El masoquismo se presenta cuando existen unos
manifiestos sentimientos de inferioridad, impotencia e insignificancia en
el individuo. Se tienden a magnificar la importancia de los defectos y
debilidades, muestran una tendencia a disminuirse y se niegan a tomar el
control de sus propias cosas. No realizan aquellas actividades que les
resultan satisfactorias y terminan por someterse a fuerzas externas, las
cuales pueden adoptar muy diferentes maneras.(13)Ambos impulsos,
el masoquismo y el sadismo, son intentos para evadirse de la profunda
sensación de soledad e impotencia, el masoquismo es además una forma de
liberarse del yo individual pues la libertad se convierte en una pesada
carga que les resulta imposible de soportar.En ciertas sociedades el
masoquismo puede obtener cierto reconocimiento, como fue la sumisión al
líder en los casos del fascismo, el nazismo y el stalinismo, que muchas
personas participen de ese sentimiento lo convierte en algo aceptable y
deseable.
La anulación de la personalidad es un aspecto del
masoquismo, pero también existe otra arista que hasta puede parecer
atractiva, esta es la de pertenecer a una entidad más poderosa que los
individuos que la constituyen, esa entidad puede ser un líder, una
religión, un partido, una nación, etc.
Al formar parte de un poder fuerte, por más infeliz que
sea el individuo, será partícipe de ese poder y esa gloria. Entrega su
propio yo, renuncia a su personalidad perdiendo su integridad como
individuo y se despoja de su libertad, pero a cambio obtiene seguridad y el
orgullo de participar de un poder en el cual se ha sumergido.(14)
Muchas veces esta autonegación de la personalidad se
presenta como una gran demostración de amor, en realidad Fromm afirmó
reiteradamente que el amor y el masoquismo son abiertamente antagónicos.
Como ya se mostró, el nazismo tenía un alto componente
de sadismo pero también era una importante expresión de masoquismo que
se evidenciaba en el deseo de someterse a un poder fuerte. Las masas
nazis recibían señales que las instigaban a reconocer su insignificancia y
a disolver cualquier duda o cuestionamiento en el marco de un poder
superior del que debían estar orgullosas de ser parte. Goebbels el Ministro
de Propaganda de Hitler decía que “ el socialismo representa el
sacrificio del individuo al todo”. (15) Seguramente muchos
stalinistas hubieran suscripto esa afirmación del líder alemán, la
educación en el régimen nazi no se proponía reafirmar la personalidad de
los individuos, sino que se limitaba a aceptar mansamente las decisiones de
las autoridades, aún aquellas que pudieran parecer
injustas. E.FROMM
MANIFESTACIONES DE LA LUCHA CONSTANTE ENTRE
PULSIÓN DE VIDA Y PULSIÓN DE MUERTE
“Opino que sólo así es posible comprender que de
la sofocación de las pulsiones resulte –con frecuencia en la totalidad de los casos– un
sentimiento de culpa, y que la conciencia moral se vuelva tanto más severa y susceptible
cuanto más se abstenga la persona de agredir a los demás”
(Sigmund Freud) MASOQUISMO
Quizá del mismo modo que en la época de freud, en
ámbitos no filosóficos ni psicoanalíticos, existe una propensión a pensar
que el sadismo y el masoquismo, en su relación con la sexualidad, son
formas propias de sujetos ”enfermos”. Sin embargo, la teoría psicoanalítica
freudiana ha puesto de manifiesto que tanto el sadismo como el
masoquismo están presentes en la vida de todos los neuróticos, es decir, en
todos y cada uno de nosotros. Y que, por tanto, constituyen parte
de la vida anímica.
El propósito del presente ensayo es reflexionar sobre el
sadismo y el masoquismo en tanto que principios fundamentales de la teoría
psicoanalítica freudiana y cómo se relacionan con la dualidad pulsional
propuesta por Freud.
En El problema económico del masoquismo, Freud
propone un cambio fundamental en su metapsicología, pues ya no reconoce al
sadismo como la tendencia primaria del ser humano; sino que ahora plantea
al masoquismo como tal. “El masoquismo originario adquiere un relieve
decisivo, como testigo y residuo” [1] de la relación entre la pulsión de vida y muerte.
No es que el sadismo ya no tenga ninguna importancia, más bien, es relegado
a un segundo plano. Para comprender por qué el masoquismo ocupa el lugar
que antes tenía el sadismo es de vital importancia mostrar las tres formas
de masoquismo: erógeno, femenino y moral.
El masoquismo erógeno tiene que ver con el gusto por
recibir dolor y “han de atribuírsele bases biológicas y constitucionales”. [2]
El masoquismo femenino, se relaciona directamente con la
fantasía de ser golpeado o maltratado de diversas formas de modo que por
medio de esa violencia ejercida sobre el sujeto éste experimente placer. “ El
masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y
dependiente, pero, en particular, como un niño díscolo. […] Es
fácil descubrir que ponen a la persona en una situación característica de
la feminidad, vale decir, significan ser castrado, ser poseído sexualmente
o parir. Por eso he dado a esta manifestación del masoquismo el nombre de femenina”. [3] Es importante tener claro que este masoquismo
marcadamente femenino no sería exclusivo de las mujeres, pues a
partir de la perspectiva freudiana podemos afirmar que todo ser humano
(independientemente de su sexo) tiene ese rasgo femenino.
Lo crucial de ese masoquismo femenino es el conflicto
del sujeto con la prohibición. Al tiempo que quiere ser tratado como
alguien indefenso, el sujeto también desea ser tratado como aquel que no
obedece la ley, sino que la transgrede. En ese sentido, el fondo de la
transgresión es el deseo de ser castigado.
El masoquismo moral es, según Freud, “el más importante,
sólo recientemente ha sido apreciada por el psicoanálisis como un
sentimiento de culpa las más de las veces inconciente”. [4] En este tipo de masoquismo, el componente más
relevante es la culpa, es decir, un “sentimiento inconciente de culpa” o,
para ser más preciso, la “necesidad de ser castigado por un poder parental”. [5] En este punto debemos recordar que:
“[…] en general, todo padecer
masoquista tiene por condición la de partir de la persona amada y ser
tolerada por orden de ella; esta restricción desaparece en
el masoquismo moral. El padecer como tal es lo que importa; no le interesa
que lo inflija la persona amada o una indiferente”. [6]
Como podemos ver, tanto en el masoquismo erógeno como en
el femenino, el
lugar de la persona amada es fundamental, pues el castigo sólo tiene
sentido en tanto que proviene del ser amado. Sin embargo, en
el masoquismo moral se rompe con ese principio, pues lo relevante ya no es
el vínculo del sujeto con la persona amada sino el hecho mismo de sufrir o
padecer. En el masoquismo moral, el centro es el castigo por el castigo,
por eso no tiene ninguna importancia de quien proceda. En esta clase de
masoquismo encontramos, más bien, una relación de carácter necesario (casi
obvia, pero no por ello evidente) entre el masoquismo y la moral, pues:
“[…] la conciencia moral y la moral nacieron por la
superación, la desexualización, del complejo de Edipo; mediante el
masoquismo moral, la moral es resexualizada, el complejo de Edipo es
reanimado, se abre la vía para una regresión de la moral al complejo de
Edipo. […] El masoquista se ve obligado a hacer cosas inapropiadas, a
trabajar en contra de su propio beneficio, destruir las perspectivas que se
le abren en el mundo real y, eventualmente, aniquilar su propia existencia
real”. [7]
La moral y la conciencia moral, según la propuesta
freudiana, se gestan a partir de la prohibición del incesto que será
introyectada por el sujeto. Se trata de la renuncia al primer objeto de
amor por ser incestuoso. Con el masoquismo moral se reanima el complejo
de Edipo y su dimensión sexual, sin que eso implique la cancelación de
la moral, del superyó. El sujeto busca satisfacer su deseo, pero de forma
inconciente no lo hace, pues la culpa opera como un mecanismo que impide
que se pueda realizar ese deseo. Por eso se castiga. El sujeto crea una
serie de obstáculos para no colmar su propio deseo.
Lo anterior no cancela la posibilidad de:
“[…] la reversión del sadismo hacia la propia persona
ocurre regularmente a raíz de la sofocación cultural de las pulsiones,
en virtud de la cual la persona se abstiene de aplicar en su vida buena
parte de sus componentes destructivos. […] El sadismo del superyó y el
masoquismo del yo se complementan uno al otro y se aúnan para provocar las
mismas consecuencias. Opino que sólo así es posible comprender que de la
sofocación de las pulsiones resulte – con frecuencia en la totalidad de los
casos- un sentimiento de culpa, y que la conciencia moral se vuelva
tanto más severa y susceptible cuanto más se abstenga la persona de agredir
a los demás”.[8]
El sadismo vuelto contra el sujeto, únicamente se
puede comprender a partir de las prohibiciones y normas sociales que
impiden el ejercicio de la violencia sobre otros y dejan como única
posibilidad la descarga sobre el sujeto. Por eso es que parece que al
final se realiza un encuentro entre sadismo vuelto contra el sujeto y
masoquismo. De modo que ambos se ponen servicio de la pulsión de muerte.Es
importante notar aquí la relación entre la imposibilidad de satisfacer el
deseo y la culpa o necesidad de castigo. El sujeto, al no poder
violentar a otros, encuentra que la única posibilidad es la violencia sobre
sí, que aumenta en la medida en que el superyó (moral y la conciencia
moral) se torna más severo.[9]
Para la teoría psicoanalítica freudiana, el ser humano
está constituido por la pulsión de vida y la pulsión de muerte. El hombre
vive en un conflicto constante que se manifiesta a través de la lucha entre
las pulsiones; entre Eros y Tánatos. No debemos olvidar que la pulsión de
muerte y su consecuente manifestación en pulsión de destrucción aparece en
la teoría freudiana hasta 1920 en Más allá del principio de placer y
que es en ese momento en el que se inicia la dualidad pulsional. Debemos
reconocer que:
“La pulsión de muerte puede ser considerada como
correspondiente a la esencia del descubrimiento de Freud. Pero ésta
suprime, en efecto, toda esperanza- y de ahí su carácter escandaloso- de
una armonía posible, tanto entre el hombre y el mundo como entre el hombre
y él mismo, entre su bien y su deseo”.[10]
La existencia de las dos pulsiones pone de manifiesto el
conflicto permanente que vive el ser humano y a su vez la imposibilidad de
una armonía. En ese sentido, lo más que se puede alcanzar en esa lucha
entre las pulsiones es un equilibrio siempre imperfecto. La idea de ese
equilibrio sería evitar que sea la pulsión de muerte la que imponga las
condiciones para la vida. Por eso es que: “Tarea de la libido es volver
inocua esta pulsión destructora; la desempeña desviándola […] hacia afuera,
dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior. Recibe el nombre de
pulsión de destrucción, pulsión de apoderamiento, voluntad de poder. Un
sector de esta pulsión es puesto directamente al servicio de la función
sexual […] Es el sadismo propiamente dicho. Otro sector no obedece a este
traslado hacia fuera, permanece en el interior del organismo […] En ese
sector tenemos que discernir el masoquismo erógeno, originario”. [11]
No debemos olvidar que la pulsión nunca actúa en estado
puro, sino más bien se presenta con un monto de la otra pulsión. Lo que sí
podemos reconocer es que se presenta un cierto predominio de una pulsión
sobre la otra, pero únicamente en determinados momentos. En cierta
situación predomina una pulsión y luego la otra. Lo único que permanece es
la lucha entre las pulsiones. En este sentido, Freud reconoce que:
“[…] se producen una mezcla y una combinación muy
bastas, y de proporciones variables, entre las dos clases de pulsión; así
no debemos contar con una pulsión de muerte y una pulsión de vida puras,
sino solo con contaminaciones de ellas, de valencia diferentes en cada
caso”. [12]
Las pulsiones actúan siempre de manera conjunta, nunca
se presenta una sola de ellas en estado puro. Por tanto, “sólo la acción
eficaz conjugada y contraria de las dos pulsiones primordiales, Eros y
pulsión de muerte, explica la variedad de los fenómenos vitales, nunca una
sola de ellas”. [13] Todo lo que hacemos, en última instancia, se
encuentra condicionado (inconscientemente) por la lucha entre las
pulsiones, por eso es que para Freud:
“[…] la pulsión de muerte actuante en el interior del
organismo – el sadismo primordial- es idéntica al masoquismo. […] Ese
masoquismo sería un testigo y un relicto de aquella formación en que
aconteció la liga, tan importante para la vida, entre Eros y pulsión de
muerte. […] El sadismo proyectado, vuelto hacia fuera, o pulsión de
destrucción, puede bajo ciertas constelaciones ser introyectado de nuevo,
vuelto hacia adentro, regresado así a su situación anterior. En tal caso da
por resultado el masoquismo secundario, que viene a añadirse al
originario”. [14]
Tanto el sadismo como el masoquismo son manifestaciones
de la lucha permanente entre las pulsiones. Por eso, aunque Freud reconoce
el masoquismo primario, también da un lugar importante al sadismo en tanto
que masoquismo secundario o sadismo introyectado y vuelto contra el sujeto.
Dicha cuestión sólo se puede entender a partir del reconocimiento del lugar
del superyó en la lucha entre las pulsiones:
“El masoquismo moral pasa a ser el testimonio clásico de
la existencia de la mezcla de pulsiones. Su peligrosidad se debe a que
desciende de la pulsión de muerte, corresponde a aquel sector de ella que
se ha sustraído a su vuelta hacia afuera como la pulsión de destrucción.
Pero como, por otra parte, tiene valor psíquico (Bedeutung) de un
componente erótico, ni aun la autodestrucción de la persona puede
producirse sin satisfacción libidinosa”. [15]
Por lo tanto, Freud considera que únicamente se puede
entender al ser humano como un complejo entramado de pulsiones tanto de
vida como de muerte. Esas dos pulsiones constituyen al ser humano y crean
una complicada red de relaciones consigo mismo y con los otros desde el
comienzo de la vida.
En última instancia, la pulsión sexual apunta a la
preservación de la especie; la pulsión de muerte a su destrucción, a la
vuelta al estado primigenio. La pulsión de vida se relaciona con el
sadismo, esto es, con el ejercicio de la violencia sobre otros. La pulsión
de muerte se relaciona con el masoquismo y con en el sadismo introyectado,
que se manifiesta en la violencia sobre sí mismo. Violencia incrementada en
el masoquismo moral, que se torna más peligrosa al ir acompañada por una
cierta dosis de placer (pues el masoquismo moral no deja de ser un
masoquismo erógeno) asociada a la culpa por desear aquello que está
prohibido y que el superyó (moral) siempre recuerda, sobre todo en el
ámbito de lo inconciente, a través de la “necesidad de castigo”. Quizá lo
que falta pensar a partir de la propuesta freudiana es cómo superar la
culpa o dejarla totalmente de lado.
Víctor
Ignacio Coronel Piña
Bibliografía
Assoun,
Paul-Laurent, La metapsicología, Siglo XXI, México, 2002
1.
Freud, Sigmund, El problema económico del
masoquismo (1924), Volumen XIX, Amorrortu, Argentina, 1992.
2.
______________, Análisis terminable e
interminable, Volumen XXIII, Amorrortu, Argentina.
3.
Millot, Cathetine, Freud ant-.pedagogo,
Paidós, México, 1990.
Notas
[1]
Assoun, P., La metapsicología, Siglo XXI, México, 2002, p. 86.
2 Freud, S., El problema económico del masoquismo (1924), Volumen
XIX, Amorrortu, Argentina, 1992, p. 167.
3 ibid. p.168.
4 idem.
5 ibid. p. 175.
6 Freud, S., El problema económico del masoquismo, op. cit.,
p. 171.
7 idem.
8 Freud, S., El problema económico del masoquismo, op. cit.,
p. 175.
9 En esos planteamientos de Freud, sin lugar a dudas, resuenan las ideas de
Nietzsche. Específicamente lo que plantea en La genealogía de la moral,
en el tratado segundo en el que aborda la cuestión de la culpa, su relación
con la mala conciencia y la violencia vuelta el propio sujeto. Para una
aproximación al complejo encuentro esos dos grandes pensadores se puede
consultar el artículo: “Nietzsche en Freud. La innegable presencia de la
filosofía de Nietzsche en la teoría psicoanalítica de Freud”, en Reflexiones
Marginales, número33 junio-julio, 2016.
10 Millot C., Freud ant-.pedagogo, Paidós, México, 1990, p. 128.
11 Freud, S., El problema económico del masoquismo, op. cit.,
p. 169.
12 ibid. p. 170.
13 Freud, S., Análisis terminable e interminable, Volumen XXIII,
Amorrortu, Argentina, 1975, pp. 244-245.
14 idem.
15 Freud, S., El problema económico del masoquismo, op. cit.,
p. 176.
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