El amor en
psicoanálisis
La pareja y el amor… ¿qué amor?
“Nadie es como otro.
Ni mejor ni peor. Es otro.
Y si dos están de
acuerdo, es por un malentendido”.
J.-P. Sartre
¿Se puede amar sin constituirse en pareja? (¿amar sin
intermediario?). Seguramente, en ese amor que llamamos “sexual”, “erótico”, sea
imposible. Y aunque “la relación sexual no existe”, el otro siempre está. La
pareja es deseo de posesión: es, de alguna manera, una mutua propiedad. El
problema es que se quiera hacer necesario el amor en la pareja. Porque de hecho
puede haber pareja sin amor o por lo menos con algunas ráfagas de él,
momentáneas, pasajeras.
Desde hace ya más de un siglo se viene sosteniendo en la
conformación de la pareja –conyugal–, que “el principio es el amor…” (frase que
nos evoca el título del libro de Julia Kristeva, refiriéndose a la importancia
del amor en el proceso analítico). Pero lo que vemos en la clínica cuando
consultan, es que el amor “está en fuga”, ha cesado, desaparecido –o nunca se
ha constituido– aunque ellos digan que se aman y que el problema radica en que
la pasan muy mal, discuten, se agraden; y tal vez sea al revés: porque no se
aman sucede todo eso de lo que vienen a quejarse. Pero, ¿qué es amarse, cómo
amarse, qué amor?
Los escritos psicoanalíticos desde Freud en adelante, a
través de sus aforismos y apotegmas, nos han hecho reflexionar:
Que el amor está marcado por la ambivalencia; por el
narcisismo (amar es, esencialmente, querer ser amado); por la lógica edípica;
que se diferencia del deseo (clivaje entre la corriente tierna y la corriente
sensual: si se ama no se desea y viceversa); que el primer objeto de amor es la
madre y todo hallazgo posterior no es otra cosa que un intento por hallar ese
objeto primario de amor (es este “amor primario” el que buscamos en los objetos
de amor sucesivos); que en la demanda de amor se busca algo más allá del objeto
amado, algo que el objeto no posee (“lo que se ama en el amor es, en efecto, lo
que está más allá del sujeto, literalmente lo que no tiene”); que la compulsión
de repetición es partícipe de las vicisitudes que experimenta la vida amorosa;
que es dar lo que no se tiene… a alguien que no lo es; que el estado del enamoramiento
muestra el predominio de la libido de objeto en detrimento de la libido del yo
(“un fuerte egoísmo preserva de enfermar, pero al final uno tiene que empezar a
amar para no caer enfermo, y por fuerza enfermará si a consecuencia de una
frustración no puede amar”); que la persona –objeto– del cual el sujeto se ha
enamorado está en el lugar de su ideal (la dependencia respecto del objeto
amado rebaja el sentimiento de sí, el que está enamorado, está humillado, como
lo dice Víctor Hugo: “Reducir el universo a un ser. Y dilatar ese ser hasta
Dios, eso es el amor”); que un enamorado es como un hipnotizado; que es el
malentendido el que hace posible el amor; que lo que suple la relación sexual
es precisamente el amor (porque “ellos” dos no se pueden fusionar, no pueden
hacer uno, que lo Uno no puede sostener ninguna verdadera relación con lo Otro;
imposibilidad de relación, que siempre presentifica un abismo entre los sexos;
ausencia de proporción, de complementariedad, por más que dos se abracen en
ningún caso dos cuerpos pueden hacerse uno).
Creo que, como sucede en el dispositivo individual, ambos
miembros de la pareja recurren al tratamiento a “causa de una falta de amor”
(aunque digan amarse). ¿Podremos como analistas trabajar con “esos discursos
amorosos” cuando sabemos que son discursos hacia un otro imposible,
insatisfactorio, incapaz de colmar ni las demandas ni los deseos; un otro que
siempre será elusivo, que nunca se podrá poseer. Tal vez sea más importante
para la pareja poder “hacer el amor” (o seguir haciéndolo) que hablar del amor.
En el lazo del amor no sólo está en juego el tener-no tener:
hay algo que se sitúa en el nivel del no saber. El erastés, el amante que no
sabe: no sabe lo que le falta. El erómenos, es el objeto amado “aquel que no
sabe lo que tiene escondido”, (¿no será eso lo que hace su atractivo?). Vemos
que el amor está verdaderamente habitado por un no saber, por una ignorancia
estructural. ¿Seremos como analistas, tan omnipotentes de pensar que podremos
arrojar “luz” sobre él, en aquellos que nos consultan? “Entre estos dos
términos que constituyen, en su esencia, el amante y el amado, observen que no
hay ninguna coincidencia. Lo que le falta a uno, no es lo que está escondido en
el otro. Y ahí está todo el problema del amor (J. Lacan)”. Desde el comienzo la
discordancia está expresada, y el enredo del amor se despliega en el
malentendido permanente, que es lo que lo funda.
¿Como hablar con ellos de esa “pasión del ser” que es el
amor, que busca en el Otro aquello que va a calmar y colmar la falta-en-ser?
Tal vez podamos conversar (e interpretar) con ellos algo que se sitúa en los
bordes del amor, en sus fronteras; enfrentando el desconocimiento, no para
obturarlo, sino para sostenerlo. Como también habrá que sostener el malentendido
y las paradojas que implican siempre el estar en pareja. Hablar de amor (decir
palabras de amor) es posible en tanto se sepa que lo más alejado de él es el
saber.
De los griegos aprendimos que al amor se lo puede nombrar de
muchas maneras, inclusive al que suele darse en la pareja. Pero a pesar de
tanta tinta derramada en estas cuestiones, hoy se sigue insistiendo a través
del imaginario social, en una posición “romántica” del amor, a tal punto que se
pretende que en la pareja matrimonial ese tipo de amor la cimente, la sostenga,
la renueve… El psicoanálisis desmitifica el concepto que tenemos del amor
romántico y tierno como el único digno de llamarse amor. Parecería que el
hombre occidental insiste en esa irrealizable pretensión de continuidad, de fusión
con el otro. Incluso pedir reciprocidad en el amor es alienarse, porque ¿qué
nos devolvería el amado en esa reciprocidad sino lo mismo que no le damos? Tan
sólo un “yo también te amo”, lo cual no nos asegura nada, simplemente sostiene
la ilusión (que tal vez no sea poca cosa).
La demanda, el deseo por el otro, convierten al sujeto
esclavo del objeto. Con el análisis podemos saber de eso: la alienación a la
que nos exponemos, lo imposible e ilusorio de esa reciprocidad. Luego es saber
que uno corre riesgos cuando ama, cuando desea, es como saber a qué se atiene
uno. Y no olvidemos que el amor es una ficción: la de haber encontrado algo, en
alguien.
El análisis de pareja, aunque muchas veces discutido en su
legitimidad, puede revelar verdades poco placenteras, incómodas, sobre todo de
aquellos intereses psíquicos a partir de los cuales se construyeron pactos y
acuerdos amorosos, y que de alguna manera se podrán modificar para hacer más
soportable las desilusiones, los malentendidos, las paradojas, que resultan de
la convivencia. Pero convengamos que casi siempre el objeto del deseo no
coincide con el objeto de amor. Y aquí tiene mucho que ver lo que nos decía
Oscar Masotta advirtiéndonos que como psicoanalistas no deberíamos promover
objetos de amor, sino dejar expresar los objetos del deseo, ya que los objetos
del amor pueden aplastar los objetos del deseo, resultando ésto una posición
ideológica muy importante. El amor es oblativo, sacrificial, se abastece de
nada, mientras que en el horizonte del deseo aparece el goce.
¿Qué pedimos, qué damos cuando decimos amar? «El amor es dar
lo que no se tiene, y sólo puede amar el que no tiene, incluso aunque tenga. El
amor como respuesta implica el dominio del no-tener. Dar lo que se tiene, es la
fiesta, no es el amor.» (J. Lacan).
Pero además de “dar lo que no se tiene” es también dirigirse
“a alguien que no los es”. Porque contrariamente a la creencia de que el
partenaire del sujeto pudiera ser el otro (el semejante o el Otro), el
partenaire del sujeto es el objeto a, con lo cual la relación con el otro,
estará siempre mediatizada por el fantasma. Y entonces en cada relación cada
uno hablará su idioma, un idioma sin traducción, el idioma finalmente del
fantasma de cada uno de los dos. No necesita mucho tiempo la relación amorosa
para que cada uno empiece a sospechar que habla solo y a entender (si se puede)
que el amor es esencialmente engaño.
Para seguir echando leña al fuego (¿del amor?) bastaría
agregar el neologismo lacaniano “odioenamoración” para hablar de la coexistencia
del odio y el amor, y entrar así en el aspecto mortífero y mortificante del
amor.
Pero, aunque desmitificado, entre el hombre y la mujer
seguirá estando el amor, aunque también exista el mundo y el muro.
“Amarás al prójimo como a ti mismo… por lo que no es, por lo
que no tiene”.
Lic. Diana S.Gurny
citando a Oscar De Cristóforis
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