¿Qué tiene de natural ser madre? ¿Alguna fuerza instintiva
impulsa a ello? ¿Cómo ser una buena madre? La homologación freudiana entre
madre y mujer –la equivalencia falo-niño le permite a la mujer recibir el falo
añorado– es el punto de partida del tratamiento de estas cuestiones en el medio
psicoanalítico.
En distintas oportunidades Lacan recurre a expresiones tales
como el "sentimiento de maternidad" ("Los complejos
familiares", 1938); la "satisfacción natural e instintiva de la
maternidad" (Seminario 5, 1957–58); o el "instinto materno"
("Ideas directivas..., 1960). En realidad, no hay nada menos natural e
instintivo que ser madre. En cada caso Lacan lo sitúa en relación con la mediación
simbólica.

A partir de este recorrido intentaremos aprehender el efecto
de transmisión por parte de una mujer que se subjetiviza en el niño en su
inclusión en una estructura clínica.
1. La madre insaciable
Lacan presenta en el Seminario 4 un triángulo inédito hasta
entonces. Rompe la pretendida armonía de la relación madre-hijo y afirma que la
madre nunca está a solas con el hijo: entre uno y otro siempre está el falo(
3). El niño cobra un valor fálico al identificarse con el objeto de deseo
materno. El cuarto término de esta relación es el padre. El falo aquí es
definido como un significado, tiene un valor imaginario que se introduce en la
metonimia del deseo de la madre.
A partir de la distinción entre castración, frustración y
privación, Lacan ubica a la frustración como centro de la relación madre-hijo.
Pero, añade Miller ("El falo barrado", Elucidación de Lacan, 1998),
aquí lo más importante es la frustración de la madre como mujer.
Lacan establece una secuencia que se inicia en la
frustración imaginaria de un objeto real, el seno de la madre, cuyo agente es
la madre simbólica. En este punto se establece cierta torsión a través de la
cual la madre simbólica se vuelve real. La madre simbólica, que mediatiza la
simbolización primordial a través del Fort-Da, frustra al niño de objetos
reales. Cuando no responde a la llamada del niño aparece como una potencia
real, fuera del juego simbólico, el objeto pierde su materialidad y la
respuesta de la madre se vuelve un signo de amor. La frustración de amor
polariza la situación. Lacan distingue así la frustración de goce (ligado al
seno materno, objeto real) de la de amor (cuyo objeto es la presencia materna).
Detrás de la madre simbólica, añade Lacan, está el padre simbólico. La segunda
operación planteada por Lacan es la privación real de un objeto simbólico, el
falo, por acción del padre imaginario. El final de este recorrido es la operación
simbólica de castración de un objeto imaginario por el padre real.
Lacan modifica ligeramente este planteo en el Seminario 5. En
la frustración no solo se frustra al niño del seno materno sino también de la
madre como objeto. El niño es frustrado de su objeto-madre y la madre es
privada de su objeto, todo esto a través del padre, lo que opera a modo de
castración. Esta privación deberá ser aceptada o rechazada por el niño, y esto
determinará su posición en la estructura.
La madre atravesada por la falta no tiene como función
primaria el cuidado o la atención del niño sino su devoración. La versión
lacaniana de la madre no es que sea "suficientemente buena" como se
podría esperar, sino, por el contrario, que es una fiera, esencialmente
insaciable, amenazadora en su omnipotencia sin ley. Lo insaciable de la
madre remite a su posición como mujer, a su tratamiento particular de la falta.
Después de todo, la sustitución niño-falo no colma la falta y subsiste un resto
de insatisfacción. Lo insaciable del Seminario 4 aparece como voracidad en el
Seminario 5. Dice: "La madre es una mujer a la que suponemos ya en la
plenitud de sus capacidades de voracidad femenina..." (p. 212).
A través del examen clínico de la doble madre en Hans, en
Leonardo da Vinci, y en André Gide, Lacan introduce en el Seminario 4 la
problemática acerca de qué transmite una mujer a través de su modalidad de ser
madre. La madre del deber, la de Gide, toda madre, toda amor sin relación con
la falta y el deseo, confronta al niño a un desdoblamiento de la figura de la
madre (la del amor y la del deseo –su tía–) que se subjetiviza en su estructura
perversa. La madre de Hans, figura devoradora que toma a su niño como
fetiche, se desdobla con la abuela paterna que suple la deficiencia paterna. La
fobia de Hans lidia con la falla simbólica hasta que logra una elaboración
fantasmática que aloja su angustia.
En el Seminario 5 Lacan se ocupa de la madre del
futuro obsesivo. Pero aquí interviene ya el cuarto término, el padre, y
lo que se juega es la articulación entre el padre y la madre en su relación
como hombre y mujer. El excesivo amor de un hombre por su mujer, afirma
Lacan, puede conducir a una posición de destructividad del deseo por parte de
su mujer. El resultado se encuentra en la anulación del deseo del niño obsesivo
y en su participación activa en esta destructividad.
"¿Qué fue para ese niño su madre...?, se pregunta Lacan
en relación a Gide, y añade las distintas modalidades de amar sobremanera al
hijo. El niño-falo André se incluye en la perversión. El niño-fetiche Hans recurre a su fobia para producir la mediación que falta.
El niño-cómplice en la destrucción del deseo construye su obsesión. En cada uno de estos casos la
posición de una mujer respecto a la falta determina su modo de amar y su
transmisión de la castración. Así, la "coyuntura dramática"
en la que se incluye la maternidad en cada mujer, las particularidades de su
historia, intervienen en su transmisión de la falta y en su incidencia en
la subjetividad del niño.
2. El enigmático deseo de la madre
Lacan presenta la primera versión de la metáfora paterna en
el Seminario 5: el padre sustituye a la madre en la medida en que ambos son
tomados como significantes. El resultado de esta sustitución es atribuirle al
falo el significado enigmático de las idas y vueltas de la madre. Lacan dice: "¿Qué
es lo que quiere, ésa? Me encantaría ser yo lo que quiere, pero está claro que
no sólo me quiere a mí" (p. 179). Introduce así de entrada una
distancia entre el objeto de deseo, el falo, y el niño, que llevará a que el
niño se identifique con el falo. Esta distancia traduce el no recubrimiento
total entre el falo imaginario y el niño. La madre como mujer guarda un
deseo que excede a su hijo; esto retorna en la subjetividad del niño como el
enigma del deseo del Otro.
La madre opera de distintas maneras en los tres tiempos del
Edipo. En el primer tiempo, como una ley incontrolada y omnipotente que a la
vez mediatiza la simbolización primordial. El niño se identifica con el objeto
de deseo de la madre. Pero este deseo guarda la ambigüedad de que, por un lado,
está fuera de la ley de padre, pero, por otro lado, actúa bajo la égida de la
castración de la madre que antecede a su maternidad. En el segundo tiempo, el
padre priva a la madre de su objeto: se instaura así la prohibición del incesto
dirigida al niño y la de reintegrar su producto (devorarlo) dirigida a la
madre. Vale decir, no basta con la subjetividad previa de la madre, es
necesario que consienta a ser privada de su objeto por el padre y que este
consentimiento sea subjetivado por el niño. En el tercer tiempo el padre
debe sostener su promesa fálica para la asunción de la posición sexuada del
niño. Esto reinstaura al falo como objeto deseado por la madre y no solo un
objeto que el padre puede privar (p. 199).
En la "Cuestión preliminar..." Lacan presenta una
nueva versión de la metáfora paterna en la que la madre funciona en un primer
tiempo a través de su deseo sin ley que se escribe como DM –en mayúscula,
diferenciándolo así del deseo–, pero que luego se articula al significante del
Nombre del Padre. Lacan enfatiza la importancia de visualizar cómo la
madre hace caso de la palabra del padre, de su autoridad, "...del lugar
que ella reserva al Nombre-del-Padre en la promoción de la ley" (p. 560).
Miller, en su comentario del Seminario 5, señala que el tercer
tiempo del Edipo femenino Lacan lo distingue totalmente de la maternidad y
allí sitúa el surgimiento de la "verdadera mujer". Desde la
perspectiva de la niña, se instaura en este tiempo su dirección al hombre y su
particular posición femenina. La maternidad queda articulada a la privación del
segundo tiempo en tanto que involucra la subjetivación de la castración más que
a su identificación sexuada. Madre y mujer quedan así diferenciadas, a la vez
que se articulan al final del recorrido.
A partir de la segunda mitad del Seminario 5 el falo deja de
ser un significado y se vuelve el significante del deseo, acentuándose así su
valor simbólico. Lacan utiliza entonces la dialéctica fálica de ser y tener el
falo en el tratamiento de la relación entre los sexos. Hombres y mujeres, al
confrontarse con la falta en ser el falo deseado por la madre, encuentran su
solución en su atravesamiento por los tres tiempos del Edipo.
Por otra parte, dice Lacan, las mujeres encuentran su
satisfacción por vía sustitutiva: en primer lugar el pene (involucra la
relación al hombre) y luego a través del niño en donde obtiene la satisfacción
"instintiva" de la maternidad. Como lo hemos indicado ya, la
sustitución implica una operación simbólica que hace caer el poder del
instinto. En "Ideas directivas..." Lacan retoma sus preguntas
relativas a las consecuencias sobre el niño del amor de la madre y se pregunta
si la mediación fálica drena todo lo pulsional de la mujer, en particular, el
instinto materno.
El concepto de frustración sufre una transformación: como
demanda se distingue de la necesidad y del deseo. La demanda de un hijo toma
así el relevo pero no como una reivindicación fálica –aunque podría llegar a
serlo– sino articulada a la castración y a la falta. En realidad, la teorización
de la dialéctica fálica permite entender las peripecias de la vida amorosa,
pero deja abierta la pregunta acerca de la incidencia de la posición femenina
en la maternidad en tanto que queda reducida a una respuesta a la demanda
fálica. Un paso más se vuelve necesario, y Lacan lo lleva cabo a partir de su
introducción del objeto a.
3. El objeto de la madre
En "Ideas directivas..." Lacan comienza a
presentar un goce fuera del dominio fálico en las mujeres aunque aún no esté
formalizado como tal. Años después, especifica que el deseo de la mujer está
dirigido por su pregunta acerca de su goce y que, a diferencia del hombre,
posee un lazo más laxo con la castración y el deseo. Sitúa una disimetría: la
mujer ocupa para un hombre el lugar del objeto a en la medida que consiente a
su fantasma para producir su deseo; pero la mujer como madre encuentra su
objeto a en sus hijos.
Se abre así la clínica que concierne a la relación de las
mujeres como madres ya no con el falo sino con el niño tomado como objeto causa
del deseo. El fantasma de la madre como sujeto antecede lógicamente a la
posición del niño en la estructura. El niño puede encontrarse en
distintas posiciones en tanto objeto a de la madre y situarse en la neurosis o
en la psicosis. Puede ser mediatizado por el objeto transicional,
fuente de las equivalencias; quedar expuesto a todas las capturas fantasmáticas
maternas por falta de mediación paterna; o volverse un objeto real como para
la madre del esquizofrénico durante el embarazo, condensador de goce, que
realiza la presencia del objeto a en el fantasma materno, y al hacerlo, obtura
la castración materna y sutura su falta como mujer aportándole un complemento
de ser.
Cuando interviene la articulación de la pareja conyugal
el niño ocupa el lugar del síntoma –solidario de la neurosis–, que implica
la presencia de una madre atravesada por la falta que dé lugar al significante
del Nombre del Padre, y de un padre que vectorice la transmisión de un deseo
que no sea anónimo.
En "R.S.I." Lacan establece que la posición
disimétrica entre la mujer y el hombre en tanto padres determina la posición
reservada al niño. El hombre debe hacer de la mujer la causa de su deseo para
asegurar una versión del padre (padre-versión), que no se limite a la
transmisión del falo en la metáfora paterna a partir del Nombre del Padre sino
que dé una versión de lo que es el objeto a. La mujer, por el contrario, se
ocupa de otros objetos a que son los niños, sin por ello cristalizarlos en su
fantasma como objetos de goce sino desde una estrecha relación con la falta.
La temática de la madre se desplaza así del amor –qué
efectos tiene su amor sobre el hijo– a la del deseo y el goce –qué lugar tiene
en su deseo y cómo se articula a su goce–.
4. La Mujer no existe, las madres sí
La teorización de las fórmulas de la sexuación introduce
nuevas consideraciones relativas a la maternidad. Lacan indica que es imposible
construir un universal femenino, por lo que "La Mujer" no existe.
Esta formulación es solidaria a la de "no hay relación sexual".
En cambio, existe una relación particular de las mujeres con su goce que va más
allá del falo.
Las mujeres en tanto madres se inscriben de distintas
maneras en la repartición sexuada.
El primer aspecto concierne a la madre que el hombre ve
en la mujer. El hombre, como significante, entra en la relación sexual como
castrado, es decir, relacionado al goce fálico. En cambio, Lacan afirma en el
Seminario 20 que la mujer entra en la relación sexual como madre (p. 47),
que en las mujeres predominan los caracteres secundarios de la madre (p. 15),
que para el hombre la madre contamina a la mujer ("Televisión").
Acentúa así que desde donde la ve el hombre la mujer no existe más que como
madre por la incidencia edípica (p. 119) prototipo del objeto primordial que
la vuelve causa de deseo.
En segundo lugar, en la medida en que la maternidad está
relacionada con la castración, la mujer como madre queda situada,
paradójicamente, del lado masculino de las fórmulas en tanto igualmente sujeta
a la función fálica. La salida femenina de la maternidad se entrecruza así con
la posición masculina, y desde el falo y como sujeto se dirige al objeto a que
es el niño.
La tercera cuestión concierne al goce suplementario.
Un mujer "no-toda" presenta la duplicidad entre el goce fálico y el
goce suplementario que se sitúa del lado del S(A) barrado. Al mismo tiempo que
se dirige al hombre en busca del falo añorado encuentra un tapón a su no-toda
en el objeto a que constituye su hijo. Dice Lacan: "... el goce de la
mujer se apoya en un suplir ese no-toda. Para este goce de ser no-toda, es
decir, que la hace en alguna parte ausente de sí misma, ausente en tanto
sujeto, la mujer encontrará el tapón de ese a que será su hijo" (p.
47).. De esta manera, la maternidad se vuelve una forma de suplencia a La Mujer
que no existe, funciona como tapón del no-toda.
Desde la posición de no-toda la mujer vehiculiza en la
maternidad algo de su goce suplementario. Freud abordó esta cuestión en
términos del "odio de la madre", con la ambigüedad que
comporta el genitivo: hacia la madre y de la madre al hijo, fuente del
sentimiento de persecución en la niña. Lacan encara primero este resto de
"pasión mala" en términos de "insaciabilidad",
"voracidad materna", "Deseo Materno" (voluntad sin ley), y
finalmente, junto a la teorización acerca del goce, en términos de "estrago": ya sea con la imagen
acuciante del cocodrilo dispuesto a cerrar sus fauces (Seminario 17, p. 18) o
del estrago particular en la relación madre-niña. Cada uno de estos términos
implica un más indeterminado hacia lo mejor o lo peor.
Pero el estrago no se sitúa solo del lado del odio sino
también del lado del amor, puesto que en la medida que una mujer ama desde su
posición de no toda, la dialéctica amorosa con su hijo queda matizada por su
posición más allá del orden fálico. En cada oportunidad, la mediación fálica
y la dirección al hombre se impone para acotar el exceso y limitar los
desvaríos.
J.-A. Miller, en El hueso de un análisis, indica que la
demanda de amor de una mujer se dirige a la falta del Otro, y lo hace desde lo
ilimitado de su goce, desde su no toda que comporta un carácter absoluto y una
tendencia al infinito. Esta demanda de amor así estructurada retorna con la
forma del estrago por parte de la pareja. De esta manera, el estrago es la
otra cara del amor que vuelve como un síntoma de índice infinito, y no como la
localización que caracteriza a la mujer como síntoma para un hombre. Estas
consideraciones son también pertinentes a la relación madre-hijo, y a cómo se
sitúa el niño en la relación de una mujer con su pareja, en la medida en que
hace intervenir la parte mujer de la madre y lo que interviene del goce
suplementario en el amor.
Para concluir
Así como no es posible construir un universal de las
mujeres, tampoco es posible determinar cómo ser madre. Una por una, cada
mujer se sitúa frente a la maternidad por la aceptación o por el rechazo; como
madre del deber o del deseo dentro del régimen fálico; por su amor o por su
odio; desde una posición masculina o femenina; como en empuje al toda madre o
por su no-toda como mujer que repercute en su ser madre.
Las posibilidades se multiplican e inciden en la inclusión
del niño en la estructura de acuerdo a su particular posición frente a la
falta. Una división del deseo se impone (J.-A. Miller, "El niño, entre la
mujer y la madre"): el objeto niño no debe ser todo para el sujeto
madre, sino que debe encontrar el significante de su deseo en el cuerpo del
hombre para situar al niño frente a la castración. La maternidad como
versión de la feminidad, como suplencia, no obtura el ser mujer, y su dirección
al hombre asegura que no se produzca este recubrimiento.
De esta manera, madre y mujer se entrecruzan dejando abierto
un espacio cuyos límites se irradian hacia lo que resta aún de enigmático de la
sexualidad femenina.
Compilado y corregido por la Lic. Gurny
por Silvia Elena Tendlarz
Psicoanalista en Buenos Aires,
analista miembro de la Escuela (AME) de la Orientación Lacaniana (EOL), de
l´École de la Cause Freudienne, (ECF), y de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis (AMP).
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