentir que su amor es aceptado y en
cierta medida correspondido. El amor y la estima nos relacionan con el mundo y
nos dan la sensación de pertenecer a la vida. Ser amados es importante en la
medida en que facilita la expresión activa de nuestro propio amor. La gente no
se deprime cuando ama. A través del amor uno se expresa y afirma su ser e
identidad.
La
autoexpresión (expresión del self) es otra necesidad básica de todos los seres
humanos. La necesidad de autoexpresión subyace en toda actividad creativa y es
fuente de nuestro mayor placer. La expresión del self es fundamentalmente un
fenómeno corporal, en consecuencia, la expresión del self, significa la
expresión de los sentimientos. El sentimiento más profundo es el amor.
Otra
necesidad básica para todos los individuos es la libertad. Sin ella es
imposible la autoexpresión. Uno desea ser libre en todas las situaciones de la
vida. No es libertad absoluta lo que se busca sino libertad para expresarse
uno mismo.
La
persona deprimida está presa por las barreras inconscientes del “se debería” y
“no se debería”, que la aíslan, la limitan y pueden incluso aplastar su
espíritu.
Mientras vive en esa prisión, la persona devana fantasías de libertad, trama
planes para su fuga y sueña un mundo en el que la vida será diferente. Estos
sueños, como todas las fantasías, le sirven para mantener su espíritu, pero
también le impiden confrontar de una manera realista las fuerzas internas que
le atan. Antes o después se derrumba la ilusión, el sueño se desvanece, el plan
falla y se encuentra cara a cara con la realidad. Cuando esto sucede, el
individuo se deprime y se siente desesperado.
Cuando
perseguimos ilusiones nos proponemos metas pocos realistas, creyendo que si las
lográramos, automáticamente nos liberarían, restablecerían nuestra capacidad de
autoexpresión y nos harían capaces de amar. Lo que es irreal no es la meta,
sino la recompensa que se supone sigue este logro. Entre las metas que la
mayoría de la gente sigue están las riquezas, el éxito y la fama. En nuestra
sociedad hay todo una mística en torno a enriquecerse. Dividimos a la gente
entre los que “tienen” y los que “no tienen”. Creemos que los ricos son los
privilegiados que poseen los medios para satisfacer sus deseos y en
consecuencia para realizarse. Desgraciadamente, esto no funciona para todo el
mundo. Tanto se deprime el rico como el pobre. El dinero no da las satisfacciones internas que son las que hacen
que la vida merezca la pena vivirse. En muchos casos la tendencia a
ganar dinero desvía la energía de actividades más creativas y autoexpresivas,
con la cual el espíritu se empobrece.

El éxito y la fama pertenecen a otro orden
de cosas. La tendencia hacia el éxito y la fama se basa en la ilusión de que no
sólo incrementarán nuestra autoestima, sino que además lograremos esa
aceptación y aprobación de los demás que parece que necesitamos. Es cierto que
el éxito y la fama aumentan nuestra autoestima e incrementan nuestro prestigio
en la comunidad, pero estos logros aparentes contribuyen bien poco a la persona
interior.
Muchos
triunfadores se han suicidado en la cumbre del éxito. Nadie ha encontrado
verdadero amor a través de la fama, y muy pocos han superado la sensación interna
de soledad gracias a ella. Por muy fuerte que sea el aplauso y estruendosa la
aclamación de las multitudes, no llegan al corazón. A pesar de que estas son
las metas que glorifica la sociedad de masas, la verdadera vida se vive en un nivel mucho
más personal.
Por lo
tanto, se puede definir como meta irreal aquella que conlleva expectativas poco
realistas. El verdadero objetivo que hay
tras la lucha por el dinero, el éxito o la fama es la autoaceptación,o somos
todopoderosos, la autoestima y la autoexpresión. El ser pobre, un fracasado
o un desconocido es para mucha gente ser un “Don nadie” y, por tanto, no ser
merecedor de amor y ser incapaz de amar. Pero quien crea que la riqueza, el
éxito o la fama pueden convertir a un “don nadie” en “alguien”, es víctima de
una ilusión, porque está rodeado de signos externos de importancia: ropas,
coches, casa y celebridad. Puede que de la imagen de ser “alguien”, pero las
imágenes son un fenómeno superficial que a menudo tiene muy poco que
ver con la vida interior. De hecho, cuando una persona tiene que proyectar la
imagen de ser “alguien”, indica que en su interior se siente un “Don nadie”.
Este sentimiento es el resultado de la disociación entre el yo y el cuerpo. La persona se identifica con su yo y niega la importancia de cuerpo;
es más, no tiene cuerpo. La perdida de sensación del cuerpo, que equivale a sentirse un
“Don nadie”, obliga a sustituir la realidad del cuerpo por imágenes basadas en
la posición social, política o económica.
Si
queremos encontrar a la verdadera persona tras la fachada de su conducta social
tenemos que mirar a su cuerpo, sentir sus sentimientos y entender sus
relaciones. Sus ojos nos dirán si puede amar, su cara nos dirá si es
autoexpresivo y sus sentimientos nos revelarán el grado de libertad interior. Cuando estamos en contacto con un cuerpo vivo y vibrante,
sentimos inmediatamente que estamos en presencia de “alguien, sin tener en
cuenta su posición social.
La vida se vive realmente en
este nivel personal donde un cuerpo se relaciona con otro o con su entorno
natural.
Todo lo
demás es pura tramoya, y si confundimos el teatro con el drama de la vida,
estamos en realidad bajo el dominio de la ilusión.
Si la
depresión es tan común hoy día, es por la irrealidad en que transcurre buena
parte de nuestras vidas, por la energía que se dedica a la persecución de metas
irreales. Somos como especuladores de Bolsa, planeando beneficios de acciones
cuyos dividendos nunca llegamos a disfrutarlos. Esta inversión en valores que
están fuera de nosotros como seres humanos infla artificialmente su valor real.
Una casa mayor, un coche nuevo, más electrodomésticos, etc., tienen cierta
medida de valor positivo, ya que contribuyen de alguna manera al placer de la
vida. Pero si consideramos estas cosas como una
medida de nuestro valor personal, si esperamos que el poseerlas llenará el
vacío de nuestras vidas, estamos montando el escenario para una inevitable
deflación que de seguro nos deprimirá, igual que se deprime el especulador
cuando la fiebre especuladora remite y el mercado quiebra.
Estamos
expuestos a deprimirnos cuando buscamos fuentes externas a nosotros para
realizarnos. Si pensamos que el tener todos los adelantos materiales que posee
el vecino nos va a hacer más personas, a reconciliarnos más con nosotros mismos
y a ser más autoexpresivos, nos veremos lamentablemente desilusionados. Y
cuando llega la desilusión, nos deprimiremos. Puesto que esta actitud es hoy
día la de muchas personas, supongo que veremos aumentar la incidencia de la
depresión y el suicidio.
Erik
Fromm se refiere a la depresión cuando explica la agresión instrumental y dice:
Otro tipo de agresión biológicamente adaptativa es la instrumental, que tiene
por objeto lograr aquello que es necesario o deseable.
Pero
¿qué es lo deseable?. En el sentido estricto de la palabra, podríamos decir que
deseable es lo necesario. En este caso, el “deseable” se basa en la situación
objetiva. Pero con más frecuencia se dice que “deseable” es lo que se desea. Si
empleamos la palabra en este sentido, el problema de la agresión instrumental
presenta otro aspecto, y de hecho el más importante en la motivación de la
agresión. La verdad es que la gente desea no sólo lo necesario para sobrevivir,
no sólo lo que proporciona la base material para vivir bien; mucha gente de nuestra cultura es voraz,
ávida de más comida, más bebidas, más mujeres, más posesiones, más poder, más
fama. Su avidez puede ser más de una de estas cosas que de otra; lo que
es común a todos es el ser insaciables y nunca quedar satisfechos. La
voracidad es una de las pasiones no instintivas más fuertes del hombre, y
es a todas luces síntoma de mal funcionamiento psíquico, de vacío interior y de
falta de interioridad. Es una manifestación patológica de la falta de
desarrollo, así como uno de los pecados capitales de la ética budista, la judía
y la cristiana.
Unos
cuantos ejemplos ilustrarán el carácter patológico de la voracidad: es bien
sabido que el exceso en el comer, o gula, que es una forma de la voracidad,
frecuentemente se debe a estados depresivos; o que las adquisiciones
compulsivas son un intento de escapar a un mal humor depresivo. El acto de
comer o comprar es un símbolo de llenar un vacío interior para sobreponerse
momentáneamente al sentimiento depresivo. La voracidad es una pasión, vale
decir: está cargada de energía y empuja sin cesar a una persona hacia la
consecución de sus fines.
En
nuestra cultura, la voracidad, se refuerza grandemente con todas aquellas
medidas que tienden a transformar a todo el
mundo en consumidor. Naturalmente, la persona voraz
no tiene por qué ser agresiva con tal que tenga dinero suficiente para comprar
lo que desea. Pero la persona voraz que no tiene los medios necesarios, atacará
cuando quiera satisfacer sus deseos. En la escala histórica, la voracidad es
una de las causas de agresión más frecuentes y es probablemente un motivo tan
fuerte para la agresión instrumental como el deseo de lo objetivamente
necesario.
Oscurece
la comprensión de la voracidad su identificación con el egoísmo. Este es
una manifestación normal de una pulsión biológicamente dada, la de la
conservación de sí mismo, cuyo fin es lograr lo necesario para la conservación
de la vida o de una norma de vida acostumbrada, tradicional.
Solamente
en pleno desarrollo
del capitalismo se convierte la voracidad en motivo clave
para un número siempre creciente de ciudadanos. Pero la voracidad, tal vez a
causa de una tradición religiosa todavía rezagada, es un motivo que casi nadie
se atreve a confesar. El dilema se resolvió racionalizando la voracidad y convirtiéndola
en interés egoísta. Egoísmo es igual a voracidad.[2][2]
2.
Enraizarse con la realidad.
Lo que nosotros llamamos enraizar
al individuo consiste en sensibilizar el vientre de manera que la persona pueda
sentir sus entrañas y sensibilizar sus piernas hasta que las sienta como raíces
móviles. La persona que está enraizada de esta manera siente que tiene debajo
una base firme en la tierra y posee el coraje de mantenerse o moverse por ella
como le place. Estar enraizado es estar en contacto con la realidad. De una
persona que está en contacto con la realidad se dice “que tiene los pies sobre
la tierra”. Un individuo que está bien enraizado no actúa en base a ilusiones;
no las necesita. Y a la inversa: la persona que se aferra a las ilusiones, las
necesite realmente o no, se mantiene en las nubes, sin llegar a enraizarse.
La tarea de enraizarse no es fácil. Hay angustias profundas que
obstruyen el camino, entre las cuales ya mencioné el temor a que nadie le
preste ayuda si se deja ir. Las palabras para convencerle de lo contrario
aunque bien intencionadas, son gestos vacíos. La persona que abre su corazón a
los demás descubre enseguida que no está sola; casi todo el mundo responde
cálidamente a quien abre su corazón. Pero para alcanzar esta forma de ser
abierto, hay que pasar por la angustia de sentirse solo y aprender que ya no se
tiene importancia.
Finalmente, está la ansiedad que conlleva el plantar los dos pies
sobre el suelo. No es que nos dé miedo, pero la verdadera independencia
significa estar solo. Yo diría que el miedo a estar solo es la ansiedad
predominante de nuestro tiempo. Nadie quiere estar solo. Somos gregarios por
naturaleza, pero en mucha gente el miedo a estar solo alcanza cotas
irracionales. A causa de este miedo harán cualquier cosa para conformarse a su
entorno. Para ello olvidamos la individualidad, suponiendo erróneamente que la
persona que tiene una verdadera individualidad, que se atreve a ser él mismo
frente a los demás, será víctima del ostracismo y del rechazo. Este miedo
fomenta una sociedad masificada, con sus medios de comunicación de masas, sus
entretenimientos masificados, etc.
Y sin
embargo, por extraño que parezca, quien está verdaderamente solo es el individuo masificado, que
carece de las profundas e íntimas relaciones personales que unen a la gente.
Y es el individuo que se yergue solo, con los pies en la tierra, quien siente y
conoce la unidad que relaciona al hombre con el hombre y al hombre con la
mujer. Al ser fiel a sí mismo, atrae a la gente, y las respuestas que da
son genuinas y sinceras. Nunca se siente solo, mientras que el individuo
masificado se siente solo incluso entre la multitud. El individuo auténtico no
va por ahí jugando un papel, ni repartiendo palmaditas en la espalda para ser correspondido.
Se da a sí mismo generosamente y recibe de los otros con libertad.
Enraizarse
es un concepto bioenergético, y no sólo una metáfora psicológica. Cuando
conectamos a tierra un circuito eléctrico, le proporcionamos una salida para la
descarga de energía. En un ser humano, el enraizarse también sirve para liberar
o descargar la excitación del cuerpo. El exceso de energía en un organismo
viviente se descarga constantemente a través del movimiento o del aparato
sexual. Ambas funciones de la parte inferior del cuerpo. A la parte superior le
concierne principalmente la toma de energía, ya sea en forma de alimento,
oxígeno o estimulación y excitación sensorial. En el cuerpo hay una pulsación
energética, cuando necesitamos energía o excitación las emociones se mueven
hacia arriba, hacia la cabeza, y cuando la descarga se hace necesaria, hacia
abajo, hacia las extremidades inferiores.
La
función de descarga se experimenta como placer. Lo sabemos por la experiencia
común, que nos dice que la descarga de cualquier estado de tensión o excitación
es placentera. Y también por el placer sexual cuando la descarga de sensaciones
y sentimientos ha sido intensa. Sigmund Freud lo señalo y Wilheim Reich lo
documentó en su teoría sobre la función del orgasmo.
El
enraizamiento facilita la experiencia de placer, lo cual motiva a la persona
para tratar de alcanzar una carga mayor en cualquier área que prometa placer.
El
enraizamiento conecta al hombre con sus funciones básicas, animales o
corporales, y en ese proceso alimenta y mantiene su esfuerzo espiritual que
está asociado con el movimiento del sentimiento y de la energía hacia la
cabeza.
3.
La fe.
¿Qué
importancia tiene la fé? ¿Puede el hombre vivir sin ella? ¿Puede incluso
sobrevivir sin ella? ¿Que es la fé?
Cuando
se piensa sobre el problema de la depresión, la fé es importante para su
comprensión porque la persona con fe no se deprime. Mientras conserve una fe
fuerte y activa, podrá avanzar en la vida, lo cual es incapaz de hacer el
individuo depresivo. Por lo cual el depresivo es una persona sin fe; él no
piensa en sí mismo.Estamos asistiendo a un aumento en la incidencia de la
depresión por un lado y la correspondiente desilusión y pérdida de fe por el
otro. Todos los psiquiatras, psicólogos y personas que trabajan en el campo
psicológico saben lo corriente que es. Si recordamos que la ansiedad y la
depresión forman parte de un mismo síndrome y pensamos en la cantidad de drogas
que se consumen para controlar esos estados (tranquilizantes, antidepresivos,
sedantes y píldoras para dormir), nos podremos hacer una idea de su ubicuidad.
La persecución frenética de la diversión y la demanda continua de estimulantes
apoyan esta observación.
Ante la
desilusión y la pérdida de fe, sólo hay que hablar con la gente para darse cuenta
de lo desencantada que está del mundo de hoy. Los que más lo demuestran son los
jóvenes en sus escritos, en sus protestas y en su utilización de las drogas,
nos hablan de la poca fe que tienen en el futuro de esta civilización. Pero los
mayores comparten muchos recelos similares; ven un deterioro constante de los
valores morales, un debilitamiento progresivo de los lazos religiosos y
comunitarios que ligan el bienestar de un hombre con el del otro, una
disminución de la espiritualidad junto con un aumento del énfasis en el dinero y el poder; y se preguntan “¿A dónde va este mundo?” la opinión de la mayoría de la gente
siente que estamos viviendo tiempos depresivos, y realmente es así.Cuando se pierde la fe, parece
perderse también el deseo y el impulso de alcanzar cosas, de comunicarse y de
luchar. El individuo siente que no hay nada que alcanzar, nada por lo que
luchar y se adopta una actitud última de ¿y para qué?. Esta pérdida la han
experimentado muchos pueblos primitivos que han visto socavada su cultura por
la civilización blanca. A medida que perdían la fe en su forma de vida,
parecían abandonarse, encerrándose en sí mismos y dándose a menudo al alcohol.
Había desaparecido la emoción de sus vidas, había disminuido la llama vital en
sus cuerpos. Para sobrevivir tuvieron que encontrar una nueva fe, y muchos la
encontraron porque junto con los conquistadores llegaban misioneros.
No importa que dioses se adoren o qué
creencias se tenga, siempre que la fé sea profunda. La fuerza que da la fe no
está en su contenido sino en su naturaleza.
La fe
es una fuerza que sostiene la vida, tanto en el individuo como en la sociedad,
y la que la mantiene en movimiento hacia arriba y hacia adelante. Es la fuerza
que une al hombre con el futuro. Cuando se tiene fe se puede albergar confianza
en el futuro, aún en períodos en los que los sueños o las esperanzas no parecen
que vayan a cumplirse.
La
gente que pone su confianza en el poder
nunca parece tener el suficiente para estar absolutamente seguro. El motivo es
que la seguridad tal no existe, y nuestro poder sobre la naturaleza y sobre
nuestros propios cuerpos está estrictamente limitado.
Si uno
examina el curso de la historia humana, se verá que el desarrollo de los
pueblos o naciones va de la fe al poder, para luego declinar. Pero allí donde la fe une, el poder divide. La lucha del poder entre las grandes
ciudades de Atenas y Esparta dió como resultado la guerra del Peloponeso, que
duró más de cuarenta años, destruyendo una fe que anteriormente había unido a
los griegos en su empeño común.
Toynbee
reconoce que el poder contribuye a la pérdida del potencial creativo de un
pueblo, como en la siguiente cita: “Hemos
visto, de hecho, que cuando en la historia de cualquier sociedad una minoría
creativa degenera en una minoría dominante que intenta mantener por la fuerza
una posición que ya no merece, este cambio de carácter del elemento gobernante
provoca la recesión de un proletariado que ya ni admira ni imita a sus jefes y
que se revela contra su servidumbre”.[3][3]
En un
libro anterior Toynbee señalaba que el anhelo de poder limita la experiencia del placer, que
proporciona la energía y motivación necesarias para el proceso creativo.
El poder expande al ego, puesto que realza la sensación de control, que es la
función normal del ego. Pero en individuos más débiles la sensación de poder es
fácil que infle artificialmente el ego, produciendo una disociación entre el
ego y los valores espirituales inherentes al cuerpo; entre éstos están el
sentimiento de unidad con el prójimo y con la naturaleza, el placer de la
capacidad de respuesta espontánea, que es la base de la actividad creativa, y
la fe en uno mismo y en la vida. Dado que estos valores son inherentes al
proceso vital, permanecen a la esfera del cuerpo, no a la del ego. Hay una antítesis
entre estos valores del ego y los que pertenecen a las funciones del ego. Los
valores del ego son individualidad, control y conocimiento. A través del
conocimiento logramos mayor control y nos volvemos más individuales. Pero
cuando estos valores se alían con el poder y dominan la personalidad, se
disocian de los valores espirituales del cuerpo, lo cual transforma una postura
sana del ego en otra patológica.
La
antítesis entre los valores del ego y los valores del cuerpo no tiene por qué
acabar en un antagonismo que dos conjuntos de valores pueden estimular y
enriquecer la personalidad. Así, el hombre que es realmente un individuo puede
ser agudamente consciente de su hermandad del universo. Su control revela que
es dueño de sí mismo; posee autocontrol, no es poseído por él, como pasa con el
individuo neuróticamente controlado. Y su conocimiento le sirve para reforzar
su fe en la vida, no para minarla ni negarla.
A un
verdadero individuo, en contacto con su cuerpo y seguro en su fe, se le puede
confiar poder. No se le subirá a la cabeza, porque no juega un papel importante
en su vida personal. Puede tomarlo o dejarlo, lo usará pero no abusará de él.
Por otro lado, la persona que cree en el poder y le gusta, se volverá un
demagogo que sólo puede actuar destructivamente, no creativamente.
El
mundo se halla actualmente en un punto peligroso y desesperado porque tenemos
demasiado poder y muy poca fe. La situación sólo puede tener dos salidas.
Muchos se deprimirán al sentirse impotentes para realizar sus sueños; otros se
volverán rebeldes y revolucionarios y utilizarán la violencia para conseguir
más poder y reformar lo que ellos consideran injusticias sociales. Su violencia es un
antídoto contra las tendencias depresivas, si evitaran la violencia caerían en
la depresión. La violencia y la depresión son dos reacciones al sentimiento de
impotencia. Una tercera es volcarse en las drogas y el alcohol; el
consumidor de drogas contrarresta el sentimiento de impotencia a través de sus
efectos narcóticos y alucinatorios. Pero ninguno de estos caminos da resultado.
La única salvación está en la fe.
La
psicología de la fe.
Al
hombre se lo ha definido como un animal que construye su historia. Esto
significa que es consciente de su pasado y le preocupa el futuro. Sabe que es
mortal, pero también sabe que sus raíces personales vienen en lo profundo de la
herencia de su pueblo. Asimismo, está atado al futuro, que es su inmortalidad,
sabiendo que a través de él se transferirá esa herencia a los que vengan detrás.
Nadie puede vivir por y para sí mismo; tiene que sentir que haga lo que haga,
por pequeño que sea, contribuye de alguna manera al futuro de su pueblo.
Todos
los estudios sobre los pueblos
primitivos nos muestran que son extraordinariamente conscientes de ser
eslabones en la gran cadena de la vida tribal. El conocimiento y las
habilidades de la tribu, que le proveen de las herramientas para su
supervivencia, y sus tradiciones y mitos, que determinan su lugar en el esquema
de las cosas, pasan solamente de generación en generación. Cada miembro es un
puente viviente que conecta el pasado con el futuro; mientras ambos anclajes
estén seguros, la vida correrá fácilmente a través y por encima del puente,
dotando a cada individuo de una fe que da significado a su existencia. Cuando
la conexión vital de un pueblo con el pasado y el futuro desvanece, pierden la
fe, fe en ellos mismos y en su destino. Hemos visto que los pueblos primitivos
se deprimen cuando se destruye su cultura. Los hombres primitivos, como cualquier
persona deprimida, se dan a la bebida o pierden todo interés o deseo de seguir
adelante.
Muchos
aspectos de nuestra cultura actual sugieren un fenómeno paralelo. Las
tradiciones y las costumbres por las que han vivido durante siglos los hombres
de occidente está perdiendo su influencia. En casi todas las esferas de la vida
están ocurriendo cambios que hacen que el pasado parezca irrelevante. Nadie
puede vivir hoy como vivían nuestros abuelos; los coches y los aviones lo hacen
físicamente imposible. Pero el cambio ha afectado también a las relaciones
humanas. Ha habido un relajamiento de los vínculos familiares y existe una
moral sexual radicalmente nueva. Incluso son distintas las maneras de ganarse
la vida; por ejemplo, ha descendido notablemente la cantidad de gente dedicada
directamente a la agricultura y hay muchas más gente que trabaja en industrias
de servicios y manufacturas. Se han desarrollado nuevas
profesiones como la de asistente social, consejeros psicólogos y programadores
de computadoras. Así, los problemas que surgen en las nuevas generaciones son
diferentes de los de las anteriores, con lo cual la sabiduría cuidadosamente
atesorada durante años de lucha parece ser o es ahora inaplicable.
¿Y el
futuro? Estamos en un mundo donde los cambios están a la orden del día; el
futuro es más incierto que nunca. Los científicos hablan incluso de la cuestión
de supervivencia humana. La energía nuclear que amenaza con hacer inhabitable
la tierra.
Lo
sorprendente en esta situación es que no haya más gente deprimida,
especialmente los más viejos, tienen una fuerte fe personal, derivada de
experiencias personales con su madre y su familia.
Hasta
el siglo XX el hombre se había sentido siempre sometido a un poder superior, ya
fuera Dios o varios; nunca tuvo la audacia ni los medios para enfrentarse a la
autoridad superior de una divina providencia. Hoy día ya no es así para mucha
gente. El que Dios esté muerto o no, poco importa; está muerto en el
pensamiento moderno. El hombre moderno no reconoce ya una autoridad suprema.
Cree que la naturaleza se rige por las leyes físicas, y si se pueden descifrar
esas leyes se puede controlar la naturaleza. Es una visión audaz, pero la
ciencia parece dar al hombre los medios para conseguirlo. Esta visión no se
limita a los científicos en los laboratorios; los medios de comunicación
alimentan al público con las noticias de cualquier avance en la búsqueda del
conocimiento, y en muchas mentes ha entrado el pensamiento de que quizá podamos
a la larga eliminar la vejez y la muerte.
Mucha
gente cree realmente en la ciencia y en sus posibilidades. Pero creer no es
tener fe. Las creencias están sujetas a verificación, la fe no necesita
verificación. Una creencia es un producto
de la mente consciente, la auténtica fe es un asunto del corazón.
Otro
aspecto de nuestra cambiante civilización
es la creciente individualización y aislamiento del hombre medio.
Individualización y aislamiento no son lo mismo, pero se han movido por caminos
paralelos. Hablando en términos relativos, a medida que el hombre se ha hecho
más consciente de sí mismo como ser único, ha ido cortando los lazos que le
unían a la comunidad; y lo ha hecho porque tenía más poder a su disposición:
poder para moverse más libremente, para comunicarse a la gran distancia, para
utilizar servicios, comprar bienes, etc. Continua siendo tan dependiente de su
comunidad como lo era el hombre primitivo, pero ya no siente esa dependencia,
no se siente parte de un orden superior del que depende para su supervivencia. Si cada hombre es un mundo en sí mismo,
entonces tiene razón al creer que en su mundo personal él es Dios. Nadie puede
decirle qué pensar o qué creer. Pero estos mundos personales tienen muy
poco contacto entre sí; lo que se cambian son formalidades o trivialidades,
pero no sentimientos verdaderos.
Las
condiciones de la vida moderna crean una cultura
masificada, una sociedad masificada y un individuo masificado. La gente en una sociedad
masificada son como alubias en un saco; sólo cuentan como cantidad. Y aunque en
una sociedad cada persona es diferente de cualquier otra, no es un verdadero
individuo, ya que no tiene voz en su futuro y no puede responsabilizarse de su
destino. Desde el momento de su nacimiento en un hospital
masificado, la vida de cada uno se procesa en un sistema estructurado en las
instituciones de la educación masificada, la comunicación masificada, los
viajes organizados, etc. La mecánica de este sistema no deja lugar para el
ejercicio del juicio o el gusto personal. Incluso la elección de productos
fabricados en masa está condicionada por una publicidad de masas.
A los
sistemas les falta la capacidad de responder a las necesidades humanas, y es
esta falta de respuesta la que fuerza a la gente a unirse en propuestas
masivas. Todas las reuniones de masas o manifestaciones, independientemente de
su objetivo explícito, son realmente una protesta contra las condiciones de
vida masificada. Es la única forma de expresión que le queda abierta al
individuo masificado en una sociedad masificada.
La
verdadera individualidad sólo puede existir en una comunidad donde cada miembro
es responsable del bienestar del grupo y donde el grupo responde a las
necesidades de cada miembro. En una comunidad, la individualidad de un hombre
viene determinada por su valor personal para el grupo. En una sociedad de
masas, por el poder de su posición. Así, la verdadera individualidad es la
medida de la participación de cada uno, y no un reflejo de su aislamiento. En una sociedad
masificada solo importa el sistema, puesto que cualquier persona se puede
reemplazar por otra. El individuo masificado, esté arriba o abajo del montón,
sólo es importante para él mismo. Este sistema obliga a la gente a volverse egoísta y a dedicar sus mayores esfuerzos a ganar reconocimiento.
La fe
conecta el pasado con el futuro. A través de la fe el individuo queda conectado
con la comunidad. Las comunidades se formaron con individuos que tenían una fe
común, y cuando esa fe se perdió, aquellos se desintegraron.
Egoísmo y fe son diametralmente opuestos. A un egoísta sólo le
importa su imagen; a un hombre con fe le importa la vida. Un egoísta se orienta
hacia la consecución del poder, ya que a más poder, mayor será la imagen que
proyecta. Un hombre de fe se orienta hacia el disfrute de la vida, y el placer
que le da el vivir lo comparte con los que tiene alrededor. El egoísmo es una
creencia en lo mágico de la imagen, principalmente de la palabra. Para un
egoísta, la imagen lo es todo, su única realidad. Cree absolutamente en el
poder de la mente consciente y se identifica con ese proceso. La verdadera fe
es una entrega a la vida del espíritu -el espíritu que vive en el cuerpo de la
persona-, que se manifiesta a través del sentimiento y que se expresa en los
movimientos del cuerpo.
A pesar
de la diferencia que existe entre creencia
y fe, las dos pueden estar y a menudo están relacionadas. Aunque las creencias son un producto del
pensamiento y la fe es un sentimiento del mismo género que el amor, cabeza
y corazón no tienen por qué estar desconectados y lo que uno piensa puede reflejarse
inmediatamente en lo que uno siente. Un hombre que proclama su creencia en Dios puede tener poca fe,
como atestiguaría, por ejemplo, el hecho de que se deprime. Por otro lado, un
ateo puede ser un hombre con mucha fe. Puede que no crea en un Dios sobrehumano
que rige los destinos, pero su fe podrá estar relacionada con su identidad, con
el amor por sus compañeros y con el amor por la vida. La gente de fe
puede tener creencias diferentes, y hay gente con creencias similares que
difieren mucho en su fe. El efecto de la experiencia de la fe puede ser
positivo o negativo. Será positivo si abre el corazón y negativo si lo cierra.
El
crecimiento de la fe.
La fe
empieza en el proceso de la concepción. Una chispa del padre enciende el fuego
de la vida en un óvulo, que después es alimentado por la sangre de la madre.
Metafóricamente podríamos decir que la llama de la vida pasa de una generación
a otra, con la esperanza de que será eterna y de que se hará más brillante en
cada paso sucesivo. Cuando la llama arde con brillo en un organismo, éste
irradia un sentimiento de alegría.
Pero la
vida no es un fuego normal, que debe ser alimentado desde fuera para mantener
la llama. Es un fuego automantenido una vez que está plenamente en marcha, un
fuego consciente de su existencia, orgulloso de la luz que da y,
misteriosamente, deseoso y capaz de renovarse. La fe es el aspecto de esa llama
vital que mantiene el espíritu del hombre caliente y vivo contra los fríos
vientos de la adversidad que amenazan su existencia. El amor es otro aspecto de
la misma llama. Su calor nos acerca a la gente.
Todos
los animales de sangre caliente necesitan el cuidado y la protección de sus
padres para que el fuego incipiente de la vida pueda arder fuerte y caliente en
sus jóvenes cuerpos. El niño necesita el calor y contacto con el cuerpo de su
madre para provocar y profundizar sus movimientos respiratorios.
Biológicamente, la fe en el niño se aviva y alimenta por el amor y cariño de
sus padres.
La
reciprocidad del amor exige un respeto por el pasado, que equilibre la
preocupación por el futuro. No se puede mirar siempre hacia adelante; hay que
mirar también hacia atrás, de donde venimos.
El amor
de los padres hacia sus hijos es correspondido de forma natural por el respeto
filial. El interés de la comunidad en el bienestar de los jóvenes halla su
contrapartida en el hecho de que los jóvenes respeten a sus mayores. Esta es la
ley básica de la vida tribal. En estas comunidades el papel de los sabios
ancianos es el actuar de guías. “Uno de
los aspectos más deseables de la vida tribal es que a los ancianos no se los
abandona; son reverenciados, son las personas a las que se recurre en cualquier
pueblo”[4][4]. Con su respeto por los
mayores, los jóvenes de la tribu honran la fuente de su ser, afirman su fe y
confirman su identidad.
“En los pueblos que no tenían escritura, por
ejemplo, los ancianos de la tribu cumplían un papel importantísimo porque era
la memoria o los libros humanos que podían ser sumamente efectivos en momentos
de catástrofe, por ejemplo: “hasta
donde llega el agua cuando desborda un río”. Ellos lo habían vivido quizá
varias veces a lo largo de sus vidas, y eran los que sabían. Ahora no se
recurre a los viejos, sino que se buscan los datos en los libros que los
contienen. Una vez una correntina,
en un momento de gran inundación me dijo: “Yo no tengo problema, vivo donde
vivían los guaraníes, y ellos sabían hasta donde puede llegar o no el río, en
tanto que esos barrios que se inundan fueron construidos en lugares indicados
por agrimensores de Buenos Aires, y éstos han deducido hasta dónde puede llegar
el río, pero no lo han vivido”.[5][5]
Hoy en
esta sociedad actual nos encontramos en una situación en la que los jóvenes
rechazan conscientemente los valores de sus viejos, esta situación puede ser
dada por dos motivos: por un lado el avance rápido de la tecnología humana, que
hace que aparezcan todos los días inventos nuevos como las computadoras, los
controles remotos de los electrodomésticos, juegos electrónicos, que hacen que
los chicos, a causa de su tiempo libre aprendan más rápidamente a manejar estos
aparatos que los adultos; por lo cual hay una inversión en cuanto a la
transmisión de conocimiento. Hoy en día muchas veces ocurre que los padres
deben recurrir a la información de sus hijos para aprender como manejar un
control remoto o una computadora. A diferencia de lo que ocurre (como vimos) en las sociedades
primitivas donde los ancianos son respetados y valorados, en la sociedad actual
desvalorizamos y maltratamos a nuestros viejos. Por el otro lado,
puede haber ocurrido de que los padres no han logrado transmitirles una fe
sustentadora a sus hijos.
La fe
es una cualidad del ser: de estar en contacto con uno mismo, con la vida, con
el universo. Es un sentimiento de pertenecer a la comunidad, al país, a la
tierra. Por encima de todo es el sentimiento de sentirse enraizado en el propio
cuerpo, en la propia humanidad y de la propia naturaleza animal.
La
perdida de la fe.
El primer
problema de la depresión personal es la pérdida del contacto amoroso con la
madre, ya que hay que admitir de que ha habido un cambio radical en la crianza
del niño a lo largo del siglo XX. “Las
prácticas impersonales de crianza que están de moda, junto a la ruptura
temprana de la unión madre - hijo, y la separación entre madres e hijos por la
interposición de biberones, mantas, ropas, cochecitos, cunas y otros objetos
físicos, crean individuos que son capaces de vivir solos, aislados, en medio de
un mundo urbano superpoblado, materialista y apegado a las cosas” [6][6]. El
aspecto más importante de este cambio es la disminución en frecuencia y
duración, del amamantamiento del niño[7][7].
La consecuencia inmediata ha sido una reducción de la frecuencia de contacto
corporal entre madre e hijo, que cumple una función de estimular el sistema de
energía del niño. También se han perdido otros valores. El criar
al pecho profundiza la respiración del niño y aumenta su metabolismo; además
llena las necesidades eróticas orales del niño, proveyéndole de una profunda
sensación de placer que se extiende desde los labios y la boca por todo el
cuerpo.
Lo
fundamental en la relación madre-hijo no es el amamantar sino la fe y la
confianza, aunque las tres cosas están estrechamente relacionadas. A través de
esta relación el niño adquiere, o un sentimiento básico de confianza en el
mundo, o la necesidad de luchar contra dudas, ansiedades y culpabilidades sobre
su derecho a obtener lo que quiere o lo que necesita.
Cuando
un niño pierde la fe en su madre debido a la experiencia de que no está siempre
allí para él, empieza a perder fe en sí mismo y a desconfiar de sus
sentimientos, de sus impulsos y de su cuerpo.
Nadie
puede comprender a un niño tan bien como su madre. Antes de su nacimiento formó
parte de su cuerpo, fue alimentado por su sangre y estuvo sujeto a las
corrientes y carga que fluyen por el cuerpo de la madre. Puede comprender al
niño tan bien como comprende a su propio cuerpo, no le conoce pero le
comprende. Puede sentir sus sentimientos casi con la misma intensidad que los
suyos propios. El auténtico problema aparece cuando una madre no está en
contacto con su propio cuerpo y con sus sentimientos.
Desde
épocas inmemoriales la madre ha cuidado de sus hijos y la raza humana creció y
prosperó. Nosotros seguimos creciendo pero no prosperando. Antes, la unión
entre madre e hijo era inmediata, cuerpo a cuerpo. Dar a luz y alimentar eran
actividades sagradas, en el sentido de que universalmente se las consideraba
con respeto y reverencia. Al desempeñar estas funciones, la mujer llenaba sus
necesidades de respuesta y responsabilidad hacia otro. La mujer estaba atada a
la naturaleza, pero también se realizaba en ella.
Los
peores efectos de la tecnología, el poder, el egoísmo y la objetividad han sido
relativos a los trastornos en la relación normal madre-hijo. A medida que estas
fuerzas entran en el escenario social, las mujeres se sienten tentadas a
abandonar la crianza de sus hijos. Antiguamente, sólo las mujeres de posición
social alta podían hacerlo, porque podían tener a su servicio a un ama de cría. Hoy con las
recetas de los pediatras, los biberones y equipos esterilizados, la mayoría de
las mujeres intentan liberarse de lo que ven como una subordinación al niño.
La
mujer que no amamanta debe confiar en los conocimientos de su pediatra para
encontrar la receta apropiada. Con este acto ha renunciado a la fe misma. Al transmitir su
responsabilidad al médico, tendrá que depender de los conocimientos de éste, y
no de su innata intuición, para criar a su hijo, lo cual coloca una
barrera entre madre e hijo al inhibir su reacción espontánea y al forzarla a
considerar si sus acciones son o no apropiadas. Seguir el consejo médico le
dará la ilusión de que sabe lo que hacer, pero no sustituirá a la respuesta
amorosa, que es una expresión de fe y de comprensión.
Existe
una antítesis entre conocimiento o información y comprensión, igual que entre
poder y placer, entre ego y cuerpo y entre civilización y naturaleza. Estas
relaciones antitéticas no tienen por qué producir conflicto; el conocer no
supone automáticamente falta de comprensión, no tiene por que ser verdad que el
poder destruya el placer o que el ego debe negar al cuerpo el papel, que le es
propio, y no todas las civilizaciones han sido tan nefastas para la naturaleza
como la nuestra.
Estas
polaridades se rompen cuando la relación se desequilibra por un lado. Si nos
cansamos excesivamente durante el día o nos preocupamos demasiado con nuestros
problemas, el sueño se hace difícil. Un exceso de énfasis en los artefactos de la civilización, como
el que cada persona tenga su automóvil,
puede tener un efecto desastroso para la naturaleza. El precio que pagamos por una civilización altamente tecnificada es la
erosión de nuestros recursos naturales y la destrucción de nuestro entorno
natural. Análogamente, un exceso de poder disminuye nuestra capacidad de
disfrute. Cuando nos convertimos en perseguidores del poder,
perdemos el sencillo disfrute de utilizar nuestros cuerpos. El conceder una importancia
excesiva a nuestro ego acaba siempre en una negación del cuerpo y sus valores.
Buscamos
cada vez más información, sin preocuparnos de comprender mejor. La
investigación, reducida a la mera recogida información y manipulación de
estadísticas engañosas ha pasado a ser la meta suprema de nuestros programas de
educación universitaria. Afortunadamente, la mayoría de las tesis doctorales
que se escriben nadie las lee. Pero el efecto insidioso de la obsesión con los
datos es una progresiva perdida de fe en la natural capacidad del ser humano
para comprenderse a sí mismo, a sus compañeros y a su mundo. No necesitamos
estadísticas para saberlo que no funciona, sentimos la infelicidad a nuestro
alrededor, olemos la porquería en el aire, vemos la basura y la desintegración
de nuestras grandes ciudades.
Pero lo
cierto es que estamos decididos a acumular más poder aún. Los estudios nos
muestran claramente que el poder que exige nuestra civilización tecnológica se
doblará en la próxima década. La gente tendrá más poder para moverse a más
velocidad, ir más lejos y hacer más cosas; el ritmo se va a acelerar aún más, a
pesar de que ya es casi frenético. Cabe anticipar que las oportunidades y la
capacidad de disfrute disminuirán progresivamente. Cada día estamos mas
orientados hacia el ego, a medida que el individuo sufre una continua pérdida
de identidad en una civilización mecanizada. La mecanización propicia la
disociación entre el ego y el cuerpo, reduce la consciencia del cuerpo y
debilita el sentimiento de identidad basado en esa conciencia.
A
medida que la vida sencilla desaparece, también desaparecen las funciones
naturales que forman parte de esa vida. El cocer el pan y cocinar en casa ha
sido reemplazado por alimentos preparados comercialmente. Al entrar en las
casas ya no se huelen aquellos ricos aromas del pan en el horno y de la comida
que se está cocinando. Cortar y apilar leña para el fuego, tejer y coser ropa o
alimentar pollos y cerdos son actividades que pocos de nuestros niños conocen.
Sin embargo, la pérdida más importante es la función materna: la transmisión de
la fe y del sentimiento a través del amamantar, mecer y acunar. La cuna se ha
convertido en una antigulla, la mecedora en una reliquia, y el pecho se ha
transformado en un símbolo sexual.
Muchos
jóvenes se han dado cuenta de esta situación, es decir, comprender que un mayor
poder, más mejoras materiales y una mayor urbanización y mecanización de la
vida amenazan el verdadero sentido de la existencia; de ahí que se muevan
espontáneamente hacia formas de vida comunitaria, más sencillas, con un
renovado interés por los trabajos manuales, por hacer el pan en casa, por
amamantar y por la naturaleza; en el fondo, intentar restablecer nuestras
raíces en el orden natural y en la naturaleza.
Una epidemia de depresión.
“Los datos epidemiológicos señalan que
probablemente la depresión va a ser una epidemia en las próximas décadas, a
medida que la población reaccione ante las fuerzas sociales prevalentes y el
clima social moldee esas reacciones en formas lo más adaptativas y socialmente
aceptables posible”.[8][8]
El hogar familiar ha representado siempre
la estabilidad, la seguridad y cierta sensación de permanencia. Era un refugio
contra las presiones del mundo y un lugar de abrigo de las tormentas que asolan
el mundo. Era el único lugar donde la corriente de la vida fluía relativamente
calma y suave, no perturbada por los conflictos políticos y religiosos que
estallaban fuera.
De los
factores que han influido en la destrucción de la familia, el más importante es
el coche, cuyo efecto es difícil de
valorar en su justa medida. La vida
moderna, ya se sabe, sería imposible sin la omnipresencia del coche. El
automóvil rompió con la antigua familia y los grupos comunitarios y promovió la
familia nuclear: dos padres con sus hijos, sin abuelos ni familiares. La
familia nuclear es una unidad aislada, apartada de la influencia directa de los
abuelos, que normalmente promueven formas de vida y educación tradicionales.
Los abuelos tienen a veces ideas pasadas de moda, lo cual ciertamente no es el
ideal. Pero cuando una pareja joven se establece para formar una familia,
asumen una gran responsabilidad. Tienen que crear un marco que relacione el
pasado con el presente y mire hacia el futuro. La debilidad de la familia
nuclear es su aislamiento, no sólo en el espacio sino en el tiempo. Vive
exclusivamente en términos de su propia existencia, lo cual vista la frecuencia
del divorcio, es relativamente inestable. El carácter de retiro se ve aminorado
también por la intromisión del mundo a través de la radio y la televisión. Ambos contribuyen una
estimulación de las funciones del ego y obligan al individuo a enfrentarse
mentalmente con el stress y los conflictos que le transmiten los noticieros. Sencillamente el
hogar moderno raramente es un lugar para una vida tranquila y feliz. Está
constantemente sujeto a cambios, con vistas a una mejora que raramente eleva la
calidad de vida. Una proposición básica de la vida moderna es
que nos expresamos a través de lo que hacemos. Cabe contrastar este punto de
vista con el estilo de vida que ve la autoexpresión como una forma de ser. Nos
expresamos cuando somos cálidos, comprensivos, tolerantes, vitales, vibrantes,
alegres o tristes, enfadados, etc... También nos expresamos cuando somos una
madre entregada, un creyente devoto o un trabajador digno de confianza. Estas
formas básicas de autoexpresión, que también influyen las relacionadas con un
hombre o mujer, normalmente reportan las satisfacciones más profundas en la vida.
Siendo plenamente lo que uno es se puede
llenar la propia existencia.
La
sobreestimulación aleja a la persona de su cuerpo porque perturba su armonía y
ritmos interiores. El cuerpo tiene que estar continuamente en marcha. Y también
le seduce y le aparta de su cuerpo al ofrecerle una excitación falsa, es decir,
una excitación sin perspectivas de placer. Un índice de gravedad de
esta perturbación es la incapacidad de estar tranquilamente sentado sin hacer
nada o de estar a solas; en otras palabras, estar en sí mismo. También se puede
ver en el desarrollo que mantiene a la gente en continua actividad, en no parar
de hacer cosas e iniciar nuevos proyectos, lo cual significa no tener tiempo
para uno mismo y, por extensión, no tener tiempo para relacionarse fácilmente
con los demás. Los maridos no tienen tiempo para sus mujeres, las madres no
tienen tiempo para con sus hijos, y los amigos no tienen tiempo los unos para
con los otros. El lema es “de prisa, de prisa, no pararse” y al final la gente
no tiene tiempo ni para respirar.
Un día
en una Ciudad capital de algún país del mundo (Ej: Ciudad de Buenos Aires), nos
daría una idea clara de lo que es la “sobreestimulación”. La cantidad de ruido,
la celeridad del movimiento, la masa de gente, son casi insoportables. Para
soportarlo se tiene uno que anestesiar, taparse los oídos, cerrar los ojos y
cortar los sentimientos. Y en la periferia ocurre otro tanto: el trafico es
igual de caótico, el ritmo igual de acelerado. Inexorablemente, el fenómeno de
la sobreestimulación se nos ha metido de rondón en casa, a través de la radio y la televisión, a través de
continuos cambios y “mejoras” y a través de miles de cosas; juguetes, latas de
bebidas, comidas preparadas y toda suerte de artilugios caseros que se
introducen constantemente para variar la rutina. La publicidad es responsable, en parte, de este estado de cosas. Es
bien sabido que los anuncios promueven o crean “deseos” que a menudo no tienen
ninguna relación con las necesidades personales. Pero el daño real lo ha perpetrado
la economía tecnológica, que iguala el vivir bien con las cosas materiales.La
depresión sobrevendrá a cualquier persona a la que le falte la fe en sí misma y
que deba compensarlo haciendo cosas, ya sea para conseguir una ambición
personal o para corregir una injusticia social. Así, el hombre de negocios que
tiene éxito en su profesión es tan vulnerable a la depresión como el militante
que busca dar vuelta al sistema.
La
muerte de Dios.
Cuando
un pueblo cree y tiene fe en Dios, su voluntad se torna la suprema autoridad de
sus vidas, especialmente en situaciones donde se siente que la voluntad del
hombre es importante. Pero a medida que los pueblos ganan conocimiento y poder,
su creencia y respeto a las deleidades declina. Las situaciones que antes
requerían la intercesión divina ya no la necesitan. Allí donde el hombre
primitivo utilizaba la magia y sacrificios para asegurar la fertilidad de sus
campos, el hombre moderno analiza el suelo y emplea fertilizantes químicos para
conseguir lo mismo. De manera análoga, el uso de magia y de los rezos para
conseguir curar las enfermedades ha dado paso a la medicina basada en una
observación objetiva y en una investigación empírica. Mucha gente continua
rezando, pero muy poca cree en Dios interviniente directamente en los asuntos
humanos. El punto de vista sofisticado es que rezar ayuda a la persona que reza
a sentirse mejor, aunque tiene poco o ningún impacto en el curso de los
acontecimientos humanos.
El
hombre moderno no parece tener necesidad de creer en ningún Dios, ya que ha
alcanzado un grado de poder con el que nunca había soñado. Sólo en términos de
potencia, cualquier individuo del mundo occidental dispone de una cantidad que
pocos reyes poseían en tiempos pasados. El motor del automóvil tiene una potencia
de 200 caballos; si a esto le añadimos la potencia utilizada en motores,
aviones, herramientas mecánicas, refrigeradores, lavaplatos, calefacciones,
aires acondicionados, radios, televisiones y luz, veremos que la suma total de
la potencia que cada persona dispone es enorme. Pero no es la potencia total
que nos interesa, sino los usos que se le pueden dar, que también han
aumentado. En casi todas las áreas de la vida hay máquinas que pueden
transformar la potencia en acción. El hombre no ha llegado todavía a la
situación de poder dirigir su existencia apretando un botón, pero va por ese
camino.
A
medida que el poder del hombre aumentó su poder, disminuyó el de Dios. Con la
pérdida de su omnipresencia desaparecieron las bases racionales para creer en
Él, y lamentablemente cada vez nos vamos alejando de la nuestra vida natural
para transformarse en una vida artificial y superficial donde prevalecen las
cosas materiales sobre las cosas espirituales.
No
solamente debemos hacer referencia en la necesidad de creer o tener fe en un
Dios como “Cristo”, sino en un Dios “naturaleza”, como creían nuestros hermanos
Incas, Aymarás, Mapuches, Guaraníes, en sus Dioses “Inti” (Dios sol),
“Pachamama” (madre tierra), o el Dios “Viracocha” (Dios de la fertilidad), o en
sus animales tótemes como el puma, el cóndor o la serpiente.
“El progreso humano conduce necesariamente a represión y neurosis. Los
hombres no pueden tener las dos cosas, felicidad y progreso”.[9][9]
El matriarcado
y las sociedades matriarcales ha precedido en todas partes al establecimiento
de la sociedad patriarcal. En esas civilizaciones, frustración, represión y
neurosis eran desconocidas, pero no excluían la religión, ni las deleidades,
los dioses que adoraban eran diosas, figuras maternas o de la tierra.[10][10]
“El principio matriarcal es el amor
incondicional, igualdad natural, énfasis en los vínculos de sangre y la tierra,
compasión, clemencia y la justicia representan respectivamente esos dos principios”.[11][11]
Estos
dos principios se pueden equiparar también al ego y al cuerpo respectivamente,
o a la razón y al sentimiento, la fe y la naturaleza. Es verdad que el
principio patriarcal está hoy en estado de crisis. Se ha hipertrofiado en manos
de la ciencia y la tecnología y está a punto de quebrar; pero hasta que eso
ocurra y se restablezca el principio del matriarcado en el lugar que le
corresponde como valor igual y polar, se puede anticipar que la depresión será
endémica en nuestra civilización.
Realidad.
Para
concluir podemos describir a una persona depresiva como:
1)
persigue metas irreales o está “colgado” de una ilusión;
2) no
está enraizado;
3) ha
perdido la fe.
La
persona que no está enraizada no tiene fe y persigue metas irreales. Por otro
lado, la persona que está enraizada tiene fe y está en contacto con la
realidad. La persona que está en contacto con la realidad, está enraizada y
tiene fe.
La
palabra realidad puede tener distintos sentidos para cada persona, cuando se
hace referencia a la palabra realidad concierne a la realidad de uno mismo o
del mundo interior propio. Cuando decimos que una persona ha perdido contacto
con la realidad, quiere decir que ha perdido el contacto con la realidad de su
ser. Una persona que está desconectada con su cuerpo, está desconectada
de la realidad del mundo. Cuanto más vida hay en el cuerpo, más
vívidamente se percibe la realidad y más activamente se responde a ella. La manera que tiene una persona de estar, moverse, charlar e
irradiar sentimientos nos dice quien es”.[12][12] Todo el mundo sabe
eso por intuición.
Las
personas depresivas carecen de contacto con la realidad en sus vidas y no están
en contacto con su cuerpo. No sienten las tensiones musculares que les bloquean
y le aprisionan. Si se sienten tensos, lo atribuyen a una situación inmediata,
y se sienten incapaces de modificar.
Los
sentimientos fluyen desde el corazón hacia arriba y hacia abajo por el cuerpo,
hacia la cabeza y también hacia los genitales y las piernas. Una persona
abierta está abierta en los dos extremos de su cuerpo. Su sexualidad está
imbuida de amor por su pareja, y cada paso que da es un contacto de amor con la
tierra.
Se dice que una persona tiene el corazón
cerrado, cuando no se puede llegar a su corazón. La persona que está
desconectada de su cuerpo no sabe que está “cerrado”. Hablará de amor e,
incluso hará gestos amorosos; pero como su corazón no está ni en sus palabras
ni en sus acciones, no transmitirá convicción. Al estar cerrado para sí mismo,
situará su problema en el mundo exterior, fuera de él. De ahí que todos sus
esfuerzos que haga para conseguir aprobación (ser bueno, ser rico, triunfar)
carezcan de sentido, porque no afectan a su ser interior. Sus triunfos o
satisfacciones no tienen para él más que un valor yoico y continuará
sintiéndose frustrado sin saber por qué.
Cuando
una persona entra en contacto con su cuerpo se da cuenta de las restricciones y
limitaciones causadas por sus tensiones musculares crónicas. Comprende su
origen y siente los impulsos bloqueados.
Esta
capacidad es la base de una nueva fe en él mismo y en sus sentimientos. El
contactar con el cuerpo abre una nueva forma de autocomprensión que se
transforma gradualmente en autoaceptación.
Si
respetamos a nuestros cuerpos, respetaremos a los demás. Si sentimos lo que
funciona en nuestro cuerpo sentiremos lo que funciona en el cuerpo del ser
humano que tenemos cerca. Si estamos en contacto con los deseos y las
necesidades de nuestro cuerpo, sabremos las necesidades y deseos de los otros.
Por el contrario,
si estamos desconectados de nuestro
cuerpo, estamos desconectados de la vida.
Una
persona que no es consciente de la respiración no puede darse cuenta de la
polución del aire... al menos hasta que sea tan peligrosa que no le deje
respirar. Lo mismo se puede decir de la destrucción de la naturaleza, de la
eliminación de la fauna salvaje, de la porquería y la basura que abunda por
todas partes. Al estar desconectados de nuestros cuerpos, nos hemos
desconectado del medio ambiente. La mente parece que puede funcionar
correctamente en una oficina o en una biblioteca, pero el cuerpo necesita un
ambiente natural para que esté vivo y sensible.
Sin
cuerpo no somos nadie, y no significamos otra cosa que un número en una
civilización masificada que ignora los valores humanos. Somos parte de un
sistema masificado, y sin embargo nos sentimos solos y aislados. No
pertenecemos a la vida, pertenecemos al mundo de las máquinas; un mundo muerto.
Y ni las palabras pueden cambiar esta situación ni el dinero mejorará nuestra
situación. Sólo podemos volver a la vida contactando con nuestros cuerpos.
Cuando lo hagamos, encontraremos que hay fe en la vida y que el cuerpo del
hombre es el cuerpo de Dios y algo en lo que creer.
Lic. Diana Gurny Citando a Alexander Lowel "La Depresion y el Cuerpo"