LA FUNCIÓN MATERNA : ENTRE EL DESEO Y EL ESTRAGO
Cristina Calcagnini
(*) Reunión Lacanoamericana de Psicoanálisis: Tucumán, 2003.
Comienzo sosteniendo la inevitable pregunta sobre la pertinencia de
definir la función materna. Distintos interrogantes sobre mi propia clínica me han
llevado a hacer este recorrido, que como un collage va extrayendo de algunas lecturas
realizada, un camino posible.
La clínica con niños, nos confronta con la problemática que pone en
juego la dimensión del deseo del Otro, en tanto el despliegue discursivo va dando letra
de como se juega en el niño sufriente, el deseo de la madre, si fue deseado o no lo fue y
también como se juega la relación deseante de los padres entre sí. Lo cual nos lleva a
operar en un tiempo primario de la estructuración del deseo.
También la clínica con adolescentes nos lleva a escuchar en las
demandas maternas, la dimensión del estrago que nos advierte de que el despertar sexual
de los hijos, marca una nueva vuelta de lo no tramitado de la problemática edípica, en
donde los espejos resquebrajados tambalean , las palabras faltan a la cita y el acting out
despliega su escena.
Por otro lado la fantasmática neurótica de algunas analizantes nos
confronta todo el tiempo con el retorno siniestro devastador de la relación entre madres
e hijas, historias que no ahorran tinta a la hora de desplegarse las intervenciones con
sus propios hijos.
Planteo alguna de mis preguntas en torno al tema: ¿Cual es la
transmisión esencial que esperamos opere la función materna? ¿Podemos pensar que con el
deseo alcanza para hacer de barrera al estrago materno? ¿Podríamos plantear a la posición
femenina de la madre como garantía para que la función supuesta opere eficazmente?
A la pregunta freudiana ¿qué es un padre?, Lacan responde, luego de
hacer correr mucha agua bajo el puente, diciendo : ... "un padre no tiene derecho al
respeto sino el amor más que si dicho respeto, el dicho amor está pere –versement
orientado, es decir si hace de una mujer, objeto a causa de su deseo. Pero lo que una
mujer a-coge de ello, no tiene nada que ver con la cuestión. De lo que ella se ocupa, es
de otros objetos a, que son los hijos, junto a los que el padre intervine,
excepcionalmente, en el buen caso, para mantener en la represión, en el justo me-dios, la
versión que le es propia por su pere versión. Pere-versión única garantía de la
función del padre, la cual es la función del síntoma. Basta con que allí sea modelo de
la función. He ahí lo que debe ser un padre, en tanto sólo puede ser excepción. Solo
puede ser modelo al realizar el tipo. Poco importa que tenga síntomas si añade a ellos
el de la pere versión paterna. Es decir que su causa sea una mujer, que haya hecho hijos
(con ella), y que a estos los quiera o no les brinde un cuidado paternal. (1)
Introduje esta cita de Lacan para recortar que para una mujer los hijos
están en ese lugar que desde el psicoanálisis lacaniano, construimos como el del objeto
a .Tomando en cuenta que la escritura del objeto a la ubicamos en el agujero central del
nudo borromeo, en cuyas cuerdas ubicamos lo simbólico, lo imaginario y lo real, para dar
cuenta de la estructura desde la que una mujer aloja a sus hijos. Cuerdas en las que se
ordenan, el amor, el deseo y el odio, anticipando entonces la posibilidad de que la
función materna, el deseo y el estrago se anuden borromeanamente.
La función materna nos remite, a pensar en primer lugar la madre
simbólica.
... " La madre simbólica es el 1° elemento de la realidad
simbolizado por el niño, en tanto puede estar ausente o presente. Cuando ella rehusa el
amor la compensación está en el pecho real, por aplastamiento, bajo la satisfacción
real, lo que no impide que se produzca una inversión. Al mismo tiempo el pecho es el don
simbólico mientras la madre se convierte en un elemento real, omnipotente que rehusa su
amor....." (2)
En los primeros tiempos del niño, la demanda se dirige a la madre. La
frustración en el origen sólo es concebible como la negación de un don en la medida que
el don es símbolo deamor. Al llamar el don se da o no se da. Lo cual ubica de movida a
la madre primordialmente omnipotente, y no porque lo contenga todo como suponía M. Klein
sino porque es ella quien decide dar o no dar.
... "La madre no es sólo la que da el seno, también es la que da
la marca de la articulación significante..."(3)
Por eso la omnipotencia está del lado de la madre y no del niño. Esto
no es sólo porque ella le habla al niño y presume que lo entiende, sino porque toda la
clase de juegos de ocultación que rápidamente desencadena una sonrisa en el niño es ya
una acción simbólica, en el curso de lo cual lo que ella revela es la función del
símbolo. Hacer aparecer y desaparecer su propio rostro, o la figura del niño, o
descubrirla pone en juego la función reveladora.
Decíamos que la madre con el pecho, también da la palabra, y con la
palabra el significante y la voz. Ella encarna el lugar del Otro, A con mayúsculas, el
Otro primordial, molino de la palabra, tesoro del significante.
Cito a Lacan:.... "El gran Otro, no da más que la tela del
sujeto, o sea su topología por la cual el sujeto se introduce en una
subversión,......que es aquella de la cual se sirve lo real definido como lo imposible ya
que no hay sujeto más que del decir...(...)El tema es que es del deseo al Otro que yo
soy. Es en esto que estoy interesado en la suerte del Otro...(4)
Como decía en un trabajo: Escuchar a un niño, .... "la
prematuración, la indefensión originaria con la que el sujeto nace, implica ser mecido
en los brazos del Otro primordial, ahí donde lo que acuna es el deseo del Otro. El sujeto
adviene a la escena de la vida en tanto el objeto preciado, o denigrado del deseo del
Otro. En la dimensión simbólica la condición de parletre, implica que el sujeto no
tiene más remedio que acceder al significante que está en el campo del Otro. Se trata de
la enajenación a los significantes del Otro primordial.
El sujeto se constituye exclusivamente en el lugar del Otro primordial,
no hay posibilidad de elegir. Si elige quedarse sin el Otro para no sufrir sus caprichos,
pierde la vida, por lo tanto no le queda otro camino más que no elegir, o en todo caso se
trata de una elección sin opciones. Sólo un camino posible, buscar en el Otro ser
constituido ahí donde el Otro con su lengua lo cifra.
Como dice Jacques Hassoun en Los contrabandistas de la memoria :..
"La lengua materna es la que vehiculizada por la madre permite que el niño se separe
de ella. La lengua
materna permite dirigirse al primer Otro, la madre, pero para que esa
dirección sea posible, es preciso que se instaure una distancia que permitirá al niño
formular una demanda, sin temor a
ser tragado por un sí que se adelanta a sus deseo o por un no que
experimentaría como un rechazo absoluto..."
El Otro primordial como un amo absoluto, lugar del tesoro de los
significantes, ha de ir produciendo sus marcas en el sujeto, precisamente a partir de
cómo signifique los llamados que el sujeto emita.
Puesta en causa de la demanda del Otro de que el sujeto lo demande.
Desde el sujeto, despliegue y articulación de la pulsión en las vueltas de la demanda,
precisamente como las marcas en el cuerpo de que hay un decir.
La madre habla y en tanto esta habitada por estructura, en el campo de
la neurosis, por el significante del nombre del padre, ella amoneda ese nombre en su voz y
lo trasmite en el decir no de ciertas prohibiciones que es dable escuchar.
Cito a Lacan: .... "La madre por la cual la palabra se trasmite,
es reducida a trasmitir, ese nombre (nom) por un no (non), justo el no que dice el padre,
lo que nos introduce en el terreno de la negación (...) "El desfiladero del
significante por el que pasa al ejercicio de ese algo que es el amor, es precisamente ese
nombre del padre, que sólo es no a nivel del decir y que se amoneda por la voz de la
madre, en el decir no de cierto numero de prohibiciones. Esto en el feliz caso, aquél
donde la madre quiere con su pequeña cabeza proferir algunos cabeceos (.... )La perdida
de lo que se soportaría en la dimensión del amor a ese nombre del padre, se sustituye
una función que es nombrar para, "ser nombrado para algo", he aquí lo que
despunta en un orden que se ve efectivamente sustituir al nombre del padre. Salvo que
aquí la madre se basta por si sóla para designar su proyecto, para efectuar su trazado,
para indicar su camino. Es preferible que antes pase lo que tiene que ver con el nombre
del padre, y la dimensión del amor. ."(5)
Lacan nos advierte que cuando el Nombre del Padre, está forcluído ese
nombrar para, puede para el sujeto ser signo de una degeneración catastrófica. De esto
testimonia la psicosis.
En tanto el Otro primordial, Otro materno, amoneda el nombre del padre
en su estructura trasmite al niño en la eficacia de su deseo, el significante del nombre
del padre que funda la estructura neurótica.
Otro primordial que por la eficacia de esta función pondrá en juego
la mostración de su castración. Tiempo para el niño en el que se juega la separación
del Otro, a partir precisamente de que pueda poner a jugar una pregunta sobre lo que él
es para la madre. Advierte así que afortunadamente a la madre la habita un deseo más
allá de él.
De esta operación de constitución del sujeto en el campo del Otro
queda un resto, el objeto a, construcción fantasmatica que vela el agujero, de la
carencia original, de la falta en lo real de la privación materna, entramado en el que se
soporta del deseo.
El enigma que la pregunta por el deseo de la madre plantea para el
niño, abre el camino de la operación de separación que tiene como principio la
metáfora paterna y que pone en juego la sustitución de un significante por otro,
aportando el advenimiento de una nueva significación. Recordemos que Lacan escribe la
fórmula de la metáfora paterna en la que el deseo de la madre: ( DM), significa al
sujeto con una x, que como en el álgebra puede adquirir diferentes valores. Para el deseo
de la madre el hijo adviene al lugar del falo imaginario. El N. P., nombre
del padre, reprime el D M. y pasa bajo la barra y como producto de esta
eficacia este lugar adquiere un nuevo valor. El sujeto deja de ser el falo del Otro y en
tanto deja de ser objeto de puro goce entra en el lazo social, entra en la significación
fálica.
El deseo de la madre está doblemente orientado hacia el niño y hacia
otra cosa .
Siguiendo la línea freudiana que Lacan recorta, podemos reiterar que
en relación al deseo de la madre, es importante diferenciar que no es lo mismo si el
niño adviene como metonimia del deseo de falo, o como metáfora del amor al padre.
Si el niño queda fijado en el lugar de falo de la madre obtura la
posibilidad de que ella pueda tener acceso a su propia verdad. Y deja al niño hipotecando
su cuerpo y su existencia para satisfacer esta exigencia materna.
Dice Lacan: ... "El papel de la madre es el deseo de la madre.
Esto es capital. El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda
resultar indiferente. Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca del cocodrilo,
eso es la madre. No se sabe que mosca pude llegar a picarle de repente, y va y cierra la
boca. Eso es el deseo de la madre. Traté de explicar que había algo tranquilizador.
(...) Hay un palo, de piedra por supuesto que está ahí en potencia, en la boca y eso lo
contiene, lo traba. Es lo que se llama el falo. Es el palo que te protege si de repente,
eso se cierra. (6) .
Ya Lacan nos advierte que el deseo de la madre siempre produce
estragos, lo cual hace consistir el fantasma de devoración que vemos siempre palpitando
detrás de las fobias.
¿Podemos pensar que el estrago forma parte del deseo de la madre?
El estrago es uno de los fantasmas que advierte de esta posición
caprichosa de la madre, (que a veces se transforma en ley) cuando pareciera que si se lo
propone puede reintegrar su producto.
Cito a Lacan: ..."El deseo de la madre en su fundamento es
insaciable, el niño toma el camino de hacerse él mismo objeto falaz, engañador...(
....) Esta madre insaciable, insatisfecha,
a cuyo alrededor se constituye el narcisismo del niño es alguien real,
ella está ahí como todos los seres insaciables busca devorar." (7)
Devastación, estrago, que podemos definir como lo propone Marie
Magdelaine Chatell, (8) como una "incontorneable disarmonía", un imposible que
ex-siste, y que se sitúa en el corazón de la relación madre hija.(9)
El fundamento del estrago es la insatisfacción, y estamos entonces en
el terreno del goce, allí donde ubicamos la dimensión del odio, muchas veces desmesurado
que nos lleva a pensar que el superyo materno es arrasador y pareciera que no deja salida
posible. Donde lo que insiste es el "goza, goza", y considerando que el gozar
podemos definirlo como despedazar, triturar, cortar un cuerpo en pedacitos, goce que
definimos como goce del Otro y que cuando se presentifica en la clínica, nos lleva a
intervenir, en esa difícil orilla en la que el goce fálico hace de barrera al goce del
Otro.
Concluyendo: cuando una mujer se ocupa de esos objetos a que son los
hijos, es decir cuando acepta encarnar a la madre, es no toda madre. Sostener este lugar,
no es sin síntomas, pero en tanto amoneda el nombre del padre en su estructura dice que
no a la demanda de su hijo cuando el exceso se hace reclamo, y también puede decir no a
la demanda de goce del superyo materno que sin dudas la habita.
En este sentido tomamos como una de las garantías de la función
materna que el nombre del padre haya grabado su surco en ella y el amor es testimonio de
la eficacia de esta operación, y así se instaura ella en transmisora del nombre del
padre.
La insatisfacción que bordea el deseo de la madre abre a pensar la
dimensión del "más allá del falo". Hacer lugar a la pregunta por la mujer,
abre a situar el problema en el campo de la sexualidad, en el encuentro que suele ser del
orden del desencuentro con su partenaire, en el camino que la feminidad abre hacia el otro
goce, el goce femenino.
La posición femenina, de la madre entonces podemos considerarlo como
otra de las garantías de la eficacia de esta función. Al comienzo proponía pensar la
función materna, el deseo y el estrago anudadas borromoeanamente, este es el lugar desde
el que podemos pensar al síntoma. Que supongamos garantías no quiere decir que hablemos
de normalidad, hablamos de lo que por estructura no puede más que sintomatizarse.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
(1) J. Lacan , Seminario 22, inédito, versión Biblioteca E. F. B. A.
Clase, 21-1-75
(2) J. Lacan, Seminario 4, Editorial Paidós, clase 5-6-57
(3) J. Lacan, Seminario 6, inédito versión Biblioteca E. F. B:A.
Clase 19-11-58
(4) J. Lacan, Seminario 16, inédito versión Biblioteca E. F. B.A,
clase del 4-12-68
(5) J. Lacan , Seminario 21, inédito, versión E.F.B.A., clase del
19-3-74
(6) J. Lacan, Seminario 17, Ed. Paidós, clase 11-3-70.
(7) J.Lacan Seminario 4. Editorial Paidós clase 27-2-57.
(8) M.M.Chattell A falta de estrago una locura de publicación.
- Lacan en uno de sus últimos escritos, L´etourdit, nos dice :" la elucubración freudiana del complejo de Edipo, que hace allí a la mujer pescado en el agua, por aquello de que la castración esté en ellas desde el principio (Freud dixit), contrasta dolorosamente con el hecho de la devastación que es en la mujer, para la mayor parte, la relación a su madre, de donde ella parece esperar como mujer más sustancia que de su padre, lo que no va con el al ser segundo en esa devastación
Estrago Materno
La relación de una
madre con una hija esta siempre teñida del hecho que la madre fue aquella a
quién la hija dirigió sus primeros pedidos, dice Freud que este tiempo es
pre-edipico y comporta “un amor que pide exclusividad y no se contenta con
fragmentos... es un amor propiamente sin límite, incapaz de una satisfacción
plena y por esta razón está condenado esencialmente a terminar con una
decepción y dejar lugar a una actitud hostil”.1
Freud hace referencia a ese desacuerdo inevitable entre madre e hija, y dice que entre ellas permanece no el amor sino el odio, un odio incurable, pre-edípico. Odio que reaparece en diferentes momentos de la vida de una mujer, recordemos que Freud hacía responsable del fracaso de muchos primeros matrimonios a esta relación madre-hija, sobre cuyo modelo, para él, se funda muchas veces este primer matrimonio. La hija se consagra a su madre o la rechaza. Existe una segunda causa de ese odio y es la castración, la niña se da cuenta de que la madre está castrada y privó a su hija, con lo cual también la hizo castrada, “mal hecha”. Para Freud el pasaje de la madre al padre marca el comienzo de la femineidad. “La fuerte dependencia de la niña a su padre no hace más que recoger la sucesión de un lazo a la madre igualmente fuerte y esta fase antigua persiste durante un período de una duración inesperada”. El Edipo deja a la niña siempre un poco en déficit, ella nunca termina de separarse de la madre y el peligro del retorno de esa figura materna la “acosa”. La niña a lo largo de su vida no cesa de resistir, de defenderse de diferentes maneras sintomáticas de ese peligro. Si para Freud el varoncito encuentra una salida al Edipo de forma adecuada en la identificación viril con el padre, por el contrario la niña –cuando se dirige al padre buscando a aquel que sí posee el falo– encuentra otra insatisfacción. Ella no encuentra tampoco en su padre algo que le permita su identificación sexual. No hay allí tampoco respuesta para su identidad femenina. Al contrario, para Freud esta universalidad de la significación fálica, la reenviaría a la ausencia de un rasgo, de un significante que la identifique femeninamente. Así ella saldrá del Edipo presa de un penis-neid, incurable. Las feministas y las teorías queer han rechazado esta formulación de la salida del Edipo para la niña que hace Freud. Como ejemplo podemos citar a la antropóloga Gayle Rubin que en su artículo “La economía política del sexo: transacción de las mujeres y sistema de sexo/genero” denuncia la tentativa de poner un elemento masculino en la base de la organización edípica y en consecuencia en la base de la organización de todos los sujetos. “De alguna manera, el complejo de Edipo es la expresión de la circulación del falo en el intercambio intrafamiliar, la figura inversa de la circulación de mujeres en el intercambio intrafamiliar. (...) El falo pasa por intermedio de las mujeres de un hombre a otro: del padre al hijo, del hermano de la madre al hijo de la hermana y así sucesivamente, en ese círculo las mujeres van por un lado y el falo por el otro. Él está allí donde nosotras no estamos, en ese sentido el falo es mucho más que un rasgo que distingue a los sexos, es la encarnación del estatus de los machos, al que los hombres acceden y al que le son inherentes ciertos derechos, entre otros el derecho a una mujer. Él (el falo) es la manifestación de la transmisión de la dominación masculina”.2 Los psicoanalistas y sobre todo los que nos decimos lacanianos deberíamos prestar atención a estas consideraciones de las que aquí señalamos solamente una cita, para así corrernos aunque sea levemente, un pequeño pasito (sabemos lo importante que puede ser en psicoanálisis, un pequeño pasito), de ese saber adormecedor, saber referencial, repetitivo que nos haría “interpretar” las palabras de Rubin como una expresión más del penis-neid. Se dice que cuando un periodista le preguntó a Lacan ya en el final de su vida, qué había sido lo más difícil de desenmarañar en su práctica psicoanalítica, él evocó inmediatamente la relación madre-hija. Lacan calificó esta relación con la palabra francesa ravage3, que aparece por primera vez en L´etourdit, en la época en que intentaba hacer sus propias consideraciones acerca de la sexualidad femenina y traducida habitualmente por “estrago”, quizás también podría ser traducida como “devastación”. En esta época Lacan está creando una lógica distinta de la tradicional para explicar que el goce femenino es la lógica del pastout, todo no está bajo la hegemonía fálica. No es casualidad, seguramente, que sea ese el momento en que Lacan utiliza por primera vez este término que califica algo específico, en la relación madre-hija. En una conferencia dada en Estados Unidos vuelve a hablar de esta relación devastadora.4 “La niña está en un estado de reproche, de desarmonía con su madre. Tengo bastante experiencia analítica para saber cuán devastadora puede ser esta relación”. Esta relación devastadora, de estrago no debe ser entendida como el resultado de una desastrosa relación entre madre e hija a causa de una mala madre. Más bien se trataría de un hecho estructurante que da cuenta de la imposible armonía de esa relación. Madre e hija deben renunciar a ese ideal de armonía producido por la ilusión de pertenecer al mismo sexo. Es la experiencia que viven madre e hija, ellas ponen en práctica esa experiencia devastadora debida a la imposibilidad de similitud, debido a una disparidad radical existente en el seno (¡!) de esa relación. Vemos a veces en la práctica, mujeres que ofrendan un hijo o sus hijos a su propia madre con la esperanza de calmar esa violencia. Y madres que se quejan de la ingratitud de su hija, incluso de la malevolencia de su hija respecto de ella. Marie Madelaine Lessana5 dice que para que una niña se convierta en madre, es necesario que haya habido ravage con su madre, no se trata aquí de parir, eso no significa que se convierta en madre. Ellas tienen que atravesar ese ravage como una manera de renunciamiento, de arrancamiento sin sustitución. La maternidad no se transmite, no se recibe de la madre la autorización para ser madre –dice Lessana– ¡Hay que hacerlo! El ravage no es un síntoma a curar, sino una condición de la relación madre hija. Podríamos conjeturar que para que una madre y una hija sean madre e hija debe haber habido entre ellas una relación devastadora. Pasar por allí sería de alguna manera aceptar que una madre y una hija no serán nunca amigas a pesar de sus esfuerzos. Aceptar esa disparidad fundamental. 1. Sigmund Freud, “Sobre la sexualidad femenina” en Obras Completas. 2. G. Rubin, “Léconomie politique du sexe”. Universidad París 7. Traducción nuestra. 3. J. Lacan “L’étourdit” en Scilicet 4. 4. J. Lacan Yale 29 noviembre 1975. 5. Marie Madelaine Lessana, “Une folie de la publication” en Un folie d’ apres Lacan Littoral Nro.37. |
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