Envidia 
"Nunca grites tu felicidad tan alto.La envidia tiene el sueño muy liviano......"
Las personas vacías necesitan hacer más ruido"
"La envidia, un pecado capital
Un día, mientras paseaba con mi padre, se detuvo en una curva antes
de llegar a una carretera vieja y desierta. Entonces me preguntó:
- ¿Además del cantar de los pájaros, el sol y el olor de las flores, percibes otra cosa hijo mío?
Miré a mi alrededor y después de algunos segundos respondí:
- Estoy escuchando el ruido de una carreta.
- Así es - dijo mi padre. – Se trata de una carretera vacía.
Le pregunté cómo podía saber que la carretera estaba desierta si aún no la habíamos visto.
Entonces mi padre me respondió:
- Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía, por causa del ruido. Cuanto más vacía la carreta, más ruido hace.
Pasaron los años, crecí y mi padre murió. Hoy, cuando escucho a una
persona hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de los demás,
siendo inoportuna, presumiendo o intentando ser el centro de la
atención, me parece escuchar a mi padre diciendo: ‘Cuanto más vacía la
carreta, más ruido hace’.”
Es probable que hayas encontrado personas así a largo de tu camino o
quizás hasta te has comportado así en alguna etapa de tu vida.
Las personas vacías y envidiosas son aquellas que no escuchan a los demás, que solo
quieren oír su voz. Se rodean de mucha gente por temor a la soledad,
pero en realidad no les interesa conocerlas profundamente. Algunos
adoptan una actitud prepotente y otros presumen de sus logros, que a
veces enmascaran bajo una falsa máscara de modestia. De hecho, la
coletilla “en mi humilde opinión” no suele ser más que una muestra de orgullo disfrazado.
Cuando envidiamos fuertemente a alguien lo vemos como el
Sujeto que tiene, mientras que nosotros estamos, en ese aspecto, según parece,
imposibilitados. Castrados. Impotentes. “El envidiado” (creemos) que porta el
falo y nosotros ante él pareciera que estamos agujereados, divididos,
incompletos, y por ende solo nos resta envidiarlo, sentados en nuestro
sentimiento de inferioridad ante ese Gran Otro subido al pedestal por otros, y
a veces solo por nosotros mismos…
“Todos observan mis logros, pero nadie conoce mis sacrificios”
Fileteado en el paragolpes trasero de un camión de cargas
La Envidia debe estar envidiosa, y con razón, pues
siempre hemos hablado tanto de sus primos hermanos, los celos, y a ella la
dejamos de lado, apenas mencionándola en algún párrafo perdido o en una
conversación privada. O simplemente sintiéndola.
Sin embargo hoy no la vamos a dejar afuera. Veamos.
¿Quién no ha sentido envidia nunca? No mientan. Hasta podría formar un club de
envidiosos, para que podamos envidiar (cada uno a quien quiera) sin culpa y
disfrutar de ese sentimiento inevitable… pero autodestructivo. Claro, pues a
veces, como todo lo excesivo, se vuelve venenoso y el primero en intoxicarse es
uno mismo. Así que, reflexionemos.
“Invidia” en la mitología romana, era una personificación de la
venganza. Sus equivalentes en la Mitología Griega fueron Némesis y Ptono. ¿Por qué
referirnos a ella, teóricamente, en el siglo 21?
Divaguemos

Un “cachito” de cultura
Más claro échale agua… ¿Lo ponen enduda? Sigamos.
Como ya dije, pensamos que la pareja formada por Mr.
Happy y Mrs. Happy, siempre sonrientes por la calle, viven felices en coito
continuo.
¿Y los celos, che?
En los celos hay guión, el celoso imagina escenas que no existen,
mientras que en la envidia hay ausencia de libreto, el envidioso siente que el
envidiado ha obtenido ese logro concreto, palpable, solo por tener más fortuna
que inteligencia, por azar o casualidad o porque Dios le sonrió más, como a
Abel, o tal vez porque participó de un casting-cama y se acostó con el jefe, o
simplemente porque sí. En los celos, además, se requiere
que haya tres personajes, en la envidia con dos es suficiente, y no se pretende
poseer al otro sujeto, sino al objeto o condición que este recibió, ya sea
justificadamente o no.
¿Durante toda su larga biografía tendrá estrella o estará estrellada?,…
nos olvidamos de preguntarle a la abuela. Porque nosotros
envidiamos (quisiéramos estar en su lugar) al cantante que entonando dos
estrofas gana dos millones de dólares en una noche, pero no lo envidiamos dos
años después cuando sufre un ACV y vive postrado en una clínica.
¿No alardees tanto de tus logros en Facebook?
La publicidad sabe bien esto, por eso nos ofrece la felicidad garantizada
en todo lo que vende. Y genera dosis de violenta envidia en
quienes jamás lograrán comprar esos “objetos imprescindibles” que no te podés
perder tenerlos.
Sin embargo, también el simple andar por este planeta nos hace descubrir
que una célula envidia al átomo y éste al embrión, el cual está verde de
envidia ante los animales de dos patas, quienes se vuelven amarillos de envidia
frente a los mamíferos que gatean, y así sucesivamente. Nosotros mismos estamos
de pronto del lado del envidiado y del envidioso, según el lugar del mostrador
“del éxito” en el que nos ubiquemos, o de acuerdo a qué ideal del yo
enloquecedor nos han propuesto alcanzar nuestros padres, o nosotros mismos.
¿Qué envidian Ellas y Ellos en la vida cotidiana?
Ellas envidian a esa otra cuyo hijo fue abanderado en el
colegio y el de ella no, si la amiga se compró un mejor lavarropas o cocina, si
consiguió un marido con plata, si no puede embarazarse y la vecina ha parido un
crío por año, si se quedó soltera y la hermana se casó e hizo un viaje
maravilloso que ella no puede pagar… ¿sigo? sería interminable.
Los hombres envidian que un compañero haya sido ascendido
de puesto y ellos no, (lo que implica un aumento de salario), que el amigo
tenga una camioneta de alta gama mientras él sigue viajando en colectivo, y si
comparten el vestuario del club y ven a otros desnudos muy bien provistos en
sus atributos masculinos, también hay envidia de ese “tamaño” que la naturaleza
le otorgó al prójimo y a nosotros no.
¿Y Entonces?
¿Cómo hacerle entender que en definitiva, el deseo del
hombre es el deseo del Otro? ¿De qué Otro? De esos padres que el Señor nos dio
y del consumismo que nos impiden la perfecta aceptación de lo que somos.
Citando a Luis Buero
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