La relación del neurótico obsesivo con su cuerpo
Resumen:
En este trabajo intento extraer algunas consecuencias de la oposición entre
la conversión como síntoma con el cual el histérico llega a vincularse
socialmente, y el síntoma del neurótico obsesivo que, al decir de Freud, es “un
asunto privado del enfermo”. Enfatizo algunas dificultades específicas que el obsesivo
encuentra para el cumplimiento de la regla fundamental, indagando sobre los
fundamentos estructurales de tales dificultades, y su coherencia con el
aislamiento entre el síntoma y el cuerpo del obsesivo. El síntoma obsesivo - en
principio una serie de trastornos en el pensamiento o en la conducta - puede
encontrar en un psicoanálisis una elucidación de su raíz somática, y con ello
una clave para discernir su inserción en la estructura subjetiva. El tabú del
contacto, además del elemento contacto (con el cuerpo propio, con el cuerpo del
Otro), incluye el tabú, que a través del síntoma sostiene la dominancia de un
real mítico, acaso nunca del todo eliminable de la realidad del ser hablante,
pero especialmente prevalerte en
esta neurosis.
El síntoma, nudo y tiempo de la estructura subjetiva
En psicoanálisis, muchos progresos conceptuales se desgastan y esterilizan
más o menos rápidamente con el uso, y para revitalizarlos conviene tener en
cuenta los escotomas, la sordera parcial que han inducido.
Quiero en primer lugar llamar la atención sobre los efectos de la concepción que cristaliza una
oposición entre el síntoma clínicamente manifiesto y la estructura oculta. Por
una parte da a la estructura una profundidad que sólo es producto de una
psicologización del psicoanálisis – consistente en suponer un espesor sincrónico a algo de lo
cual sólo tenemos constancia que se despliega en la diacronía de la cura -.
El inconsciente es menos profundo que inaccesible a la profundización
consciente, señala Lacan, y es lasciate ogni speranza a la entrada de El
psicoanálisis y su enseñanza.. En un análisis no se trata tanto de profundizar, como
de abrir los sentidos del síntoma, los falsos sentidos, los que se apoyan en
los ideales y en la fantasía, los que pueden caer y dejar lugar a la raíz del
síntoma que alcanza lo real, y que conserva un sentido incluso allí.
Por otra parte, esperando lo fundamental en lo oculto, esa concepción
favorece el desconocimiento del síntoma en lo que tiene de más evidente y
define su tipo clínico. Una vez que se ha cristalizado la oposición
entre síntoma manifiesto y estructura oculta, todo se confunde. Se diagnostica
por ejemplo una histeria por las fantasías o por los temas (la otra mujer), y
se desatienden las definiciones básicas: histeria quiere decir
conversión, histeria quiere decir
– en la lectura de Lacan - que se miente al partenaire mediante la inscripción
del síntoma en el cuerpo, dicho de otro modo, que cuando el síntoma se inscribe
en el cuerpo se vuelve apto para el lazo social. Se requerirá de un análisis,
claro, para lograr que la Dora de turno revele su participación en el síntoma a
través de su complicidad con el Otro y con la Otra, de su concepción oral delpulgar
y de la mujer - se la conoce chupando -, de su apelación fricativa a la oreja
del hermanito y luego del analista. Pero lo que hace de Dora una histérica, es
el lugar donde se inscribe su síntoma. El cuerpo, no el pensamiento ni la conducta como en la neurosis obsesiva, no el organismo como en
el síntoma hoy llamado
psicosomático, no el delirio fuera de discurso como en la hipocondría.
Lo cual no impide sostener en cada caso la pregunta de Freud, ¿cuál es el
síntoma?, ni darle coraje para que dé manifestaciones más claras y explícitas
de su texto y de los sentidos que expresa. La histérica, aún
si sabe que dice con el cuerpo, no sabe qué dice con el cuerpo, no sabe el sentido y ni siquiera
el texto de lo que se ha escrito en el cuerpo, en la cercanía de otra entidad
de superficie que es el borde pulsional.
Freud explica que tampoco
el neurótico obsesivo conoce el texto de las representaciones obsesivas que lo atormentan,
ni Hans, el niño fóbico, sabe a qué, exactamente a qué, le tiene tanto miedo.
Aún cuando uno ya ha adivinado el tipo clínico, la pregunta ¿cuál es el
síntoma? merece ser sostenida a lo largo del tratamiento. El espesor del
síntoma no es sincrónico, es diacrónico. Concebirlo así permite evitar suposiciones
inútiles, y concebir la estructura no en la profundidad, sino en los
despliegues y en los repliegues del tiempo.
Hay otro rasgo esencial del síntoma que sólo el tiempo permite situar: lo
que Freud llamaba su “rasgo
conservador”, que hace de él un elemento no sólo definitorio, sino
también definitivo de la estructuración del sujeto. En el Historial de Dora
Freud escribió:
“Ya tenemos averiguado que un síntoma corresponde con toda regularidad a
varios significados simultáneamente ; agreguemos ahora que también puede
expresar varios significados sucesivamente. El síntoma puede variar uno de sus
significados o su significado principal en el curso de los años, o el papel rector
puede pasar de un significado a otro. Hay como un rasgo conservador en el
carácter de la neurosis: el hecho de que el síntoma ya constituido se preserva
en lo posible por más que el pensamiento inconsciente que en él se expresó haya
perdido significado (...). Mucho más fácil que crear una nueva conversión
parece producir vínculos asociativos entre un pensamiento nuevo urgido de
descarga y el antiguo, que ha perdido esa urgencia. Por la vía así facilitada
fluye la excitación desde su nueva fuente hacia el lugar anterior de la descarga,
y el síntoma se asemeja, según la expresión del Evangelio, a un odre viejo que
es llenado con vino nuevo.”
Esto lleva a Freud a conjeturar que sólo en un sentido prospectivo una
terapia es causal; ella no incide sobre los síntomas ya producidos - cauces
incurables -, a lo sumo previene la formación de otros nuevos. La
vigencia de este rasgo conservador permanece irrefutada cien años después
de su hallazgo, se confirma hoy a partir de los resultados obtenidos en el
dispositivo del pase. Una vez vacío de las significaciones que
le aporta la fantasía, el odre viejo persiste, boquiabierto y dispuesto a
ser llenado con nuevos sentidos. Vale decir que no toda exigencia pulsional
puede ser tramitada y satisfecha en acto, porque queda siempre un
margen de pulsión insatisfecha que sintomatiza una parte del goce en la
vida de cualquiera. Incluso el Picasso más extraordinarimante capaz de
sublimación, en algún rincón del día padece lo pulsional – no lo actúa sino que
lo padece -. ¿Por qué no habría de pasarle al ex-neurótico que, aún curado en
su análisis, aún si adquirió la aptitud de analista, permanece
sujeto
buena parte de su día, no vive en permanencia en la destitución subjetiva
requerida por su acto de analista?
La definición de goce propuesta por Lacan – el goce es la relación del ser
hablante con su cuerpo permite vislumbrar
por qué el histérico es el analizante por excelencia. El síntoma histérico
reúne dos condiciones
inigualables: la primera es que desde el inicio está inscripto entonces en
el lugar del goce – el cuerpo -, la segunda es que se trata de un síntoma
social, capaz de enlazarse con el deseo del Otro. El síntoma histérico es por
eso el síntoma abierto a la interpretación.
Muy distinto es el caso de la neurosis obsesiva, que es “un asunto privado
del enfermo”. El síntoma y el lugar del goce aparecen en él como divorciados,
incomunicados el uno respecto del otro, y cuando uno y
otro se aproximan en las asociaciones, emerge una angustia que contrasta
con la bella indiferencia de la histérica. El síntoma obsesivo no enlaza los
cuerpos, más bien los aísla. Es excelente la caracterización de esa neurosis
que hace Freud en Inhibición, síntoma, angustia , donde muestra de paso hasta qué
punto el cuerpo y el estilo asociativo son dos cosas indisociables.
“Según toda nuestra experiencia, el neurótico obsesivo halla particular
dificultad en obedecer a la regla psicoanalítica fundamental. Su yo es más
vigilante y son más tajantes los aislamientos que emprende(...)
En el curso de su trabajo de pensamiento tiene demasiadas cosas de las
cuales defenderse: la injerencia de fantasías inconscientes, la exteriorización
de las aspiraciones ambivalentes. No le está permitido dejarse ir; se encuentra
en un permanente apronte de lucha. Luego apoya y fortalece esta compulsión a
concentrarse y a aislar: lo hace mediante las acciones mágicas de aislamiento
que se vuelven tan llamativas como
síntomas y que tanta gravitación práctica adquieren; desde luego, en sí
mismas son inútiles, y presentan el carácter del ceremonial. Ahora bien,
en tanto procura impedir asociaciones, conexiones de pensamientos,
ese yo obedece a uno
de los más antiguos y fundamentales mandamientos de la neurosis obsesiva, el
tabú del contacto. Si uno se pregunta por qué la evitación del contacto,
del tacto, del contagio, desempeña un papel tan importante en la neurosis y se
convierte en contenido de sistemas tan complicados, halla esta respuesta: el
contacto físico es la meta inmediata tanto de la investidura de objeto tierna
como de la agresiva.
Eros quiere el contacto pues pugna por alcanzar la unión, la cancelación de
los límites espaciales entre el yo y el objeto amado. Pero también la
destrucción, que antes del invento de las armas de acción a
distancia sólo podía lograrse desde cerca, tiene como premisa el contacto
corporal, el poner las manos encima. Tener contacto con una mujer
es en el lenguaje usual un eufemismo para decir que se la aprovechó
como objeto sexual. No tocar el miembro es el texto de la prohibición de la satisfacción autoerótica. Puesto que la
neurosis obsesiva persiguió al comienzo el contacto erótico y, tras la
regresión, el contacto
enmascarado como agresión, nada puede estarle vedado en medida mayor ni ser
más apto para convertirse en el centro de un sistema de rohibiciones. Ahora
bien, el aislamiento es una cancelación de la posibilidad de contacto, un recurso
para sustraer a una cosa del mundo de todo contacto ; y cuando el
neurótico aísla también una impresión o una actividad mediante una pausa, nos
da a entender simbólicamente que no quiere dejar que los pensamientos referidos
a ellas entren en contacto asociativo con otros.”
La regla fundamental del psicoanálisis ordena al obsesivo asociar
libremente, pero él sólo puede relatar, atar semánticamente los significantes,
aislarlo del contacto genuino que resulta camuflado por los
procedimientos de significación. La acción del analista consiste en
impulsarlo, mediante el corte y la interpretación, a asociar más libremente,
incitarlo a la histerización. En el lazo social analítico el síntoma es
invitado a presentarse en la dimensión del cuerpo a cuerpo, del cuerpo a
cuerpo hablado. “Pude abrazarlo, pero no decirle que lo quiero”, dice una
paciente obsesiva. Explicar así que su retención, su aislamiento, no
es tanto del contacto físico, el contacto exterior, sino del contacto
significante, que es pulsional e íntimo - por él los cuerpos se tocan desde el
interior -. El contacto del que habla Freud es al mismo tiempo contacto
asociativo, y contacto de los cuerpos afectados por lo pulsional del
lenguaje. Incitar al obsesivo a la histerización es incitarlo al mismo tiempo a
un cambio en relación a su cuerpo Mientras el obsesivo trae solamente un
relato, su cuerpo queda aislado, no es asociación que libere las
posibilidades simbólicas del cuerpo. Y el síntoma continúa intacto,
literalmente. Sea que lo cultive o que lo olvide, que lo exhiba o que lo
oculte, el cuerpo del obsesivo permanece entonces en lo imaginario, a distancia
de la juntura entre simbólico y real en que se desarrolla la verdadera
dialéctica analítica, la que puede incidir efectivamente en el síntoma. Y allí
permanece hasta tanto se revele ese núcleo de histeria que ya Freud indicó en
el síntoma obsesivo. Ese núcleo no es profundo, es exterior, y sólo puede
percibírselo a partir de un cambio en el estatuto del cuerpo, un cambio que se
produce al hablar de otra
forma. Es esa Otra forma de hablar, la de la asociación libre, la que puede
producir el pasaje del cuerpo imagen -
i(a)minúscula - del obsesivo al cuerpo como lugar de
inscripción -
A mayúscula - que es como funciona en la histeria. El análisis debe producir
ese pasaje del cuerpo completo - completamente olvidado en lo imaginario
- al cuerpo funcionalmente fragmentado, pero capaz entonces de llegar por
la senda propiamente analítica a la juntura de lo simbólico con lo real, de
mostrar el surco conversivo que reconduce el significante al borde
pulsional del cuerpo.
Ahora bien, cuando se revela la raíz somática del síntoma, el obsesivo no
lo vive con indiferencia ni belleza, sino como entregando lo peor de sí, y
jugando al todo o nada con su conocida ambivalencia: lo que había
en el cuerpo de belleza, se
transforma en mierda, lo que había en él de buena forma se transforma en abominable
agujero. Ese pasaje es imprescindible sin embargo, para que la tortura mental y
la conducta del
obsesivo pasen de ser una
cuestión ajena al análisis - de la que el analista sólo asiste a un relato
exterior -a algo que se juega efectivamente en el lazo analítico -. No son
infrecuentes los síntomas digestivos ointestinales en el obsesivo, pero la
forma más peculiar de histerización en esa neurosis es la que Lacan llama
“angustia anal”, un
síntoma que, por afectar directamente un borde pulsional, presentifica de la manera
mas patente la causa angustiante del deseo. Leo un comentario de Lacan al
respecto:
Por refinadas, por complicadas, por lujuriosas y perversas que sean sus
tentativas de pasaje al deseo, siempre necesita hacérselas autorizar: es
preciso que el Otro le demande eso. Tal es el resorte de lo que se
produce en cierto hito decisivo de todo análisis de obsesivo. En la medida
en que el análisis se sostiene una dimensión análoga, la de la demanda, algo
subsiste hasta un punto muy avanzado - ¿es incluso superable?
- de ese modo de escape del obsesivo. En la medida en que el evitamiento
del obsesivo es la cobertura del deseo en el Otro por la demanda en el Otro, en
esta medida a , el objeto como causa, viene a situarse allí donde la demanda domina, es
decir, en el estadio anal, donde a es, no simplemente el excremento
puro y simple, sino el excremento en tanto demandado. Nunca se analizó nada de
la relación con el objeto anal en estas coordenadas, que son las verdaderas
La angustia anal
, esa conversión imperfecta, queda a mitad de camino entre el síntoma
histérico y la angustia pura y simple, que es el sentimiento de reducirnos al
cuerpo . Lacan explica que un análisis de obsesivo proseguido hasta la
emergencia de esa angustia delimitada en lo somático no ocurre casi nunca,
pero cuando ocurre “revela la verdadera dominancia, el carácter de núcleo
irreductible y en ciertos casos casi indominable de la aparición de la
angustia, al extremo de parecer un punto terminal del análisis”. La
distinción de la demanda y el deseo es en ese punto tan decisiva como
difícil de producir, y muestra el abismo existente entre la histeria y la
obsesión histerizada.
De lo que se trata en este punto del análisis, es de sostener la distinción
entre la demanda falazmente alojada en el Otro, que por regresión da la
dominancia del orificio anal, y el deseo que viene del Otro, que
angustia al neurótico pero que es lo único que podría permitirle abrirse de
ese punto de fijación. Eso supone un “atravesamiento” del empleo fundamental de
la fantasía ($<>a), si permite reconducir la demanda (en
tanto exigencia pulsional), desde el Otro a la vecindad topológica del
cuerpo ($<>D). No puedo desarrollarlo aquí, pero se puede mostrar que eso
implica que el objeto a se extraiga del Otro, y se ubique de un modo
no neurótico: como causa del deseo del Otro.
A ese punto no se llega sin una “histerización” tal que permita aproximar
la materia del pensamiento al borde pulsional del cuerpo. Se podrá vislumbrar
incidentalmente hasta qué punto es cuestionable la burda metáfora según la cual
el obsesivo piensa con la cabeza – que, extrañamente suele opone al cuerpo,
¡como si la cabeza no formara parte de él! -. La neurosis obsesiva se muestra
además que el síntoma es el nudo de la estructura subjetiva, y que lejos de
oponerse a lo pulsional, es su continuación y su pathos. La raíz
pulsional del síntoma forma parte del síntoma, aunque éste no se reduce a
ella. En su expresión mínima - hacia la que apunta el análisis - el síntoma es
la pulsión, más el sujeto que la padece.
En síntesis, la revelación de la inserción pulsional del síntoma es un
momento decisivo del análisis del obsesivo, que marca un antes y un después.
Este después es por lo general más abierto al deseo, menos
inhibido, y en algunos casos abre la posibilidad del verdadero efecto terapéutico
del psicoanálisis, no sugestivo y posdidáctico: la destitución subjetiva
considerada en su salubridad. Colette Soler observó sin
embargo que algunos análisis pueden llegar hasta esas coordenadas de
histerización del obsesivo, y no avanzar más allá. Refiere haber encontrado en
su trabajo en los carteles del pase lo que ella llama histerias de
salida de análisis en casos de neurosis obsesiva : “Una quasi-histeria final, en
lugar de destitución subjetiva, quiere decir que en lugar de renunciar, el
sujeto absolutiza su diferencia subjetiva, manifiestamente a título de defensa
última. Es que nada obliga al sujeto a consentir a la destitución. El
puede por el contrario intentar anularla, sea coagulándose como emblema del
Otro, sea eternizando el grito de su verdadero dolor no renunciado; cualquiera
que sea el modo, por el gesto o por la vociferación, se
tratará siempre, de gozar de ser sujeto.
Las pulsiones son nuestros mitos, decía Freud. Y sin embargo, desde que
podemos entender, con Lacan, que la exigencia significante toma cuerpo en los
orificios del cuerpo, ellas no nos resultan tan míticas. Lo que permanece
mítico, pero no por eso menos real, es la referencia al padre, ineliminable del
síntoma neurótico, presente en ese elemento tabú del síntoma que afecta el
contacto con el cuerpo propio y con el cuerpo del Otro.
Gabriel Lombardi
No hay comentarios:
Publicar un comentario