miércoles, 2 de mayo de 2018

Amar una Quimera


   El amor en psicoanálisis
La pareja y el amor… ¿qué amor?
 “Nadie es como otro. Ni mejor ni peor. Es otro.
 Y si dos están de acuerdo, es por un malentendido”.
J.-P. Sartre




¿Se puede amar sin constituirse en pareja? (¿amar sin intermediario?). Seguramente, en ese amor que llamamos “sexual”, “erótico”, sea imposible. Y aunque “la relación sexual no existe”, el otro siempre está. La pareja es deseo de posesión: es, de alguna manera, una mutua propiedad. El problema es que se quiera hacer necesario el amor en la pareja. Porque de hecho puede haber pareja sin amor o por lo menos con algunas ráfagas de él, momentáneas, pasajeras.
Desde hace ya más de un siglo se viene sosteniendo en la conformación de la pareja –conyugal–, que “el principio es el amor…” (frase que nos evoca el título del libro de Julia Kristeva, refiriéndose a la importancia del amor en el proceso analítico). Pero lo que vemos en la clínica cuando consultan, es que el amor “está en fuga”, ha cesado, desaparecido –o nunca se ha constituido– aunque ellos digan que se aman y que el problema radica en que la pasan muy mal, discuten, se agraden; y tal vez sea al revés: porque no se aman sucede todo eso de lo que vienen a quejarse. Pero, ¿qué es amarse, cómo amarse, qué amor?
Los escritos psicoanalíticos desde Freud en adelante, a través de sus aforismos y apotegmas, nos han hecho reflexionar:
Que el amor está marcado por la ambivalencia; por el narcisismo (amar es, esencialmente, querer ser amado); por la lógica edípica; que se diferencia del deseo (clivaje entre la corriente tierna y la corriente sensual: si se ama no se desea y viceversa); que el primer objeto de amor es la madre y todo hallazgo posterior no es otra cosa que un intento por hallar ese objeto primario de amor (es este “amor primario” el que buscamos en los objetos de amor sucesivos); que en la demanda de amor se busca algo más allá del objeto amado, algo que el objeto no posee (“lo que se ama en el amor es, en efecto, lo que está más allá del sujeto, literalmente lo que no tiene”); que la compulsión de repetición es partícipe de las vicisitudes que experimenta la vida amorosa; que es dar lo que no se tiene… a alguien que no lo es; que el estado del enamoramiento muestra el predominio de la libido de objeto en detrimento de la libido del yo (“un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una frustración no puede amar”); que la persona –objeto– del cual el sujeto se ha enamorado está en el lugar de su ideal (la dependencia respecto del objeto amado rebaja el sentimiento de sí, el que está enamorado, está humillado, como lo dice Víctor Hugo: “Reducir el universo a un ser. Y dilatar ese ser hasta Dios, eso es el amor”); que un enamorado es como un hipnotizado; que es el malentendido el que hace posible el amor; que lo que suple la relación sexual es precisamente el amor (porque “ellos” dos no se pueden fusionar, no pueden hacer uno, que lo Uno no puede sostener ninguna verdadera relación con lo Otro; imposibilidad de relación, que siempre presentifica un abismo entre los sexos; ausencia de proporción, de complementariedad, por más que dos se abracen en ningún caso dos cuerpos pueden hacerse uno).
Creo que, como sucede en el dispositivo individual, ambos miembros de la pareja recurren al tratamiento a “causa de una falta de amor” (aunque digan amarse). ¿Podremos como analistas trabajar con “esos discursos amorosos” cuando sabemos que son discursos hacia un otro imposible, insatisfactorio, incapaz de colmar ni las demandas ni los deseos; un otro que siempre será elusivo, que nunca se podrá poseer. Tal vez sea más importante para la pareja poder “hacer el amor” (o seguir haciéndolo) que hablar del amor.
En el lazo del amor no sólo está en juego el tener-no tener: hay algo que se sitúa en el nivel del no saber. El erastés, el amante que no sabe: no sabe lo que le falta. El erómenos, es el objeto amado “aquel que no sabe lo que tiene escondido”, (¿no será eso lo que hace su atractivo?). Vemos que el amor está verdaderamente habitado por un no saber, por una ignorancia estructural. ¿Seremos como analistas, tan omnipotentes de pensar que podremos arrojar “luz” sobre él, en aquellos que nos consultan? “Entre estos dos términos que constituyen, en su esencia, el amante y el amado, observen que no hay ninguna coincidencia. Lo que le falta a uno, no es lo que está escondido en el otro. Y ahí está todo el problema del amor (J. Lacan)”. Desde el comienzo la discordancia está expresada, y el enredo del amor se despliega en el malentendido permanente, que es lo que lo funda.
¿Como hablar con ellos de esa “pasión del ser” que es el amor, que busca en el Otro aquello que va a calmar y colmar la falta-en-ser? Tal vez podamos conversar (e interpretar) con ellos algo que se sitúa en los bordes del amor, en sus fronteras; enfrentando el desconocimiento, no para obturarlo, sino para sostenerlo. Como también habrá que sostener el malentendido y las paradojas que implican siempre el estar en pareja. Hablar de amor (decir palabras de amor) es posible en tanto se sepa que lo más alejado de él es el saber.
De los griegos aprendimos que al amor se lo puede nombrar de muchas maneras, inclusive al que suele darse en la pareja. Pero a pesar de tanta tinta derramada en estas cuestiones, hoy se sigue insistiendo a través del imaginario social, en una posición “romántica” del amor, a tal punto que se pretende que en la pareja matrimonial ese tipo de amor la cimente, la sostenga, la renueve… El psicoanálisis desmitifica el concepto que tenemos del amor romántico y tierno como el único digno de llamarse amor. Parecería que el hombre occidental insiste en esa irrealizable pretensión de continuidad, de fusión con el otro. Incluso pedir reciprocidad en el amor es alienarse, porque ¿qué nos devolvería el amado en esa reciprocidad sino lo mismo que no le damos? Tan sólo un “yo también te amo”, lo cual no nos asegura nada, simplemente sostiene la ilusión (que tal vez no sea poca cosa).
La demanda, el deseo por el otro, convierten al sujeto esclavo del objeto. Con el análisis podemos saber de eso: la alienación a la que nos exponemos, lo imposible e ilusorio de esa reciprocidad. Luego es saber que uno corre riesgos cuando ama, cuando desea, es como saber a qué se atiene uno. Y no olvidemos que el amor es una ficción: la de haber encontrado algo, en alguien.
El análisis de pareja, aunque muchas veces discutido en su legitimidad, puede revelar verdades poco placenteras, incómodas, sobre todo de aquellos intereses psíquicos a partir de los cuales se construyeron pactos y acuerdos amorosos, y que de alguna manera se podrán modificar para hacer más soportable las desilusiones, los malentendidos, las paradojas, que resultan de la convivencia. Pero convengamos que casi siempre el objeto del deseo no coincide con el objeto de amor. Y aquí tiene mucho que ver lo que nos decía Oscar Masotta advirtiéndonos que como psicoanalistas no deberíamos promover objetos de amor, sino dejar expresar los objetos del deseo, ya que los objetos del amor pueden aplastar los objetos del deseo, resultando ésto una posición ideológica muy importante. El amor es oblativo, sacrificial, se abastece de nada, mientras que en el horizonte del deseo aparece el goce.
¿Qué pedimos, qué damos cuando decimos amar? «El amor es dar lo que no se tiene, y sólo puede amar el que no tiene, incluso aunque tenga. El amor como respuesta implica el dominio del no-tener. Dar lo que se tiene, es la fiesta, no es el amor.» (J. Lacan).
Pero además de “dar lo que no se tiene” es también dirigirse “a alguien que no los es”. Porque contrariamente a la creencia de que el partenaire del sujeto pudiera ser el otro (el semejante o el Otro), el partenaire del sujeto es el objeto a, con lo cual la relación con el otro, estará siempre mediatizada por el fantasma. Y entonces en cada relación cada uno hablará su idioma, un idioma sin traducción, el idioma finalmente del fantasma de cada uno de los dos. No necesita mucho tiempo la relación amorosa para que cada uno empiece a sospechar que habla solo y a entender (si se puede) que el amor es esencialmente engaño.
Para seguir echando leña al fuego (¿del amor?) bastaría agregar el neologismo lacaniano “odioenamoración” para hablar de la coexistencia del odio y el amor, y entrar así en el aspecto mortífero y mortificante del amor.
Pero, aunque desmitificado, entre el hombre y la mujer seguirá estando el amor, aunque también exista el mundo y el muro.
“Amarás al prójimo como a ti mismo… por lo que no es, por lo que no tiene”.













 Lic. Diana S.Gurny
 citando a   Oscar De Cristóforis

El Humor para hacer frente al sufrimiento


El humor como alternativa a la angustia


Continuamos nuestra serie de artículos sobre el humor para ubicar qué nos aporta el psicoanálisis y cómo pensarlo en relación a la cura.
La semana pasada tomamos el cuento de Borges “Pierre Menard, autor del Quijote” y algunos datos sobre el momento de la vida del escritor en que creó este personaje. El recurso del humor le sirvió frente al sufrimiento, el desvalimiento, la castración y el temor a la muerte. Podríamos pensar la creación de este texto con humor como una posición subjetiva frente a todo esto, un recurso de sujeto.
El humor es un término de origen médico. La teoría hipocrática de los humores suponía que el cuerpo estaba dominado por ellos: la sangre, la bilis, la flema y la bilis negra. La predominancia de un humor u otro imponía un tipo de personalidad, y las enfermedades se explicaban por su presencia desbalanceada. Humor y enfermedad, entonces, están unidos, y el mal o buen humor es lo que transmite disposición o estado de ánimo, cuál es el talante en la ocasión.

Ya en nuestros días, el humor se diferencia del chiste. El chiste tiene la estructura de las formaciones del inconsciente, como lo muestra Freud en su texto “El chiste y su relación con el inconsciente”, es producto de un equívoco, de un tropiezo que ocurre al nivel del lenguaje.
Una fuente para la técnica del chiste, por ejemplo, es el doble sentido del significado de las palabras y su valor metafórico; otra fuente puede ser la condensación. El chiste se hace, lo cómico se descubre, es un efecto no buscado. En lo cómico se privilegia la escena.
El humor es una posición, una actitud frente al sufrimiento. Freud acentúa el carácter del humor como una actitud subjetiva. Descubre el humor como una “operación elevada” que no depende de propósitos conscientes, sino de una necesidad inconsciente, tanto en quién lo genera como en quién lo recibe.
El sentido de humor facilita la conexión con lo inconsciente, y la conexión con lo inconsciente facilita el sentido de humor.El humor procura una ganancia de placer que proviene del ahorro de un gasto de sentimiento.
Entonces, el humor, en su esencia, consiste en ahorrarse sentimientos dolorosos.
El humor no sólo es liberador, como el chiste y lo cómico, sino que también tiene algo de grandioso y patético.
Lo grandioso está en relación al narcisismo: el yo rehúsa sentir los embates de la realidad, rehúsa dejarse tomar por el sufrimiento y muestra que pueden ser ocasiones de ganancia de placer.
El recurso del humor se opone al sufrimiento, es un triunfo del principio del placer en medio de los momentos penosos.
Dice Freud en “El humor”, de 1927, que como “defensa frente a la posibilidad de sufrir, ocupa un lugar dentro de la gran serie de aquellos métodos que la vida anímica de los seres humanos ha desplegado a fin de sustraerse de la compulsión del padecimiento, una serie que se inicia en la neurosis y culmina en el delirio, y en la que se incluyen la embriaguez, el abandono de sí, el éxtasis”.
Como vemos, el humor coloca un freno al padecimiento, a la pulsión de muerte, al goce.
El humor tiene una dignidad que no tiene el chiste y es un recurso que no entra en el terreno de la patología.
 

El superyó es una instancia de censura y castigo, heredera del complejo de Edipo, que en el humor tiene una versión insólita: le habla de una manera benévola y cariñosa al yo.
El superyó, que es conjunción entre Edipo y pulsión, ríe libre de culpa y censura mediante la actitud subjetiva del humor.
Este recurso posibilita un ahorro “del gasto de la compulsión de solemnidad”. El humor no hace feliz a nadie, pero sí permite una cuota menor de infelicidad.
Nos dice Freud: “no todos los hombres son           capaces de la actitud humorística, es un don precioso y raro, muchos son hasta incapaces de gozar el plan humorístico que se les ofrece”.
 Si el humor es un don precioso y raro, si sólo es para algunos, ligado a las pulsiones de vida y de muerte, se tratará de una sublimación.
Poder reír de las miserias de la vida y de la muerte, es la frontera donde puede transitar el superyó en la subjetividad, frontera entre la angustia y la risa.
Lograr a lo largo de la cura una cuota de humor es un modo de atenuar la crueldad del superyó, de acotar el goce para ganancia del placer.













Lic. Diana S. Gurny citando a Liliana Goldin