El psicoanálisis ante la guerra
La guerra es un acto de fuerza y más precisamente, puede
decirse que es una relación Virulenta y mortífera que inevitablemente pone en
escena los cuerpos y la sangre, la destrucción, el aniquilamiento. En términos de
Clausewitz, no es posible desarmar o derrotar al adversario sin excesivo derramamiento de sangre. Obtendrá la ventaja
sobre el adversario quien emplee la
fuerza con crueldad, sin detenerse ni
retroceder ante la matanza y el destrozo por vastos que sean……………
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El psicoanálisis nació antes de la Primer Guerra Mundial,
Freud no necesitó de ella para descubrir la importancia de la crueldad. En todo
caso la guerra -según le confesó a su amigo holandés Van Eden- confirmó que el
psicoanálisis había acertado con la tesis de que "los impulsos primitivos salvajes
y malignos de la humanidad no han desaparecido, sino que persisten reprimidos
en el inconsciente y esperan la ocasión propicia para desarrollarse".[1]
Freud no vio a la guerra de lejos, ya que ella atravesó su
vida: sus tres hijos participaron en las acciones bélicas, durante años su
práctica como analista se vio condenada a la ruina y Sophie, la hija favorita
murió a causa de su vulnerabilidad a la infección provocada por los desastres.
En ninguna otra contienda en el mundo hubo una matanza semejante a la de Verdún
entre los años 14-18. Su valor traumático se recorta aún más si se piensa en su
acontecer luego de lo que se llamó el siglo de las delicias y también du grand
ennui, del gran aburrimiento, del gran tedio y de la gran prosperidad de la
clase media.
Si bien -decíamos- el poder de la agresión no había sido un
secreto antes de 1914, la guerra marca a fuego el descubrimiento de la pulsión
de muerte que no es lo mismo que agresividad. Son los sueños de las neurosis de
guerra que retrotraen a los pacientes al momento traumático, los que lo llevan
a Freud a reformular su tesis de que el sueño sea el cumplimiento de un
deseo.[2] La guerra pues, como trauma al que se vuelve, más allá del principio
de placer, Ningún descubrimiento freudiano fue más rechazado por los propios
analistas que el concepto de pulsión de muerte. Incluso después de la segunda
guerra mundial, ellos no le daban crédito considerándola una noción biológica
cuando en realidad la biología no conoce nada de ella. Es que el propio Freud
tardó en asimilar la idea, cuando le fue propuesta por la analista rusa Sabina
Spielrein.
Hoy en día muchos psicoanalistas tienden a reducir la guerra
a la pulsión de muerte, cuando en realidad Freud toma a la guerra -desde la
clínica- para reformular el trauma y la pulsión pero, según pienso, no explica
a la guerra por la pulsión sino por la manera en la que la cultura trata a la
pulsión. La guerra lo lleva a Freud a profundizar en la cultura, en su
malestar, en el porvenir de sus ilusiones, en la psicología de masas. A
propósito de este acontecimiento escribe dos trabajos específicos, uno a poco
de comenzar "De guerra y muerte. "Temas de actualidad"
(1915),[3] otro, mucho después mediando el descubrimiento de la pulsión de
muerte "¿Por qué la guerra?" (1932) en respuesta a una carta de
Einstein.[4]
En el primer trabajo, Freud se refirió a la desilusión que
trae consigo este suceso, y la resume en dos puntos: "la ínfima eticidad
demostrada hacia el exterior por los Estados que hacia el interior se habían
presentado como guardianes de las normas éticas, y la brutalidad en la conducta
de individuos a quienes, por su condición de partícipes en la más elevada
cultura humana, no se los había creído capaces de algo semejante".[Más
esta desilusión descansa en la ilusión errónea de creer que los sujetos se
habían elevado a un nivel ético que habíamos sobreestimado.Freud se pregunta
cómo el individuo alcanza un nivel superior de eticidad. Primeramente rechaza
de plano la idea acerca de la bondad originaria del hombre. Esta concepción que
es la del mito del origen en Rousseau conduce inevitablemente a una visión
paranoica del mundo, ya que estima que el mal proviene de la corrupción de las
costumbres a las que opone la inocencia natural.
El mal sexual hunde sus raíces
en un exterior amenazante, anidando en un universo foráneo al del cándido
sujeto. Pero, ese corazón propio bueno definido por Rousseau como
"transparente como el cristal" es un corazón maniqueo que ha divorciado
sin dialéctica el bien del mal, mal que entonces queda expulsado en los
confines de la alteridad. Más certero, San Agustín[7] supera su propio
maniqueísmo al reconocer que cuando de joven robó las peras, no lo hacía
simplemente para disfrutar de ellas, sino por el goce en la trasgresión misma,
concluyendo en el engaño de recurrir a un poder impersonal del mal.
La primer conjetura -la de que el hombre nace bueno- es
desterrada por Freud por completo. La segunda conjetura consistiría en suponer
que las malas inclinaciones del hombre le son desarraigadas y, bajo la
influencia de la educación y del medio cultural, son sustituidas por
inclinaciones a hacer el bien. Sorprende entonces que en los así educados la
maldad aflore con tanta violencia. Freud explica este fenómeno con el argumento
que la cultura fuerza a sus miembros a un distanciamiento cada vez mayor
respecto de sus disposiciones pulsionales. Y Freud no duda en llamar hipócrita
a quien reacciona siempre de acuerdo a preceptos que no son la expresión de sus
inclinaciones. Entonces, si los pueblos, los individuos rectores de la
humanidad y los Estados abandonan las restricciones éticas en época de guerra,
ello obedece para Freud a la incitación a sustraerse de la presión continua de
la cultura, dándole satisfacción a las pulsiones refrenadas.
Sin embargo, en la respuesta que le da a Einstein en su
artículo "Por qué la guerra" Freud concluye que "todo lo que
promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra".[8]
Hay entonces culturas que rechazando la dimensión pulsional hacen que ella se
acreciente llevando a la guerra, y otras que posibilitarían un destino
pulsional diferente que trabajaría "contra la guerra". Es muy
interesante la manera en la que Einstein diferencia cultura de
"intelectualidad", diciendo que es más bien la llamada
"intelectualidad" la más proclive a las desastrosas sugestiones
colectivas ya que el intelectual ha perdido contacto con la vida. Es
importante recordar que la fiebre bélica patriótica había atacado a novelistas,
teólogos, poetas e historiadores: El poeta alemán María Rilke celebró el
estallido de las hostilidades con los "Cinco cantos" en los que veía
al increíble Dios de la guerra. S. Zweig, más tarde pacifista, tuvo sin embargo
posturas militares los primeros días de la guerra. T Mann la vinculaba con la
purificación, de la cual nacía la esperanza.[9] Freud mismo experimentó al
comienzo cierta credulidad partidista vivenciando e mismo ese fenómeno de masa
que describiría en "Psicología de las masas y análisis del yo".[10]
En el grupo, dice en este trabajo, se borra lo diverso apareciendo lo uniforme,
prevalece la identificación al líder y hay una inhibición colectiva de la
función intelectual. Surge un sentimiento de potencia infinita, la multitud influenciable
y crédula es proclive a todo tipo de sugestión, que puede arrastrarla a las
mayores atrocidades. Cabe recordar aquí la diferencia trazada por Bataille[11]
entre el mal pasional y el mal infame. El mal pasional no es calculador, ni
está legitimado por ningún poder. En cambio el mal infame sirve a un poder,
creando incluso una buena conciencia, pues se sabe en concordancia con un
objetivo oficial del Estado. No se trata de éxtasis nacidos del espíritu de
revuelta, sino de los excesos de los espíritus serviciales.
Freud plantea que
la masa se funda en lazos homosexuales y toma como ejemplo de masas
artificiales a la iglesia y al ejército, lugares de exclusión de lo femenino.
La guerra se apoya siempre en certidumbres: la de la raza -es decir la sangre,
la nacionalidad-es decir la madre tierra -y la religión- es decir la creencia,
como certezas apoyadas en la exclusión de lo diferente. La guerra va dirigida a
lo semejante en lo que tiene de diferente y a lo que de semejante –ignorado en
el sujeto-tiene el diferente.
Dice Freud: "el amor a la mujer rompe los lazos
colectivos de la raza, la nacionalidad y la clase social y lleva así una
importantísima labor de civilización." [12] Ruptura pues de las razones
que han motivado toda guerra.
Lacan llama heterosexual a quien gusta de las mujeres sea
macho o hembra. El "gusto" -y no tanto el amor o el deseo- abre el
campo para una estética. Al respecto cabe remarcar que Freud se considera
pacifista por una razón no sólo ética sino estética que reconoce fundamentos
orgánicos. "La nuestra –dice- no es una mera repulsa intelectual y
afectiva: es en nosotros, los pacifistas, una intolerancia constitucional, una
indiosincrasia extrema, por así decir. Y hasta parece que los desmedros
estéticos de la guerra no cuentan mucho menos para nuestra repulsa que sus
crueldades". Esa "intolerancia constitucional" de la que habla
Freud es un mecanismo distinto al de la represión, se trata de una marca en lo
real que ha incidido en el gusto.
La mujer encarna no sólo lo heterogéneo del otro, sino lo
otro del sujeto que le es ajeno Son los preceptos universalizantes, las
prescripciones válidas para todos, lo monotonoteista de la religión- según una
feliz expresión acuñada por Nietzsche- quienes me conducen a estar en guerra
conmigo mismo por rechazar en mi lo diverso.
En lo singular de cada viviente alberga recónditamente un
poder creador que es pacifista porque no se somete.
Lic. Diana S. Gurny citando a
Silvia Ons,
Analista miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación
Mundial de Psicoanálisis.
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