La terapia psicoanalítica de
pareja:
Ø “El tratamiento analítico de
pareja no aspira a eliminar cualquier malestar entre los partenaires, sino aquéllos que producen sufrimiento y, como
ya se dijo, es útil en las parejas unidas básicamente por un vínculo erótico.”
Las terapias psicoanalíticas de
pareja se han consolidado como una alternativa terapéutica en nuestra
disciplina y constituyen una herramienta de uso habitual. ¿Para qué sirven,
cómo se trabaja en ellas, cuáles son sus principales referencias teóricas?
Tal vez, antes de entrar en tema
convenga aclarar qué se entiende por terapia “psicoanalítica” de pareja ya que
hay muchos tipos de terapias de pareja. La terapia psicoanalítica, para
alcanzar el cambio psíquico, utiliza como herramienta el conocimiento de la
propia realidad psíquica y de los funcionamientos psíquicos del partenaire y se apoya, desde el punto de vista
teórico, en el conjunto de desarrollos teóricos y clínicos que conforman el
psicoanálisis; no es directiva ni propone que la pareja se adecúe a ningún
"modelo" de funcionamiento. Es de utilidad cuando el vínculo es
básicamente erótico pero no lo es si el odio predomina en el vínculo; en estos
casos se plantean cuestiones muy específicas, a las que no se refiere este
artículo. Por ejemplo, cuando se trate de conductas perversas difícilmente
convendrá un abordaje psicoanalítico.
La consulta
Cuando una pareja solicita una
consulta, lo más habitual es que haya una crisis, entendiendo por tal una
situación en que aparecen sufrimientos nuevos y desbordantes. Los motivos de
consulta manifiestos pueden ser muchos: nacimiento de hijos, “nido vacío”,
problemas de “comunicación”, dificultades de desprendimiento de la endogamia,
etc., etc. El analista realizará un diagnóstico en el que ubicará los
funcionamientos individuales y vinculares en juego y, fundamentalmente, ubicará
a los funcionamientos vinculares o intersubjetivos involucrados en
la crisis. Se recorre así, un camino que va del motivo de consulta a la
formulación psicodinámica de la crisis y que permitirá elegir los nudos a
trabajar para enfrentar la situación clínica. Volvamos a la cuestión de los
funcionamientos intersubjetivos. La primer pregunta que surgirá en una consulta
se referirá a si conviene un tratamiento de pareja o de otro tipo.
¿En qué situaciones clínicas son
especialmente útiles los tratamientos de pareja?
Un tratamiento de pareja es especialmente útil
cuando en los conflictos que determinan la crisis predominan los
funcionamientos intersubjetivos, es decir aquéllos en los cuales lo que hace un
miembro del vínculo está fuertemente influido, tanto a nivel conciente como
inconciente por la respuesta del otro, en una suerte de retroacción circular.
Esto quiere decir que se trata de funcionamientos armados por los dos, un
"entre dos" que es diferente de otros funcionamientos que se arman
predominantemente en la singularidad de un sujeto. Para poner un ejemplo
telegráfico: en lo fundamental, los síntomas de una neurosis obsesiva se
definen en lo singular de un sujeto, mientras que los conflictos que las
parejas llaman "de comunicación", suelen basarse en la participación
de ambos polos del vínculo. Como ejemplos de funcionamientos intersubjetivos
–que luego explicaremos– podemos citar lo que Kaës describe como "alianzas
inconcientes" y lo que nosotros hemos descripto como
"interdeterminación".
La sesión de pareja posibilita un
abordaje vívido y focalizado en los funcionamientos intersubjetivos de la
pareja. Esta es la ventaja que ofrece: si el trabajo en la dinámica
intersubjetiva no es central en la estrategia terapéutica, el dispositivo de
pareja posiblemente no sea el más conveniente.
Los mejores resultados
¿Cuáles son las parejas que mejor
aprovechan un tratamiento vincular? Las que, más allá de los conflictos,
mantienen el entusiasmo por el otro. El mejor resultado –y los resultados
pueden ser excelentes– se obtiene con las parejas que mantienen el entusiasmo
recíproco y dicen “nos matamos aunque nos queremos”, “queremos estar juntos
pero no podemos hablar, necesitamos un traductor”, “no sabemos qué nos pasa,
pero nos peleamos mucho”. El deseo de estar juntos y hacer más placentera una
relación dificultosa es el gran motor de la terapia de pareja.
Son compañeros que, de algún
modo, están “prisioneros” del amor hacia el partenaire. Las
ganas de estar juntos no impiden que sean desbordados por agresiones,
malentendidos y confusiones. En un alto número han realizado o realizan
terapias individuales que por razones diversas no han llevado a la mejoría de
los conflictos de pareja. Una explicación muchas veces valedera es que en el
encuadre individual no se pueden sintonizar en toda su complejidad los
funcionamientos intersubjetivos entre los partenaires y
sólo la presencia del otro y el despliegue de intercambios que no aparecen en
la sesión individual permiten una elaboración de los conflictos vinculares.
En consonancia con lo anterior,
no son objetivos de una terapia psicoanalítica de pareja ni perpetuar un
matrimonio ni evitar una separación. El objetivo es trabajar sobre lo qué les
pasa y ayudarlos a pensar y decidir al respecto.
La clínica
En los tratamientos de pareja el
proceso de cambio psíquico sigue caminos diferentes a los habituales en los
tratamientos individuales. En éstos la intervención toma como principal
referente la asociación libre y sus determinaciones inconcientes. La situación
es otra en un tratamiento de pareja: la propuesta explícita es analizar el
vínculo y a los partenaires se les propone
este trabajo focalizado. El discurso conjunto permite
focalizar el trabajo clínico en esclarecer las reacciones de un sujeto a las
influencias del partenaire, al modo en que los
funcionamientos psíquicos resultan del "entre dos". También se
realizan intervenciones comparables a las que se realizan en los tratamientos
individuales, pero no constituyen lo central del trabajo clínico.
El tratamiento
analítico de pareja no aspira a eliminar cualquier malestar entre los partenaires, sino aquéllos que producen sufrimiento y,
como ya se dijo, es útil en las parejas unidas básicamente por un vínculo
erótico. Así, enfoca sus lentes en
las transferencias intrapareja entendiéndolas como conjuntos
de investiduras estereotipadas, falsos enlaces y repeticiones actualizadas,
activaciones fantasmáticas que se producen entre los partenaires y se retroalimentan entre ellos. Las
que se trabajan en sesión son las que producen malestar, ya que muchas otras
constituyen la base de la pareja en tanto reencuentro placentero. La
transferencia intrapareja ancla en lo inconciente pero no necesariamente en lo
infantil; tiene un sostén bidireccional y es esto lo que hace que se exprese
con debilidad en muchos tratamientos analíticos individuales ya que el
analista, con su abstinencia no proporciona los estímulos que proporciona
el partenaire. Las otras transferencias son menos tomadas
en la intervención del analista –aunque, por supuesto, deben ser consideradas y
tienen efectos.
Es importante tener presente el carácter focalizado de las terapias de
pareja. En ellas se enfoca especialmente el engarce entre los intercambios
vinculares y las posiciones subjetivas. Él, por ejemplo, puede estar furioso con cómo ella lo trata a él o trata
a un hijo y sostener esta queja manifiesta en una posición subjetiva regresiva
en la que se siente el hijo de ella, con los derechos del preferido. El
abordaje clínico de estos funcionamientos va a ser distinto en un tratamiento
de pareja que en uno individual. En el caso de un abordaje en pareja, el
analista debe focalizarse en la retroalimentación entre la posición subjetiva
de uno, lo que el otro promueve y las causas de la crisis en el vínculo. Así,
el trabajo clínico en un dispositivo de pareja se apoya en lo fundamental en
intervenciones vinculares, que difieren en su formato de la interpretación
descripta por Freud. Mientras la interpretación freudiana se dirige a descifrar
las coordenadas de un deseo singular, la intervención vincular apunta
a mostrar cómo uno influye en el otro, tanto conciente como inconcientemente,
cómo cada uno estimula o apaga ciertos funcionamientos en el otro, cómo se
construye un funcionamiento entre los dos. Las relaciones amorosas
evolucionan desde la pasión al compromiso y, en esta transición, la mayoría de
parejas sufren lo que se conoce hoy como Síndrome de Estrés Post-Romántico. Bradshaw.
El amor romántico desaparece en toda relación tarde o
temprano.
El amor es uno de los sentimientos más importantes para el
ser humano –si no el que más–, pero si bien ha sido la principal preocupación
de los artistas durante toda la historia, su estudio es bastante reciente. Es
cierto que el romance ha sido investigado por la psicología desde sus primeros
pasos como ciencia, pero los grandes autores –desde Freud a Maslow pasando por
Reik– se preocuparon más de lo patológico que de lo convencional, algo por
desgracia habitual en la mayoría de los campos de la disciplina.
No fue hasta 1986 cuando Robert Sternberg (Newark, EEUU,
1949), hoy presidente de la Universidad de Wyoming y uno de los más reputados
psicólogos del mundo, publicó en la revista 'Psychological Review' su seminal
teoría triangular del amor. Fue esta la primera clasificación sobre los tipos
de relaciones amorosas, que sigue siendo ampliamente estudiada y debatida hoy
en día, y que abordó por vez primera la gran problemática de toda relación de
pareja: la transición del conocido como amor romántico al más duradero amor
compañero o consumado.
La triste realidad es que la mayoría de parejas son muy
pronto víctimas de la biología que les unió en un primer momento.
Según la teoría de Sternberg, las relaciones amorosas
evolucionan desde la pasión al compromiso, pudiendo desarrollar la intimidad en
el camino y manteniendo o no la pasión. Pero, en esta transición, la mayoría de
parejas sufren lo que se conoce hoy como Síndrome de Estrés Post-Romántico .
Aunque este “trastorno” no es reconocido todavía como tal en
los manuales oficiales –y quizás no debería considerarse un síndrome
propiamente dicho–, es un fenómeno que conocen bien los terapeutas de pareja y
casi todo el mundo que ha tenido relaciones duraderas.
“La triste realidad es que la mayoría de parejas son muy
pronto víctimas de la biología que les unió en un primer momento”, explica el
psicólogo John Bradshaw en su último libro 'Post-Romantic Stress Disorder: What
to Do When the Honeymoon Is Over' (HCI). “Cuando estás inmerso en la primera
oleada de amor tu cerebro está repleto de compuestos químicos que te hacen
tener ganas de practicar sexo todo el rato y te ayudan a disimular las
imperfecciones de tu pareja”. Pero, superada esta fase de amor romántico –que
según la mayoría de estudios se esfuma pasados 12 o 18 meses– los amantes
tienen que enfrentarse a la cruda realidad: nada es tan perfecto como parecía.
“Esto no quiere decir que no se sigan queriendo”, explica
Bradshaw, “pero es como si el hechizo que estaban experimentando desapareciera
de repente. Ya no quieren hacer el amor en cada oportunidad ni cuentan los
minutos para estar juntos”. Es en este momento en el que, según el psicólogo
estadounidense, la mayoría de parejas experimentan el PRSD. Algunas lo superan
pronto, comprendiendo que la disminución de la pasión es algo normal y no
implica la ausencia de amor, pero otras viven un auténtico calvario que acaba
en la destrucción de la pareja o, casi peor, el desarrollo de un matrimonio
infeliz que puede durar años.
Luchando contra la naturaleza
Como explica Bradshaw, el amor romántico es siempre temporal
pues es así como estamos biológicamente diseñados: la naturaleza se asegura de
que ninguna pareja permanezca en un estado de enamoramiento para siempre, pues
esto sería peligroso para su supervivencia y la de sus hijos (el principal
objetivo evolutivo de todo esto), que requieren de una atención mayor de la que
puede ofrecer alguien enajenado por el amor.
La mayoría de parejas son compatibles, pero rompen porque
son incapaces de alcanzar el tipo de amor que puede aguantar en el tiempo.
En el pasado, los matrimonios eran concebidos más como un
contrato social que como un vínculo amoroso. Esto era en muchos sentidos una
tragedia, pero por otro lado todo el mundo tenía claro que no tenía por que
estar enamorado para siempre de su pareja.
Hoy el discurso ha dado la vuelta por completo y parece que
una relación no puede llegar a buen puerto si no se construye desde la pasión
desenfrenada. Se trata de una idea errónea que causa muchísimo dolor, pues es
casi imposible que el amor romántico sobreviva en el tiempo. La única forma de
construir relaciones duraderas, comenta Bradshaw, reside en saber superar
esta transición del romance al compañerismo, creando un amor duradero, con la
suficiente cantidad de sexo –que, debemos tener claro, será menor que en la
etapa previa–.
“Creo que sólo el
15% de las parejas son verdaderamente incompatibles, pero muchas rompen porque
son incapaces de alcanzar el tipo de amor que realmente puede aguantar en el
tiempo”.
Las broncas son habituales en esta fase de la relación.
Reconoce la diferencia entre pasión y amor
La base misma del “Stress
Post Romantico”consisten en confundir la falta de pasión con la pérdida de
amor. La reducción del deseo es algo natural e imposible de evitar pasado un
tiempo en la relación. Eso no significa que ya no estéis enamorados, pero es
algo que se debe solucionar en pareja.
“El amante con una libido mayor puede volverse
pasivo-agresivo con su pareja”, explica Bradshaw. “E, independientemente del
grado de daño, es el tipo de comportamiento que puede inflingir un enorme daño
emocional”. Muchas personas, cuando experimentan la falta de deseo en la
relación, se dejan de preocupar por sus parejas y se vuelcan en sus amigos o
sus hijos, lo que a la larga acaba destrozando la intimidad.En cuanto veas que
el deseo ha disminuido háblalo con tu pareja. Callarse es la peor opción y no
reconocer el problema como algo normal es un error.
Evita Denigrar, actuar a la defensiva, devaluar a la otra
persona, crear distancia.
Cuando el amor romántico se esfuma –algo que puede no
ocurrir al mismo tiempo en ambas partes de la pareja– empezamos a notar que
algunos de los comportamientos de nuestro amante, en los que no habíamos
reparado, nos molestan enormemente. “Se necesita tiempo, esfuerzo y una gran
voluntad de compromiso para crear un amor lo suficientemente sólido como para
durar toda la vida”, algo que no
ocurrirá nunca si, a la primera de cambio, somos intransigentes con los
defectos de nuestra pareja.
Debemos centrarnos en nuestros fallos, no en los de
nuestra pareja, que no vamos a poder controlar.
Es muy sencillo que empecemos a criticar a nuestra pareja
por cualquier asunto en el que antes no habíamos reparado, y es normal, pero si
empezamos a tratar mal a nuestro compañero la relación hará aguas tarde o
temprano.
Para no caer en esta trampa, debemos evitar siempre las
cuatro 'D' que suelen envenenar para siempre una relación: denigrar a tu
pareja con ataques sobre su comportamiento, actuar siempre a la defensiva,
devaluar a la otra persona y crear distancia. Y para huir de
éstas debemos reforzar los tres hábitos de las relaciones sanas: compartir los
sentimientos, revelar los deseos y comentar los disgustos.
Ser cariñosos es decisivo para mantener algo de la pasión
perdida.
Sé autocrítico
Para superar la transición del amor romántico al amor
consumado debemos centrarnos en nuestros fallos, no en los de nuestra pareja,
que no vamos a poder controlar. Esto, claro está, requiere un importante
trabajo de autocrítica.
“Puedes culpar a tu pareja por ser incapaz de resolver
todos vuestros problemas y refugiarte en la ira y el resentimiento”. “O puedes
reconocer que si quieres escapar del círculo vicioso de discusiones y tensión
debes empezar por cambiar tu propio comportamiento”.
Aprende a discutir
En esta fase de la pareja es imposible no tener ciertas
discusiones que antes no eran habituales. Y el secreto para salir bien parado
no consiste en obviar éstas, sino en enfrentarlas de una manera constructiva.
Algo tan sencillo como dormir abrazados puede hacer que
recuperes parte de la pasión perdida.
Muchas parejas entran en una dinámica en la que discuten por
auténticas insignificancias que acaban por enfrentarles de verdad, creando
malentendidos tóxicos. La única forma de evitar esto pasa por aprender a
discutir. “No hay nada malo en tener diferentes puntos de vista, pero no
olvides escuchar lo que la otra persona tiene que decir y nunca retengas
rencores”,. “Entiende las discusiones como una forma de mostrar a tu pareja
como te sientes”.
La comunicación es clave para superar el PRSD.
Recuerda cómo empezó todo
El fin de la pasión desenfrenada con que comienza toda
relación puede ser traumático, pero es también perfectamente normal. ¿Acaso vas
a estar toda la vida enamorado? ¿Aguantarías toda la vida en ese estado de
absoluta enajenación?
Dicho esto, hay ciertos comportamientos del amor romántico
que deben mantenerse en la siguiente fase, y para ello merece la pena echar la
vista atrás y pensar qué tipo de cosas hacías en los primeros meses de la
relación. Algo tan sencillo como dormir abrazados puede hacer que recuperes
parte de la pasión perdida.
Lo importante, , es hacer saber a tu pareja que la sigues
queriendo. La indiferencia puede acabar con cualquier relación.
No pongas a tus hijos por delante
Bradshaw lo tiene claro: “Es un error poner a los niños por
delante del matrimonio”. Es común en las parejas que tienen hijos que los padres
se vuelquen en ellos y descuiden su amor, lo que al final no es bueno para
nadie. Es necesario, explica, mantener una vida íntima alejada de los hijos
que, por otro lado, es la que va a continuar cuando estos se hagan mayores. Si
no lo hacemos, es muy probable que nuestro matrimonio acabe en divorcio más
pronto que tarde.
“Debería ser sagrado que los padres tengan una noche libre
todas la semanas, tan pronto como sea posible”,. “Su relación es el
componente más importante de la familia”.
La frecuencia va a disminuir, pero el sexo no puede
desaparecer de vuestras vidas.
No descuides el sexo
El fin del amor romántico suele implicar una frecuencia
menor en las relaciones sexuales, pero en ningún caso debemos aceptar que estas
han terminado para siempre. Una pareja que no hace el amor está acabada, por lo
que es decisivo que sepamos trabajar para que el sexo no desaparezca.
“Si no haces el amor con tu pareja es crucial que hables
de ello, explicándole en detalle que es lo que realmente te excita”, “Por muy
extraños que parezcan algunos deseos, todos tenemos formas distintas de entrar
en materia”. Lo que debemos tener claro es que nuestra pareja no puede leernos
la mente, y si la cosa ya no funciona es trabajo de ambos reactivar la pasión,
explicando con sinceridad qué nos gusta y qué no.
Lo importante es trabajar por recuperar la intimidad
perdida, y esto no empieza por el sexo, sino por las caricias, los abrazos y,
en general, el cariño.
“Si no hablas de ello”, “la parte de la pareja con mayor
libido tenderá a quejarse, regañar y criticar. Eso sólo hará que la otra parte
se aleje, creando un círculo vicioso”
¿Cómo podemos solucionar esta situación? Lo importante, explica
Bradshaw, es trabajar por recuperar la intimidad perdida, y esto no empieza por
el sexo, sino por las caricias, los abrazos y, en general, el cariño:
“Eventualmente, la persona con menor deseo puede aceptar tener sexo de nuevo, y
probablemente le gustará. Hacer el amor refuerza el vínculo amoroso, debido a
dos importantes componentes químicos que se liberan en el acto sexual”. Y esto
crea un círculo virtuoso que puede hacer que la relación recupere el pulso.
“E,
independientemente del grado de daño, es el tipo de comportamiento que puede
inflingir un enorme daño emocional"
Recuerdo una psicóloga de parejas, harta ya de
comportamientos déspotas, egoistas de ellas, de auténticas tiranas, de tantas
"mujeres al poder", de feminazis-hembristas en su consulta... Las
denominaba "princesitas de diadema floja". En las relaciones de pareja,
aqui lo que abunda es "la jefa", "la máquina de reñir",
"la sargento"... como las llamamos cariñosamente y aguantamos. Luego
las tasas de divorcio son las que son.
Viene a ser una cuestión de educación y respeto, y de cómo
te hayan educado. Pero sorprende la gran cantidad de gente que se cree con
derecho a todo (a avasallar básicamente), gente que en el fondo presiente su
incapacidad para vivir en pareja... pero no lo reconocerán nunca y, más bien al
contrario, se dedican a convencer a los demás de que lo natural y guay es la
polígamia y que la situación ideal es el single que jamás se compromete y va de
flor en flor... todo para ocultar su incapacidad y disfunción emocional.
Clínica
César y María discuten en sesión
María: Estoy harta de limpiar el barro
con el que entran del jardín. Soy la mucama de él y los varones, y ni siquiera
les dice nada. Por lo menos podría decirles algo a los chicos. Las nenas son
mucho más compañeras.
César: (acerca su cuerpo provocativamente) Escucháme, yo en general me fijo. Fue una vez, el domingo. Y
además, no te vas a morir por limpiar un día el barro. Yo trabajo los seis días
de la semana quince horas por día y no me quejo. El resto de la semana me
estuve cuidando todo el tiempo y diciéndole a los varones. Vos misma el viernes
me reconociste que estaba tratando de cambiar en esto. Y la verdad (cambia
el tono y habla más suavemente) es que estoy mejor, y vos
también... Estamos mucho mejor (mirando al analista).
María: (con voz chillona y penetrante) ¡¡¿¿no te quejás??!! ¡¡¡¡Por favor!!!
Analista: No sé si se dan cuenta de cómo uno irrita y provoca
al otro. No sé, César si te das cuenta de la prepotencia con que le acercás el
cuerpo a María: sin que hables, solamente con acercártele así, tenemos pelea
garantizada. Y no sé, María, si te das cuenta del tono mandón y autoritario con
el que hablás. Me parece que esto es el disco rayado que dicen que se repite en
casa de Uds. (En otras sesiones se había
hablado del tono de voz de la madre de María y de la violencia silenciosa de
César).
El trabajo sobre la interdeterminación,
definida como lo que, a nivel conciente e inconciente, un sujeto estimula y
provoca en el otro es el aspecto fundamental de la intervención vincular.
Los partenaires suelen venir a tratamiento separando
qué es “mío” y qué es “tuyo” en muchos casos de manera artificial y la
intervención vincular tiende a mostrar, cuando corresponde, de qué modo lo
"mío" configura "lo tuyo". El trabajo clínico recorre un
camino que va de la interdeterminación a la estructura de las alianzas
inconcientes. Estas podemos definirlas
telegráficamente como articulaciones inconcientes estables que en los
intercambios entre los partenaires aseguran las respectivas homeostasis
narcisistas. En el caso de César y María las alianzas inconcientes se habían
desequilibrado a partir de la muerte de la madre de María. Hasta ese momento el
vínculo estaba organizado en una modalidad de distancia sin guerra, de tal
manera que ella mantenía su intercambio libidinal fundamental con la madre y él
se encerraba en su trabajo.
Cuando se utilizan intervenciones
vinculares, el trabajo elaborativo –en su doble dimensión de conocimiento y
construcción de representaciones– abarca las temáticas universales habituales
en las terapias aunque, como se dijo, se centra el foco en los funcionamientos
intersubjetivos. De lo que se trata es que los partenaires tomen conciencia del trabajo psíquico
que implica el intercambio intersubjetivo, cómo éste colapsa o promueve lo
singular en cada uno. La particularidad fundamental es que se trabaja sobre un
proceso defensivo en el que participan tanto el sujeto como la respuesta
del partenaire.
Las evoluciones posibles
Los recorridos
de los tratamientos de pareja son variables. Cuando en el trabajo terapéutico
se logra un registro de la subjetividad del partenaire y de la
propia, así como de los intercambios que circulan en el vínculo y de su
singularidad, aparece entre los partenaires lo que
llamo “sintonía validante”. El trabajo adquiere un matiz peculiar en cuanto al
narcisismo y a la caída de la omnipotencia: cada polo entiende más las
significaciones del otro, lo que no significa aceptarlas ni compartirlas; se
asume que la visión propia de las cosas no es absoluta; que las significaciones
que predominan en uno son siempre singulares e idiosincráticas y las emociones
diferentes de las que predominan en el otro; muchas discusiones dejan de tener
lugar. Se experiencia de una manera más directa y vívida que el otro, tanto
como uno, es opaco, desconocido e imprevisible, experiencia que suele ser especialmente negada o
desmentida en la pareja, dado su origen en el enamoramiento.
En otros casos la pareja
evoluciona hacia una separación que les resultaba imposible, pero que abre
puertas a nuevos desarrollos individuales. También hay parejas a las que el
tratamiento no las mueve de las estereotipias por las que consultan.
En síntesis, el tratamiento
psicoanalítico de pareja es una ayuda en un terreno en el cual, desde que el
mundo es mundo, las cosas han sido siempre complejas y en este sentido, la
primera actitud en la clínica debe ser exploratoria: se trata de explorar con
cada pareja, en un número acotado de entrevistas, si un tratamiento puede
brindarles alguna ayuda y recordar, en relación a otras alternativas
terapéuticas, que el dispositivo de pareja es especialmente útil para el
abordaje de los funcionamientos que hemos llamado intersubjetivos o vinculares.
Miguel Alejo Spivacow
El fin de análisis en el
tratamiento de pareja
¿Cuándo dar por finalizado un
tratamiento de pareja? La respuesta parece elemental, evidente, indiscutible:
¡¡cuando ellos lo decidan!! ¿Sería acaso de algún beneficio ir más acá o más
allá de su deseo de analizar sus conflictos? No parece razonable iniciar un
debate sobre el tema. Sin embargo… El recuerdo de algunas terminaciones
inexplicables, desconcertantes o simplemente inesperadas nos introducen en una
compleja red de supuestos y principios implícitos que condicionan estrechamente
nuestra relación con los consultantes, la dirección de un tratamiento y, por
supuesto, el modo en que se presentará el fin de ese análisis, sin tener clara
conciencia de ello.
1.- La primera experiencia
desconcertante que me viene a la memoria remite a la derivación del tratamiento
de pareja ¿afectan el fin de un análisis los principios y supuesto teóricos
implícitos en una derivación? Carmen había abandonado, con sus hijos, la casa
que compartía con su marido Rafael. Quería reflexionar acerca de su futuro
matrimonial. Éste, en total desacuerdo, se preguntaba hasta cuándo duraría esa
separación. Para Carmen no estaban separados sino tan sólo distanciados por un
tiempo. Las sesiones se hacían pesadas, reiterativas, y en una de ellas me
entero que, tal como les había sido recomendado, ella había comenzado un
análisis individual. Algo parecía impedirles abordar algunos temas dolorosos.
Con cierta cautela Rafael señaló que uno de esos temas eran las relaciones
sexuales: Carmen las rehusaba; había vuelto a vivir con sus padres pese a que
siempre lo menospreciaron. “Una vez más -dijo Rafael-, te ponés de parte suya,
en contra mía”. Carmen se remitió a lo dicho por su analista individual: no
estaba en su contra, quería proteger a sus hijos de las reiteradas situaciones
de inseguridad a las que él los exponía. Les dije, animado, que estaban
comenzando a hablar de sus conflictos. Durante la semana recibí con estupor un
llamado de Carmen: había decidido, contra la opinión de Rafael, dar por
finalizado el tratamiento y continuar sólo con su análisis individual.
Como en todo matrimonio ella se
hallaba tironeada por dos lazos afectivos: sus padres y su esposo. En este caso
parecía imposible allanar las tensiones que, entre la familia de origen de
Carmen y Rafael, se habían instalado desde el inicio de su relación. ¿Podríamos
pensar que, sin saberlo, la indicación de tratamientos simultáneos había
recreado las condiciones para reproducir esas tensiones en el ámbito de la
sesión, colocando a Carmen, una vez más, entre dos lealtades: su análisis
individual y el tratamiento de pareja? ¿Podía esta indicación imponer sus
coerciones a la definición del lugar que ocupara el analista y al modo en que
se presentó el final de ese análisis? Un sólido principio teórico indica que
cuando el campo analítico incorpora una pareja, una serie de reglas y pautas de
comportamiento propias, elaboradas trabajosamente a partir de circunstancias
compartidas, introducirán una perturbación que el analista difícilmente podrá
predecir.
2.- En un segundo caso, esta
perturbación condujo a un fin de análisis aún más apresurado. Se trataba de la
primera entrevista de una pareja que convivía sólo durante la semana: ella
soltera, él separado; compartían el fin de semana con los tres hijos de éste.
Consultaban por las dificultades que Luisa tenía con ellos. Bien pronto noté
que se detenían reiteradamente en quejas de ella con respecto al modo en que
Jorge trataba a sus hijos sometiéndose a las decisiones de su ex-esposa. Éste
minimizando el problema, parecía imperturbable. Pronto esta imperturbabilidad
comenzó a dejar paso al fastidio y el clima se hizo por momentos exaltado.
Tratando de retornar al tema inicial, dije que hasta ahora no hablaban de las
dificultades de Luisa con los hijos de Jorge sino de algunos conflictos
propios. Sorpresivamente y sin razón aparente, ella comenzó a llorar cada vez
con mayor congoja pese a los reiterados intentos de Jorge que, con progresiva
aflicción, intentaba consolarla. Se lo veía cada vez más desesperado, oscilando
entre un profundo abatimiento y una gradual exasperación. Yo estaba perplejo
frente a este cuadro en que el temor, la compasión y la violencia ponían en
escena una pareja desconcertante. Frente a mi silencio, Jorge, con gran
disgusto, dijo que no creía que yo pudiera comprender lo que les pasaba, que
iba a interrumpir la sesión para consultar a un profesional más idóneo y con
mayor experiencia. Quedé sorprendido y asustado por el grado de hostilidad
expresado (Jorge era abogado), al mismo tiempo indignado por un rechazo que
consideraba injusto y compungido por lo que, sin querer, había provocado.
Al finalizar el día de trabajo,
resentido aún por el mal trato recibido, recordé algunos comentarios de Luisa
que había yo pasado por alto. Se referían al malestar que le provocaba la
violencia con que Jorge trataba a los chicos, la mutua hostilidad que ella observaba
en la relación con su ex-mujer y el temor que esa violencia signara también sus
propias relaciones. Jorge restó toda importancia al tema: era el modo apropiado
de educar a sus hijos y de poner límites a la agresividad de su ex-esposa. En
el intento de detener la intromisión de la violencia en el ámbito de la sesión
había puesto yo en evidencia, sin advertirlo y apresuradamente, una de las
reglas y pautas de comportamiento que amparaban su relación: la separación del
fin de semana motivada por la difícil relación con los chicos. Aquélla permitía
eludir el tema que los angustiaba: una relación sustentada en el temor, el
abatimiento y la compunción por la presencia de una violencia descontrolada que
amenazaba su vida como pareja. En otro momento del tratamiento esta escena
hubiera tal vez permitido desplegar el verdadero motivo que los condujera a
solicitar tratamiento. Surgida prematuramente, ante nuestra incapacidad para
tolerarla y comprenderla, sólo pudo conducir a un abrupto final.
3.- Otro recuerdo trajo a mi
memoria un fin de análisis que comprometía, esta vez, supuestos y principios
relativos al objetivo de un tratamiento cuando el cambio es asimilado a un modo
de curación.
En este caso, una imperiosa
necesidad de cambio era fuertemente alentada por las reiteradas quejas que cada
uno de ellos expresaba con respecto a la conducta del otro. Ella podía comenzar
haciendo la lista de lo que él debía hacer y no hacía o tenía que evitar y no
cumplía; él respondía sacando a su vez su propia lista a lo que ella respondía
agregando nuevas quejas a las anteriores. Un supuesto de larga y firme
tradición ponía en juego un principio irrebatible: el objetivo del tratamiento
imponía la modificación de sus relaciones mediante cambios en sus
comportamientos individuales. Pero era inútil en este caso intentar detener
este circuito, las listas eran demasiado abrumadoras y sólo lograban acentuar
mi malestar ante la incapacidad de resolver sus padecimientos.
Es necesario estar en condiciones
de escuchar objetivamente el relato de esos padecimientos para
imponer las modificaciones correspondientes. No somos los únicos, también un
médico debe hacerlo. Comienza por recorrer la anatomía y la fisiología
implicada, recordar las patologías a ellos asociadas y realizar un diagnóstico
a fin de decidir el tratamiento adecuado. El relato en este caso remite a una
situación cuya objetividad los textos correspondientes pueden
constatar. También un psiquiatra escucha el relato de un padecimiento, pero
la objetividad de ese relato resulta, en este caso,
cuestionable. Será producto de algún trastorno en la relación con la realidad
(delirios, alucinaciones o comportamientos no adaptados a ella). La objetividad no
se encuentra aquí en los textos sino en el profesional cuya habilidad consiste
en ubicar al consultante en algún capítulo de la psicopatología y de allí a la
psicofarmacología correspondiente. Ahora bien ¿es el psicoanálisis un capítulo
de la medicina?, ¿es un modo particular de ejercer la psiquiatría?, ¿se trata
de evaluar la objetividad de los reclamos a fin de encarar la
pertinente modificación en sus conductas?, ¿es este cambio el criterio de
“curación” que decide el fin del análisis?También esta propuesta de cambio en
sus conductas obliga a algunas reflexiones. Tanto desde el punto de vista
biológico como social, las modificaciones que se introducen en un sistema
lo alteran de manera no siempre previsible poniendo en riesgo la subsistencia
del sistema y su grado de adaptación al medio. En el caso que nos ocupa, mi
malestar expresaba la paradoja de un alto grado de padecimientos asociada a la
profunda inestabilidad de su relación, siempre al borde de la ruptura. De este
modo la imperiosa necesidad del cambio era, a la vez, un riesgoso objetivo. Se
trataba en realidad de lograr que cada uno de ellos fuera capaz de enfrentar
otro padecimiento: el de poder reflexionar acerca de la escena que acababan de
desplegar en mi presencia. La terminación de un análisis, en estos casos y en
mi experiencia, será el resultado de la ecuación que articule ambos
sentimientos: la inestabilidad del análisis que hace de su interrupción un
alivio al padecimiento y la capacidad para soportarlo y continuar para analizar
sus razones. Hechos ambos que se oponen justamente a aquel supuesto de larga y
firme tradición que pone en juego el principio irrebatible del cambio como
objetivo del tratamiento y criterio de un fin de análisis.
Estos tres ejemplos, relacionados
con la terminación de un análisis de parejas, nos han introducido, al meditar
acerca de ellos, en una compleja red de supuestos y principios implícitos que
acompañan y condicionan nuestra forma de instalarnos ante un motivo de
consulta. Ellos determinan estrechamente, sin tener clara conciencia de ello,
nuestra relación con los consultantes, la dirección de un tratamiento y, por
supuesto, el modo en que se presentará el fin de ese análisis.
Compilado, editado y elaborado por la Lic. Diana S. Gurny
Contacto:
freud.diana@gmail.com. Whatsapp:+34 645644572-+447586558971
Juan Carlos Nocetti
No hay comentarios:
Publicar un comentario