domingo, 2 de enero de 2011

ENTRE EL HOMBRE Y EL AMOR, LA MUJER. por Constanza Meyer


Como dice el poema de Antoine Tudal, “Entre el hombre y el amor, hay la mujer”, por lo que he decidido abordar el tema del amor en el horizonte de las dificultades de las relaciones entre hombres y mujeres afectadas por el pasaje del Discurso del Amo a la primacía del discurso Capitalista.

Muchos creen en el encuentro virtual y se satisfacen con ello sin necesidad de poner en juego nada del amor, gozando más que nunca de su inconsciente y amparados por el velo que ofrece la propia virtualidad y la inmediatez de los contactos. Por otro lado, no podemos dejar de evocar el que parece ser el concepto de amor por excelencia, el desarrollado por los escritores románticos. Se trata de un amor que nunca se alcanza, un encuentro imposible, del cual sólo puede decirse algo de su imposibilidad. ¿Qué lugar para el amor en este escenario?

Me detendré en una frase de Lacan que siempre me ha resultado enigmática: “¿Qué es una mujer? Es un síntoma” recogida en RSI y ampliada en la “Conferencia de Ginebra sobre el síntoma” en términos de que “la mujer es aquello con lo que el hombre nunca sabe arreglárselas” o “Hay mujeres, pero La mujer es un sueño del hombre”, ambas intervenciones de 1975 que tienen por trasfondo la no relación o la no complementariedad entre el hombre y la mujer, así como el giro en la concepción del síntoma que se presenta como modalidad de acceso u ordenamiento del goce, y que implica asimismo un anudamiento particular de Real, Simbólico e Imaginario.

Dice Lacan en la lección del 21 de enero de 1975 que esto puede demostrarse por estructura, es decir que puede verse precisamente porque al no existir la complementariedad, no hay garantía de que el goce del cuerpo del Otro exista, por lo que sólo es posible si se sostiene en el objeto a minúscula. Esto vale tanto para un hombre como para una mujer, aunque en su caso se trata de hacerla entrar en el goce fálico. Para Lacan, hacerla síntoma es invitarla a entrar en el goce fálico, permitiendo que ella haga obstáculo al goce autoerótico. En este sentido, si nos remitimos a las fórmulas de la sexuación y pensamos en términos de necesario, imposible, posible y contingente, veremos que como señalan Jorge Alemán y Sergio Larriera: el decir posible del amor y el decir contingente del falo son los únicos capaces de poner en suspenso el No cesa, “Mientras que el amor suspende la disyunción entre uno y otro sexo, la contingencia fálica, el falo, establece en ambos sexos un goce parcial que sustituye al mítico goce absoluto llamado goce sexual. (…) podrán, en cambio, establecer una sustitución: creyendo estar gozando el uno del otro en el abrazo carnal, disfrutarán del goce de cada uno con el falo” (El inconsciente: existencia y diferencia sexual, J. Alemán y S. Larriera, 2007) .

Los semblantes juegan aquí un papel importante ya que el hombre deberá hacer uso de los semblantes fálicos en el juego de la seducción para que su partenaire acceda a hacer semblante de objeto en el escenario de su fantasma. Si amar es dar lo que no se tiene a quien no es, los semblantes del tener y del ser deberán poder jugar su partida, lo que permitirá que ella se aloje en el hueco y acceda al goce fálico y, eventualmente, al goce Otro. De acuerdo con el modo en que se sirva de los semblantes, entonces, el hombre podrá despegarse un poco de su fantasma y conectado con algo de la verdad subjetiva acceder al encuentro con el partenaire.

No debemos olvidar, por otro lado, que el síntoma es el modo en que cada sujeto goza de su inconsciente con lo cual en el encuentro cuerpo a cuerpo se trataría de que la mujer preste el cuerpo para que el hombre goce de su inconsciente de otra manera y eso le permita eventualmente a ella el acceso a un goce del cuerpo.

Lacan, sin embargo, va más allá en R.S.I y nos dice: “Lo que hay de sorprendente en el síntoma, en ese algo que, como ahí, se besuquea con el Inconsciente, es que uno allí cree (on y croit)”. Se trata de la creencia en la especie de las mujeres, para lo cual Lacan recupera la figura de la ninfa Ondina, una apariencia de mujer que se convierte en mortal por engendrar un hijo con un hombre, que es en parte lo que llamaba “sueño de un hombre”, es decir, convertir esa apariencia en causa de su deseo. Por otro lado, Lacan apunta también a la creencia en lo que ella (una mujer) dice, lo que muestra para él el punto de locura del amor, y no duda en comparar esta creencia con la certeza que se tiene en la psicosis respecto de las voces.

No obstante, siempre hay un límite y si efectivamente esta creencia lo tiene, concluye Lacan que “Creerla, es un estado, gracias a Dios, difundido, porque a pesar de todo eso hace compañía, uno ya no está solo. Y es en eso que el amor es precioso, raramente realizado, como todos sabemos, sólo dura un tiempo, y a pesar de todo está hecho por esto, que es esencialmente de esta fractura del muro donde uno no puede sino hacerse un chichón en la frente, si no hay relación sexual.” (R.S.I., Lección 21 de Enero de 1975)

En este sentido, el amor ya no podemos pensarlo idealizado a la manera del amor cortés o del amor romántico, sino como aquello que permite el lazo a un otro sexuado por la vía de los goces en tanto que semblante.

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